Por ser la Virgen de la Paloma

Por ser la Virgen de la Paloma. Carmen Meléndez

El mes de agosto estrena su segunda quincena con la Asunción de Nuestra Señora, no la Virgen de la Asunción como erróneamente muchos denominan en la actualidad esta solemnidad.

El Apocalipsis[1], en uno de sus pasajes afirma: «Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza«. La Tradición siempre identificó en esta simbología una referencia directa y cierta a la Virgen Maria, su triunfo final sobre el dragón, es la victoria total que significa la glorificación de su cuerpo.

La Asunción de la Virgen fue proclamada Dogma de Fe por el Papa Pío XII en 1 de noviembre de 1950, en la Constitución Apostólica Munificentissimus: «La Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial

Madre de Cristo, Nueva Eva, preservada del pecado original y de la corrupción del sepulcro, es la primera en compartir la victoria de su Hijo sobre el pecado y la muerte. Esta es la grandeza de la solemnidad del 15 de agosto, por este motivo España bajo diversas advocaciones celebra a la Virgen ese día especial.

Madrid también tiene su Virgen de Agosto, como popularmente se decía, y desde luego es especialmente querida: La Paloma.

La capital de España tiene tres Patronas, la de la Corte, la Virgen de Atocha. La de la Villa, la Virgen de la Almudena, doble patronato que se corresponde con su condición de Villa y Corte.

Y la popular, con raíces profundas en la devoción de los madrileños, y que se celebra el 15 de agosto, con verbena y jarana, mereciendo hasta una zarzuela La Verbena de la Paloma, con libreto de Ricardo de la Vega y música de Tomás Bretón.

A finales del siglo XVIII, en la calle de la Paloma existía un corral que las monjas del convento de Santa Juana utilizaban para la matanza de reses, y trastero de objetos varios como la madera que se habría de utilizar para hacer fuego.

Un día entre el montón de leña apareció un cuadro, una pintura de la Virgen de la Soledad que, el encargado regaló sin más a unos chiquillos que por allí jugaban.

Uno de los chicos era Juan Antonio Salcedo que lo llevó a su casa, su tía Isabel Tintero al comprobar que era una imagen de la Virgen, se hizo con el cuadro por cuatro cuartos que dio al sobrino.

Una vez limpio y adornado fue expuesto en el portal del domicilio de Isabel Tintero, costumbre habitual y frecuente en aquellos tiempos, en los que los vecinos mostraban públicamente su devoción de esa manera.

Pronto corrió la fama de la imagen por los favores concedidos a sus devotos, llegando hasta el Conde de las Torres que convaleciente de fractura en una pierna a Ella se encomendó con el resultado de una curación rápida y total. Con su ayuda Isabel Tintero pudo alquilar un cuarto bajo donde instaló la Virgen que los devotos llamaban de la Paloma, por la calle en la que apareció.

Por medio del Conde de las Torres llegó la noticia a palacio, al Rey Carlos IV y la Reina Mª Luisa de Parma, justo en el momento en que el futuro Fernando VII estaba enfermo de escorbuto. En agradecimiento por el alivio del Príncipe en su dolencia, la Reina donó dos faroles y bujías para dar luz a la imagen.

Las limosnas aumentaban a la vez que los favores se sucedían, Isabel Tintero logró construir una capilla justo en el solar en el que el cuadro fue encontrado, con el fin de acoger a los devotos y de ordenar el culto. Y así se terminó la edificación, siendo el arquitecto Francisco Sánchez, en agosto de 1796, con el traslado de la Virgen a su nueva casa el 8 de octubre del mismo año.

Durante la invasión napoleónica, la capilla fue objeto de pillaje por parte de las tropas francesas que, robaron las alhajas y objetos de valor ofrenda de los devotos, pero se logró salvar el edificio gracias a los fieles y a la misma Isabel Tintero.

En 1891 se trasladó a la capilla la parroquia de San Pedro el Real que se ubicaba hasta entonces en la calle del Nuncio, siendo insuficiente el espacio disponible se comenzó la construcción de un nuevo templo, el que hoy conocemos, que fue consagrado el 23 de marzo de 1913.

El 14 de abril de 1931 se proclama la república y en el mes de mayo tiene lugar en Madrid el trágico episodio de la quema de conventos y edificios religiosos. Parece ser que, alguien escuchó a los incendiarios de la Iglesia de San Luis Obispo de la calle de la Montera su intención de quemar La Paloma. Para salvar el cuadro el párroco lo descolgó una noche siendo sustituido por una copia, el auténtico fue sacado de la iglesia por el farmacéutico Labiaga siendo guardado en el número 66 de la calle de Toledo como uno más de la casa. Más tarde al trasladar su domicilio al Paseo de Rosales, allí fue a parar la Virgen de la Paloma, escondida entre las dos chapas de madera que formaban el cabecero de una cama, para burlar los registros domiciliarios cada vez más frecuentes.

Hasta que el 18 de julio de 1936 estalla la guerra civil y comienza el asedio a Madrid, estableciéndose el frente casi en el mismo Paseo de Rosales, obligando a sus moradores a abandonar el domicilio precipitadamente. Allí quedó la Virgen de la Paloma sola unos días, hasta que la esposa de Labiaga, arrostrando los consabidos peligros que significaba el acceso a esa zona, fue a recoger el cabecero para guardarlo en el sótano de la farmacia de la Glorieta de San Bernardo donde permaneció escondida y a buen recaudo hasta el final de la guerra.

Mientras tanto un zapatero del barrio ignorante de todos estos avatares, una vez empezada la guerra, robó la copia con la intención de salvarla escondiéndola hasta el fin de la contienda. Queda así constancia del amor de los madrileños a su Virgen de la Paloma, fue salvada dos veces.

Con la paz, La Paloma vuelve a su casa para recibir los ruegos de sus devotos, procesionar por las calles del barrio el día de su festividad, y acoger el ofrecimiento de los madrileños que nacen en su primera salida a la calle. Que Ella nos guarde, a Madrid y a España.


[1] Apocalipsis 12, 1

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