Edgar Morin, en su obra, La vía para el futuro de la humanidad, utiliza el adagio latino Sparsa colligo, (“reúno lo disperso”), para presentar un modelo posdemocrático de organización social, donde lo plural y lo universal deben quedar reconciliados. Como imitando el lema del dólar norteamericano “E pluribus unum” (“de muchos, uno”), o el de la Unión Europea, “in varietate concordia”, parece que la intelectualidad occidental buscar un sustituto de la máxima cristiana “unidad en la diversidad”. La media verdad, o media mentira, de Gadamer sobre el lenguaje: “El habla no pertenece a la esfera del yo, sino a la esfera del nosotros”, nos advierte el peligro de ciertos términos que –en un contexto actual- pueden convertirse en totalmente dañinos para el entendimiento y la comprensión de la realidad. Nos referimos a términos aparentemente inocuos, e incluso recurrentes en el actual lenguaje eclesial, como “multiculturalismo”, “pluralismo”, “diversidad cultural”, etc. Evidentemente, en el pensamiento tradicional, la universalidad nunca fue enemigo de la diversidad y la diferencia. No obstante, la hegemonía de términos como “multiculturalismo” esconden una intencionalidad política que pretenden erosionar el concepto de “universalidad”, para sustituirlo por otro abstracto conceptual alejado del lenguaje tradicional.
“Mientras la comunidad colapsa, la identidad se inventa”
Queremos presentar la “función” política de determinados términos tanto como manipulación conceptual, como demostración de una decadencia cultural sin apenas vías de escape. Sharon Zukin sugiere que “el agotamiento del ideal de un destino común ha fortalecido el atractivo de la cultura”[1], entendiéndose el término cultura como “etnicidad”. En cierta medida, y salvaguardando la dificultad de definir los términos, lo que vamos a plantear es la relación, entre otras cosas, entre lo que es la verdadera comunidad (Polis) con la configuración posmoderna de pseudocolectivos o pseudoculturas que acaban sustituyendo a las verdaderas comunidades. También hemos de advertir, junto a Eric Hobsbawn, del abuso del término “comunidad” que ha llevado a que se agote en el discurso y el entendimiento político.
Por ello, afirma Jock Young que: “mientras la comunidad colapsa, la identidad se inventa”[2]. Aplicaremos aquí al concepto de “identidad” la creación, artificial o no, de elementos no transmitidos por la tradición sino derivados de intencionalidades políticas o agotamientos de las verdaderas identidades. Por eso, al hablar de “multiculturalismo” lo entenderemos como una suma o amalgama de identidades sustitutorias de alguna otra realidad. Con otras palabras la parición o emergencia de las “sociedades multiculturales” denotan el agotamiento de una realidad comunitaria. Hoy nos quieren hacer creer que estos “constructos multiculturales” son verdaderas sociedades. Sin embargo lo único que denotan es la consagración del nihilismo. Esta relación nihilista entre la realidad y la fabulación, fue convenientemente descrita por Vattimo: “la fábula del mundo verdadero es también nihilismo por cuanto supone un debilitamiento de la fuerza terminante de la realidad”[3]. Pasemos pues a mostrar el peligro de usar ciertos términos que pueden disolver la comprensión de la sociedad, la capacidad de enjuiciar lo que está sucediendo en Occidente y, peor aún, quedar bloqueados en el “ciclo enteramente cerrado de la imaginación política moderna”[4].
Anotaciones en torno al concepto “multiculturalismo”: ¿realidad o ideología?
Como señalara Lyotard, en la posmodernidad, “el recurso a los grandes relatos está excluido”[5]. Con ello se quiere dar a entender que la muerte de las ideologías y sus “metarrelatos” racionalizadores, han dejado lugar a las micro-ideologías más disparatadas, que pretenden llenar un vacío intelectual y vivencial sin parangón en la historia occidental[6]. Si en el siglo XVIII, el Estado kantiano y hegeliano se jactaba de encarnar la universalidad de la racionalidad, hoy este principio quiere seguir siendo afirmado, en la medida que se sostiene al mismo tiempo lo contrario: todo es diverso, relativo y se niega lo universal (al menos en su sentido original). El “multiculturalismo” es un eslabón más en este universo de las micro-ideologías que no podemos dejar de lado por su importancia en la concepción de un “imaginario” social que crea en la mayoría de las masas sociales occidentales.
