Título: “Yo, el difamado. Fernando VII, autobiografía apócrifa de un buen rey”
Autor: Luis del Pino
«El sinvergüenza que ayer acuchilló a los tres franceses será juzgado esta noche y espero que lo ahorquen mañana. Ordené al presidente del Consejo de Castilla que tratara de descubrir el nombre del confesor de este desgraciado, porque no hay duda de que estaba fanatizado por él».
Las líneas reproducidas forman parte de la carta que Murat escribió a Napoleón pasada la medianoche, apenas seis días antes del 2 de mayo de 1808, y forman parte del libro, Yo, el difamado. Fernando VII, autobiografía apócrifa de un buen rey (La Esfera de los Libros, Madrid 2024), obra de Luis del Pino que aborda la figura del rey más denostado de la Historia de España. Apoyado en un potente aparato documental, el libro novela los sucesos comprendidos entre el 14 de octubre de 1784, mes en el que nació el protagonista, y el 13 de mayo de 1814, cuando Fernando VII hizo su entrada triunfal en Madrid. A lo largo de más de 600 páginas es el propio monarca, comúnmente tenido como un felón, el que habla en primera persona para defenderse de las acusaciones, a su juicio, difamaciones, que han pesado sobre él en los dos últimos siglos.
En las primeras líneas de un libro que va contracorriente, Del Pino explica el proceso que le llevó a acometer este trabajo. Como tantos otros españoles, para don Luis, Fernando VII era, literalmente, el «Mal absoluto» frente al «Bien absoluto», simbolizado por las progresistas y modernas Cortes de Cádiz. Ante tan maniqueo panorama, Del Pino se hizo una pregunta que cabe plantear a propósito -el lector ya sabe a quién me refiero- de otra figura histórica española: «¿cómo pudo alguien así, cómo pudo alguien tan carente de virtud alguna, vencer a todos sus enemigos y morir en la cama?». A responder a este interrogante dedica nuestro autor una obra que se enfrenta a la inercia historiográfica, pero también a la popular. La conclusión que Del Pino extrae tras ahondar en los archivos en los que descansan muchos documentos todavía inéditos, es que Fernando VII fue un rey digno y patriota sobre el que se han arrojado sombras confeccionadas, en su gran mayoría, en ambientes liberales.
La obra se centra especialmente en la Causa de El Escorial, los hechos que llevaron al 2 de mayo y la derogación de la Constitución de 1812, la famosa Pepa. En cuanto a la primera de ellas, Fernando se contrapone a Godoy, ambicioso manejador de Carlos IV y de la reina María Luisa de Parma. La absoluta dependencia del matrimonio regio de Godoy sorprende tanto como la sumisión de España, más allá de los Pactos de Familia, extinguidos tras la ejecución de los Borbones franceses, ante la Francia revolucionaria y su emperador, Napoleón. En Yo, el difamado, se traza un retrato sumamente desagradable del Príncipe de la Paz, pero también de muchos de los más altos estratos de aquella España cuya integridad territorial, al igual que Portugal, fue objeto de varios proyectos de troceamiento y reparto. Deslumbrados por sus propias luces, los franceses, tal y como como queda patente en la cita con la que hemos dado comienzo a este comentario, veían a España como una nación arcaica y fanatizada por la clerigalla, y no faltaban oportunistas patrios dispuestos a colaborar en su destrucción. Con la familia real cautiva en Bayona, Napoleón trató de revertir la abdicación de Carlos IV para quedarse con la corona que ceñía las sienes de Fernando VII, en medio de un flujo de cartas que, en una trepidante cuenta atrás, conducen al 2 de mayo, alzamiento tenido por popular que nuestro autor cuestiona, dando relación de los numerosos hombres cercanos a Fernando VII que participaron en tan sangrientos episodios.
Del Pino analiza también la configuración de las Cortes de Cádiz, con las que es muy crítico no sólo por su falta de representatividad, sino por el hecho de que el pueblo en cuyo nombre actuaron los constitucionalistas, se había levantado en nombre de… Fernando VII, que desde Francia maniobró para pulsar la opinión de sus vasallos hasta decidirse a volver a España en 1914 y hacer públicas de este modo sus intenciones:
Mi real ánimo es no solamente no jurar ni acceder a dicha constitución ni a decreto alguno de las Cortes generales y extraordinarias y de las ordinarias actualmente abiertas… que sean depresivos de los y prerrogativas de mi soberanía, establecidas por la constitución y las leyes en que de largo tiempo la nación ha vivido, sino el declarar aquella constitución y tales decretos nulos y de ningún valor ni efecto, ahora ni en tiempo alguno, como si no hubiesen pasado jamás tales actos…
Las calles, ajenas a la revolución gaditana, aclamaban al Deseado y pedían caenas como las que hoy lastran la figura de Fernando VII, glosada de manera tan sorprendente por Luis del Pino en su Yo, el difamado.