Nada es eterno, ni siquiera el régimen de la verdad búmer. Estamos en un momento óptimo para ajustar cuentas con este viejo conocido.
El régimen de la verdad búmer es una forma de pensamiento en la que hemos nacido y crecido, el velo de Maya de un relato maniqueo, un marco mental obsoleto que se propone como explicación del mundo. El régimen de la verdad búmer es un piélago de mitos y de ilusiones, de ficciones y de mentiras, todas ellas más o menos conscientes. Por el régimen de la verdad búmer habla y piensa una condición, una posición, un orden social que es conservador en el peor sentido, el de aquél que sólo quiere conservarse a sí mismo. El régimen de la verdad búmer se creía la Última Palabra, pero hoy emprende – vanidad de vanidades – el camino sin retorno hacia el desván de la historia.
En tiempos de geopolítica revuelta el régimen de la verdad búmer nos conmina a sacrificarnos por él, es también una épica al servicio del Vacío. Es urgente por eso identificar sus matrices subterráneas, desenmascarar sus clichés, desgranar su máquina mitológica. Para evitar que nos arrastre en su caída.
La expresión «régimen de la verdad búmer” fue acuñada en los años 2020 por el teórico literario Neema Parvini, un académico británico de ascendencia iraní – especialista en Shakespeare – que, un buen día, decidió sacar los pies del tiesto (to go rogue). Las reflexiones que siguen abundan en esta línea abierta por Parvini y responden a su estímulo intelectual.[1]
Hay aquí dos elementos: “régimen de la verdad” y “búmer”. Vayamos por partes.
La verdad es de este mundo
“Toda era tiene su propio “régimen de la Verdad”. Este consiste en un conjunto de asunciones normativas que establecen los límites del pensamiento y vigilan los parámetros de las opiniones permitidas”.[2] En una de sus acepciones, la palabra “régimen” designa un sistema o conjunto de normas que regulan el desarrollo de algo. La expresión “régimen de la verdad” (régime de verité) fue acuñada en los años 1970 por Michel Foucault, con un significado preciso.
Sabido es que el autor de “Las palabras y las cosas” era, por encima de todo, un filósofo del poder. Lo que más interesaba a Foucault era diseccionar las formas en las que el poder – entendido fundamentalmente como “dominio” – se afianza y se reproduce en el seno de lo social. Por eso, al ocuparse de la idea de “verdad”, lo que Foucault hacía es situarla como un componente central del sistema de relaciones de poder. Foucault venía a decir, básicamente, que cada sociedad tiene su propio “régimen de la verdad”, su propia “política general de la verdad”. ¿Qué significa esto?
En un texto publicado en su obra “Vigilar y Castigar” Foucault venía a decir que la “verdad” no es algo externo y objetivo, sino que se imbrica en una relación circular en la que verdad y poder se retroalimentan, porque – según decía – “la verdad es de este mundo y se produce a través de múltiples imposiciones”.[3] La verdad se determina a través de los tipos de discurso que se hacen funcionar como “verdaderos”, de los mecanismos e instancias que distinguen los enunciados verdaderos y falsos, de las técnicas y procedimientos valorados para la obtención de la verdad, del estatuto que gozan los encargados de decir qué es lo verdadero. La verdad es un “régimen” – como lo son el “régimen político”, el “régimen jurídico” o el “régimen penal” – en la medida en la que consiste en un corpus de reglas y obligaciones que determinan las formas de su propia producción.
Hasta aquí Foucault. Conocemos las consecuencias de esta reducción posmodernista de la “verdad” al “discurso”, con sus corolarios de cuestionamiento de la racionalidad, deconstrucción compulsiva y relativismo absoluto. Pero el autor de “Vigilar y Castigar” – forzoso es reconocerlo – toca una fibra sensible cuando escudriña la maraña que forman la verdad y el poder. Hay aquí algo que nos interesa: su criba es perfectamente aplicable al consenso de la posguerra del siglo XX y a sus reglas de formación del conocimiento; a esa episteme (otra palabra foucaltiana) al servicio del poder establecido. Foucault es el definitivo “filósofo de la sospecha” y su fórmula “régimen de la verdad” nos sirve.
