155 Y Régimen Del 78: Lo que la verdad esconde

» La historia se repite dos veces: la primera como tragedia y la segunda como farsa» (Karl Marx, Capítulo I, de «El 18 Brumario de Luis Napoleón Bonaparte»)

El golpe de Estado secesionista perpetrado en Cataluña nos sitúa en un escenario insólito, con unos golpistas autoinvestidos de una pretendida «hiperlegitimidad» que les viene conferida por un relato fantasioso y radicalmente falso, (repetido hasta la saciedad durante los últimos cuarenta años), trufado de imaginarias y espectrales identidades «nacionales» y una retahíla de agravios, vejaciones y ultrajes igualmente ficticios e inverosímiles. Enfrente, el Gobierno de España, manifiestamente incapaz de oponer un relato «propio», (sería tan fácil como recurrir a la Historia…), e igualmente incapaz de desmontar el imaginario inventado de los independentistas. Así han discurrido las cosas durante los precedentes ocho lustros con Ejecutivos de diverso signo, y así amenazan continuar. Ni uno solo de los actores intervinientes en representación del Estado español, ha expresado un argumento histórico o político que avale la vigencia de España como Nación y la necesidad de su permanencia como unidad política indiscutible. Y cuando nos hallamos ante un conflicto que los golpistas han planteado desde el principio en términos políticos (aunque sean falsos), lo que de ninguna manera debe hacer un gobernante responsable y con sentido del Estado, es limitarse a apelar al mero cumplimiento de la Ley sin respaldar esa imposición coercitiva con un criterio claro y rotundo de aplastante Legitimidad. Eso es Política, aunque sea demasiado pedir a los Marianos, Sorayas y compañía que sepan de qué estamos hablando….

 

DEL «PRINCIPIO DE REALIDAD» AL «PRINCIPIO DE INEVITABILIDAD»

En los últimos tiempos viene haciendo fortuna un enunciado más o menos difuso, utilizado en términos periodísticos, que responde por «Principio de Realidad». Desde ambas orillas del conflicto secesionista catalán se viene utilizando con profusión; bien para hacer entrar en razón a Puigdemont y sus adláteres, o bien para justificar la existencia, el sentimiento, el «derecho» y la reivindicación quasi inmemorial de un figurado pueblo catalán irredento. Lo cierto es que la vulgarización «reinterpretativa» de este presupuesto freudiano (es dudoso que la mayor parte de los que lo han empleado sean conscientes de su origen…), llevado a cabo por tertulianos, opinadores, políticos, periodistas y fauna adyacente, ha calado entre los receptores del mensaje, gracias a su recién adquirida «descriptividad factual», bien distante por cierto de la intención conceptual del archiconocido neurólogo moravo.

Desde POSMODERNIA queremos introducir en el debate otro término, igualmente ilustrativo y descriptivo, procedente en este caso del Derecho y que nosotros vamos a desvirtuar deliberadamente, como «juego del lenguaje», otorgándole un contenido específicamente político: el Principio de Inevitabilidad. Sería en este caso, el fundamento en virtud del cuál una determinada deriva de acontecimientos políticos aboca irremediable e irreversiblemente en una unívoca y exclusiva dirección…. cuando en realidad no es necesariamente así. A tenor de este «Principio», implementado una y otra vez por la oligarquía política y la mediocracia españolas, la resolución del proceso secesionista catalán no ofrece otra salida, ni otro remedio, que acudir a la Constitución. Pero cabría preguntarse; ¿ES LA CONSTITUCIÓN LA SOLUCIÓN O FORMA PARTE DEL PROBLEMA?. Las voces autorizadas de nuestra plutocracia aseguran, prietas las filas, que la Constitución es el único camino, el principio y el fin de cualquier alternativa, el talismán mágico donde encuentran reparo cualesquiera anomalías que puedan producirse en el terreno político de nuestra vieja piel de toro. Y si no contuviera el anhelado consuelo a nuestras aflicciones, no hay problema: se reforma y seguimos adelante. Eso sí, siempre en la misma dirección, porque ni el Título VIII, ni el dislate perverso de la consagración de la existencia de «nacionalidades» dentro de la Nación, admiten enmienda ni reforma posible, ya que esa eventualidad equivaldría a «cargarse» el resto del texto constitucional y eso que llaman su «espíritu»….

