La Liga de los Comunistas

La Liga de los Comunistas. Daniel López Rodríguez

La Liga de los Justos se creó en París entre noviembre y diciembre de 1836 a partir de la Liga de los Proscritos, que fundaron en la ciudad del Sena los exiliados políticos alemanes en 1834 bajo el lema «todos los hombres son iguales». Inmediatamente la Liga de los Justos se instaló en Inglaterra.

La Liga estaba liderada por Karl Schapper y después por Wilhelm Weitling, y se extendió por Alemana (en Hamburgo) en 1839, y lo haría por Inglaterra en 1840 y por Suiza en 1841, así como por algunas ciudades francesas como Lyon y Marsella. En 1838 Weitling elaboró en París el programa de la Liga: «La Humanidad tal y como ella es y tal a como debería ser».

En 1839 la Liga participa en la fallida insurrección de Louis-Auguste Blanqui y Armand Barbés. Desde este momento el liderazgo de la Liga recae en Weitling, autodidacta con sólidos conocimientos de griego y latín e instruido en el Antiguo y el Nuevo Testamento. En 1842 el propio Weitling escribió en Berna «Garantías de la armonía y de la libertad».

En una reunión con los comunistas de Bruselas el 30 de marzo de 1846, Marx y Weitling tuvieron un violento encontronazo a raíz de una acusación del segundo al primero al sostener que éste le quería apartar de las fuentes de los ingresos y de dejar para otros las traducciones bien pagadas.

El 31 de abril, en una carta que Weitling le escribe a Moses Hess, tras el áspero combate el día anterior entre los partidarios del socialismo emotivo (Gefühlssozialismus) y científico (Wissenschuftlicher Sozislismus), Weitling comenta que «a Marx solo le interesan los patrocinadores ricos de la Liga […] Se ríe de mí llamándome artesano comunista, y propone que el sometimiento deber ser considerado mera ofuscación» (citado por Antonio Escohotado, Los enemigos del comercio II, Espasa, Barcelona 2017, pág. 321).

También se comenta que en la citada discusión entre «emotivos» y «científicos» Weitling apostó por la desesperación de criminales arrepentidos para reclutarlos a fin de derrocar el Estado y pensó, contra Marx, que «la crítica basada en el estudio se aleja del mundo doliente»; ante lo que Marx, dando un puño sobre la mesa, gritó: «¡Nunca la ignorancia ha ayudado a nadie!» (citado por Escohotado, pág. 321). Y añadió que las fuerzas productivas del capitalismo se desarrollarían plenamente y que la crisis de tal sistema haría precipitar la dictadura del proletariado.

En noviembre de 1846 el comité director de la Liga de los Justos se trasladó de París a Londres bajo la dirección de Karl Schapper, Heinrich Bauer y Joseph Moll. A finales de 1846 y principios de 1847 se acordó la fusión entre el Comité de Correspondencia Comunista, que lideraban Marx y Engels junto a Philippe Gigot y Wilhelm Wolff, y la dirección londinense de la Liga de los Justos, lo cual daría como resultado la Liga de los Comunistas.

Entre noviembre de 1846 y febrero de 1847 se elaboró el cuestionario-programa del comité director de la Liga (todavía «de los Justos») en el que se decía en la comunicación de febrero: «Vosotros sabéis que el comunismo es un sistema según el cual la tierra debe ser el bien común de todos los hombres, sistema según el cual cada uno debe trabajar, “producir” según sus capacidades, y disfrutar, “consumir” según sus fuerzas; los comunistas pues quieren acabar con la antigua organización social, toda ella entera, y reemplazarla por una nueva organización» (citado por Jean Guichard, El marxismo. Teoría y práctica de la revolución, Traducción de José María Llanos, Editorial Española Desclée de Brouwer, Bilbao 1975, pág. 264).

Uno de los objetivos de la Liga Comunista estaba en fundar en Alemania sociedades de cultura obrera a fin de hacer propaganda y así complicar y reforzar los cuadros para que hiciesen más capaces a las organizaciones. En estas sociedades se organizaban debates, tareas de entretenimiento y diversión. También había bibliotecas para instruir a los trabajadores en los conocimientos más elementales.

Los dirigentes londinenses de la Liga propusieron la convocatoria de un congreso para que se elaborase un nuevo programa, y para ello Marx y Engels resultaban sencillamente imprescindibles. A principios de 1847, Joseph Moll -dirigente londinense de la Liga de los Justos- fue a Bruselas para informarle a Marx de que la Liga estaba convencida de la potencia de las posiciones de Marx y Engels, y por eso le pidió a Marx que él y Engels se uniesen a la Liga para reformar la organización a través de sus críticas que aceptaron sus propios dirigentes. De este modo Marx y Engels ingresaron en la Liga. Al parecer, el Comité Comunista de Correspondencia resultó ser un éxito y de este modo cesó, ya que sus objetivos fueron cumplidos.

Wolff regresó a Bruselas con buenas noticias, pues tanto el nuevo nombre del partido como el nuevo lema fueron aceptados; siendo, al mismo tiempo, rechazadas las ideas utópicas e incoherentes de Weitling (el cual terminaría reconociendo que Marx y Engels eran los nuevos líderes de la Liga). Entonces se decidió la redacción de un programa para el partido.

