La escultura y la chimenea

Me cuesta horrores poner por escrito la bizarría en que se ha convertido el mundillo del Arte. Y digo mundillo con todo el desprecio que me es posible transmitir. Es penoso tener que hablar en estos términos de una manifestación humana tan elevada y espiritual; y no lo hago desde la perspectiva del crítico, del intermediario o del inversor sino desde la posición de quien ha hecho del Arte su forma vida, no su negocio.

Verán Uds. Me encuentro a diario con aberraciones estéticas, sin sentidos, cachivaches decorativos y ocurrencias indescriptibles . Por otra parte, también me encuentro a diario con gente que aplaude y muestra aprobación ante un cachohierro en medio de una sala o ante un intento de escultura cargado de buenas intenciones, pero que su máximo mérito es ese: las buenas intenciones. Y claro, esta perfecta simbiosis entre cosas que se hacen pasar por arte y espectadores que se hacen pasar por sensibles amantes de la expresión artística, nos da un bofetón en toda la cara a los que aún nos mantenemos en pie sobre sobre un criterio ético y estético en ruinas. Pues bien, a estas alturas de la película, puedo asegurarles que no hay vuelta atrás, y es que he visto cosas que no creerían: he visto como en el Vaticano tapaban esculturas desnudas ante la visita del presidente iraní, he visto como pegaban la barba de la máscara de Tutankamon con loctite. Y todos esos momentos, lamentablemente, no se han perdido como lagrimas en la lluvia, sino que la espcia humana, en su afán por evolucionar hacia cotas más elevadas de absurdo progresismo saca el arte de los museos y lo mete en chimeneas como si pudieran deshacerse de aquello que nos remueve el alma a base de llamas.

Y estos pensamientos me vienen a la cabeza porque desde ayer no consigo quitarme de la mente la imagen de una escultura clásica, con un dominio técnico poco visto en estos tiempos líquidos en los que nada permanece y la verdad se flexibiliza hasta ser tan difusa que nadie puede arrogársela. Una escultura que hasta hace no mucho permanecía expuesta como corresponde en un museo, y ahora se muestra entre la tizne y el ladrillo requemado de una antigua chimenea. Como la explicación no ha terminado de convencerme, he pasado toda la noche pensando en cómo la sociedad ha pasado de subir a los pedestales la que antaño fue la primera de las Artes, a pretender quemar en la hoguera la disciplina que tradicionalmente ha servido para representar los valores mas nobles del ser humano. A estas horas de la mañana sigo sin encontrar explicación, aunque si he tenido tiempo para enlazar ciertas cosas:

1. Si la miseria moral aumenta, el criterio artístico disminuye
2. A medida que el conformismo se acrecienta, la excelencia desaparece
3. Cerrando el cerco en torno a nuestra individualidad, menos respeto mostramos por otras personas
4. Cuanto mas anhelamos lo material, menos cuidamos el alma

Y es que de eso estamos hablando. De alma. Porque cada pincelada de oleo sabiamente puesta sobre un lienzo, o cada pella de arcilla dando volumen a un espacio antaño vacio, es el pedacito del alma de alguien, de un artista, de un ser dotado de una conexión directa con las energías vitales y que reivindica con sus obras el deseo humano de la trascendencia. Trascendencia que nos empeñamos en arrojar a las llamas. Vidas miserables sin mas anhelo que dejar correr el tiempo. Tiempo vacio que tememos rellenar con contenidos que nos muestren la evidencia de que cada uno tenemos un propósito, y que nuestra comodidad pueril e irresponsable ha preferido reducir a cenizas

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