Con el título de En las horas confusas, Fernando Valls y Taberner uno de los prohombres de la Lliga, identificado con la ilusa burguesía antes de la Guerra Civil, recogía una serie de artículos que delataban su desengaño con el catalanismo. Ello acontecía en 1934 y era toda una premonición de la frustración del proyecto de las fuerzas catalanistas que ellas habían creado; pero que en plena república descubrían perplejos cómo se había transformado en un artefacto dominado por la izquierda y dirigido contra sus intereses económicos y políticos.
En uno de los artículos que componían esta singular obra, titulado Revisionismo, Valls se preguntaba si el catalanismo no era en realidad una perturbación de la conciencia colectiva catalana. En otro sorprendente artículo, con el título de El catalanismo de Aribau, avisaba que no podía confundirse un sano sentimiento catalanista con el deseo de la autonomía política o una “obcecación secesionista”. Y sorprendente, frente al independentismo proponía como única solución oponer: “el catalanismo, el españolismo y el catolicismo”.
Valls y Taberner no fue sino uno más de tantos prohombres de la Lliga, desde buena parte de sus fundadores hasta el mismísimo Cambó, que ante la hecatombe de Guerra Civil no dudaron en renegar de su catalanismo ante el terror de la experiencia de una Revolución en Cataluña encabezada por Companys y sus aliados anarquistas. Por ello no dudaron en lanzarse a los brazos de Franco e incluso financiarle con todos los medios posibles. Si hay un dato innegable históricamente es que la inmensa mayoría de la burguesía catalanista, acabada la guerra, había perjurado explícitamente del catalanismo y no precisamente por miedo al bando nacional.
Todavía estaban huyendo las tropas republicanas por las tierras gerundenses, camino a la frontera, cuando La Vanguardia, rebautizada como española, el 27 de enero de 1939, ya daba voz a la burguesía catalanista que públicamente renegaba de su pasado y aceptaba quejosa sus equivocaciones políticas. Carlos Sentís, personaje más que controvertido –pues nunca renegó de su catalanismo y aún así gozó de gran prestigio periodístico durante el franquismo-, escribía en La Vanguardia que había terminado por fin la Cataluña de Durruti, Companys y Negrín. Por ende, había que volver a la “Cataluña real”. Reconocía así el carácter falso o fantasioso del nacionalismo que había dominado a la sociedad catalana durante tantas décadas.
Si destacaron dos plumas que recogían el sentir de esa burguesía que volvía a Barcelona protegida y acogida por el ejército del bando nacional, fueron las de Josep M. Tallada y Ferrando Valls y Taberner. Tallada escribió numerosos artículos en aquella Vanguardia recuperada para el Conde de Godó; el mismo que le había regalado a Franco un magnífico Rolls Royce. Uno de estos artículos fue especialmente significativo por un título que lo decía todo: Revisión de conductas. La inconsciencia de la burguesía. Posiblemente pocas veces en la historia de la burguesía europea, encontremos un caso tan patente de humildad y reconocimiento de sus errores, como el de la catalana.
Si hay un texto que puede resumir perfectamente más que esta actitud, esta “conversión”, fue un artículo que hoy debería ser leído y releído por los restos de la burguesía catalanista actual. Como hemos dicho, Valls y Taberner se había ido distanciando del catalanismo en que había militado desde 1910. Ya en el decurso de la Guerra Civil, ocupó cargos importantes en la España nacional e incluso dirigió la Misión cultural española que Franco envió a América del Sur en otoño de 1937. El artículo, decíamos, llevaba el título de La falsa ruta y aparecía en La Vanguardia española, el 15 de febrero de 1939, a los pocos días de la liberación de Barcelona.
En el texto explica la inmensa alegría de volver a la ciudad liberada por los nacionales y tiene la necesidad de transmitir a sus conciudadanos las conclusiones que sobre el catalanismo había ido elaborando durante la República. El contenido puede sorprender por proceder del que fuera uno de los padres del catalanismo político: “Estas conclusiones –escribía- por lo que se refiere específicamente a la trayectoria política de Cataluña en los últimos decenios del siglo XIX y en lo que llevamos del siglo presente, pueden resumirse en esta opinión: Cataluña ha seguido una falsa ruta y ha llegado en gran parte a ser víctima de su propio extravío. Esta falsa ruta ha sido el nacionalismo catalanista”.
