Mr. Robot y la rebelión de las masas

Mr. Robot y la rebelión de las masas. Ruiz J. Párbole

Hola, amigo. 

Así mismo, con esta amigable alusión a la icónica serie que ocupa el título quisiera dirigirme al lector. Y es que en esta época donde la sensación de turbulencia es cosa bastante generalizada estoy empezando a tomarme la licencia de buscar complicidad a ciegas, como si en un cuarto oscuro estuviese. La complicidad concretamente, de esa gente que como yo está bastante hastiada de esa sobreabundancia de pseudohéroes que nadie ha pedido. 

Por insistencia de un buen amigo empecé a ver la serie Mr. Robot, y el caso es que recientemente terminé el último capítulo, habiendo extraído reflexiones que creo que son pertinentes a fecha de hoy. Como pueden intuir esto no va de una review ni de destripar de forma crítica el argumento de la serie, sino más bien de explicar la génesis de ese espíritu juvenil que encarnan los salvadores de nadie.

Elliot Alderson, el protagonista de la serie, es básicamente un justiciero que quiere cambiar el mundo. Nos convence de que el mundo realmente está fatal y de que es necesario hacer un reset. A diferencia de cualquier revolucionario de keyboard (expresión acuñada por el grandioso Frank Cuesta), Elliot tiene armas para renovar el mundo dado que es un hacker nivel Dios. Pero de no ser porque esto es una serie de ficción, Elliot no estaría en un escalafón distinto del de Greta Thunberg o James Rhodes. Es decir, gente que se esfuerza y pone todo su ahínco en demostrar la supuesta buena voluntad que poseen, y que siempre, sin importar el contexto en el que estén, van a encontrar motivos para reivindicar la búsqueda de «un mundo mejor». 

¿Estás ahí? ¿Puedes oírme? Porque tú, amigo lector, quizá estés curtido ya en lo que respecta a bregar con los fantasiosos profesionales, y por tanto sabes calar el trasfondo. Porque aunque ciertamente la realidad en cualquier época y circunstancia, simplemente por el hecho de ser realidad siempre va a plantear retos al humano para que se dedique a mejorarla, sabes que el contenido que hay detrás de las consignas de los mesías no son tanto los problemas de la realidad, sino más bien los problemas de ellos consigo mismos. Por ello, aunque se diera el caso en que una persona o un colectivo tuviera los recursos necesarios para emprender una revolución en el mundo de la manera en que la sueñan, ese intento parece estar siempre destinado al fracaso. Elliot y su grupo fsociety (un claro equivalente a Anonymous) realmente inician una revolución no requerida, en la que en muchas ocasiones acaban haciendo más mal que bien. ¿Que hay motivos para levantarse y protestar? Nadie lo niega, pero si se acepta solamente la parte destructiva y no la responsabilidad de construir o de proponer un nuevo sistema tras la demolición, entonces es normal que cada intento de revolución en la historia casi siempre haya terminado con poco menos que tiranías. 

Aquí es donde entra el gran Ortega y Gasset. Para Ortega, el modus operandi general de las masas cuando han buscado una intervención en la vida pública ha sido el de la «acción directa» (concepto muy popularizado por los anarquistas). Es decir, como todo lo perteneciente al sistema se considera un agravio, se pretende derruir incluso aquello que nos hace tener un mínimo grado de civismo, como bien podrían ser los formalismos o convencionalismos que cimentan la civilidad de un pueblo. Lo opuesto a lo cívico es lo bárbaro, y lo bárbaro nace a raíz de que los deseos personales quieran erigirse como causas pertinentes para los demás. 

