En defensa de la vida

En defensa de la vida. José María Nieto Vigil

Tristeza, profunda y amarga pesadumbre, me provoca la proposición de la Ley Orgánica de la Eutanasia aprobada,  por el Congreso de los Diputados,  el pasado 17 de diciembre. Un nuevo trámite se ha sorteado, sin consenso y sin consulta al colectivo médico, para ser ratificada, finalmente,  por el Senado. A partir de ese momento entrará en vigor, una vez sea publicada en el Boletín Oficial del Estado, tres meses después, es decir, a partir de abril de 2021. Ya no hay vuelta atrás.

La bancada socialcomunista, acompañada de sus acólitos palmeros, celebraba con un júbilo obsceno el resultado de la votación. La exministra de Sanidad, Consumo y Bienestar Social –que paradoja-, María Luisa Carcedo –interviniente en el pleno celebrado-, apretaba los puños y manifestaba un entusiasmo descontrolado como el de quien celebra el gol en un partido de futbol. La ebullición y el frenesí  enardecido de los defensores de la eutanasia, mal llamada “muerte digna”, era grandilocuente, ofensiva e hiriente para quienes defendemos la “cultura de la vida”.

198 votos a favor, 138 en contra y 2 abstenciones  se certificaban  en el acta del Libro de Sesiones  Parlamentarias. España, desde su progresía del esperpento y el absurdo, se suma al grupo de cinco países en los que la eutanasia es legal (Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Canadá y Colombia). Otros dos países están en vías de su aprobación: Portugal, en pleno debate político y social, y Nueva Zelanda, en donde se celebrará un referéndum para su aprobación, o no, el próximo año. En otros países es legal el suicidio asistido, entre los que también se encuentra Holanda, Suiza, algunos estados de Estados Unidos y, en el Estado de Victoria de Australia. 

Aquí, donde se cacarea a los cuatro vientos el pretendido Estado Social y de Derecho, donde nos vanagloriamos del Estado de Bienestar, donde presumimos de democracia y damos cuartos a cualquier pregonero circense, no establecemos ningún tipo de consulta a la ciudadanía, negando cualquier participación a lo sectores sociales implicados, imponiendo  el rodillo in misericorde de los defensores –me rio yo de ello- , de los paladines del avance y el progreso social, que no es sino un totalitarismo de la ética del pensamiento único.  

La vida humana tiene valor, tiene sentido y tiene dignidad desde el momento de la concepción al deceso de una persona. Me da igual lo que establezca la ley como legal, imponiendo una legitimidad inmoral para mi consideración personal. De manera legítima defiendo mis creencias, principios ético-morales y opinión personal. La ley por ser ley es legal, pero no necesariamente legítima. Por tanto acuso de ilegítima a una legalidad inmoralmente legalizada sin la consulta al pueblo. Frente a esa cultura hedonista y defensora de la muerte, creo en la cultura de la defensa de la vida. La dignidad del ser humano no deriva de su posición social, credo, formación, cultura, raza, o salud, es consecuencia directa de ser persona, de ser humano. Un anciano, un enfermo, una persona con discapacidad no es indigna, más al contrario, es acreedora de mayor protección y atención. Ésta sí es la verdadera Justicia Social.

Con maledicencia, fragrante, voluntaria y sectaria, en sus espurias intenciones, se ha querido confundir a la opinión pública. Se han  manipulado los argumentos de manera repugnante. Un enfermo en una situación terminal, en unas circunstancias irreversibles o, incluso, incurables, no quiere decir que su situación sea intratable. En los peores de los casos si puede haber cuidados paliativos.  Se ha querido mezclar todo, y no es lo mismo suicidio asistido que eutanasia; encarnizamiento terapéutico que cuidados paliativos; o sencillamente,  una muerte digna con la dignidad en la muerte.

Me declaro defensor de la dignidad en la muerte, por tanto, firme defensor de los cuidados paliativos. Esta rama de la medicina contribuye a prevenir y aliviar el sufrimiento, y de manera clara, ofrecer una mejor calidad de vida, en el peor escenario posible, tanto a los pacientes que tienen gravemente comprometida su existencia, como la de las familias que le acompañan. De esto no han querido ni hablar, ni plantear ley alguna, los heraldos de la democracia de la pancarta, la soflama, el canturreo mitinero y la malversación de la verdad. Es el advenimiento de la Sociedad de la Eutanasia, un modelo, francamente autoritario,  al que se puede llegar una vez abierta la puerta de la mal llamada “muerte digna”.

Bien distinto es el encarnizamiento terapéutico, también llamado distanasia. Es un planteamiento radical que utiliza terapias agresivas que prolongan la vida de un paciente en condiciones penosas. Es una forma de mantener la vida de manera artificial. Es una medicina defensiva, en un  sentido ultraconservador,  que pretende la perpetuación de la vida en situaciones crueles, extremas, tanto para la vida del paciente como de la familia. Yo defiendo la vida y, dentro de ella, su epílogo, su final en condiciones dignas, lo más naturales posible. 

La eutanasia no es el suicidio asistido. Éste es un punto intermedio, equidistante, entre la eutanasia y el suicidio normalmente entendido. Consiste en proporcionar y facilitar, de manera voluntaria y por tanto libre, los medios necesarios para que el suicida ponga fin a su vida. Esos medios pueden ser muy diversos: drogas, sustancias letales, explicación de procedimientos y procesos, objetos,….En este caso es el propio paciente quien protagoniza el acto final, es decir, quien activa el mecanismo que pone en marcha el proceso. El asistente, de esta manera, es coautor o, cuando menos, cómplice del fallecimiento del paciente, o de la persona que le solicita apoyo.  Moralmente se participa de una muerte violenta que interrumpe y pone fin a una vida. Sin lugar a dudas podríamos decir que es un asesinato inducido, pues no hay atenuante, ya que se ha influido decisivamente para que el suicida haga algo tan perjudicial como quitarse la vida. 

Me temo que, desde hace tiempo, se ha iniciado un camino que transita por los terrenos de la “cultura de la muerte”, en la que se ha perdido el sentido trascendente de la vida. Muchos son los capítulos escritos (aborto, eutanasia, manipulación genética,…), pero intuyo  que habrá muchos más por escribir (eugenesia, suicidio asistido, legalización de la droga, vientres de alquiler, selección genética,…), y no faltarán autores dispuestos a redactarlos, estoy seguro de ello. El actual ministro del desgobierno del ministerio de Sanidad, Salvador Illa, ha proclamado lacónicamente: “Hoy ha triunfado el sentido común y la humanidad”.  Ya sabemos lo que podemos esperar.

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