América en el pensamiento alternativo

América en el pensamiento alternativo. Enrique Ravello

Permítanseme unas líneas para agradecer al Profesor Buela y a la Universidad de Lanús haber podido participar en el seminario al que iba dirigido este texto y que ahora se publica en Posmodernia.

Soy español, los tíos de mi abuela emigraron a Argentina a los 14 años buscando un futuro mejor, uno de ellos lo encontró. Desde entonces mi familia sigue ligada a Argentina en todos los aspectos, son ya cuatro generaciones. Crecí entre la bandera argentina que tenía mi abuela encima del piano de su casa, los tangos de Gardel que hacía sonar mi padre los domingos por la mañana, la familia de Mario Alberto Kempes que se instaló en mi ciudad –Valencia- y con la que tuvimos una enorme amistad, y mis viajes anuales a Argentina siempre en búsqueda de los secretos del genius loci local. Estas clases y estas lecturas me han servido para conocer aún más a mi querida Argentina, y por extensión a toda la Patria Grande Hispanoamericana. Muchas gracias

La Metapolítica no estudia solo las categorías que condicionan sino también el pensamiento, así que entendemos América como pensamiento alternativo al globalismo mundialista de matriz anglo-sajona.

El extrañamiento por el nombre

América ha sufrido un extrañamiento por el nombre, los EE.UU. nos lo han arrebatado y además de robarnos el propio nos impusieron otro falso como es el de Latinoamérica.

El término América proviene del nombre de Américo Vespucio, el cartógrafo florentino, quien al regresar de su viaje de 1501-2 narró en una carta editada luego bajo el nombre de Mundus Novus, los contornos de la tierra descubierta por Colón. Fue Martin Waldseemüller (Hylacomilus) quien editó en 1507 Núremberg el mapa general del mundo, con lo datos de Vespuccio, quien denominó por primera vez América al nuevo continente en homenaje al cartógrafo florentino. Etimológicamente el término viene del germánico Amal nombre del fundador de la familia real ostrogoda, que significa trabajo, más la partícula rich/rik (jefe) mando poderoso. Complementario a Américo es Aimerico del gótico harmia (casa) + rik (jefe mando). América “la que manda en el trabajo” o “el que manda en su hogar”.

“Cuando se elige un nombre se elige un destino”

A nuestra América se le han dado varios nombres, y no siempre acertados, dos de ellos, de amplio uso, deben ser descartados: el de Latinoamérica por falsario y perverso; el de Indioamérica, por reduccionista.

Indoamérica cayó afortunadamente en desuso después de los fastos del V Centenario, donde quedó demostrado que su único fin era negar los últimos 500 años de historia americana y en consecuencia todo lo que América es. Si el concepto es erróneo, se debe –entre otras causas- a que deriva de otro concepto que también los es, nos referimos al de “pueblos originarios”, aplicado en exclusiva a los mal llamados indios y mal llamados aborígenes. Los indios son tan inmigrantes como todos los pueblos que han llegado a América. Una diferencia cuantitativa (haberlo hecho antes o después en el tiempo) no significa una diferencia esencial (ser o no “originario”). Llegaron los indios y también vikingos, pero ninguno de ellos la fecundó. No se les puede considerar “los pueblos originarios de América”, sencillamente porque no son ellos los que la originan.

La llegada de los españoles marca una diferencia “esencial”. Contrariamente a las anteriores; fue una llegada que cambió hábitos, usos y costumbres creando una cultura de síntesis. Fue una llegada fecunda. Esta es la verdadera originalidad, la creación de algo nuevo y diferente, por lo tanto, se ha de rechazar el término de pueblos originarios como limitado a los indígenas –que tampoco lo son en sentido estricto, el término más correcto podría ser “primeros inmigrantes”. La llegada de Colón da lugar al originario tipo americano. Este es el hecho metahistórico y hasta metafísico, el desvelar América al mundo, el desvelar América a los europeos que desde entonces solo podrán autoconcebirse como “una parte del mundo”.

“Los pueblos originarios de América” es en realidad el criollo, en todas sus variadas denominaciones, y los arquetipos concretos que de esta originalidad criolla han derivado localmente: huaso, gaucho, cholo, pila, montubio, ladino, guajiro, llanero, jíbaro, charro, etc.

