El pasado mes de julio, Santiago Abascal Conde, Presidente Nacional de Vox, anunciaba la presentación de una moción de censura contra el presidente de gobierno, Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Muchos consideraron que se trataba de una bravata inoportuna y con escaso recorrido, que había fracasado antes de haberse iniciado la tramitación de la misma. No comprendieron el alcance de la maniobra por su escasa altura de miras, por su limitada visión política y, por su nula sutileza parlamentaria.
El martes, 29 de septiembre, se registraba formalmente la petición en el Congreso de los Diputados. Se consumaba el anuncio efectuado. Pero ¿Qué sentido tiene si se va a perder la votación? No es aquí donde se encuentra la explicación. Esto es lo que la oposición no alcanza a entender. La moción de censura tiene una justificación evidente, dadas las circunstancias especialmente graves que acontecen en España, es una cuestión de responsabilidad política hacer frente a los desvaríos, despropósitos, incompetencia y malas artes practicadas por el Gobierno del Reino de España. No nos podemos conformar con la crítica, la rueda de prensa, los discursitos y las declaraciones mediáticas. Hay que proponer alternativas y no esperar a que pasen dos años y que las urnas pongan a cada uno en su sitio. Es demasiado tarde.
Durante el verano se intentó encontrar apoyos a la iniciativa, pero no se lograron. La situación general, lejos de mejorar, se ha ido agravando en grado suficiente para proseguir en el empeño. La beligerancia de la izquierda ha aumentado y, sin parangón en la historia de la democracia, ha alcanzado unos niveles inadmisibles. La moción de censura es una de las respuestas posibles. Lo malo es que, sin liderazgo en la oposición, el Partido Popular se encuentra contra la pared. Pablo Casado no ha entendido cual es la esencia del asunto. Los españoles necesitan ver y sentir que existe una alternativa creíble en medio de este debacle nacional. No importa tanto que se pierda, dada la aritmética parlamentaria, se pretende exigir responsabilidades al ejecutivo y plantear una respuesta en la sede de la soberanía nacional. El compromiso con los votantes y la defensa de España es mucho más importante que los intereses partidistas.
Ahora, sentados en sus sillones, los populares han perdido la iniciativa en la oposición, donde, por número de escaños, deberían haberla asumido. A partir de ahora, dejarán de ser un referente claro para el electorado que, cansado de los abusos gubernamentales, necesita tener esperanza. Es la hora de la decisión, del arrojo y de protagonizar la defensa de España. Pero el drama para el partido Popular no termina ahí. Ahora toca adoptar una postura concreta, ya no cabe escapatoria. Las opciones son tres, una vez que se desestima, por pura lógica, apoyar al gobierno a quien tanto se critica: o se abstienen –que será lo probable-; o se vota a favor –absolutamente improbable-; o se deja libertad a sus diputados –lo cual evidenciaría una enorme debilidad-. En Génova no han sido capaces de valorar los riesgos de su inacción y pasividad. La moción de censura, que van a contemplar desde el tendido, se vuelve también contra ellos, dejándoles en una posición incómoda que muchos de sus seguidores no van a compartir, ni apoyar. La ambigüedad es lo que tiene.
Durante la democracia reciente se han producido cuatro mociones de censura, sin contar la ahora presentada. En 1980 se promovió contra Adolfo Suárez; en 1987 se presentó contra Felipe González; en 2017 y 2018 contra Mariano Rajoy. Solamente la última prosperó, por el exceso de soberbia y orgullo de la bancada popular. Entonces, como ahora, no vieron el peligro que se avecinaba. Su perspectiva trufera les llevó a la oposición y a ser desalojados del ejecutivo. No parece que hayan aprendido la lección recibida y, ahora, con menos recursos parlamentarios que antes se arrugan en la pelea.
Vox ha actuado con responsabilidad y compromiso con sus votantes, no cabe duda, y así se lo demandan, acción e intervención. Pero, además, se postulan para liderar a la oposición ante la indecisión de los azules. Aprovechan este recurso constitucional para defender sus propuestas y programa electoral, para protagonizar la respuesta a la izquierda radical que monopoliza la escena política y, por si fuera poco, para promocionar a su candidato en las próximas elecciones catalanas, Ignacio Garriga Vaz de Concicao, que sabrá aprovechar la presentación de la iniciativa para incrementar sus expectativas electorales. Las últimas encuestas para aquellos territorios indican un hundimiento de Ciudadanos y una caída de los populares. A cinco meses vista, ésta puede ser la puntilla para unos y otros. Qué poco olfato y qué poca perspicacia, como siempre, han tenido los chicos de Casado.
Así pues, tramitada la solicitud, la Mesa del Congreso deberá reunirse para calificar la moción en un plazo máximo de cinco días desde su presentación. Posteriormente, habrá dos días para presentar mociones alternativas. En total siete días. Después, la Presidencia del Congreso convocará la sesión en un plazo máximo de veinte días. La única posibilidad de bloquear la iniciativa es que se estén tramitando los Presupuestos Generales del Estado, cosa que no está ocurriendo, aunque su borrador se esté negociando, hecho que estará valorando la Mesa asistida por los letrados de la Cámara. Estoy seguro de ello.
El presente de España está amenazado, no solamente por la pandemia y la incontenible crisis económica, también se compromete nuestro porvenir como nación desde las iniciativas puestas en marcha por un gobierno, profundamente sectario, que con una intencionalidad fehaciente, manifiesta abiertamente su voluntad de alterar el orden constitucional vigente. En ese decidido empeño, aceleran el paso y actúan a golpe de decretos, instaurando un régimen presidencialista de preclara vocación republicana, aprovechando las mayorías parlamentarias que les dispensan los independentistas, comunistas, terroristas blanqueados y los oportunistas regionalistas. Tienen dos años de la actual legislatura vigente para avanzar, contra viento y marea, en su “golpe de estado”. La demolición y transformación del modelo actual es un empeño irrenunciable a nivel ideológico para ellos.
Una moción de censura es pues necesaria, urgente y fundamental en la encrucijada histórica en la que nos encontramos. Permite quitar la máscara a unos y a otros, exige que cada cual escoja el lugar en el que quiere salir en la fotografía de la historia. Todos quedarán retratados. Unos por su deslealtad al orden establecido; otros por su indefinición y espíritu pusilánime; otros, afortunadamente para los que nos sentimos intimidados e indefensos, darán la batalla conscientes de la dificultad de su entrega. Les aseguro que no será en balde.