Lo que conviene ahora es continuar el trabajo donde él lo dejó. El peor reproche que puede hacerse a los posmodernistas atañe a su falta de congruencia. La crítica posmodernista quedó fijada en los remanentes del “viejo mundo” que eran (todavía) visibles en la segunda mitad del siglo XX, y ahí sigue. Los posmodernistas no se aventuraron a aplicarse sus propios métodos, no tuvieron la gentileza de deconstruirse a sí mismos. ¿Qué función desempeñan en el régimen de la Verdad búmer?
El posmodernismo de estirpe foucaltiana desembocó, paradójicamente, en un pensamiento institucional; es otra episteme o suprema astucia del poder (¿llegaría Foucault a entreverlo?) en la que los posmodernistas controlan los tipos de discursos que se hacen pasar como verdaderos y obtienen el reconocimiento social por ello. Ellos forman parte del régimen de la verdad búmer, del que conforman la fase terminal. De lo que se trata ahora es de extender la criba, de aplicarla a las “verdades” de una configuración cultural – la del capitalismo en su fase neoliberal y financiarizada – que ha conducido al hombre europeo al borde de la auto-anulación política, demográfica y civilizacional.
Sistema moral dualista
Conviene acotar el tema. Llamamos “régimen de la verdad búmer” al consenso político, social y cultural que, tomando pie en 1945, cristalizó en occidente en los años 1960, y que en sucesivas fases y adaptaciones ha pervivido hasta nuestros días. En una entrevista en un canal de youtube, Neema Parvini lo define con estas palabras:
“Básicamente, el régimen de la verdad búmer es el paradigma en el que hemos vivido a lo largo de todas nuestras vidas y que tomó forma tras la Segunda Guerra Mundial, según el cual el Mal supremo se identifica con los alemanes de mediados del siglo XX y un tipo con mostacho, y el Bien supremo es algo así como el “Imagine” de John Lennon, cuya letra decía: “imagina que no hay países, es fácil si lo intentas, toda la gente del mundo unida en paz y armonía, no hay religiones ni nada por lo que matar y morir” etcétera. El Bien supremo se asimila entonces a una capacidad de autoexpresión individual ilimitada (unlimited individual self-expression) de forma que, por ejemplo, si quiero auto-identificarme como una mujer o como cualquier otra cosa, nadie tiene el derecho de impedírmelo ni de juzgarme por ello”. Esto es, en esencia, el régimen de la Verdad búmer: “John Lennon por el lado positivo – el de la libertad de autoexpresión ilimitada – y Winston Churchill por el lado negativo, alguien cuya máxima misión en la vida es frenar a los nazis o algo parecido”.[4]
En otra entrevista, el autor británico define el régimen de la Verdad búmer como un sistema moral dualista cuyos lados están ocupados por dos ingleses paradigmáticos: Winston Churchill como el “no-Hitler” (lado negativo) y John Lennon como el símbolo de la revolución cultural de los 1960 y de la destrucción de los límites, de las jerarquías, de los sistemas de creencias, de los frenos y de los controles que coartan la libre expresión individual, considerada esta como el supremo Bien (lado positivo).[5]
Aunque parezca contraintuitivo, hay en esta definición cabida para casi todos: para demócrata-cristianos y para socialdemócratas, para progresistas y para conservadores, para posmodernistas y para neoliberales, para libertarios y para neocones. En resumen, para casi todas las familias ideológicas de derecha e izquierda que han conformado el mainstream político desde 1945. El régimen de la Verdad búmer es el campo de juego en el que todas ellas evolucionan. ¿Cómo es eso posible?
