El síndrome de Casandra

Casandra era una princesa troyana, hija de Príamo (rey de Troya) y Hécuba. Cuentan los mitos griegos que Apolo, prendado de su belleza, le ofreció el don de la profecía a cambio de yacer con ella; aunque Casandra aceptó, una vez versada en las artes adivinatorias rechazó las proposiciones del dios del sol; Apolo le escupió en la boca, condenándola a conocer el futuro y a que nadie creyese sus predicciones. En vano clamó Casandra por la destrucción de Troya —por quemar el caballo Troya que trasportaba en su interior a Ulises y a sus hombres—, por que su amo, Agamenón, recelase de su mujer y su amante —hasta que, como tantos otros héroes trágicos griegos, encontrase éste la muerte a manos de Clitemnestra, esposa y parricida—, etc. La maldición de Casandra consistió, como se ha dicho, en que las advertencias provenientes de sus visiones no fueran tenidas en cuenta, y ocasionó, de hecho, que terminara de forma trágica; por ello se dice que tienen “complejo de Casandra” las personas que suelen hacer vaticinios, a menudo catastróficos, y no logran convencer a nadie. Aunque debe a Homero y su Ilíada la inmortalidad, este síndrome fue nombrado por Gaston Bachelard y se aplica a la política, la psicología y la ciencia.

Melanie Klem proporcionó una interpretación del mito de Casandra como la representación de la conciencia moral humana, cuya función es emitir advertencias. Según está psicóloga, Casandra predice que las infracciones morales traen consecuencias sociales negativas; la reacción no es otra que negar lo que se sabe que es verdad, pero el aviso genera un sentimiento de culpabilidad pernicioso para la psique del individuo.

Ahora mismo podemos asistir a la pugna entre apocalípticos e integrados, como decía Umberto Eco, en la denominada “aldea global”. Mientras el mainstream, el establishment o como queramos definir a la corriente principal comúnmente conocida como “integrada” intenta mantener vivo a toda costa el mito del progreso, los profetas del Apocalipsis no dudan en señalar que el camino que llevamos nos conduce al precipicio. Las espadas están en alto y, como dice Alan Atkisson“con demasiada frecuencia observamos, impotentes, como lo hizo Casandra mientras los soldados salían del caballo de Troya, como se prevén y provocan sus estragos; peor aún: el dilema de Casandra ha parecido crecer más ineludible aún cuando el coro de Casandras ha aumentado”. No le falta razón. En la más diversas temáticas, las advertencias sobre diversos procedimientos han caído en saco roto, y, después, todos hemos pagado las consecuencias.

En POSMODERNIA ya hablamos de los problemas del Banco Popular, mediante un artículo de Guillermo Rocafort, pero vemos cómo los ejemplos pueden emplearse por doquier. Todavía está reciente la campaña que realizada desde los medios del establishment para convencernos de que no debíamos alimentar la islamofobia y crear dudas alarmistas sobre el flujo de refugiados que están llegando a nuestra casa; recientemente, Angela Merkel ha tenido que admitir lo evidente, que “los terroristas se han inflitrado en Europa a través de los flujos migratorios”. También era evidente que la campaña mediática que anunciaba que los inmigrantes venían a pagarnos las pensiones sólo pretendía obviar u ocultar la realidad, pero han tenido que pasar muchos años de puertas abiertas y una enorme crisis económica para que el Real Instituto Elcano reconozca que los inmigrados económicos no vienen a acometer tal empresa. Hemos comprobado cómo se creía necesario derribar el régimen sirio de Bashar al-Ásad y cómo, para ello, se armaba y financiaba a los movimientos opositores, pese a las voces que advertían de que se estaba armando a terroristas que, posteriormente, volverían esas mismas armas contra Europa. Y podríamos continuar con innumerables ejemplos. “La época de la posverdad”, la llaman…

 

Top