Mis coetáneos recordarán aquellos mapas mudos que nos ponían, de niños, en el colegio cuando en los colegios aún se enseñaba geografía. En ellos figuraban, dibujados, los ríos, los montes, los golfos, los cabos, las ciudades, las provincias y cosas así, pero sin sus nombres. Los chavales teníamos que añadirlos. Una experiencia similar es la que aflige al escritor, como es mi caso, que cultiva la literatura autobiográfica.