Las playas son nuestras

Las dos Cataluñas (la civlizada y la separatista) han entrado en rumbo abierto de colisión. La nueva regencia de la Generalitat por parte de Quim Torra no ha contribuido a mejorar el clima, más bien ha avivado la confrontación de la sociedad. Desde hace tiempo en Cataluña se vive una escalada de tensión, una maltrecha agonía, que deja a todos exhaustos, porque el propósito del “pruses” es llegar a la República por la vía que sea.

La última ha sido la “performance” llamada: el “secuestro de las playas” o “La plantada de cruces”. El objetivo de los secesionistas es confundir y colgar la foto en las redes para conseguir el clamor popular y liberar a “los presos políticos”. Las cruces tienen mensajes grabados, lemas como: “democracia”, “derechos humanos” o “libertad”, atribuyéndose valores universales como si fueran suyos, cuando los independentistas a menudo se los niegan a quienes no piensan como ellos.

En un alarde de imaginación hacia el desembarco de Normandía, los “indepes” han rescatado de los libros de historia, o mejor dicho de Wikipedia, la imagen icónica del cementerio de Colleville–sur–Mer. Cruces, como estacas colocadas a la misma distancia con el fin de generar polémica e impacto visual, lo cual se ha convertido en un macabro espectáculo para la vista.

La consigna “indepe” es de aprendiz de manual de Maquiavelo, “Todo vale con la intención de provocar. Proclamas como: “las calles son nuestras” y “las playas también” dejan a muchos fuera de juego. Semejantes afirmaciones han contribuido a generar más odio e incluso, en determinadas poblaciones costeras, se ha llegado al enfrentamiento civil entre paisanos. En varios vídeos que circulan por las redes sociales, unionistas e independentistas se acusan de agresiones por la retirada de los emblemas a favor de los políticos presos. Este último detalle es especialmente inquietante porque demuestra que los independentistas han «fichado» a los vecinos no nacionalistas y los han seguido hasta sus domicilios privados. La estrategia es clara y encaja con la llamada de los CDR separatistas a «la movilización permanente» y a «ir más allá de las manifestaciones». Traducido al lenguaje llano, al acoso, el señalamiento y la agresión.

Trágico que aquellos paisajes que inspiraron a Josep Pla, tan bellos y bien descritos en La Costa Brava sean el foco de semejante despropósito. Lugares remotos, idílicos y tranquilos donde esperan turistas y se encuentran con que la playa se ha convertido en un cementerio. Los “indepes” no desisten en su objetivo: prefieren que dichos parajes sean virales en las redes, pero por otros motivos. Las esperpénticas cruces amarillas casi han recorrido todo el litoral. Esta estrategia de ocupación del paisaje marítimo pretende arrinconar a los catalanes no separatistas y empujarlos al silencio o al exilio. En ello andan CDR, alcaldes, concejales, vecinos, la ANC, la CUP, JxCAT, Puigdemont y Torra, que ya tocan con los dedos el fin del 155.

Lo peor de todo es que, no ya la vía pública, sino las playas se han convertido en “maxiexposiciones” del horror, de la barbarie, del miedo, del morbo, de lo macabro… personas agredidas impunemente, en ocasiones a la vista de los agentes municipales, que ha permanecido pasivos ante semejante brutalidad. Los llamados Comités en Defensa de la República (CDR) custodian las playas, ya no pueden ir tranquilos: niños, abuelos o simplemente bañistas, aquello es “territorio comanche”. Imagen perturbadora, siniestro espectáculo gore, que incita al contemplarlo al más vil de los sentimientos, la violencia. Y todo contemplado por Quim Torra que ya no puede ocultar su sustrato ideológico racista.

Semejante performance proyecta dolor, es pura propaganda del sufrimiento humano, de una comunidad, de un pueblo, que ya no volverá a ser lo mismo por la obcecación de unos pocos, por el rencor de una Guerra Civil que nos enfrentó y ahora por culpa de los instintos de bajeza de unos cuantos, por sus intereses, gritan y se obstinan, en querer rescatar de las tinieblas el fantasma de la barbarie.

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