Cultura, televisión y felicidad

Pretendemos en este artículo abordar tres nociones que forman parte importante del ámbito de ideas que constituyen y construyen nuestra cotidianeidad. Me refiero, evidentemente, al infecto presente en marcha que ahorma y conforma España. Pues las nociones de Cultura, Televisión y Felicidad son tres ideas bien complejas que remiten a una multiplicidad de contextos empíricos, fenoménicos y esenciales donde las mismas, entretejidas con otras, como por ejemplo las de conocimiento, identidad, apariencia, verdad, ética, moral, política, etc., estructuran la mentalidad, los hábitos y creencias, de los españoles.

Y la filosofía que uno pueda ejercer, como taller y geometría de las ideas y siempre en polémica con otras filosofías, cuando no en franco combate con mitologías oscurantistas e interesadas ideologías, ha de partir de contextos mundanos. Y esto aunque sólo sea, y en el espacio de un breve ensayo, para problematizar ese mundo de creencias que constituyen la piel en la que habitamos, pues recordemos con Ortega que las ideas se pueden tener o no, pero en las creencias estamos. Somos lo que creemos, pero también somos, desde el magisterio socrático, aquello que podemos poner en tela de juicio. Y no para hacer una criba nihilista, sino para atisbar al menos la complejidad que nos envuelve. En esto consiste la crítica filosófica, su racionalidad. En clasificar las ideas con rigor sabiendo que esta sistematización siempre es provisional, pues la filosofía no ofrece cierres categoriales consolidados como las ciencias físico-naturales. Y para ello, y en el tema que nos ocupa, es necesario tener en cuenta los conceptos ligados a la cultura, a la televisión y a la felicidad.

Así pues y si comenzamos por la primera noción, tenemos que apuntar brevemente lo siguiente: la Antropología Cultural es uno de los campos, en el seno de las ciencias humanas, donde más se estudia la pluralidad de conceptos de cultura. Ya Tylor en su obra Primitive culture, y en 1871, afirmaba que cultura o civilización, en sentido etnográfico amplio, es aquel todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros hábitos o capacidades adquiridos por el hombre en cuanto miembro de la sociedad. Y en 1952 Kroeber y Kluckhohn recogían hasta 164 definiciones diferentes de cultura. Para dichos autores ésta era todo aquello que se transmite entre humanos por medios distintos de los de la herencia biológica. El desarrollo de la Etología como ciencia, que demuestra la existencia de transmisión de aprendizajes entre animales, hace aún más compleja la idea de cultura, pues hoy se reconoce la existencia de culturas animales. Más recientemente y para Marvin Harris la cultura sería el conjunto aprendido de tradiciones y estilos de vida, socialmente adquirido, de los miembros de una sociedad, incluyendo sus modos pautados y repetitivos de pensar, sentir y actuar (es decir, su conducta). En definitiva, la cultura supone la transmisión de todo tipo de información a través del aprendizaje, dándose éste siempre en un contexto social más o menos organizado.

En España Gustavo Bueno, en El mito de la cultura (Prensa Ibérica, 1996), hace un rastreo de toda la problemática subyacente a la idea de cultura. Constata que la palabra cultura está hoy mitificada en grado sumo. Un grado tanto más elevado cuanto más confusa es la utilización de dicha expresión. Decir de algo: un artefacto, un evento, una institución, que es “cultura” o que constituye un “bien cultural” parece que pone al abrigo de toda crítica a dicha realidad. La idea de cultura deviene así en una idea-fuerza. Es más, en una idea metafísica. Para evitar esta mistificación es necesario distinguir aspectos morfológicos de la idea de cultura. Así se aprecia en ella una capa subjetual o intrasomática, social o intersomática y material o extrasomática.

No obstante, lo más importante aquí es rastrear el nacimiento y maduración de la idea metafísica de cultura en la filosofía alemana, en el seno del Idealismo y tras el proceso de “inversión teológica” que se inicia con el Renacimiento y el Racionalismo. A partir de Herder, pero sobre todo con Fichte, la “Cultura” ocupa el lugar privilegiado que la “Gracia santificante” tenía en la cosmovisión cristiana medieval. Todo este proceso de secularización se asocia ahora a la noción de “espíritu de un pueblo” y a renglón seguido a la idea de Nación, a través de las de “Estado de cultura” y de “Lucha por la cultura” (Bismarck y la Kulturkampf). Y es esta idea de cultura la que “sopla” hoy en día en instituciones como las “casas de la cultura” y el proyecto mítico de una “cultura universal”. De alguna forma podemos subrayar que la “cultura”, mistificada, reificada pues, es hoy el nuevo opio del pueblo, tal y como éste era concebido por Lenin cuando calificaba a la religión. Precisamente por ser esto así (aunque parezca lo contrario), expresiones como “los toros son tortura y no cultura”, son de un oscurantismo y de una ingenuidad manifiestas. Sucede, como en tantas otras cuestiones y opiniones mundanas, que está más sucia la escoba que barre que la basura que quita.

Y es en este marco, el del “mito de la cultura”, de hondas raíces anticatólicas y anticlericales, donde ahora procede encuadrar el papel que juega la Televisión en nuestras sociedades en los últimos cincuenta o sesenta años, ya que el ente televisivo es un sistema constituido por un núcleo tecnológico y un cuerpo institucional, que se mantienen entre sí en constante interacción determinando su desarrollo conjunto. Y si la televisión es una idea, tal y como la estudia Bueno en Televisión: Apariencia y Verdad (Gedisa, 2000) y en Telebasura y democracia (Ediciones B, 2002), es porque compromete a las de identidad, apariencia y verdad de forma novedosa, ya que el fenómeno televisivo no se deja reducir al cine, a la radio o a la prensa escrita.