El término Latinoamérica es una construcción política francesa. Michel Chavalier (1806- 1879) lanzó la idea de una unidad latina (la latinité) como oposición a la Europa anglosajona y la extensión del dominio alemán, no es casual que el término surgiera tras la derrota francesa en la guerra franco-prusiana. Esa pretendida unidad latina se proyectaba del Viejo al Nuevo Mundo. Así se lanzó la idea de que la expedición francesa a Méjico, tenía como objetivo recuperar al Méjico que había sido español para la Latinidad con las armas y bajo la soberanía francesa. Si, en concreto, el término Latinoamérica fue usado por primera vez por L.M. Tisserand en la revista Revue des Races Latines, su difusor y propagandista en América fue el franco-colombiano José Tores Caicedo. El término Latinoamérica también denota la voluntad de Francia de ser potencia en un gran espacio continental americano contrario a la América anglo-sajona, en el que se incluirían todos los países Iberoamericanos más los francófonos Haití y Quebec, incluyendo así todos los territorios que hablan una lengua derivada del latín.

Emile Olivier le dio una carga antiyanqui al término que, a partir de los años 50 del siglo pasado, pasó a ser utilizado por las autoproclamadas “fuerzas progresistas”: marxismo, democracia cristiana, sociología del desarrollo, contra el imperialismo norteamericano. También Latinoamérica fue un término usado por la Iglesia católica que en 1869 crea el Colegio Pío Latinoamericano. La conjunción que se dio en Argentina entre Iglesia y el marxismo penetró en el Peronismo, e hizo que ese término llegase a ser usado por Perón después de 1955, como sinónimo de “Patria Grande”.

El término Latinoamérica es el usado por la masonería, la iglesia, el marxismo lo Estados Unidos, suficiente para descartarlo, porque, como nos dicen destacados intelectuales, el término es un ataque a la esencia de lo que somos:

“La guerra intelectual contra la herencia española de las Américas, guerra que culmina con la aceptación internacional del término de Latinoamérica” (Vintila Horia).

“América Latina, un término creado en Europa y desde entonces utilizado por EE.UU., con relación a nuestros países y que disfraza una de las tantas formas de colonización mental” (Hernández Arregui).

Para un pensador de los grandes espacios –postura que hoy defienden el ruso Alexander Dugin y en América el propio Alberto Buela- como fue el belga Jean Thiriart: “Iberoamérica exactamente igual que Europa, debe luchar contra el imperialismo yanqui y contra la subversión comunista simultáneamente. Nuestros enemigos son los mismos y por eso precisamos tal alianza”.

Nosotros “Utilizamos y reivindicamos el término de Hispanoamérica –también el de Iberoamérica-. Lo hispano es el canal de la cultura mediterránea que llega a América” (Profesor Buela).

Tiempo y Espacio.

Pasando del nombre al contenido, América ha sido definida de varias maneras:

Para la Iglesia, es el continente para la esperanza, pero la esperanza es una virtud teologal, y aquí lo que pretendemos hacer es metapolítica no teología.

“Latinoamérica para la Humanidad”, es un concepto vacío propuesto por Leopoldo Zea. “La Humanidad” es un término tan vago que se convierte en vacío, transformándolo así en un universalismo más, que anula en definitiva el derecho a la diferencia de los pueblos de Hispanoamérica.

Sostiene el profesor Buela (Buela 1990) que entender América supone responder a: ¿qué es América? Y América es “un espacio geográfico continuo que se ha diferenciado del resto del mundo por su capacidad de hospedar (hospitari) a todo hombre (hospitis) que viene de lo “no-hóspito”, entendiendo esto último en su más amplia acepción. Así pues, América es lo hóspito y los americanos sus huéspedes. Pero lo hóspito que no se limita a la capacidad de acoger (de ser refugio) sino la de albergar, de asentarse y fundar, es decir de crear América. América como espacio hóspito y novedoso permite crear un mundo distinto al mundo inhóspito de partida. América mediante el trabajo que nos señala su etimología es la posibilidad de realizar un proyecto no desde ninguna utopía sino desde nosotros mismos, como también dice la etimología, somos señores y dueños de este territorio hóspito.

Nuestra América criolla “ni tan india ni tan blanca”, es un proyecto (no una transposición) que surge de la mixtura de dos grandes cosmovisiones: la aborigen precolombina y la europea hispánica, dando lugar a una nueva cosmovisión, diferente a las dos de las que está compuesta. Y que no es un mero trasplantar de Europa a Amércia como hizo el colonizador anglo-sajón.

