Avanzo que me voy a salir ligeramente de temas más abstractos para desarrollar una tesis sobre la criminalidad, especialmente relacionada con el área metropolitana de Barcelona.
Creo que muchos hemos podido ver en RRSS la tabla de los 20 municipios con mayor tasa de robos con violencia e intimidación en España en el año 2023. 14 municipios catalanes en una lista de 20. Y encabeza Barcelona con mucha diferencia. Madrid, que aparece en la lista, se queda en la posición 20. Si no fuera tan lamentable, me habría gustado decir que Barcelona ha barrido a Madrid. Pero no es encabezar dicha lista algo de lo que estar orgulloso.
En cualquier caso, comprenderá el lector, que me centraré en la criminalidad e inseguridad de Barcelona y su área metropolitana porque, al fin y al cabo, es el resumen del mayor foco criminal en España.
Y digo ésto, no sin razón. Barcelona encabeza la lista, pero los otros dos miembros del podio son Hospitalet de Llobregat y Sant Adrià del Besós. Municipios adyacentes a Barcelona. Después, Badalona, un poco más allá de Sant Adrià del Besós. En el quinto y sexto lugar, Sitges y Mataró respectivamente. Y más allá de teorías que correlacionan éstos índices con el porcentaje de población inmigrante, a los que no voy a rebatir, me interesa mostrar una teoría que nadie parece poder o querer articular. Y es que la criminalidad en Cataluña sigue los ejes ferroviarios de las líneas de Cercanías. Y me explico, aunque es fácil de ver ciertas dinámica.
Tenemos a la ciudad de Barcelona como mayor foco de criminalidad. Y podría explicarse por ser una gran ciudad, la masificación turística, políticas laxas contra el crimen y otros muchos factores. Y seguramente sean ciertos. Pero resulta llamativo que los otros dos municipios del podio sean los inmediatamente adyacentes a Barcelona. Y aunque hay bastante población, especialmente en Hospitalet, no son zonas turísticas. Ya podemos comenzar a sospechar que hay comunicación fluida en un aspecto tan odioso como los robos con violencia e intimidación.
La cuarta posición es Badalona, el siguiente municipio tras Sant Adrià del Besós, tanto en el ranking como geográficamente. Podemos ver el patrón.
De hecho, para acortar, podemos hacer un tour por los principales municipios del ranking con el mismo bono de transporte de Cercanías. Tenemos Mataró, Sitges, Cornellá, El Vendrell, Vilafranca del Penedés, Granollers y otros. Como digo sin abandonar la red de Cercanías. Claro, Barcelona y municipios como Hospitalet y Sant Adrià como epicentro, del mismo modo que todas las líneas de Cercanías convergen en el cuello de botella de Barcelona. Podemos ir en la R4 y seguir un eje pasando por El Vendrell, Vilafranca, Cornellá, Hospitalet y Barcelona. O en Barcelona con la R1 pasando por Sant Adrià, Badalona y Mataró.
De ahí mi tesis o teoría de que la red de Cercanías forma ya parte inherente del fenómeno de la alta criminalidad. De hecho, si alguien vive en Barcelona o en su área metropolitana, verá muy claro el patrón.
De hecho, dentro de la ciudad de Barcelona, el Metro sirve de lo mismo. Pareciera que la criminalidad se vale de la red de transporte público para hacer el mayor daño posible y lo más lejos posible. Y digo que pareciera por pura cortesía. No hay que ser muy avispado para entender que tanto el metro de Barcelona como la red de Cercanías sirven para distribuir y expandir la acción criminal y la inseguridad.
Al hecho de que la criminalidad siga ejes ferroviarios, se añade el tema de que las estaciones de Cercanías de Barcelona, o Rodalies si se prefiere, son archiconocidos puntos negros de inseguridad. Forma parte ya del imaginario colectivo el relacionar las estaciones con merodeadores y gente sospechosa de todo tipo que siempre están en los alrededores sin viajar, pero controlando a los viajeros. Sea paseándose por la propia estación y sus cercanías o desde el típico negocio turbio cercano que suele aglomerar a gente con pinta de poco cotizar, mal beber y peor fumar.
Por eso mismo en el pacto del gobierno de Pedro Sánchez con la Generalitat, la inversión en los servicios de Cercanías también ve aumentada las partidas en seguridad. Porque no es un secreto para nadie que las estaciones y la red ferroviaria son un nido de criminales. Y eso que no hablamos de los robos de material, que daría para otro artículo. Pero la cuestión es que el aumento de la «inversión en seguridad» se traduce principalmente en campañitas de «no seas de la gente que pone los pies en los asientos» o «no seas de la gente que pone la música con altavoces». Deben creerse que esa gente lee. Es más, deben creer que esa gente hace caso a los carteles. Bien prohibido está fumar, pero los trenes y estaciones de Rodalies son ahumaderos. Aunque no es tabaco, es cierto.
El único cambio que ya hemos podido comenzar a notar es el aumento de personal de seguridad privada. Algo que no está mal, aunque no es más que aumentar un parche que ya no abarcaba el problema. Y puede que vuelva a pasar. Con todos mis respetos por los trabajadores de seguridad y vigilantes, porque es un trabajo peligroso, con malas condiciones y mal remunerado, ellos están sirviendo de carne de cañón para un problema abandonado en su raíz.
Es imposible combatir el crimen y la inseguridad en la red de Rodalies, como en cualquier otro lugar, si el criminal siente una impunidad permanente y una completa falta de respeto por la ley y los cuerpos policiales. Es imposible que un vigilante privado, por muy profesional que sea, ponga coto a un problema político, legal y social. Porque si el grupo de fumetas morenos que se dedican al crimen y a la algarabía en cualquier lado porque no hay consecuencias para sus razzias pero si castigo para quiénes les combaten, ¿qué se pretende con poner un vigilante más? No es una cuestión de número. Es, como ya he dicho, una cuestión política, legal y social.
Política y legal porque son los políticos los que han vaciado de cualquier autoridad y protección a revisores y policías. Ya no digamos a un vigilante privado. Pero al mismo tiempo que esas leyes arrebataban autoridad y protección a nuestros defensores diarios, otras comenzaron a proteger al criminal descarado y reincidente, bajo pretextos garantistas de vaya a saber qué opresión social infundada.
También social porque nos hemos acostumbrado, especialmente los catalanes, a sospechar más de quienes nos protegen de la escoria que nos quiere apuñalar como diversión. Ese síntoma de grabar como animales en celo a un pobre vigilante o policía que detiene a alguien que no habrá pagado billete por décima vez esa semana, ha empujado a alguien en los tornos y tiene antecedentes. Es la berrea del «eh, eh, eh». No nos pasan más cosas por mera coincidencia.