España se desangra

Sombrío panorama tiene el pueblo español por delante. Una hemorragia incontrolable asola la economía afectando de forma terrible a nuestra Patria. No es solamente de naturaleza material, también proyecta una profunda crisis de identidad, una crisis política sin precedentes y un desarme moral preocupante. Estos son los nuevos jinetes del Apocalipsis. Sus caballos tienen ahora color rojo, morado, naranja y amarillo. Hoy, como en el capítulo sexto del libro bíblico, representan las alegorías que representan la conquista de la Gloria, la guerra, el hambre y la muerte. Guerra figurada, hambre y muerte real, y afán por la mayor gloria del personalismo presidencialista. Parece una visión fantasmagórica desde luego. La realidad no dista mucho del símil apuntado. Ahora se llama “Nueva normalidad”,

El INE (Instituto Nacional de Estadística) confirma para el primer trimestre una caída del 5,2% del PIB (Producto Interior Bruto). Y eso solo conteniendo en este periodo las dos primeras semanas del denominado “Gran Confinamiento”. Kristalina Georgieva, directora gerente del FMI (Fondo Monetario Internacional); David Malpas, presidente del Grupo Banco Mundial; Christine Lagarde y Luis de Guindos presidenta y vicepresidente respectivamente del banco Central Europeo; incluso el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, se han pronunciado de forma poco optimista para el devenir de la economía española. Medios autorizados y expertos en la materia, más allá de consideraciones ideológicas y políticas así  se han manifestado. Por ejemplo el profesor José María Gay de Liébana, por citar uno. Solamente el descaro del presidente Sánchez, desde la demagogia y el engaño, se atreve a pronunciarse eufórico en plena debacle y catástrofe nacional. La Comisión Europea todavía está pendiente de su llamada, no tienen noticias de él, tan entregado a la política exterior en África. Es, sencillamente, inaudito y de una irresponsabilidad gigantesca. Su vanidad y egocentrismo, su narcisismo y soberbia, su prepotencia y chulería es dimensiones descomunales.

La cronología del desastre es la siguiente: 

A) Antes del decreto de confinamiento, España ya manifestaba evidencias de una manifiesta desaceleración del crecimiento económico. Nuestra indisciplina fiscal y el derroche nos hacían acreedores de sufrir, con más contundencia, un riesgo de inestabilidad. Resultado, caída del PIB en un 5,2%.

B) Durante el “Gran Confinamiento”, correspondiente al segundo trimestre del año en curso, sin poder precisar los datos todavía, los elementos de análisis nos muestran un grandísimo batacazo. Las llamadas “industrias sociales” (comercio, hostelería, actividades artísticas y recreativas), el turismo y los transportes, son las actividades más afectadas. Otros sectores tampoco salen indemnes. Las consecuencias son espectaculares: el 80% de las empresas han visto reducida su actividad; el 8% no han podido volver a abrir sus puertas; el paro supera el 14% de la población activa, afectando sobre todo a mujeres y jóvenes de menos de 35 años, cifras cercanas a los cuatro millones de parados; aumenta exponencialmente el gasto de las administraciones públicas en más de un 10%, es decir, más de 55.000 millones de euros; la recaudación cae a causa del cierre, más de 26.000 millones en tributos, 17 puntos más y, por tanto, el déficit se dispara alocadamente, cuando a finales de 2019 se había conseguido una cierta contención, hasta llegar a un 2,8%. Qué decir de la caída de las afiliaciones a la Seguridad Social. La situación de los autónomos merecería un artículo monográfico. Por  otra parte,  muchos los ERTES aprobados, no todos de los solicitados, están pendiente de pago, lo mismo que la renta mínima vital. Estas medidas necesarias, apuntalan una economía asistencial que, de perdurar en el tiempo, van a lastrar nuestra recuperación. 

A día de hoy, España presenta la mayor caída y retroceso económico en el conjunto de los 19 países de la zona euro. Italia nos sigue de cerca, pero allí las cosas se están haciendo de otra manera. Su crisis será menos intensa. El nivel de estrés y exigencia de esfuerzos  supone el camino a la depresión. Sí, me atrevo a plantear el término. La tormenta y el colapso alcanzan proporciones planetarias y, en el horizonte, se vislumbran vientos poco propicios para la tranquilidad y, menos aún, la bonanza.

C) Recuperación. Las mejores perspectivas la señalan a partir del 2022. En cada revisión que se efectúa, se retrasan los plazos, se corrigen las desviaciones, generalmente a peor. A finales de año, se estima una recesión mínima de un 9%, pero el FMI lo eleva hasta un 12,8% desde un 8% de la previsión inicial. La deuda pública, a comienzos de 2021, se estima alrededor de un 115% del PIB, 20 puntos más que a finales de 2019. El déficit llegará al 10,3%, un aumento de 8 puntos respecto del ejercicio anterior. El paro pasará de un 14%  a más de un 21%.

Con estos indicadores y otros muchos se iniciará el 2021. La depresión no es una exageración. Desde luego muy superior que la “Gran Recesión” de 2008. La crisis será, sin ninguna duda, más intensa y me atrevo a afirmar que hasta más extensa en el tiempo.

La recuperación será asimétrica. Es decir, habrá sectores cuya recuperación será más lenta. El turismo, que representa un 10% del PIB, o los transportes, especialmente compañías aéreas y transporte por carretera, serán actividades muy castigadas. A consecuencia de una prolongación de esta, como mínimo, “Nueva Gran Recesión», el desempleo, el cierre de empresas y un acusado descenso del consumo y la inversión, serán rasgos definitorios. 

¿Qué hace el gobierno? Pues, de momento, tenemos prorrogados, desde 2018, los Presupuestos Generales del Estado; se debate un borrador de un Plan de Reconstrucción Nacional que nace con polémica educativa; estamos pendientes de los planes de Bruselas en la recién estrenada presidencia de la Unión Europea; el ejecutivo deja entrever una política fiscal depredadora en mal momento; la cuestión catalana vuelve a escena por expreso deseo de Sánchez,  y un sin fin de sobresaltos más a nos envuelven en un mar  de dudas, sospechas e incertidumbres. No sé si cuando lleguemos al 2023 en el que asumiremos, por turno, la presidencia europea quedará algo del estado de bienestar. Por cierto, en ella, colaborarán con nosotros formando trío comunitario, belgas y húngaros. No tengo que recordar la “cercanía” con la que Bélgica se ha manifestado respecto de España.

En conclusión, España se desangra. Los torniquetes que se están aplicando no son suficientes. El comité/comisión de «expertos» no me inspira confianza alguna para concretar ninguna reconstrucción. El gobierno y sus socios me producen rechazo y desaprobación. Solamente espero que desde Europa lleguen buenas noticias. Yo, por el bien común, con lo que ello representa, por muy duro que sea, con las exigencias y restricciones que impone, quiero un RESCATE ¡¡¡YA!!! No puedo encomendarme al peor gobierno que hemos tenido y que vamos a sufrir de toda la historia reciente. Sus credenciales y cartas de presentación, lo méritos y “éxitos” cosechados en sus gestiones me lo impiden.

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