Generación de creyentes
La izquierda y la derecha búmer coinciden en una visión supremacista sobre la “misión” de occidente, aunque lo hacen por diversas vías. Escribe el filósofo político británico John Gray:
“la actual generación de liberales no se cansa de denunciar a occidente como la fuerza más destructiva que ha conocido la historia: racista, imperialista y sexista. Su educación debe ser “descolonizada” para exponer sus crímenes, la civilización occidental ha sido una maldición para la humanidad. Pero paradójicamente, esos mismos liberales insisten en que los valores occidentales – los derechos humanos, la autonomía personal y demás– deben ser proyectados a los últimos rincones de la tierra”. [6]
A sangre y a fuego si es preciso. Aquí entran los derechistas “sin complejos”, los “liberales realistas”, los neocones y eso que el historiador norteamericano Samuel Moyn denomina el “liberalismo de la guerra fría” (Cold War Liberalism).[7] Nos encontramos, por tanto, con un mesianismo de dos caras:
- La idea de que todas las sociedades del mundo están destinadas a experimentar el mismo proceso de deconstrucción que está en marcha en occidente: liberación sexual, ingenierías sociales, feminismo, LGTBIQ (mesianismo Lennon).
- La idea de que, en virtud de su superioridad moral, occidente puede y debe imponer sus “normas y reglas” al resto del mundo: defensa del “mundo libre”, apología del Mercado, exterminio del Hitler de temporada, “judeocristianismo”, etcétera (mesianismo Winston).[8]
Estos son los dos polos del régimen de la Verdad búmer, el marco mental de una generación de creyentes en el excepcionalismo occidental. Conviene advertir que, contra lo que suele pensarse, la psicología del creyente no se limita a los integristas religiosos o a los adeptos a ideologías totalitarias, sino que afecta también al liberalismo como forma de pensamiento utópico. Ya en el siglo XIX advertía Alexander Herzen que el liberalismo secular occidental es la religión última, aunque su Iglesia no es del otro mundo sino de éste. Continúa al respecto John Gray:
“la psicología del creyente político no está confinada a los comunistas de entreguerras y a sus compañeros de viaje. Esa misma mezcla de autoengaño y de certeza a prueba de bomba puede también observarse en los liberales de la postguerra fría. Ellos tampoco pueden admitir el fracaso de la fe que ha dado sentido a sus vidas (…) los liberales del siglo XXI no pueden renunciar a su fe más de lo que podían renunciar los comunistas (…). Esta es necesaria para su supervivencia mental. Si el liberalismo tiene un futuro, lo será como terapia ante el miedo a la oscuridad”.[9]
El liberalismo de posguerra fría es el bunker mental en el que la bumerada se atrinchera frente al vacío de sentido. Sus Verdades absolutas se amalgaman en un “gran relato” que tiene en la segunda guerra mundial su kilómetro cero, con su Bien y con su Mal inalterables y con su visión de occidente como irradiador universal de la Verdad búmer.
Big bang búmer
La Segunda Guerra Mundial es el mito fundacional, el big bang búmer. Pero hay que lanzar aquí un aviso a navegantes: ajustar cuentas con el régimen de la Verdad búmer no significa subvertirlo, en el sentido de que aquello que se calificaba como Mal Supremo – los alemanes de mediados del siglo XX y el tipo con mostacho – pase a ser algo bueno o algo menos malo. Ajustar cuentas con el régimen de la Verdad búmer significa denunciar su impostura ideológica, significa desvelar su función tóxica en la deconstrucción de Europa.
Podemos expresarlo de otro modo. El mundo búmer no es otro que el del debilitamiento de los “dioses fuertes” – según la conocida expresión del norteamericano R. R. Reno – siendo los dioses fuertes esos “objetos de amor y devoción para el hombre, la fuente de las pasiones y lealtades que unen a las sociedades”. Por ejemplo, las patrias y las religiones tan denostadas por John Lennon. Inútil por tanto buscar saltos o rupturas entre 1945, 1968, 1989 y 2025. No hubo rupturas, sino continuidad y desarrollo coherente. Mayo de 1968 fue, como se sabe, el momento catalizador, la adecuación definitiva de las sociedades occidentales al hipercapitalismo de consumo.[10] Pero en 1945 el “viejo mundo” – el que podríamos identificar con la idea de “civilización europea” – estaba ya herido de muerte, aunque siguiera caminando durante algún tiempo.