De esta mixtura nace también un concepto tan propio de la América criolla como incomprensible para el “otro”, nuestra propia noción del tiempo, que es antitética al Time is Money estadounidense y del laissaire faire de la Europa decadente. Una noción nuestra del “tiempo americano” que surge de la simbiosis entre la matriz telúrica y la holística de jerarquía y valores objetivos de la cosmovisión católica medieval. El hispanoamericano vive el tiempo como un madurar de las cosas, leemos en el Martin Fierro “el tiempo es solo la tardanza de lo que está por venir”, tardanza en el sentido de espera y el éxtasis temporal del avenir; tiempo así entendido que nos vincula con nuestra propia geografía (estar), que impone al hombre americano sus tiempos regulares, un tiempo americano que es dimensión del espíritu íntimamente vinculado al paisaje y a su geografía colosal, en contraposición al tiempo/dinero de la sociedad de consumo de matriz estadounidense enfocada en el “ser alguien”.

Religión y Modernidad

América fue descubierta cuando empieza la Modernidad, pero no es en absoluto producto de ésta.

América es la simbiosis de dos cosmovisiones, la india y la católica bajo-medieval (es decir, premoderna), anterior al ecumenismo vaticano-mundialista y al vacuum barroco. Anterior también a los jesuitas que fueron los últimos en llegar (80 años después del descubrimiento) y los primeros en ser expulsados (1767). Fue un catolicismo que llegó con las órdenes de los dominicos (1510), franciscanos (1513), y agustinos (1523). Catolicismo que, como corresponde a la América criolla, se presenta de forma heterodoxa por causa de esta mixtura propia, es en esta heterodoxia de simbiosis donde se encuentra su fuerza –que podemos concretar como ejemplo en las varias adoraciones a la Virgen bajo diferentes advocaciones-. Esta mixtura del catolicismo con lo indígena es lo que le hace más inmune al avance de las sectas protestantes yanquis y al racionalismo cristiano europeo y su “teología de la liberación”.

El catolicismo americano está asumido inicialmente por nuestros pueblos –más allá de su práctica personal o no- siendo antropológicamente insustituible como elemento constitutivo esencial de nuestra ecúmene, hay que citar la frase del profesor Buela: “Europa no nació cristiana, América sí”.

Argentina: la tradición nacional. De Argentina a la Patria Grande

Hasta 1776 Argentina es parte del Virreinato de la Plata. Desde el descubrimiento a esa fecha podemos señalar dos etapas en el Conjunto del Virreinato de la Plata y, en general, de toda Hispanoamérica.

El siglo XVI fue el del caballo, la etapa en la que se da la ubicación en el territorio, mientras que el siglo XVII es el siglo de los juristas, el siglo de la organización de América, es cuando comienza la filosofía. El primero que se ocupó de Hispanoamérica fue Biscardo en el ya lejano 1792.

Argentina se distingue el resto de pueblos de América porque tiene una fundada Tradición nacional. En un mundo atrapado por el avance de la disolución globalista, reforzarse en la Tradición nacional es la única defensa posible. Tradición, del latín traditio, es decir la acción de entregar, de transmitir, el traspaso de generación a generación de las cosas validas que la conformaron. Tradición que no es conservadurismo y para la que lo que tiene valor, lo tiene no por ser más o menos “viejo” en el tiempo sino por ser portador de valores que van más allá del tiempo, por eso la Tradición es algo que está permanentemente vivo.

Hablando propiamente de Argentina, la expresión de la Tradición nacional tiene tres hitos fundadores: Facundo: civilización y barbarie (1845) de Domingo Sarmiento; Martin Fierro (1872-79) de José Hernández y El Payador de Leopoldo Lugones (1916). Sería justo, aunque sólo sea nombrándolos, mencionar a dos autores importantes, aunque generalmente ignorados: Joaquín V. González con su La tradición nacional (1888) y Ernesto Quesada que publicó en 1892 En torno al criollismo.

En Facundo civilización y barbarie, Sarmiento intenta desacreditar a Rosas, su gobierno (1835 -52) y su personaje más destacado, Facundo Quiroga. Sarmiento, partiendo del falso binomio civilización/barbarie; equipara al Campaña del Desierto rosista con la barbarie. Para Sarmiento el mal de Argentina es su población criolla a la que propone sustituir por europeos para transitar de la barbarie a la civilización que estos nuevos colonos se supone que aportarían. Sarmiento parte de un gran error, pero hay que señalar que al inicio de su obra describe el locus geni argentino, al describir al criollo bajo diferentes formas concretas: rastreador, baqueano, gaucho malo y cantor. Sarmiento, aunque no lo quiera, fue totalmente americano, pero estuvo marcado por aprioris de su formación ideológica: romántico, liberal: europeo y mimético; unitario y antirrosista; masónica y anticatólica.

