El patrón oro era el sistema base internacional que imperaba en el siglo XIX. Se basaba en el hecho de que el valor de una divisa era respaldado por cierta cantidad de oro; los individuos podían solicitar a los diversos bancos nacionales que les cambiasen sus billetes por monedas o lingotes de aquel metal. Tras la II Guerra Mundial, en 1944, los representantes económicos de cuarenta y cuatro países ser reunieron en Bretton Woods; los acuerdos a los que llegaron marcarían el comienzo de lo que Henry C.K. Liu denominó “la hegemonía del dólar”: fijaban tal divisa como moneda de reserva internacional, con la condición, garantizada por la Reserva Federal estadounidense (Fed), de que 35 dólares se cambiarían por una onza de oro. El resto de países vincularían sus respectivas monedas al dólar con una tasa de fluctuación que no pudiera variar más del 1%. Además, se crearon el Fondo Monetario Internacional y el Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo, el cual formaría parte, más tarde, del llamado Banco Mundial. En definitiva, se estaba poniendo en marcha un Nuevo Orden Económico Internacional, obra de los vencedores de la IIGM, con Estados Unidos a la cabeza.
En 1971, por primera vez en el siglo XX, la balanza de pagos de EE. UU. era deficitaria. El país, por otra parte, se encontraba inmerso en la guerra de Vietnam, por lo que imprimía miles de millones de dólares para financiar el conflicto, quebrando, así, la confianza internacional, y es que, mientras la impresora de la Reserva Federal no paraba de producir billetes, las reservas de oro no dejaban de aumentar. Ante esto, el presidente Nixon realizó el mayor incumplimiento de toda la historia económica, al decidir, de forma unilateral, cerrar la ventanilla del oro (en lo que se conoce como el Nixon Sock): el dólar dejaba de ser convertible en oro; el dólar se convertía en otra moneda fiduciaria. En palabras de John Connally, secretario del Tesoro, “el dólar es nuestra moneda, pero vuestro problema”.
Tras el Nixon Sock, el Gobierno de Estados Unidos se encontraba ante la necesidad de seguir manteniendo el “exorbitante privilegio” del que hablaba Giscard d’Estaing. La solución llegó en 1973, cuando los norteamericanos lograron un acuerdo con la Casa de Saúd, por el que la compra y venta del petróleo saudita se realizarían en dólares a cambio de armamento americano y protección militar. Arabia Saudí se convertía en el socio preferente de los EE. UU. en la zona de Oriente Medio; nacía el “petrodólar”, término acuñado por Ibrahim Oweiss. En 1975, todos los países de la OPEP aceptaron vender su petróleo en dólares, lo que generó una gran demanda de dicha moneda a nivel mundial. Este sistema obligaba a poseer dólares no por el oro que respalda los respaldaba o por la salud de su economía sino por obligación; como dice Pierre-Antoine Delhommais, “Estados Unidos jamás habría podido vivir como lo ha hecho, por encima de sus posibilidades; jamás habría podido drenar tres cuartas partes del ahorro y la riqueza mundiales si no hubiera tenido la moneda de referencia en los mercados de capitales, del petróleo, de los metales y del comercio mundial. Si no hubiera tenido ese ‘privilegio desorbitado’ que le permite endeudarse sin lamentarlo”. Y ése es uno de los problemas del imperio yanqui: la pérdida del petrodólar, la obligación de vender petróleo únicamente en dólares, resultaría funesta para ellos; la deuda pública (más de 20 billones de dólares) no se podría pagar; el aparato militar no podría mantenerse; se desataría una crisis económica al regresar toda la inflación que los norteamericanos han estado exportando durante todos estos años; los costes energéticos aumentarían, se produciría una estampida de todo activo denominado en dólares; etc. En definitiva, asistiríamos al colapso de los Estados Unidos de América. Todo esto nos lleva a entender gran parte de la geopolítica americana, que tiene como principal objetivo mantener, a toda costa, el sistema del petrodólar.
¿Se acerca el fin de la hegemonía del dólar? Según el conocido como “dilema de Triffin”, la moneda de un país no puede ser moneda de reserva mundial durante mucho tiempo. La crisis de 2008 ha hecho que se empiece a cuestionar la credibilidad crediticia de los Estados Unidos, lo que se materializa en el hecho de que la Reserva Federal, la Fed, sea, desde 2012, el mayor tenedor de bonos del Tesoro del país. Por otra parte, China ha lanzado una arriesgada apuesta para colocar al yuan en una buena posición de partida en el nuevo Sistema Monetario Internacional. En los posibles escenarios del futuro, cada vez es menos probable que EE. UU. salga fortalecido de esta crisis, y la pregunta es, ahora, si la transición a un nuevo SMI se va a producir de una manera coordinada y suave o con tensiones y fricciones.