El “nomadismo” como escapismo

El “nomadismo” como escapismo. Javier Barraycoa

El “nomadismo” posmoderno como escapismo de la realidad

En el presente artículo queremos centrarnos en el concepto de “nomadismo” como manifestación del desarraigo del individuo del cosmos en el que ha sido creado y de la comunidad donde vive. El desarraigo conlleva muchas consecuencias que van desde la falsa sensación de libertad o a la emergencia de un tipo de soledad que impide la vida espiritual. El desarraigo en un síntoma, que predijo Tönnies, de la agonía de la Comunidad (Gemeinschaft), frente a las formas de organización social propias de la Asociación (Gesellschaft), por tanto, un síntoma de decadencia de una sociedad. 

Hoy en día, argumenta Maffesoli, el nomadismo antiguo permanece en nuestras sociedades y emerge de vez en cuando bajo múltiples formas: desde el habitante de la gran urbe que sale de ella en busca de la playa, a la necesidad psicológica de fugarse de vez en cuando de la realidad. De tal forma, afirma Maffesoli que “se trata del vaivén entre el nomadismo y la sedentarización que constituye la aventura humana”[1]. Si bien la naturaleza de lo social es tender a estabilizarse, rutinizarse e institucionalizarse, lo nómada, el errante, el viajero, el comerciante que se mueven de ciudad en ciudad, no dejan de ser una necesidad a la vez que una reminiscencia del nomadismo original. 

Para los antropólogos, una vez establecida la Polis, como Estado (Statoo lo establecido, o lo sólido), el “nómada” se suele convertir en un sospechoso. Platón en Las Leyes (XII, 952) les denomina “aves de paso” (o golondrinas), que sólo buscan trabajos esporádicos para luego marcharse. Son los comerciantes y serían las figuras prototípicas del “nómada”. Respecto a ellos, afirma, los magistrados de la Polis deben vigilar que duerman fuera de la ciudad, que sólo estén en contacto lo necesario con los ciudadanos y que no introduzcan novedades. 

En la Edad Media la figura del errante o viajero es común. Podemos destacar dos tipos de “nómadas” medievales con significaciones muy contrarias. Por un lado, tenemos a los Compagnons. Son los jóvenes aprendices en los gremios que deben recorrer distintos talleres por toda Francia, en una especie de viaje iniciático, para llegar a ser aprendices. Su analogía religiosa seria la del peregrino que busca la purificación. Por otro lado, tenemos los Goliards. Eran los estudiantes rebeldes, iconoclastas, famosos por sus composiciones lascivas. Son toda una representación de la disidencia en medio de una Edad Media que imaginamos dominada por la escolástica y la seriedad. Son también la figura de los estudiantes errantes, que no pretenden acabar los estudios y viajan de universidad en universidad sin otra finalidad que vivir una vida dionisíaca. La irreverencia y su actitud contra los establecido se asocia a ese potencial anómico que todos llevamos dentro.

“Nomadismo” como falsa liberación: deambular en vez de caminar

El nómada está representado por el bárbaro frente al civilizado, y en boca de Maffesoli: “El bárbaro viene a turbar la quietud del sedentario. Potencialmente representa el rompimiento, el desbordamiento, en resumen, lo que no es previsible […] Es su `escapismo´, esta capacidad para evadirse la que lo predispone en todo momento a la sublevación, a la liberación, al cambio del orden establecido”[2]. Irremediablemente, el nomadismo, como concepto, ha estado relacionado con el arte moderno y contemporáneo en la medida que este representa también en esencia la constante ruptura de cánones y una sucesión ininterrumpida de modas y escuelas sin ningún otro sentido que el devenir de novedades. 

Uno de los estudiosos de este tema, Francesco Careri[3], reflexiona en su obra sobre el hecho del caminar como una forma de “construcción de espacios”[4]. Por eso, propone -en contra posición de la trashumancia- la “transurbancia”. El objetivo es conseguir experiencias nuevas recorriendo las ciudades y sus periferias a través del diseño de rutas no convencionales. El mismo autor lo considera como una forma de arte autónoma y anómica, basada en la experiencia dadaísta y de la Internacional Situacionista. Esta forma de rebelión contra lo establecido, propia del nómada, entra en la ciudad a través del arte o, mejor dicho, el anti-arte.