En agosto la sección y distrito de la Liga (ya definitivamente bajo el nombre de «Liga de los Comunistas» o «Liga Comunista») se establecieron en Bruselas, siendo Marx elegido como presidente del grupo y como presidente del comité del distrito. Para fortalecer al grupo a finales de ese mismo mes, junto a Engels, organizó la Asociación de Obreros Alemanes de Bruselas, organización que era legal y que contó al poco tiempo con cien afiliados, los cuales se reunían en la «Casa del Cisne», en la Grand Place, convirtiéndose aquello, por la gracia de Marx, en una escuela de comunismo.

Marx y Engels propusieron que la Liga de los Justos se llamase Liga de los Comunistas, y que el lema pánfilo «Todos los hombres son hermanos» fuese cambiado por el célebre y combativo en la lucha de clases, aunque también utópico, «Proletarios de todas las naciones, uníos». Pero el famoso lema no fue inspiración de Marx o de Engels sino de Karl Schapper, aunque Marx y Engels lo hicieron suyo (y todos los partidos comunistas lo compartieron).

En febrero de 1847 Joseph Moll visitó Bruselas para encontrarse con Marx y Engels sobre la reorganización de la Liga de los Comunistas. Por su escasez económica, Marx no pudo participar en el primer congreso del partido celebrado el 24 de junio de 1847 en Londres (donde definitivamente pasaría a llamarse Liga de los Comunistas), pero allí estuvo bien representado por Engels, que iba en nombre de la delegación de la organización de París, y por Wilhelm Wolff como delegado de Bruselas. El congreso adoptó un «proyecto de profesión de la fe comunista» en 22 preguntas y respuestas que firmaron Schapper y Wolff. También se elaboraron unos estatutos, cuyo artículo primero rezaba: «La Liga tiene por fin la supresión de la esclavitud de los hombres mediante la difusión de la teoría de la comunidad de bienes, y desde que sea posible, por su aplicación práctica» (citado por Guichard, pág. 264).

Cuando el congreso encargó a Marx y a Engels la redacción del Manifiesto comunista se adoptaron nuevos estatutos, en los que podía leerse en el primer artículo: «El fin de la Liga es la caída de la burguesía, el dominio del proletariado, la supresión de la antigua sociedad burguesa que descansa sobre los antagonismos de clases, y la fundación de una nueva sociedad sin clases y sin propiedad privada» (citado por Guichard, pág. 264).

Tras el congreso Marx se afilió a la Liga de los Comunistas y fue nombrado presidente de la «congregación» de Bruselas. Marx estaba, pues, al cargo de dos asociaciones: como presidente de la Asociación Educativa de Trabajadores y vicepresidente de la Asociación Democrática Internacional, teniendo así contactos con los comunistas alemanes y los radicales londinenses.

La Liga de los Comunistas tenía como órgano a la Revista Comunista, que sólo se imprimió un número en septiembre de 1847.

Entre el 29 de noviembre y el 8 de diciembre de 1847 se celebró el segundo congreso de la Liga de los Comunistas, bajo la dirección de Schapper, Wolff, Engels y Marx.

A su vez, a finales de agosto de 1847 se fundó en Bruselas la Asociación Obrera Alemana que en poco tiempo contaría con cien afiliados. Las reuniones de la Asociación eran los miércoles y los domingos por la noche. Los miércoles se trataban problemas de interés relacionados con el proletariado y los domingos Wilhelm Wolff hacía un resumen semanal de la situación política donde demostró su valía. También se organizaban diversas colectividades en las que participan las mujeres.

Entre el 7 y el 15 de noviembre de 1847 se constituyó la Sociedad Democrática para la Unión de todos los Países. Lucien Jottrand ocupaba la presidencia efectiva y Mellinet la presidencia de honor. Imbert y Marx fueron elegidos vicepresidentes. Los estatutos tuvieron la firma de demócratas belgas, alemanes, franceses y polacos.

El primer acto público de esta sociedad se celebró el 29 de noviembre de 1847, con motivo de la rebelión polaca. Marx tomó la palabra en un tono marcadamente revolucionario y proletario: «La vieja Polonia se ha hundido, y no seremos nosotros precisamente quienes anhelemos su resurrección. Pero no sólo se ha hundido la vieja Polonia, sino también la vieja Alemania, la vieja Francia, la vieja Inglaterra, toda la sociedad del pasado. Esta pérdida de la sociedad antigua no lo es para quienes nada tenían en ella que perder, que es lo que acontece a la gran mayoría de todos los países actuales» (citado por Franz Mehring, Carlos Marx, Traducción de Wenceslao Roces, Ediciones Grijalbo, Barcelona 1967, pág. 152-153).

Los Fraternal Democrats londinenses recogieron con júbilo las palabras de Marx: «Vuestro representante, nuestro amigo y hermano Marx, os dirá con cuánto entusiasmo fue saludada aquí su persona y aclamada la lectura de vuestro mensaje. Todos los ojos resplandecían de gozo, todas las voces gritaban su alegría, todas las manos se alargaban fraternamente hacia vuestro representante…. Aceptamos con la más viva satisfacción la alianza que nos proponéis. Nuestra Asociación lleva más de dos años de vida sin otra divisa que ésta: todos los hombres son hermanos» (citado por Mehring, pág. 153). Lema que irritaba a Marx porque no deseaba por nada del mundo que ciertos hombres fuesen sus hermanos.

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