EL BUCLE QUE NO CESA

Con semejante panorama, con el Gobierno Rajoy preguntando a Puigdemont, después de su golpe de Estado, si ha proclamado la Independencia o acudió al Parlament a charlar sobre el tiempo, para poner en marcha la aplicación del artículo 155 de la Constitución; con los pactos de PP y PSOE, (y el acompañamiento cada vez más testimonial y coreográfico de C´s), para conceder a los independentistas una reforma constitucional que, según se rumoréa, establecería la existencia de una ahistorica nación catalana dentro del Estado español; con la subsiguiente categorización de ciudadanos de primera y de segunda (hasta en las pensiones, según parece); con un nuevo aluvión de millones de Euros para tapar la boca de los separatistas a expensas del resto de españoles; con un debilitamiento letal del vínculo identitario y comunitario español; con toda esta batería de despropósitos, verdaderamente podemos asegurar que estamos de nuevo en el «bucle», en ese bucle desquiciado que conduce inexorablemente al abismo; al fin de España como realidad política independiente y soberana. Y esta no es una cuestión de izquierdas o de derechas, como refleja «la calle» en estos días y puede verificar el observador menos avisado…. Al menos hasta que el rodillo mediático inicie su implacable labor de manipulación.

155: TARDE Y MAL

Cuando a la cobardía y a la ineptitud se las pretende enmascarar bajo una capa de «moderación» y «prudencia, ocurre lo que ocurre…. El golpe de Estado secesionista en Cataluña no hubiera sido posible sin mediar una pasividad escandalosa del Gobierno español. Desde el principio del llamado «Procés» (uno de esos eufemismos que tanto agradan a la maquinaria propagandística del secesionismo), han sobrado razones para «poner pie en pared» y tomar medidas que hubieran frenado en seco la deriva independentista. No solamente se omitió una actuación «de Estado» a todas luces pertinente e incluso obligada, sino que con la habitual pusilanimidad se transfirió la resolución del problema a jueces y fiscales, en flagrante dejación de funciones, con la deliberada pretensión de que les «sacaran las castañas del fuego», cuando era este un asunto que correspondía afrontar y resolver al Poder Ejecutivo y no al Judicial. En este Régimen del 78 ya certificó Alfonso Guerra la «defunción» de Montesquieu, pero el Gobierno del PP ha llevado el aserto al cúlmen del paroxismo. Y todo ello, para finalmente hacer lo que hubo de hacerse cinco años antes, cuando comenzó la rebelión abierta del secesionismo contra España. Por eso, la aplicación del Artículo 155 de la Constitución llega tarde y mal. Incluso, se hubieran evitado la mayor parte de las consecuencias de la inacción gubernativa si, apurando al l.imite, cuando el Parlament aprobó las llamadas «Leyes de Desconexión», que ponían en marcha el golpe de Estado, se hubiera implementado la aplicación del 155. Razones había más que sobradas, argumentos por arrobas, y oportunidad política incuestionable. Nos habríamos ahorrado el bochorno del 1-O, con la Guardia Civil y la Policía Nacional sacrificadas gratuítamente en una batalla perdida de antemano y brindando al separatismo una de esas imágenes victimístas que tan bien rentabilizan ante sus «parroquianos». Ahora, con la movilización del separatismo en las calles, con unas instituciones catalanas soliviantadas y desafiantes, la aplicación del Art. 155 encontrará más dificultades y resistencias de las que hubiera tenido hace mes y medio. Durante todo el «Procés», el Gobierno español ha ido «a remolque» de los movimientos e iniciativas del secesionismo, transmitiendo una sensación de impotencia y falta de convicción pavorosas. Han faltado liderazgo y firmeza, y han sobrado cinismo y miedo. Las claves que han terminado por empujar al Gobierno a actuar han sido la creciente indignación del pueblo español por un lado, y por otra parte, la presión del Capital internacional, aderezada con la fuga de empresas de Cataluña (consecuencia de la primera, sobre todo en lo referente a las entidades bancarias). De no haber confluido ambas circunstancias, el Gobierno Rajoy todavía seguiría «haciéndose cruces» y preguntando a Puigdemont si lo de la Independencia iba en serio o era un chiste…. Es triste, lamentable, que el empujón definitivo para salvaguardar la integridad de España tenga que venir de «los Mercados», ese «factótum» espectral que parece marcar el devenir de los pueblos de Europa. Malos tiempos para la Soberanía, la Independencia y la Democracia…. Ahora queda por ver si el Gobierno (y sus titubeantes aliados, que esa es otra…), es capaz de aplicar con el rigor necesario las medidas que ha propuesto y tiene los suficientes arrestos para superar las resistencias que va a encontrar. Más pasos en falso como los del 1-O, resultarían fatídicos. Si se envía a las FOP a tomar y custodiar los órganos de la Generalitat, es imperativo hacerlo con todas las consecuencias: ni a hurtadillas, ni con «marcha atrás». Y si para cumplir lo previsto es necesario activar la Ley de Seguridad Nacional, se hace. Todo menos quedarse otra vez a medio camino y seguir dando aire al secesionismo.