En 1921, Hugo Ball, fundador del movimiento dadaísta, organizó en París la que se considera la primera excursión por los lugares banales de la ciudad. Tres años después, los dadaístas parisinos organizarían un paseo en un vasto territorio natural para “experimentar” el espacio creyendo descubrir un componente onírico y surreal que definieron como “deambulación” o acción de deambular caminando sin destino prefijado. Este es un acto evidentemente diferente al de caminar o peregrinar. El “deambular” se convertiría en una especie de viaje iniciático para alcanzar el surrealismo. Se materializaba así el principio de André Breton del “déjalo ir” (lâchez tout), que daría lugar más tarde a la “teoría de la deriva”, consagrada por Guy Debord en la Internacional Situacionista. 

Previamente La Internacional Letrista había inventado el concepto de la “psicogeografía” con la pretensión de entender como la organización de los espacios causaban emociones en las personas. Para ellos, debía de morir el modelo de la ciudad griega -como espacio para que ciudadano adquiriera la virtud- o el burgo medieval, donde se podía experimentar en alto grado el comunitarismo y el artesanado. Ahora la ciudad, en cuanto que espacio, debe centrarse en “causar emociones” al sujeto y ser esencialmente un espacio lúdico[5]. El ciudadano se convierte en un errante en su propia ciudad.

Guy Debord, señalaba que: “Entre los procedimientos situacionistas, la deriva se presenta como una técnica de paso ininterrumpidos a través de ambientes diversos. El concepto de deriva está ligado indisolublemente al reconocimiento de efectos de naturaleza psicogeográfica y a la afirmación de un comportamiento lúdico-constructivo que la opone en todos los aspectos a las nociones clásicas de viaje y de paseo”[6]. Las emociones provocadas artificialmente, el deambular sin destino fijo, el aspecto lúdico de nuestro entorno vital y psicológico, pueden crear fácilmente una sensación de libertad. 

Pero, no hay nada más alejado del libre arbitrio y nada más eficaz para el autoengaño de una libertad “conquistada”. El nomadismo posmoderno puede convertirse en un sucedáneo de la libertad tanto por escapismo como por el sentimiento de no estar atado a itinerarios físicos predeterminados. Sea como sea el nomadismo posmodernos se ha apoderado de nuestra voluntad nuestros hábitos y de nuestro sentido del destino. Ya sólo nos permite deambular por la vida. 


[1]Michel Maffesoli, El tiempo de las tribus, Siglo XXI, México, 2004, p. 135.

[2]Maffesoli, Michel, “El nomadismo fundador” en Nómadas, 1999, (10), 126-142, p. 130.

[3]Francesco Careri es miembro de Stalkero el Osservatorio Nomade. Se trata de un observatorio interdisciplinar para reflexionar sobre los espacios urbanos y su interacción con los ciudadanos. 

[4]Cf. Francesco Careri, Walkscape. El andar como práctica estética, Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 2014.

[5]Es muy interesante establecer la relación de estos conceptos con algunos proyectos arquitectónicos. Uno de los casos más emblemáticos es el de Nieuwenhuis Constant y su proyecto New Babylon. Inspirado en los poblados gitanos, diseñó las maquetas de lo que debía ser una ciudad del futuro donde la arquitectura debía ser móvil y efímera. Ello debía causar en los futuros habitantes la sensación de vivir en un área temporal sometida a un cambio constante. También estas teorías situacionistas influirían en la aparición de vanguardias artísticas radicales como la Land Art. El Land Art juega con los grandes espacios naturales para crear arte “natural” con objetos de la naturaleza. Se mezcla al arte minimal y conceptual y -curiosamente- las obras al estar en plena naturaleza quedan alejadas de las galerías y el público. Estaríamos ante una versión nomadistadel arte.

[6]Guy Debord, «Teoría de la deriva», en Internacional Situacionista,vol. 1, Literatura Gris, Madrid, 1999. 

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