Con aura, tal y como se dice estos días, León XIV nos regaló el primer día de su pontificado tantos titulares como nuevas lecturas. Entre las más esperanzadoras y comprometidas, aquellas de san Agustín. Con ello, el sucesor de san Pedro no nos ha devuelto la figura de este santo como mero Padre de la Iglesia –uno de los pocos que han entrado por derecho propio en la literatura universal y en la historia de la filosofía[1]– o incluso como un mero teólogo de biblioteca, sino más bien, como faro para quienes viven hoy ampliamente neutros, relativos, acomodados.
Es de sobra conocida esa reflexión en la que ser cristiano no es precisamente sencillo, o al menos, gustoso. Para muchos, incluso creer en Dios les resulta complicarse la vida. Y es que, como señala Alfonso Aguiló en una de sus obras, «hay veces en que la resistencia a creer en Dios es sobre todo una resistencia de la voluntad para evitarse complicaciones morales[2]». Y lo dice precediendo una reflexión sobre quienes se pronuncian agnósticos. Una cuestión que más bien desprende cierta indiferencia, lo que resulta muy peligroso en este tiempo. Antes que la beligerancia del ateo, hoy la sociedad es cada vez más indiferente. Están cansados hasta para no creer con argumentos. Están de pie, pero ni siquiera saben caminar. Sin embargo, y si bien el de Hipona fue un enorme evangelizador, siempre tuvo presente que «no hay que dar lo santo a los perros» (Mt 7, 6).
Entre las lecturas más interesantes –y tristemente poco conocida– se encuentra El catecumenado en san Agustín. Hacerse cristiano en Milán e Hipona en los siglos IV y V, de Enrique A. Eguiarte y Mauricio Saavedra[3]. Sus líneas ponen de manifiesto la trabajada (y bien detallada) travesía que realizaban quienes verdaderamente querían ser cristianos y quienes, en efecto, daban su nombre para alistarse a las filas de Cristo. Como testimonios pilares, la obra gira alrededor de cómo eran esos inicios cristianos tanto en Milán como en Hipona.
Al igual que León XIV, también san Agustín tuvo un inicio sorprendente y alguna carta del pasado con mucho que decir en el presente. El de Hipona, como preparación para su retiro en Casiciaco, envió una carta a san Ambrosio –obispo de Milán– para pedirle consejo para saber qué libro de la Escritura debía leer para prepararse para el bautismo. Y la respuesta del obispo de Milán no pudo ser más enigmática: le recomendó que leyera el libro del profeta Isaías[4]. Y si bien no lo entendió al principio –incluso lo postergó hasta que estuviera preparado–, luego fue francamente fiel a la encomendación. Así, llevó una exercitatio como él mismo llama en Confesiones[5], lo estudió y se familiarizó hasta demostrar que el profeta más citado en todas las obras agustinianas es el profeta Isaías, citado en más de 709 ocasiones a lo largo de toda su obra[6]. Al parecer, los inicios de san Agustín –como los nuestros– también vinieron acompañados de lecturas dirigidas a Cristo.
El rito de admisión por ese entonces era, digamos, de un doble nivel[7]. Por un lado estaban los catecúmenos en general u oyentes. Aquellos que ya habían recibido los ritos de ingreso, pero que aún no habían tomado la decisión de dar sus nombres para comenzar el proceso de preparación para el bautismo. De este modo, quién sí lo hiciese, se convertía ya en competentes (cum y peto en latín, es decir «pedir juntos»). Se convertía, en efecto, en quienes juntos piden a la Iglesia el bautismo. El hecho de estar dispuesto a ser bautizado entre los primeros cristianos era una decisión muy lejana a la mediocridad actual de inscribirse en un club o una asociación. Era aceptar la cruz con todas y cada una de sus consecuencias. Era asumir la gracia de ser sacerdotes, profetas y reyes.
San Ambrosio, explican Eguiarte y Saavedra, comparaba el camino de los competentes con una competición atlética, y por ello debían entrenarse, privarse de tantas cosas, conservar la castidad, y sobre todo, estar listos para el combate. San Ambrosio sabía que estos competentes vivían con un enemigo que hay que pelear, el demonio; espectadores que les apoyaban, los ángeles que están en lo alto; un primer premio, que es el bautismo, y una corona definitiva, la vida cristiana, la vida eterna. Hoy, no obstante, cierto sedentarismo se ha implantado en muchas vidas cristianas y la actividad con más cardio –incluso entre quienes creen– es publicar una foto nueva de León XIV en redes sociales como símbolo de una reafirmación, aunque evitando siempre que esto les implique una tarea o un esfuerzo mayor. A la fine, en nuestra naturaleza todos somos como san Agustín al principio, quién al comienzo pedía a Dios una conversión[8] («Da mihi castitatem et continentiam, sed noli modo»), pero que no fuese inmediata, ya que la lucha interna estaba y está en todos.
De manera reciente, durante la Santa Misa pro eccclesia celebrada por el romano pontífice con los cardenales en la Capilla Sixtina, el santo padre León XIV subrayaba que «hoy también son muchos los contextos en los que la fe cristiana se retiene un absurdo, algo para personas débiles y poco inteligentes, contextos en los que se prefieren otras seguridades distintas a la que ella propone, como la tecnología, el dinero, el éxito, el poder o el placer[9]». Y para dar respuesta a ello, uno cree que se podría aplicar lo que san Agustín mostraba a los tardiores, aquellos que disponían de menos preparación y a los que les costaba más trabajo entender lo que se les decía. Con gran acierto pedagógico, san Agustín invitaba a poner muchos ejemplos, y ante todo, tener una paciencia infinita. Así, tanto la misión del santo padre León XIV como la nuestra –a través de san Agustín– encontrará testimonios tan dignos de los siglos IV y V como del XXI. Con todo ello, la Iglesia del tercer milenio hoy da buenos pasos y sabe caminar.
[1] San Agustín. (2017). Confesiones (P. Ribadeneyra et A. Custodio. Trad.). Editorial Austral.
[2] Aguiló, A. (2017). ¿Es razonable ser creyente? 50 cuestiones actuales en torno a la fe. (6ª ed.). Editorial Palabra.
[3] Eguiarte, E. et Saavedra. M. (2020). El catecumenado en san Agustín. Hacerse cristiano en Milán e Hipona en los siglos IV y V. Editorial Ciudad Nueva.
[4] Cf. San Agustín, Confesiones. 9, 13. Corpus Christianorum Latinorum 27, 140/10.
[5] Id.
[6] Eguiarte, Et. Et Saavedra. M. indican que “sin contar las 82 veces que se cita a Isaías con la grafía Esaiaa y sus variaciones”.
[7] Id.
[8] De manera literal, y tal y como prosigue el pasaje en latín, lo que dice san Agustín es [Señor], «dame castidad y continencia, ¡pero todavía no!»
[9] León XIV. (2025, 9 de mayo). Homilía en la Santa Misa pro ecclesia celebrada por el romano pontífice con los cardenales. https://www.vatican.va/content/leo-xiv/es/homilies/2025/documents/20250509-messa-cardinali.html