“Memoria histórica” y memoria biográfica

En estos últimos años y de cuando en cuando, como un Guadiana que siempre aflora a la superficie a la más mínima sensibilidad herida, podemos leer en diarios y redes sociales polémicas, a veces un pelín encrespadas, en torno a lo que se ha dado en llamar la cuestión de la “Memoria Histórica”. Yo mismo y otros autores hemos entrado al trapo, tras la estela filosófica que Gustavo Bueno estableció con su visión teórica de este asunto, que, evidentemente y desde un punto de vista conceptual, es un problema filosófico. Y esto por no hablar ya de la disputa sobre la Guerra Civil entre Enrique Moradiellos y Pío Moa que tuvo lugar hace unos lustros. Que la memoria sigue viva se percibe a veces con claridad en la sección de “Cartas al director” de diferentes periódicos y por supuesto en las disposiciones legales, que amparándose en dicha ley, la de Memoria Histórica, dictaminan sobre la necesidad de quitar el nombre de tal o cual calle o cualquier busto u otro tipo de efigie que recuerde, aunque sea de lejos, al franquismo. Y es que para los intereses electoralistas de la Izquierda Indefinida (sea extravagante o divagante), la montaña aún sigue sangrando, por decirlo de forma metafórica.

El que esto escribe, con modestia, y desde una perspectiva existencial, personalista, próxima a Unamuno y a la literatura de Miguel Delibes, ha utilizado en la revista digital El Catoblepas la noción de “Memoria biográfica y de memoria poética”. Y ello para corregir en parte la acusación de excesivo logicismo hegeliano que algunos atribuyen al Materialismo Filosófico, cuando impugnó la torpe manipulación mediática del gobierno Zapatero en este vidrioso tema. A mí se me podrá acusar, tal vez y en relación con la anterior expresión, de emplear un término que es casi un tautológico pleonasmo. Vaya la autocrítica por delante.

Hoy por suerte, al estar en una Democracia (y a pesar de sus muchas deficiencias), los historiadores de oficio (universitarios o no), ya han depurado casi todo lo que se puede conocer y establecer sobre los asesinatos indiscriminados y la violencia, de cualquier facción, en los meses y semanas que antecedieron al inicio de la contienda, como también a todo lo referente a la represión franquista al finalizar “oficialmente” la guerra, con la llegada de la “paz de la victoria”. Igualmente cabe decir lo propio respecto a las acciones del Maquis o guerrilleros que siguieron en la lucha.

A raíz de un comentario mío titulado “Sobre la memoria biográfica: una narración y un escolio”, de la citada revista en Internet, y donde yo reflexionaba sobre una serie de recuerdos de recuerdos que recibí de mi abuelo materno y de un tío, cuñado de mi padre, que, siendo de la misma edad y habiendo luchado ambos en el llamado “bando nacional”, tenían talantes morales e ideológicos bien distintos, me llamó, digo, un señor, Don Fernando Celestino Rey, que siendo oriundo de Salamanca, como mi familia, y en concreto de Béjar, quería preguntarme por la acción del maquis en el pueblo salmantino de Los Santos, muy próximo a Casafranca, aldea de la que son mis ancestros. Los hechos fueron muy sonados, en una provincia ultracatólica y en general muy conservadora, y por supuesto se silenciaron por el Régimen. Este señor me comentó que, con no ser historiador de profesión, estaba escribiendo un libro sobre la Guerra Civil y la represión en Béjar, y que si llegaba a publicarlo no habría de gustar ni a los “hunos ni a los hotros”, por decirlo al modo unamuniano. Yo, a este tenor, sólo pude indicarle que nada sabía, sólo unas vaguísimas impresiones por mí escuchadas y que ya cito en el mentado artículo.

Celestino Rey me remitió en su momento, y de esto ya hace bastantes años, a la web “Asociación Salamanca Memoria y Justicia” y a un enlace de la misma firmado por Don Luis Calvo Rengel, titulado “Semilla de Libertad”. Este último cronista recoge aquí tres relatos. Uno de ellos, el que aquí ahora me interesa, se titula “Bartolomé González, Alcalde de Móstoles”. Y es que éste, Bartolomé, participó como guerrillero republicano en la acción de Los Santos. Todo ello fue casi con seguridad el 20 de Marzo de 1946. Calvo Rengel cuenta, a partir de notas manuscritas tomadas a lo largo de varios años, cómo conoció a Bartolomé González. Éste, en su condición de alcalde y de militante del PSOE desde la clandestinidad, fue dosificando en los años ochenta, al ir trabando amistad y confianza, la información que le transmitía al también político socialista Calvo Rengel. La biografía de Bartolomé González, ya fallecido, da para mucho (médico y cronista de guerra, piloto de caza, 1936-1939, militar en la Legión Extranjera Francesa, 1939-1941, luchador en la Resistencia Francesa, 1942-1945, guerrillero republicano anti-franquista, 1946, y alcalde de Móstoles, 1979-1991).