«Civilización es, antes que nada, voluntad de convivencia. Se es incivil y bárbaro en la medida en que no se cuente con los demás. La barbarie es tendencia a la disociación. Y así todas las épocas bárbaras han sido tiempos de desparramiento humano, pululación de mínimos grupos separados y hostiles.»(2014, p.136)

Elliot no deja de ser una persona con severas dificultades para relacionarse con los demás, por lo que en última instancia culpa de esas incapacidades propias al sistema. Él es, en definitiva, un lobo solitario. Esta misma lógica se aplica también a toda esa gente que está miedosa de que la señalen socialmente y como consecuencia se abona a la defensa de algún grupo en particular. De hecho en el mismo nombre del grupo revolucionario queda manifiesta la insociabilidad que frustra al protagonista, f*ck society (que le jodan a la sociedad). Muy bien, ¿y eso qué significa aparte de un quejido adolescente? ¿qué solución aporta al mundo ese quejido? Esto es lo propio de la rebelión de la masa, el mero alarido sustituyendo a la argumentación racional. 

El asunto continúa siendo el siguiente: las melancolías privadas se convierten en estados generales del mundo (Escohotado dixit). O dicho de otro modo, las inquietudes y problemas particulares se disfrazan de «necesidades» generales de las sociedades. Por eso es muy típico escuchar a los salvadores de nadie decir que «la gente vive una vida de mentira», o aludir a un supuesto «despertar» que tenemos que alcanzar. Sin embargo, pese a que el revolucionario apuntale con su dedo al problema, nunca ofrece las pautas para la reconstrucción del mundo, sino que esa tarea se la encomienda al azar, o mejor dicho, a una noción particular de destino. El despreocuparse del asunto sustancial, el de mejorar el mundo, es la confirmación psicológica de que la motivación real es un conflicto interno. Pero aparte de eso, también es un síntoma de aquello que Ortega llama el «snobismo». Para él, un snob es alguien sin nobleza (sine nobile), es decir, alguien que no asimila la responsabilidad del privilegio. Un privilegio que no tiene que ver en este caso con vínculos de realeza, sino sencillamente con una abundancia material con respecto a cualquier predecesor, fuere cual fuere su casta; porque es sabido que ningún rey absolutista estuvo mejor alimentado que un working class del mundo moderno. Ese alcance a los bienes materiales y culturales que antes se reservaban a los hombres distinguidos y que ha sido reclamado por el hombre-masa le confiere a éste unos privilegios de los que no se quiere hacer cargo. 

«La seguridad de las épocas de plenitud -así en la última centuria- es una ilusión óptica que lleva a despreocuparse del porvenir, encargando de su dirección a la mecánica del universo. Lo mismo el liberalismo progresista que el socialismo de Marx, suponen que lo deseado por ellos como futuro óptimo se realizará inexorablemente, con necesidad pareja a la astronómica. (…) Bajo su máscara de generoso futurismo, el progresista no se preocupa del futuro; convencido de que no tiene sorpresas ni secretos, peripecias ni innovaciones esenciales, seguro de que ya el mundo irá en vía recta, sin desvíos ni retrocesos, retrae su inquietud del porvenir y se instala en un definitivo presente.»(Ibid, p.103)

Lo que nos interesa de todo esto es que en lo que respecta a las grandes figuras del colectivismo o el igualitarismo quizás no se puede prescindir de la biografía, del perfil psicológico, o como diría Roland Barthes, de la distinción entre obra y autor, a fin de calar al personal y si cabe, tener margen de intervención práctica cuando puedan detectarse esos antecedentes. Podríamos haberlo hecho en los últimos diez años, cuando hemos visto aparecer a nuevos mesías hablando no sé qué del neoliberalismo y de la justicia social. Podríamos haberlo anticipado antes de que se acrecentasen desmedidamente ideologías identitarias que han acabado fomentando una división inimaginable en la sociedad, pero al parecer, la humanidad todavía no está curada de espanto en lo que respecta a los charlatanes y sociópatas. Algunos como Ortega verán la ignorancia de la masa en este tropezar constante con la misma piedra, otros sin embargo podrían ver inocencia. Como sea, no sería mala idea empezar a comprender la diferencia entre apariencia y realidad, entre lo simple y lo complejo, a fin de que los grandes proyectos que el charlatán propone sean desechados al instante. 

REFERENCIAS

Ortega y Gasset, José. (1930). La rebelión de las masas. Alianza Editorial, 2014. 

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