Otro de los aspectos mal medidos por el Gobierno en la aplicación y desarrollo de las medidas propuestas y amparadas por el Art. 155 de la Constitución, es lo que durante el trámite en el Senado y la entrada en vigor, puedan hacer los secesionistas. Un Puigdemont abiertamente superado por la situación, rehén de sus propias baladronadas (y aún más, de sus socios radicales de ERC y la CUP), resulta especialmente peligroso e imprevisible. A estas alturas y cara a sus fieles, no tiene otra salida «digna», en la mentalidad secesionista, que «morir matando»: Proclamación de la República catalana o ridículo monumental. Existe, eso sí, la argucia tan típica del independentismo catalán, (habituado a convertir las derrotas clamorosas en «épicas victorias» sin ninguna virtualidad) del «sí, pero no». El último ejemplo, la comparecencia del «honorable» ante el Parlament para «dejar en suspenso» la proclamación de la República catalana. La convocatoria del Pleno del Parlament, invita a pensar en que esta vez habrá proclamación; la treta puede estar en que estando convocado el pleno del Parlament para el jueves, y el pleno del Senado sancionando la aplicación del Art. 155 para el viernes, podría provocarse una proclamación efímera, sin efecto real. Unas horas de «glortoso» jolgorio antes del retorno a la cruda realidad. Al menos aparentemente y en principio; los radicales de la CUP y otros «antisistema» podrían intentar en la calle llevar a cabo el propósito. Es lo que antes aludíamos sobre la posición del Gobierno de España y el calado real de su voluntad de llevar hasta el final la aplicación de las medidas previstas y amparadas `pr el Art. 155.

Recapitulando brevemente, nunca debería haberse llegado a esta situación si el Gobierno de España hubiera cumplido sus obligaciones en tiempo y forma, con sentido del Estado y oportunidad política.

Lo que podemos reputar como afirmación incontrovertible es la quiebra definitiva del Régimen del 78. La Constitución está tocada de muerte: una reforma en la dirección apetecida por los secesionistas, únicamente alargará la agonía sin solucionar el problema de fondo. Al cabo de unos meses estaríamos igual o peor que ahora. Y si se consumara, como parece estar acordado a espaldas una vez más del pueblo español, la proclamación de una nación catalana (y otra vasca, se supone) dentro de un fantasmal Estado español, se estaría dando, contra la Historia y el sentido común, la razón que necesitan los secesionistas para reclamar la independencia. Aunque ni uno solo de los actores políticos involucrados en esta farsa lo haya siquiera insinuado, lo que necesita España es un proceso de Refundación de su sistema político: una nueva Constitución, un Referendum sobre si se desea continuar con el disparatado Estado de las Autonomías, y una recuperación de la Soberanía Nacional, tanto de la regalada a la UE, sin conocimiento del pueblo, como de la que se ha ido entregando paulatinamente, mediante chanchullos y chantajes a las CC.AA.

REFERENDUM, DEMOCRACIA, SOBERANÍA

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