II concurso de relatos: Último relato. La niña del lazo

II concurso de relatos: Último relato. La niña del lazo

Publicamos el último trabajo, fuera de competición, perteneciente al II concurso de relatos “Una carta a un hijo” organizado por la escritora y farmacéutica, Esperanza Ruiz Adsuar, en colaboración con Posmodernia y las Bodegas Matsu perteneciente a la Denominación de Origen Toro. La participación en dicho concurso terminó el pasado 31 de octubre de 2020.

Desde Posmodernia queremos dar las gracias a todos los participantes por su vinculación con este proyecto. A mismo tiempo agradecemos a la escritora Esperanza Ruiz y a todos los miembros del jurado y de la organización de este certamen el tiempo desinteresado que han dedicado estos meses, sin ellos este concurso no habría conseguido el éxito que hoy obstenta.


[La presente carta la remite el autor de la participación #25 del Concurso (“Ingrata y despendolada”), a cuya hija desilusionó aquella y espera que estasirva de desagravio; en ningún caso se trata de una nueva participación para el concurso].

LA NIÑA DEL LAZO

            Querida hija:

Desde que naciste en el Paseo de Lidón, en aquella clínica viejísima de Castellón de la Plana, y después de tu primer baño en casa (en el fregadero de la cocina, donde se veía a lo lejos el pequeño trazo de mar que soportaba el cielo), desde entonces has ido muy aseada y muy bien vestida. Era un empeño de tu madre, ayudada por la circunstancia de no pisar una guardería. En esas horas durante las cuales los niños de tu edad no aprendían más que tonterías y contraían enfermedades, tu padre te llevaba a tomar café y a pintar y a leer, tan formal eras.

Años más tarde le darías la mano a mamá, o yo te cogería en brazos para cruzar los tres el Puente de Piedra sobre el río Ebro. Era tu primer día de escuela y había que subir escalones y en el rellano de la escalera con pasamanos de madera había una escultura de la Inmaculada y el colegio era antiguo y pobre, pero muy limpio, de las Hijas de la Caridad.

Cuando te dejamos en la clase, porque nos hizo entrar tu maestra, la señorita María, mamá ya estaba dispuesta a llorar esperando además que tú lo hicieras. Nos marchamos acongojados, como unos padres modernos, perdiéndote durante unas horas. Tu uniforme era un traje de deporte blanco y rojo, pero llevabas el enorme lazo encima de la cabeza con que tu madre te distinguiría durante años. Al fondo había una cocina de juguete y allá que fuiste derechita sin tan siquiera volver la cabeza.

“Irene, ya no eres la niña del lazo”, se lamenta mamá, entre añorante y orgullosa. Y yo, querida hija, no estoy tan seguro: En algún lugar secreto y escondido del cajón de tu alma, guardas aún el lazo eterno de tu infancia.

Ejido Vagante

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