Aquel Discurso de la República

“Hablar de España en un tribuna pública ha estado vetado a los españoles desde que el poder residual de la dictadura les otorgó la gracia de las libertades. Decir la verdad sobre España como hecho nacional, en esta transición inacabada de la dictadura a la libertad política, es un acto de subversión de los valores”

Era el año 1.994 y era la primera vez que escuchaba su voz. Fue en Madrid y ante una sala en la que no cabía un alma más, aquellas palabras que denunciaban la democracia que no teníamos y la corrupción de una transición que fue una estafa enardecieron a la multitud de corazones que presenciábamos como un hombre, solo un hombre, era capaz de poner en pie a su auditorio. Antonio García-Trevijano se llamaba. Y nos acaba de dejar.

Notario en excedencia, abogado hasta una edad tardía y madura, profesor de Derecho Mercantil , había confeccionado una Constitución de Guinea Ecuatorial que nunca vio la luz. Opositor a Franco. Estuvo en Carabanchel siendo ministro de la Gobernación Manuel Fraga. Procesado varias veces por el Tribunal de Orden Público. Cuando presenció en qué quedaba la tan alabada “Transición” abandonó toda actividad política en 1.976.

Como más tarde aprendí de Gustavo Bueno, el hecho nacional, el solo nombre de España debía ser desligado de todo régimen político. Decía Trevijano que España no podía ser impuesta o depuesta del discurso público por coacción social de cualquier forma política. Denunció, como nadie desde un plano no conservador pero tampoco marxista, como la clase trabajadora había sido alejada del poder político y social, cómo partidos como el socialista y comunista y los sindicatos habían sacrificado esos intereses sociales por la ambición personal de entrar a repartirse el poder y los presupuestos del Estado de los que –denunció ya entonces y viendo los 12 años que llevaba Felipe González en el poder- habían hecho de todo ello una forma de vida.

Su discurso no sólo evidenció la farsa de una Transición sin poder constituyente, sin división de poderes y sin poder real del pueblo sobre sus dirigentes, Trevijano, desde su fina pluma de jurista y político se refirió a la cuestión nacional para, una vez más en nuestra reciente crisis de identidad, definirla.

España son los que están y los que “fueron”. Tan nacionales eran para él las acrópolis como las necrópolis, los vivos como los muertos, los museos como las escuelas, las fábricas como las iglesias. Los españoles lo son no porque “están en”, sino porque “son de” España. En esa inelegibilidad de la tierra que nos cobija está el gran misterio y destino de lo que somos.

Crítico con los romanticismos separatistas y el mito de la autodeterminación, atacó con dureza a los que deseaban partir en varias mitades morales, o en mil pedazos territoriales el alma nacional de España. Como tampoco pudo ser de otra forma Trevijano denunció los intereses espurios de Estados Unidos y Alemania para evitar el crecimiento de España como potencia y su tránsito a una auténtica democracia nacional y soberana. De él salió la denuncia de haber entregado lo mejor de nuestra industria al capital extranjero, haber dejado indefensa a nuestra pequeña y mediana empresa en el mercado de la Unión Europea y haber aplicado la doctrina del Fondo Monetario Internacional conduciendo a España a un paro endémico destruyendo por el camino el Estado de Bienestar a cambio de una lustrosa rentabilidad para el capital financiero , crediticio y especulativo. Y por el camino de ese desastre el pueblo español fue perdiendo los resortes como Nación para responder a esa ofensiva.

Frente a ese análisis, Trevijano enunció «El Discurso de la República» como propuesta. Su actitud, su programa sigue inédito y constituye, para los que hoy se asoman a la crisis no resuelta de España en este avanzado siglo XXI todo un camino inédito a recorrer.

Desde su inagotable sed de libertad individual (que tanto me recordaba al mejor Unamuno) nos advertía con palabras de Nietzsche: “El bandido y el hombre poderoso que promete a una comunidad protegerla del bandido, son tal vez dos seres similares, con la única diferencia de que el segundo toma su beneficio de una forma distinta que el primero” (El viajero y su sombra, 1.880).

Se nos ha ido mucho más que una voz, se ha marchado una inteligencia que, como muchas otras que ya forman parte de nuestra Historia, desearíamos su compañía en plena luz de su juventud y vigor. Quedan sus libros, su vida y su ejemplo. Que la tierra española te sea leve y acoja amigo. Que tu patriotismo fecunde el futuro.

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