Afirmaba Nietzsche que “el mundo se ha convertido en una fábula”. La fabulación constante de la realidad se traslada a conceptos como “multiculturalismo” pues suponen un contenido profundamente ambiguo. En un principio, el término surgió en las universidades norteamericanas ante el fracaso del melting pot y su intento de ser sustituido por una nueva microideología. Pero no hemos de caer en una trampa. A saber, que el “multiculturalismo” es simplemente una situación social donde se produce –normalmente por inmigración- el encuentro de culturas (étnicas) diferentes. Si sólo fuera esto nos encontraríamos ante una mera discusión de sociología política: qué es mejor sociedades que respeten a todas las culturas o aplicar políticas de asimilación desde la cultura dominante (discusión cristalizada en los modelos propuestos por Gran Bretaña y Francia). Desde esta perspectiva, nos bastaría con proponer el marco teórico que nos presta Levi-Strauss en su Tristes trópicos, al distinguir dos estrategias que las sociedades establecen para relacionarse con los “otros”. Se tratan de: la antropoémica y la antropofágica. La primera estrategia se trataría de expulsar y repeler a los “otros” que no son como la “media” del grupo. La segunda se trataría de asimilar a los otros hasta que desapareciera la “otredad”. En el fondo ambas estrategias fueron reproducidas por las políticas gubernamentales en los países europeos especialmente protestantes en sus colonias.
¿antropoémica o antropofágica?
Parecería, pues, que el actual “multiculturalismo” sería el intento de buscar un punto intermedio en el que se aceptaran características diferentes y diferenciadoras de “otros”, al mismo tiempo que se mantiene una estructura común legal y uniformizadora. Esta sería la “ingenua” visión de Alain de Tourain, cuando define el multiculturalismo como: “la combinación, en un territorio dado, de una unidad social y de una pluralidad cultural mediante intercambios y comunicaciones entre actores que utilizan diferentes categorías de expresión”[7]. Sin embargo, en palabras de Jock Young, esta “comunidad inclusiva” sería una contradicción en los términos[8]. Pues como propone Levi-Strauss, sólo uno de los modelos puede dominar. Igualmente planas se nos antojan las interpretaciones que realizan Charles Taylor o Jürgen Habermas, con sus propuestas de flexibilización del carácter universal de las normas de un Estado para adaptarlas a las necesidades de las minorías. Estaríamos, en este sentido, ante una propuesta asimilacionista, pero con ciertos privilegios y flexibilidades para evitar ser acusados de poco democráticos.
Es por ello que debemos profundizar en lo que esconde la palabra “multiculturalismo” y en las consecuencias de su implantación en el lenguaje y, por ende, en el “imaginario colectivo”. Para ello, nos parece más sugerente la propuesta de Zygmunt Bauman para interpretar lo que realmente significa el “multiculturalismo” en las sociedades posmodernas. Es cierto que no podemos estar de acuerdo en su idea de “ciudadanía” (en el sentido clásico “republicano”), pero sí en la advertencia de confundir la “ciudadanía” con la pertenencia cultural. De ahí que afirme que el “multiculturalismo” es un peligro para la idea de ciudadanía, si tenemos en cuenta a ésta como el “sujeto político” de la sociedad. Con otras palabras la aceptación de que las sociedades son composiciones multiculturales, llevaría a la negación del ciudadano como “sujeto político”; ello es debido, afirma Bauman, a que: “`Multiculturalismo´ es un término equívoco porque no sólo sugiere variedad cultural, sino también variedad de culturas”[9]. El filósofo rechaza la posibilidad de una integración o asimilación “armónica y democrática” y deriva el concepto “multiculturalismo” al lenguaje propio de la utopía: “resulta extremadamente difícil representar a una sociedad como conjunto de culturas integradas, unidas y coherentes, y menos aún `puras´”[10].
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[1] Sharon Zukin, The culture of cities, Blackwell, Oxford, 1995, p. 263.
[2] Jock Young, The exclusive Society, Sage, London, 1999, p. 164.
[3] Gianni Vattimo, El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la culturas posmoderna, Gedisa, Barcelona, 2000, p. 20.
[4] François Furet, El pasado de una ilusión, FCE. Madrid, 1995, p. 12.
[5] Jean-François Lyotard, La condición posmoderna, Cátedra, Madrid, 1987, p. 109.
[6] Este fenómeno ya fue adelantado por Daniel Bell en su obra El fin de las ideologías (Tecnos, Madrid, 1964).
[7] Alain de Touraine, “¿Qué es una sociedad multicultural?”, en Claves de razón práctica, 56, 1995, p. 15.
[8] Otra forma de plantear el problema desde una dimensión mucho más metafísica y trascendental sería la propuesta por Noberto Bobbio, al afirmar que todo hombre es igual a otro y diferente a otro. Cf. Norberto Bobbio, Elogio de la templanza, Temas de Hoy, Madrid, 1997, p. 197.
[9] Zygmunt Bauman, Modernidad líquida, FCE, México, 1999, p. 208.
[10] Ibid., p. 209.