Reseña de «Los reyes que no fueron»

Reseña de "Los reyes que no fueron". Iván Vélez

Título: “Proyectos monárquicos en el Río de la Plata. 1808-1825: Los reyes que no fueron

Autor:Bernardo Lozier Almazán

Los reyes que no fueron

Debo a la generosidad de Ignacio Bracht, prologuista de la obra, la lectura del libro, Proyectos monárquicos en el Río de la Plata. 1808-1825: Los reyes que no fueron (Sammartino ediciones, Buenos Aires 2011). Como su mismo título anuncia, el trabajo del historiador argentino Bernardo Lozier Almazán abarca un arco histórico en el que se dieron diversas tentativas para el establecimiento de una monarquía en el pujante virreinato rioplatense. Tentativas que brotaron tras la crisis provocada por el cautiverio de Carlos IV y su hijo Fernando en Bayona como consecuencia de la entrada de las tropas napoleónicas en España bajo el pretexto de someter a la anglófila Portugal. La conmoción provocada por los episodios de Bayona dio paso al establecimiento, ajustado a la lógica del pactum translationis, de una serie de juntas que asumieron la soberanía usurpada por Napoleón. Como solución a la vacatio regis provocada por el Gran Corso, la Corte lusitana, instalada en Río de Janeiro desde el 7 de marzo de 1808, se consideró depositaria de la dinastía borbónica en América. Al cabo, la infanta Carlota Joaquina Teresa Cayetana de Borbón Parma, era hija de Carlos IV y, por lo tanto, hermana de Fernando VII.

Este, el posible reinado de doña Carlota, fue el primer proyecto que se barajó, bajo la atenta mirada e influjo de los agentes ingleses. No en vano, Portugal era, por decirlo de algún modo, aliado de Inglaterra, potencia que codiciaba las bondades del puerto bonaerense y sus posibilidades comerciales. A la opción carlotista se solapó la pedrista, es decir, la que consideraba que el mejor candidato era el infante Pedro Carlos de Borbón y Braganza, primo hermano de doña Carlota, también establecido en Brasil, a la que ella misma postuló. Las alternativas contaban con el impulso del general Manuel Belgrano, hilo conductor de la obra de Lozier, autor de estas palabras, «no me gusta ese gorro y esa lanza en nuestro escudo de armas, y quisiera ver un cetro entre esas manos, que son el símbolo de nuestras provincias», y firme partidario de una monarquía constitucional como salida para un mayo de 1810 que, transcurrido el tiempo, mostró su alto grado de improvisación. A pesar de la reinterpretación de aquellos hechos, lo cierto es que la idea de una república que cortara amarras con la Monarquía española que, como Belgrano reconoció, dio unidad a esos territorios sobre los que se dibujarían nuevas fronteras, vino tiempo después. Hasta el propio San Martín o la poderosa logia Lautaro, como demuestra Lozier, hubieron de plegarse a un posibilismo cuya forma de gobierno era la monarquía, firmemente apoyada por la Santa Alianza europea.

Aceptada la solución monárquica, los candidatos se sucedieron. Desestimados, siempre bajo el interesado control inglés, los dos primeros candidatos, el proceso independentista buscó una testa para ser coronada. De la opción borbónica encarnada en la figura del infante don Francisco de Paula, para el que se redactó una Constitución Monárquica, se pasó a la opción incaica. En pos de una legitimidad que ponía entre paréntesis el periodo virreinal, se buscaron descendientes de del Inca capaces, en palabras de aquellos días, «de electrizar a los indios». Dionisio Inca Yupanqui, coronel del regimiento de Dragones y diputado a las Cortes en representación del Perú en 1812 fue uno de los candidatos. También lo fue el sacerdote Juan Andrés Ximénez de León Manco Capac, si bien, todo parece indicar que el escogido fue el octogenario Juan Bautista Túpac Amaru, hermano del Inca José Gabriel. La opción incaica se intentó hibridar, incluso, con la brasileña. Nada se consiguió, sin embargo, por lo que la búsqueda prosiguió.

El siguiente intento de instaurar una monarquía conduce a Francia y a la figura del príncipe de Orleans, personaje del gusto del francés Pueyrredon y que contó, incluso, con la aprobación de Foreign Office y de la poderosa logia Lautaro. La ambición del elegido, que finalmente reinaría bajo en nombre de Luis Felipe, dio al traste con unas negociaciones que habían avanzado más por la vía del entusiasmo porteño que por las de la realidad. Sin embargo, la búsqueda no cesó. El siguiente candidato llevaba por nombre el de don Carlos Luis de Borbón, duque de Luca. Miembro menor de la dinastía borbónica, si bien, sobrino de Fernando VII, su candidatura decayó, dando lugar a un desesperado rastreo de miembros de casas reales, exceptuada la española, cuyo rey todavía acariciaba la recuperación del antiguo virreinato. Tal y como señala nuestro autor, la vía monárquica dio paso a la caudillista, si bien, la corona seguía conservando su influjo. Así lo demuestran las palabras que pronunció Juan Manuel de Rosas, que en 1836 afirmó que el pronunciamiento de mayo de 1810, hoy interpretado como un acto de afirmación republicana, se había llevado a cabo no como rebelión «contra el Soberano sino para conservarle la posesión de su autoridad, de que había sido despojado por un acto de perfidia».

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