Democracia o pánico

La Democracia es una furtiva lágrima incompatible casi con todo. ¡Hasta incluso consigo misma! Su condición etérea de hermana mayor de la medieval Hada Melusina, la lleva con frecuencia a incurrir en sus melindres para ocultar ese estado vaporoso, inconcreto e inconsistente que la caracteriza. Puesta a no existir, aun su idea es un lamento. Y sus más deudos, cariacontecidos pertinaces, siguen siempre en llanto interminable. A más “demócrata”, más “quejoso”. Unas víctimas de su propia cortedad y de su rijosa madrastrona. Huevecillos sin incubar, onanes sin retorno. Lo yermo por estéril. Lorca. Rosales. Nuria Espert.

Ya su nombre es casi broma, o más bien sarcasmo. Si hay Gobierno, el Pueblo se somete. O fenece sin haber nunca existido. Los súbditos obedecemos y no tomamos decisiones. El Poder, ya desde mucho antes de la supuesta Atenas democrática y esclavista, está fuera de alcance, ajeno a nuestras manos. Votos, urnas, derechos y seguridades, fueros, promesas y redenciones varias. Un mero juego de Ilusionismo. Ni siquiera Pensamiento, Magia barata. Pagar Tributo es la única verdad absoluta. Quien paga es esclavo, quien recauda es amo. Todo lo demás, palabrería.

Bien es cierto que gran parte de la historia de nuestras Civilizaciones próximas ha sido a este respecto un enorme esfuerzo por disimular, disfrazar y hacer más soportable nuestra obediencia forzosa. Así se ha concebido la más fecunda Idea de esperanza: el Estado de Derecho. Una Ley por encima de todos y de trato igual para Poder y Esclavos. Evidentemente eso es mentira. Pero en algunos sitios se ha avanzado bastante y en otros muchos se intentan guardar las apariencias. El bien llamado Occidente, es decir el orientado a la decadencia y el ocaso, ha engendrado toda una maraña de Constituciones, Leyes, regulaciones, Declaraciones de Derechos, Tribunales Celestiales supra-mayestáticos y Tratados-Acuerdos de Suprema Vocación, para darle al Estado (así se llama ahora al Olimpo del Poder), y siempre dentro de una meticulosa apariencia subordinada de separación de chambelanes (uno redacta la Orden, el otro la hace cumplir y el tercero castiga al que no obedece), un prestigio del que evidentemente carece. Una especie de PAX ROMANA de los castrati. Panem et circenses. Damnatio.

Pero todo esto salta por los aires cuando de verdad hace, o así parece, falta. Si hay peligro, si hay miedo, si hay pánico, las formas dejan de importarle a nadie. El Poder se despoja de la túnica y muestra sus atributos. Inconmensurables e infinitos. Ajenos a control alguno. Aquí meto a 16 millones de italianos en arresto al establo ganadero o dejo a 60 gitanos amenazados por la Brigada Anti-Alienígena bajo multa de 600.000 € en Haro, cierro los Centros docentes vascos y los capitalinos o prohíbo concentraciones de más de dos personas. Y todo por mis santos. Sin discusión. Sin participación parlamentaria. Sin contraste. Mando. Es necesario. Por tu bien. Y los corderos aplaudimos. Agradecidos. “Vivan las caenas”. Cualquier vestigio democrático, ante el pánico, suena retórico y desfasado. Superfluo. Sobra. Júpiter avalado por la fuerza, la ciencia y la evidencia. El Todo.

El día a día institucional, el de los tiempos tranquilos, es por tanto útil hasta que se desborda el miedo o se declara la guerra. Entonces Esparta se nos aparece en todo su esplendor. Lo Magno triunfa de nuevo. Parafraseando a un insigne demagogo, podríamos decir: <<La Democracia es el Opio del Pueblo>> Algo que no es cierto …, del todo.

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