En el artículo sigue reconociendo que el catalanismo fue uno de los catalizadores del proceso subversivo y revolucionario que conllevaba la República y que derivó en la Guerra Civil. Seguimos reproduciendo fragmentos de este artículo, pues pasados los años parecen una advertencia sorprendente para nuestros tiempos: “(El) Catalanismo no ha resultado lo mismo que amor a Cataluña, aunque de buena fe aparecieran a muchos (…) el catalanismo, en su actuación política, contribuyó poderosamente al desarrollo del suversivismo en Cataluña, llevándolo hasta las capas sociales superiores. (…) el catalanismo resultó en definitiva un lamentable factor de disgregación, así con el respecto a la unidad nacional española, como también dentro de la misma entidad regional catalana, produciendo en ella una funesta separación, mejor diremos contraposición, que a veces, enconada por el odio político, llegó a parecer irreductible, entre los mismos catalanes, divididos en catalanistas y anticatalanistas, con lo que se inició ya, dentro de la misma Cataluña, una discordia profunda, que en el orden moral era un preludio de guerra civil vehemente y furibunda”.
Por ello, recomendaba respecto al catalanismo que: “Para el bien de Cataluña y de España entera no lo podemos de ningún modo dejar insepulto. Hay que liquidar, pues, un pasado equivocado, y en sus resultados desastroso; hay que reemprender el camino, volviendo al buen sendero. Cataluña es una realidad viva (…) y para restaurar su vida y redimirla y dignificarla de verdad sólo hay un camino: despojarla de sectarismos, de mezquindades y de encogimientos, devolverle el buen sentido, librarla de megalomanías y de emperezamientos, de disipaciones y de frivolidades, de chavacanerías y de ridiculeces”. Estas líneas, escritas hace casi 80 años, tienen una fuerza premonitoria, puss el franquismo no consiguió sorprendentemente sepultar un catalanismo que ya estaba prácticamente autoliquidado y este pudo, con el tiempo, retomar su ruta falsa de nuevo.
A modo de ejemplo, una de las claves para entender la historia reciente de Cataluña es entender cómo el catalanismo sobrevivió gracias al franquismo y no “a pesar” del régimen. El propio hijo de Valls y Taberner, Luis, pudo ocupar durante el franquismo la presidencia del Banco Popular desde donde cobijó, protegió y financió a burgueses catalanistas. Fueron innumerables militantes de la Lliga regionalista los que, tras la Guerra, ya con carnet del Movimiento, fueron los alcaldes de sus respectivos pueblos. En infinidad de poblaciones a los padres les sucedieron los hijos u otros familiares. Y las sagas se prolongaron durante la transición pero esta vez con carnets de CiU, UCD o PSC. La resistencia al franquismo, como una vez reconoció Cebrián, provenía de la desafección de los hijos de las familias franquistas, no del enemigo exterior. Estas eran las familias “benestants” (de clase alta) que para hacerse perdonar su colaboración con el franquismo animaban a sus hijos –que por supuesto podían ir a la universidad- a hacerse marxistas.
Otra de las fuentes de resistencia, entrelazadas con la burguesía catalanista, fue el mundo clerical. Si el bando nacional les había devuelto Iglesias y propiedades a la Iglesia, una parte de los eclesiásticos mantuvieron latente un catalanismo en sus sacristías y grupos de boy-scouts. Los ecos de advertencia del premonitorio artículo de Valls y Taberner, de nada sirvieron. Tras el Vaticano II se hizo patente que tanto una parte de la burguesía catalana como del clero volvían a caer en la tentación del catalanismo. Y así se explica por qué el partido de Pujol se creó en Montserrat, surgido de ambientes clericaloides. Pujol, a partir de 1980, instauró su propio Régimen y para reforzarlo apoyó a ERC, la subvencionó. Mientras, a sus cachorros les animaba a jugar a la subversión y a la radicalidad. No olvidemos que la bandera de las juventudes de Convergencia era y es la actual estelada que ahora quieren que represente una “nación”.
La burguesía catalana, con Pujol a la cabeza, y después Artur Mas, dieron alas al juego subversivo para atemorizar al Estado, pero cuando se dieron cuenta ya era tarde para controlar al monstruo. Incuso ERC era moderada al lado de nuevas formaciones radicales independentistas que iban surgiendo, como la CUP. Una organización que por cierto, consiguió descabalgar a Artur Mas de su investidura como presidente y tuvo que relegarla en un tal Puigdemont; que nos ha vuelto a acercar al abismo. El catalanismo conservador, por no hacer caso a la llamada de los catalanistas desencantados tras la guerra, ha vuelto a cometer los mismos errores y a recorrer la ruta que lleva irremisiblemente al precipicio. El catalanismo conservador ha puesto los medios para su autodestrucción, ha fracturado España, a la propia sociedad catalana y nos arrastra hacia la estrategia revolucionaria perfectamente urdida por la CUP y los antisistema. Y ciertas dinámicas, un gobierno central puede contenerlas durante un tiempo, pero al final las leyes históricas se imponen ¡Qué pena no dedicar un poco de tiempo a repasar la historia!