El Martin Fierro nos habla de las visicitudes del gaucho de la Pampa (ese espacio típicamente americano), explotado y sometido a los arbitrios de la gran ciudad. Con un lenguaje, versificación y temática estrictamente criolla. Es la mayor expresión literaria del ser argentino y el mayor poema épico de Hispanoamérica. En el poema se conjugan dos realidades: el drama de la Historia patria y las etapas del hombre por ejercer su libertad.

El Payador es el producto de seis conferencias del autor, es -45 años después de su publicación- la primera gran reivindicación de Hernández y Martín Fierro como poema épico: “El gaucho y no el español, fue el héroe y civilizador de la Pampa”. El autor se nos muestra aquí como un verdadero criollo y no como el afrancesado que fue.

1.2 Los valores de la Tradición nacional

Los tres autores citados –políticamente muy diferentes entre sí- muestran la representación colectiva de “lo argentino”. Los valores, el genius loci que reflejan la gran contradicción argentina: valores y genius loci premodernos por un lado y representación política basada en el Parlamentarismo y democracia típicamente moderna por otro. Amén de la partición política de ecúmene hispanoamericano en una veintena de repúblicas de génesis e ideología modernas, algo que ya señaló Sarmiento, aunque él se decantara por los “moderno” de imitación francesa y norteamericana.

En realidad, criollo es quien comparte los valores, fundamentados (y premodernos) del “alma hispanoamericana”: sentido de la libertad, respeto a la palabra empeñada, sentido de la jerarquía y preferencia por sí mismo.

1.3 Desarrollo de la Tradición nacional

En el desarrollo de la tradición nacional argentina podemos señalar las siguientes fases:

Introducción del Positivismo (1880-1896), donde destacan figuras como Ramos Mejía, Ameghino, Pirovano. Hay que enfatizar –como señala Nimio de Anquín- el carácter originario que tiene para nosotros el positivismo, cuando se centra en la cognición de las individualidades entitativas: la ontocidad americana, de la que hablan él y Kusch . Así, el Positivismo sería el primer bosquejo del pensamiento iberoamericano.

La expresión de estos autores logra en la Generación del Centenario (1910) con Lugones, R. Rojas, M. Ugarte y S Taborda.

Posteriormente pasamos a las Generaciones del 25 y del 40 que se complementan como un todo con lo más destacado del pensamiento argentino en todos los ámbitos: Guerrero de Anquín, Astrada, Sixto Terán, Borges, Ortiz, Sepich, Tomás Casares, Meinvielle, Ernesto Palacio, Marechal, José Luis Torres y un largo etcétera. Es Perón quien en 1949 la organización del Congreso de Filosofía otorga capacidad de todo este conjunto de autores.

Más tarde la generación del 60-70 tuvo la novedad de la “izquierda nacional”: J.J. Hernández Arregui, J.A. Ramos. También de los “cristianos comprometidos” con la causa nacional como Eggers que será continuado por R. Kusch y J Scannone.

En los años 90 se sitúa la experiencia única de la revista Disenso (1994-99) dirigida por Alberto Buela y Horacio Gagni. Disenso se propuso la articulación de un pensamiento de ruptura con la opinión pública metapolítica en América.

En el siglo XXI, las redes sociales e internet han transformado la forma de expresión: pocos libros impresos y revistas de papel, y muchos pseudoensayo de “copia y pega”.

1.4 Nacionalismo continental

Necesaria referencia al ensayista chileno Eduardo Bello que fue innovador al usar ese término.

Hay que señalar la divergencia entre el nacionalismo –en tanto que ideología y justificación del Estado-nación- nacido en Europa y el nacionalismo, por lo tanto, importado como realidad ajena e importada en Hispanoamérica, vía intereses ingleses anti-continentales. La diferencia esencial consiste en que el estado en Europa surge de la nación y en Hispanoamérica es a la inversa, es el Estado el que crea la nación.

En América se creará un Estado-nación –conceptualmente de importación- que será republicano y liberal, nacionalista “fronteras para dentro” y encarnado por las oligarquías locales –de obediencia no siempre tan nacional- ajenas a la visión continental. Una expresión de este Estado liberal, hijo putativo de Inglaterra será el “nacionalismo mitreista”, elitista carente de encarnadura popular. Ese nacionalismo del siglo XIX que nos hizo cambiar el amo inglés por el amo americano y fue el culpable de “las guerras civiles” entre países hermanos, en América.