Renuncio aquí a relatar la acción guerrillera pues remito a la citada web. Recordar, eso sí, que según el cronista todo se organizó por la Resistencia desde Toulouse (avituallamiento, armas, municiones, documentación falsa, planos, etc.) En esta ciudad estaba igualmente Nicasio, “el comandante Casio”, que actuó como jefe del comando integrado por diecisiete hombres. A Casio los falangistas le habían matado a su padre junto con otros en Septiembre de 1936. Sus cuerpos aparecieron en las cunetas del camino comarcal que va de Los Santos a Fuenterroble de Salvatierra. Según las palabras que recoge Calvo Rengel, Nicasio quería dar una lección a los que habían matado a su padre y que ahora eran las autoridades del pueblo. La operación fue exitosa y sólo cuatro guerrilleros entraron en acción, entre ellos el propio Casio. De estos sólo éste último disparó a matar y como venganza (en palabras de Calvo Rengel o según Bartolomé González). Conocía bien el pueblo y tenía el croquis de acceso a la taberna. Tras la ráfaga de metralleta cayeron los que estaban jugando la partida de naipes: El alcalde de Los Santos, el Teniente de alcalde y el Jefe local de Falange. La venganza se había cumplido. En días posteriores el comando se disolvió y muchos de los activistas fueron muertos en refriegas con la Guardia Civil y el ejército. Bartolomé fue de los pocos que salvó su vida, y su biografía, como la de Casio, da para un buen guión de cine, tal vez mejor que el de Luna de lobos.

Por eso yo, aunque muy joven para cuestiones referentes a la memoria de la guerra y de la posguerra, y junto a todo lo anterior, quiero narrar aquí un relato, un mŷthos (mito), un tanto novelado, referido a lo que debió de ser la vida de mi abuelo materno, que nació en 1910 y que ya falleció hace más de treinta años. Si mi familia de origen lee esto que me disculpen, pues no son más que impresiones emocionales que muy poco tienen de verídico, así pues por eso las entrecomillo.

“Era un 12 de octubre de 1972, jueves para más señas, y se había levantado la veda de la caza menor en el viejo reino de León, como siempre el día del Pilar y de la Hispanidad. Mi padre y un conocido suyo de Sama de Langreo, que nos llevó a toda la familia en su coche, habían madrugado mucho en Casafranca y antes de que despuntase el alba, con todos los miembros de la nutrida cuadrilla (hombres algunos Letrados y de tronío en el Antiguo Régimen), se habían ido a hacer esperas a las liebres antes de que amaneciese. Yo tenía nueve años y medio y mi madre en esos días se quedó embarazada de mi hermana mediana. Hasta en esto alcanza mi dilatada memoria. La mañana había amanecido con niebla y, ya se sabe…, mañana de niebla tarde de paseo. Ya de amanecida, los prados, la dehesa y los campos limítrofes (a Fuenterroble y Endrinal), y el pico, el Monreal, nos traían el eco de los tiros. La escopetas hablaban y mucho, y todo ello antes del boom de las repetidoras y acotados. ¡pum! ¡pum!. Las paralelas no dejaban con vida perdices, liebres, conejos y alguna que otra zorra. A media mañana Isaías, un labrador de entre los que solía ojear en los ganchitos, subía a un punto de encuentro (La Fuente la Mentira), con los almuerzos y las botas de vino, y bajaba con su burra entrecana bien cargada con las piezas ya cobradas. Recuerdo perfectamente su imagen, cuando atravesando la calzada comarcal, entraba con el asno vadeando la húmeda maleza de la cuneta hacia la plaza de la iglesia.

