La batalla de la cultura

No hace falta haber leído a Antonio Gramsci para entender el concepto de hegemonía cultural, dominar la cultura para imponer un sistema de valores, creencias e ideologías sobre el resto de la sociedad. Igual alguna explicación mayor merece el concepto de violencia simbólica de Pierre Bourdieu. El autor lo define como «La violencia simbólica es esa violencia que arranca sumisiones que ni siquiera se perciben como tales apoyándose en unas «expectativas colectivas», en unas creencias socialmente inculcadas». Básicamente la violencia simbólica son los resortes que permiten mantener la hegemonía cultural. Una violencia difícilmente clasificable, inasible y muchas veces invisible para sus propias víctimas que no perciben más que la desaprobación social que conllevan su cosmovisión si no entra en comunión con la del grupo dominante. Es cierto que la desaprobación social tiene muchos grados pero todos conducen a la imposición del pensamiento único o unidimensional como decía Herbert Marcuse un mundo preconcebido lleno de prejuicios e ideas preconcebidas.
Y es a eso a lo que nos enfrentamos desde POSMODERNIA, a la imposición de un pensamiento único a toda la sociedad española actual por parte de ciertos grupos culturalmente hegemónicos que, mediante la utilización de todos los resortes de la violencia simbólica, tiende a ahogar a la disidencia. Como dice Boris Cyrulnik «Cuando los científicos, políticos, filósofos, etc… repiten y habitan la misma teoría, se adoran entre ellos y odian a quienes recitan otra teoría. La teoría adopta una función de clan y abandona la del pensamiento. Este uso de la teoría me parece muy peligroso, ya que rompe el encuentro. Esta actitud teórica demasiado coherente tenderá a reaccionar recurriendo a la excomunión, la deportación, la reeducación: se destruye al intruso, se le impide acceder a una cátedra, se hunde su revista, como ocurre en el mundo científico, filosófico, político ».
La inteliguentsia española actual nace en la postrimeras del franquismo y se ha mantenido durante más de 50 años. Lo normal hubiera sido una sucesiva renovación de personas e ideas con toda naturalidad, pero lo que percibimos a poco que rasquemos la superficie del mundillo cultural español , formado por escritores, periodistas, cineastas, profesores, músicos, pintores, etc… este rampante oligopolio que se plasma en auténticas dinastías culturales que trasmiten los privilegios y prebendas de padres a hijos. Las complicidades y redes que se tejieron entre los intelectuales y los políticos en la Transición son las que les han impedido que se produzcan innovaciones en los campos culturales ya que la oligarquía cultural, gracias a los políticos, es la que controla los mecanismos necesarios para poder silenciar cualquier voz crítica que no cuadre con la actual ideología que domina el mundo, la del mercado.
Pero frente al dirigismo cultural imperante, con su doble función la represiva y la promocional ambas al servicio del establishment, se alzan voces heterodoxas que se deben extirpar con presteza. Todas las épocas han tenido sus Inquisiciones, ya no se condena a la hoguera pero se manda al ostracismo social al disidente, ya no se expurgan libros sino que se impiden sus publicaciones o se ignoran deliberadamente, puede ser que los métodos se hayan vuelto más refinados, pero el resultado es el mismo. Mantener la hegemonía cultural en el mundo de las ideas.
En el ambiente mefítico de la cultura española es necesario abrir las ventanas para que el aire fresco expulse las ideas enrarecidas y anquilosadas de la caduca inteliguentsia española. Es necesario romper con la actual hegemonía cultural que han impuesto los mandarines, que decía Gregorio Moran. Posicionarnos en el disenso, alentar el debate, la lucha de ideas, en definitiva recuperar la libertad que nos ha quitado la corrección política.

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