Por ello es necesario distinguir entre “televisión formal” y “televisión material”. Lo específico del ente televisivo es la “televisión formal”, lo cual nos permite establecer los modelos lógicos de relación entre televisión y mundo, y las doctrinas de la verdad y las filosofías de la ciencia con las que se corresponden. Para quien considera que todo lo que aparece en la pantalla está incluido en el mundo, pero no a la inversa, la verdad será un desvelamiento, lo cual es lo propio de la estrategia descripcionista; si todo lo que aparece en la pantalla no está incluido en el mundo, pero sí a la inversa, la verdad de la televisión será una suerte de coherencia, lo cual es propio de la filosofía teoreticista; si la inclusión de la pantalla en el mundo y del mundo en la pantalla tiene valor uno en ambos casos, tenemos la verdad como correspondencia tal como la concibe el adecuacionismo. Por último, si la inclusión tiene valor cero en los dos casos, mundo y televisión constituirían verdades incomunicadas, visto esto desde el circularismo gnoseológico. Pero lo importante es entender que la televisión formal, por ejemplo la de la emisión en directo de un telediario donde se muestran escenas de una guerra o de un atentado terrorista, es el ejercicio actual del platónico “mito de la caverna”. Luego lo esencial de la televisión, lo que realmente la define y diferencia, es la clarividencia. Y así sólo la “televisión material” podría verse como cine “enlatado” (como cuando pasan una vieja película por la pequeña pantalla).

Además, la expresión “telebasura” se ha puesto de moda desde hace unos años con intención clasificatoria peyorativa, pero si no se clarifica, sino se analiza, el concepto mismo de “basura” sería una basura. Cabe pues distinguir entre “basura desvelada” y “basura fabricada” en el ámbito televisivo. No es lo mismo que en un telediario se nos narre de forma verídica, y como noticia, un caso de corrupción —robo, malversación– en el seno de un partido político, que ver un programa como “Mujeres y hombres y viceversa”. En el primer caso estamos ante telebasura formal desvelada, mas el segundo es telebasura material fabricada.

Es ahora cuando cabe preguntase qué visión de la felicidad se da principalmente a través de la televisión. Y esto tanto en ejercicio como en representación, tanto en programas de televisión formal como de televisión material.

En El mito de la felicidad (G. Bueno, Ediciones B, 2005) se hace un estudio gnoseológico de la literatura sobre la felicidad, que como palabra está en boca de cualquier persona aunque lo que se quiera expresar o encubrir con ella sean cuestiones muy heterogéneas, cuando no claramente contradictorias. Hay así hechos, fenómenos, ligados a la felicidad, pero también conceptos, ideas, teorías, doctrinas y concepciones de la felicidad. Y esto es así porque la felicidad, digámoslo una vez más, es una idea, y no un estado anímico inducido o conseguido a través de psicoterapias o por medio de drogas o remedios farmacológicos, a los que tanta querencia tienen los psiquiatras que escriben sobre el tema con pretensiones reduccionistas.

Por todo ello, si cada pueblo, cada nación política, tiene la televisión que se merece, la visión de la felicidad que se ejerce y representa estará en consonancia con la misma. En el caso español la mayoría de la telebasura proyecta y ejercita la “felicidad canalla” más obscena y hedonista. Pues la televisión no es hoy culturalmente una “superestructura” (por decirlo al modo marxista), ya que reconstruye como una parte formal, y en cuanto que institución, el proceso de globalización económica. Es un fractal de la misma en el plano moral y político, recreando buena parte de sus morfologías éticas y estéticas. Y aunque no hay una cultura televisiva universal, la publicidad es la mejor ejemplificación de las aspiraciones globales de una economía de mercado pletórico. En el límite, se aspira a fabricar consumidores satisfechos que no sean capaces de diferenciar entre un spot publicitario, donde se promociona un bien de consumo capitalista a través de la sensualidad más explícita de una mujer cosificada, robotizada, y un telediario que nos informa muy de vez en cuando, y a hurtadillas, del hambre en una nación africana a través de una mujer (¿otra mujer?) que amamanta a su famélico y moribundo bebé. Como ejemplificación véanse los videoclips “Benny Benassi – Satisfaction” o “Alex Gaudino feat. Crystal Waters – Destination Calabria”. Cabe preguntarse, los lobbies feministas, que tanto promocionan la ideología de género cuando les conviene, incluso socavando el modelo de familia nuclear, ¿denuncian con el mismo empeño la invasión de la pornografía en la publicidad?

Concluimos con las siguientes consideraciones: las televisiones autonómicas recrean el “mito de la cultura” y el mito particularista de la identidad cultural; ante las cámaras televisivas los políticos profesionales actúan, escenifican, de tal suerte que construyen la verdad como mentira y la mentira como verdad; programas como “Gran Hermano” u “Operación Triunfo” son laboratorios psicológicos y etológicos que propician de forma acrítica la inteligencia social o emocional ligada a la “felicidad canalla” y al consumismo; la cultura como salvación y la “felicidad canalla” se reconstruyen a través de la televisión, que es una feria de vanidades donde tiene su escaparate máximo la inflación de subjetivismo nihilista y de psicologismo protestante y hedonista que nos ahoga tras la muerte de Dios. Es esta la era del vacío, la del superhombre nietzscheano… la oculta cara del infrahombre en nuestra posmoderna sociedad gaseosa.

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