Mi abuelo, con toda la labor del verano anterior ya hecha, y guardada en “tenás”, carreteros y “sobraos”, decidió ir a arar, a orear la esponjosa tierra de una pequeña suerte en Arroyomolinos, próxima ya a Aldeanueva de Campo Mojado. No recuerdo si era un linar, un centenero o una tierra de “garrobas”. Como siempre le vi aparejar el típico arado romano, y castellano, y apretar con precisión el yugo, con las coyundas de correal de perro, a la testuz y largos cuernos de las vacas de labor. La “Jarda” y la “Cana”. A mí me subió a una exigua manta que, a modo de albarda, llevaba un muy manso y pequeño caballo castaño que tenía, Mientras, la “Juli”, una perrilla rojiza, nos ladraba excitada por la faena. Además de la azada, y en prevención, siempre llevaba un destral y una azuela por si se terciaba preparar una cuña para arado tan primitivo. Mientras con la aijada guiaba a la yunta por las eras, que estaban algo encharcadas por lluvias pasadas y yo me aferraba a las crines de la cabalgadura para no caerme, empezó a hablarme de su herida de guerra, en Segovia cerca de La Granja de San Ildefonso, de sus cinco operaciones a vida o muerte, de cómo y por qué llegó a ser sargento siendo duramente ejercitado por los alemanes que operaban en España. También algo creí oír, aunque el frío aire que se había levantado hacía revocar su discurso así ya entrecortado, sobre “El Somatén” y los “Bandoleros” que habían rondado por Los Santos y que habían matado a alguien. Creo que me dijo que al alcalde. Los próximos días (a aquellos hechos), y aunque él todavía andaba delicado en su convalecencia, algo creí entender de acciones de búsqueda y captura. No sé si también escuché la palabra “venganza”.

Ya no recuerdo más. A la tarde, los cazadores, ante el hastial del viejo caserón del abuelo Calixto, hicieron el tradicional ritual del reparto comunal de las piezas. Vi como a mi padre le hacían una foto con lo que él había despachado: tres perdices, un conejo y un gran y rojizo zorro macho. También evoco el olor a pólvora de los verdosos cartuchos del 12 del Trust Eibarrés, modelo “El galgo verde”, y su vieja escopeta de la misma marca. Coincidió esto, y así reposa recostado en mi memoria, con la llegada mía y de mi abuelo. Cuando éste soltaba las vacas del yugo y recogía hacía un corralón, cabe la calleja, todos los aparejos, arado y arreos, y al ir a bajarme del caballo, mientras yo me escurría agarrado a la cincha encima del poyo de la casa y para no caerme, sólo pude decirle, inocente, ¡abuelito Fabián!, ¿y usted por qué los mató?”.

Como decía esto no es más que un relato. Y si algún sentido tiene es poner de manifiesto que la memoria biográfica, establecida casi siempre sobre recuerdos o “implantes” de los mismos más o menos vagos o tergiversados, no constituye ninguna fuente fiable de conocimiento. Por eso la expresión “memoria histórica” no es más que una contradicción en los términos. Pues si un conocimiento es Historia, es decir pertenece al campo categorial de esta ciencia humana, es porque las reliquias y relatos sobre los que opera el historiador, como material fenoménico de partida, han sido sometidos al tribunal del Entendimiento, de la razón conceptual que establece operaciones y relaciones lógicas donde se establecen causas, concatenaciones y consecuencias. Así pues si algo es “Historia” no es memoria, y si es “memoria” no es Historia.

Asimismo, que en España la Ley de Memoria Histórica, en vez de servir para dar digna sepultura, por parte de los familiares que así lo demanden, a los restos humanos que aún yacen en fosas comunes, haya sido empleada (y siga siéndolo) como herramienta ideológica para cambiar nombres de calles en una constante polémica, es el mejor ejemplo de que las cosas se han hecho mal. Muy mal. Dicha ley se ha convertido pues en un arma ideológica arrojadiza, en una especie de espiral revanchista por querer cambiar nuestro pasado, que, nos guste o no, es el que es.

Pretender, desde ciertas formaciones de la Izquierda Indefinida, dar lecciones de moralidad, en un quítese el nombre de esta calle y póngase por nombre el de éste otro señor “porque es de los míos”, después de casi ochenta años de finalizada la fratricida Guerra Civil (1936-1939), no deja de ser un juego macabro. Y si a él unimos el hecho incontestable de que buena parte de nuestros jóvenes desconoce la Historia de España la cuestión se vuelve ya dramática, pues el rigor y sobre todo la exigencia hace tiempo que están ausentes de un bachillerato tan raquítico como el que padecemos los españoles.

Por último, que la Ley de Memoria Histórica se pueda llegar a utilizar como una “policía del pensamiento”, bajo un rancio espíritu chekista, sería un nuevo fracaso de la convivencia cívica española. Dejar que los historiadores hagan su trabajo y elevar el nivel general de ilustración ciudadana, frente a toda deformación ideológica o falsa conciencia reificada, es lo mejor que podemos hacer, además de denunciar el ánimo cainita de tanto político que vive de sembrar odio en tiempo presente, pesando, mezquino y perverso a un tiempo, que no será él quien recoja o padezca la tempestad.

Top