Choque de trenes en el medio oriente

El Reino de Arabia Saudita y la República Islámica de Irán libran una conflicto por la supremacía en la zona de Oriente Medio. Ambos países aspiran a ser los líderes de su fe en el mundo musulmán, sunnitas en Arabia Saudita y chiitas en Irán. Aunque el islam se precia de ser un sistema religioso unitario, las divergencias y los enfrentamientos sectarios se han producido desde sus orígenes.

La religión islámica se enfrentó a su primer cisma con la muerte de Mahoma, en el año 632; la elección del sucesor dividió a los musulmanes en dos bandos: unos consideraban que debía ser conjunto de los integrantes de la comunidad del profeta (la Sunna), mientras que otros argumentaban que debían continuar la línea familiar del difunto. La rama de los chiitas —forma abreviada de “chíat-u-Ali”, que significa “partidario de Alí”— se convirtieron en los grandes perdedores del conflicto civil, al consumarse la victoria del rebelde gobernador de Siria, Muawiya (fundador de la dinastía de los omeyas) sobre los partidarios del califa Alí, en la batalla de Siffin (654 d.C.). Mil trescientos años después, comprobamos de qué modo la división religiosa sigue marcando la geopolítica en el mundo islámico: con el declive del socialismo árabe, en la zona de Oriente Medio se produce una seria confrontación entre dos superpotencias regionales, Arabia Saudí e Irán; aunque no es probable una guerra entre ambas naciones, nos es posible afirmar, gracias al mapa de Emmanuel Péne, que el choque se produce por las llamadas guerras proxy (guerras subsidiarias), dado que ambas potencias apoyan y financian a Gobiernos, grupos de oposición legales o ilegales, grupos de insurgencia, etc. con el fin de extender su influencia en el territorio o debilitar la de su rival.

La invasión de Irak, en 2003, trastocó el sistema de poder en la región. La democracia, amparada por los americanos, ha llevado a los chiíes al poder (aunque éste es, en teoría, compartido con sunníes y kurdos) y ha aumentado la influencia de Irán en la zona. El nacimiento y crecimiento del Estado Islámico ha dado lugar a que la influencia del país de los ayatolas se vea incrementada gracias al apoyo prestado tanto al Ejército regular iraquí como a las milicias paramilitares chiíes que se enfrentan al DAESH; por otra parte, Arabia Saudí ha mantenido su apoyo a los opositores sunnitas, ejerciendo, con respecto al EI, una insólita política que ha levantado las suspicacias de Occidente.

Por su parte, Yemen sufre una guerra civil desde 2014, año en que los combatientes hutíes tomaron la capital, Saná. En 2015, Abd Rabbuh Mansur al-Hadi, antiguo presidente (depuesto por los insurgentes hutitas) es liberado y marcha a Adén, desde donde no reconoce al Gobierno de Saná y reaviva el conflicto. Para empeorar, aún más, la caótica situación de Yemen, los movimientos yihadistas, vinculados a Al-Qaeda, ocupan territorios en el centro del país. En el plano internacional, los hutitas (Houthis) son apoyados por Irán (zaidíes, fieles de una rama del chiismo) y levantan las alarmas en Arabia Saudí, dándose pie a una intervención militar que, evidentemente, llevaría a cabo una coalición de países sunnitas, dirigidos los saudíes, llamada “Tormenta Decisiva”, con el objetivo de repeler a las fuerzas hutíes. Tuvieron poco éxito.

En el norte avistamos otra contienda civil. Las protestas llevadas a cabo contra el Gobierno de Bashar Al Assad, en lo que dio por llamarse “Primavera Árabe”, comenzaron en el 2011. Por el ser el conflicto de Oriente Medio más mediático, no nos vamos a detener mucho tiempo en explicarlo. Esta guerra civil hace tiempo que se ha convertido en una guerra subsidiaria en la que intervienen diferentes potencias: el gobierno de Al Assad es respaldado por su propio clan (los alauitas), las minorías religiosas (drusos y cristianos, por ejemplo) y una parte de las clases medias y altas sunnitas, así como, en el ámbito internacional, por las milicias chiítas de Hezbolá, el gobierno chíta de Irak, y Rusia, que ha llegado a intervenir militarmente en el conflicto. Irán no se ha conformado con un apoyo económico, logístico y de material, y ha enviado unidades de la guardia revolucionaria para enfrentarse a los insurgentes. En el otro lado, Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Arabia Saudita, Turquía y Qatar han constituido los principales apoyos de los llamados “rebeldes”; los sauditas, de fe sunita, se han convertido en su principal respaldo. La implosión y fragmentación de los rebeldes en grupos como la “oposición moderada” (apoyada por EEUU, la Unión Europea y la Liga Árabe) o el Frente Al-Nusra (en relación con Al Qaeda, financiado principalmente Quatar) y las victorias militares del Gobierno no presentan un futuro muy halagüeño para los intereses sauditas en la zona. Aunque, de cara a la comunidad internacional, esto es, oficialmente, el Estado Islámico es enemigo de Arabia Saudí, continúa recibiendo fondos y reclutas de fuentes privadas… ante la pasividad de las autoridades saudís.

En Bahréin, la monarquía sunita gobierna sobre la inmensa mayoría de la población chiita. En el 2011, siguiendo la estela de la Primavera Árabe, los chiitas salieron a la calle para manifestarse: tras una violenta represión, empezó a exigirse el fin de la dinastía y de la institución; la situación condujo a que Arabia Saudí y el Consejo de Cooperación del Golfo enviasen tropas para restaurar el orden en la isla. El Ejecutivo de Bahréin asegura haber abortado un complot iraní contra su país y otras monarquías sunitas del golfo. La tensión diplomática con Irán ha aumentado, al considerar el Gobierno que la oposición está siendo instrumentalizada por el citado Estado.

Qatar es el último país que hemos visto implicado en esta Guerra Fría en el Oriente Medio, tal y como ha afirmado Tali R. Grumet. Aprovechando su despegue económico (tras el descubrimiento de un gigantesco depósito de gas), ha intentado liberarse de la influencia saudita, en una acción que ha sido interpretado por la casa de los Saúd como una amenaza a su influencia en la zona del golfo. Tras la visita de Donald Trump, que ha vuelto a señalar a Arabia Saudí como su aliado preferente en la zona, la monarquía saudí ha lanzado una advertencia a Qatar; más allá de la hipócrita declaración de apoyo al terrorismo, subyace es una pugna latente por el predominio en la zona del golfo Pérsico, así como una advertencia, por parte de los sauditas, para garantizar que persista el aislamiento que experimenta el país iraní.

El larvado enfrentamiento entre Arabia Saudí e Irán puede agravar las tensiones en otras zonas como el Líbano, y se lleva, también, al plano económico, como puede comprobarse en la guerra de precios del petróleo. Podemos asegurar que la Guerra Fría irano-saudí ha desplazado, en importancia en la zona, al viejo conflicto entre árabes e israelíes.

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