Basura blanca

Basura blanca. Oscar Cerezal Orellana

De vez en cuando unos viejos amigos que compartimos vivencias desde la infancia nos juntamos a rememorar batallas. Los hay de todo pensamiento y condición, a los que la vida nos ha llevado por diferentes derroteros. Uno de ellos, en los acalorados debates con litrona de la mano de la adolescencia, siempre tenía unos ramalazos comunistas en sus posiciones que pasados los años era evidente que no eran más que una socialdemocracia clásica sin los complejos que da la edad.

Volviendo al hilo de los reencuentros ocasionales me viene a la cabeza uno reciente, donde este viejo amigo expresó con cierta sorna que siendo un hombre ya casi cincuentón en desempleo, blanco y heterosexual se sentía totalmente abandonado por las políticas mayoritarias en general y por la de la izquierda en particular. “¡Al final voy a tener que votar a Vox!” terminó diciendo.

Cuento esto, porque me recordó la ya tan conocida historia de lo que en Estados Unidos se llama “basura blanca” o “red necks” (cuellos rojos, en referencia a que tenían trabajos manuales al libre) que es como se conoce a esa inmensa masa de norteamericanos blancos de clase obrera que abandonados por las élite progres demócratas de las dos costas y ajenos a la política identitaria de lo woke y posmoderno abrazaron con entusiasmo a otro representante de la élite, Donald Trump como defensor de sus intereses o respuesta de sus quejas.

Cuando en España uno ve la deriva de las políticas de la izquierda woke y de la derecha liberal da que pensar si no estamos de lleno en la consolidación de una “basura blanca” con características propia que responda de forma masiva al abandono que una gran parte de la población siente cada días más por parte de los partidos sistémicos. Si ya no cumples 30 años o menos de 65, eres español de nacimiento, no perteneces a ninguna de las decenas de identidades sexuales en boga y además eres hombre (o mujer alojada fuera de las grandes urbes), es fácil sentirse un olvidado por la agenda de los grandes discursos y anuncios políticos, apareciendo en los medios solo como una especie de bárbaros a extinguir por proto machistas, racistas y patriarcales.

En La Trampa de la Diversidad Daniel Bernabé, un izquierdista linchado por la nueva izquierda posmoderna, exponía que “desde la socialdemocracia hasta las casas “okupa”, la izquierda ha manejado unas respuestas que no están a la altura. Muchas de las tesis identitarias de la izquierda se han vuelto indefendibles en la calle, pero la ultraderecha cada vez tiene más fácil comunicarse con la gente de los barrios pobres. Por ejemplo, tengo un amigo punk cuyo mayor miedo es que los islamistas pongan un velo a su hija. Cuando la derecha conecta mejor con un punk que la izquierda es que algo falla.”

Es evidente que si izquierda y derecha aparecen ante los ojos de una parte importante de las clases populares, como las dos caras de una élite contraria a sus intereses materiales y culturales es cuando pueden aparecer con posibilidades de éxitos otros discursos que si bien no tienen porque resolver o representar fielmente sus necesidades si son oídos por agrado ante tanto sentimiento acumulado de agravio liberaloide. Y en España a día de hoy es Vox quien puede ser ese banderín de enganche de muchos nuevos indignados con el estado de las cosas, aunque como dijo Juan Manuel de Prada a día de hoy “Vox no va mucho más allá de lo que fue Alianza Popular en los 80”.

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