Este nacionalismo liberal de génesis externa tuvo también en América su “variante antiimperialista” que sólo tomó de Lenin su aspecto “latinoamericanista” pero que fue en todo lo demás un producto estalinista. Un nacionalismo marxista de importación que marcó el máximo extrañamiento con nuestra América negando nuestras tradiciones más profundas, nunca superó la idea de Estado-nación y sólo fue “latinoamericano” propagandísticamente.

América se forma como ecúmene cultural de carácter continental con el descubrimiento hispánico: lengua, religión e instituciones le dan ese carácter de unidad que también debería ser de “unidad de destino”. De esta realidad ecuménica surgen, intermitentemente en el tiempo, intentos de construcción y de concreción de una “Patria grande”, es decir la articulación política de esta ecúmene histórico-cultural continental. Intentos abortados por los enemigos históricos de esta unidad continental o los que ven –no sin razón- como antítesis a su voluntad de dominio y sometimiento.

Este nacionalismo continental tuvo una segunda manifestación en las luchas por la independencia y la idea de Simón Bolívar de crear los Estados Unidos de Sudamérica, como la nación más grande del mundo. Pero su concreción falló en el Congreso de Panamá (1826) por dos motivos: La oposición de las oligarquías locales y sus nacionalismos de patria chica y por el error de Bolívar de invitar a EEUU al Congreso.

En el contexto de las guerras hispano-norteamericana (1898) reaparece este nacionalismo continental siendo el Ariel (1906) de José Enrique Rodó y el arielismo o generación del Centenario, su expresión completa. J Vasconcelos, G Zeldumbre, García Calderón y M. Ugarte recrean en sus obras la idea de “creación de un continente” y de la “Nación Hispanoamericana”.

Esta tercera etapa añade el elemento del “antiimperialismo” o la idea de “gran espacio”. Fue una etapa limitada en lo intelectual y sin ninguna plasmación política concreta en el momento, aunque sus efectos si tuvieron concreciones políticas años después: Sandino en Nicaragua (1927-32), el Aprismo de Víctor Haya de la Torre desde 1924 y desde 1945 el Peronismo y su idea de unión continental. En estos movimientos la idea de Patria grande y la unidad continental fue siempre, excepto en Sandino, hispano o latinoamericana.

La Patria grande no es una utopía, sino la recuperación de algo que ya existió y de lo que se propone su restauración. En el futuro sólo la construcción de grandes estados continentales autocentrados podrán ser un freno a la globalización. Para los iberoamericanos esto significa la concreción de la unidad continental basada en el nacionalismo de Patria grande.

El castellano y la ecúmene de resistencia al globalismo.

De principio hay que hacer una afirmación veraz y firme, aunque muchos la intentan ocultar o manipular: el castellano es hoy la primera lengua del mundo. El inglés no llega a los 400 millones de hablantes, el chino no lo es, sino que son 129 lenguas incomprensibles entre sí. El castellano es además la lengua de 19 estados en América y de 22 en todo el mundo. Los 22 países que tienen el castellano como elemento aglutinador existencial hacen que éste tenga más poder que el que le dan sus países hablante al francés o el inglés, lenguas que son fundamentalmente vehículos de comunicación. Amén de señalar la importancia del español en la potencia talasocracia dominante (EE.UU.), donde suma 45 millones más de hablantes. Añadir que el aprendizaje del castellano aumenta rápidamente en el territorio de la (ex) potencia británica, donde los súbditos de su Majestad tienen al castellano como segundo idioma preferido según revelan recientes estudios (i). Es un imperativo categórico que alguno de nuestros gobiernos asuma una política internacional de poder fundamentada en el vigor y la potencia del castellano, pero cabe preguntarse –como señala el profesor Alberto Buela-, si nuestras clases dirigentes están capacitadas para “superar la política de cabotaje”. En esta concepción del castellano como elemento de poder ha de ser en clave anti-imperialista, un idioma que fue imperial pero nunca imperialista debe ser elemento de contención y oposición de la lengua franca de la talasocracia anglo-estadounidenses.

Guerra semántica

La manipulación del contenido, su malversación semántica modulada por lo políticamente correcto y la reducción de vocablos con el consiguiente empobrecimiento del léxico son partes de la actual guerra semántica. Privándonos de la palabra y de su contenido se nos priva del conocimiento del mundo exterior. Así, negando a la palabra su capacidad de designar el mundo se nos lleva al relativismo filosófico. Recuperar el uso genuino y el significado profundo de las palabras es la tarea primera y necesaria de los que se oponen a ser rebajados de su categoría de hombres.


i. https://www.larazon.es/cultura/este-idioma-favorito-britanicos-despues-ingles-nos- sorprende_2023012763d380173c81f20001e57116.html

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