Todo esto los búmer rehúsan verlo. Con la fe del carbonero siguen inmersos en la sempiterna querella derecha-izquierda, una querella interna del mundo búmer. ¿A dónde iría si no la legión de publicistas, comunicólogos y guerreros culturales que han hecho de la distinción derecha-izquierda su forma de vida?
Los búmer de derechas están convencidos de que sí hubo rupturas entre 1945 y 1968. O entre el 1989 (año de la gloria búmer) y los años 2020 con sus pompas woke y sus carruseles de tarados. Pero son incapaces de ir a la raíz de lo que tanto deploran, no extraen las consecuencias de lo evidente. El origen de wokismo se encuentra en los países anglosajones, allí donde más fuerte fue la impronta del liberalismo clásico. ¿Una casualidad? ¿No sería más bien el wokismo la fase terminal del liberalismo?
Los búmer de izquierdas, con un énfasis parecido, siguen inmersos en sus cruzadas “transgresoras”. Rehúsan ver que la gloria del capitalismo consiste en haber transformado las luchas de los trabajadores en desfiles en taparrabos, y a la izquierda occidental en el hazmerreír del resto del mundo.
Esta división izquierda-derecha – específica de la posguerra fría y su pax americana – es una querella de familia, un debate perfectamente manejable dentro del mundo búmer, una división entre las mismas elites liberales. Estas se identifican ya sea con formas “progresistas” (centradas en las transformaciones sociales) o con formas “clásicas” (centradas en la expansión del mercado). A través de las oscilaciones electorales ambas fuerzas promueven la misma agenda. Ambas coinciden – escribe el politólogo norteamericano Patrick J. Deneen – en “la fe en que la paz política solo puede ser alcanzada a través del progreso, lo que requiere que el control efectivo del orden político esté reservado a esas élites, tanto de derecha como de izquierda, las cuales aseguran las bendiciones del progreso ya sea económico o social”.[11]
Con lo cual llegamos a la cuestión básica: ¿cómo identificar a un búmer? ¿Se restringe esa categoría a los nacidos entre 1946-1965? ¿O debe entenderse por búmer – en sentido más amplio – a cierta forma de relacionarse con el mundo?
Generación dominante
Como es habitual en las llamadas “ciencias sociales”, la “teoría de las generaciones” tiene un carácter más orientativo que científico.[12] La pregunta básica es ¿cómo se delimita una generación?
Las generaciones se identifican por criterios cronológicos – cohortes demográficas nacidas cada veinte o treinta años – o por acontecimientos históricos que cristalizan en visiones comunes y en la “huella” que dejan en el tiempo. De esta segunda forma el criterio cronológico se flexibiliza: forman parte de una generación aquellos que encarnan el Zeitgeist de un momento histórico, y también, en cierto modo, los que pasado algún tiempo siguen encarnando ese Zeitgeist. En el caso de los búmer, su impronta ha perdurado hasta nuestros días a través del dominio de su régimen de la Verdad. La sombra de la generación búmer es alargada.[13]
Según un estricto criterio cronológico, llamamos “baby boomers” a los nacidos entre 1946 y mediados de los años 1960. Esta cohorte demográfica fue precedida por la generación de la segunda guerra mundial – conocida en EEUU como la “generación grandiosa” (the greatest generation) – y por la conformista “generación silenciosa”. Tras los búmer discurren otras dos cohortes demográficas: la llamada “generación X” y los millennials.
Los búmer son generalmente descritos como los hijos privilegiados de una era de prosperidad y desarrollo tecnológico sin precedentes, lo que no les impidió pasar a la historia como la generación más contestataria, exigente y caprichosa de la historia. Los búmer inauguraron la fertilidad por debajo del nivel de reemplazo; gracias a eso han conformado el grupo demográfico más amplio hasta bien entrado el siglo XXI.
De forma autocomplaciente, los búmer se describen a sí mismos como una generación “idealista”. Si seguimos la teoría generacional desarrollada en los años 1990 por los norteamericanos William Strauss y Neil Howe (a la que, insistimos, no atribuimos valor científico) la generación búmer se correspondería con el arquetipo del “profeta”. Las “generaciones profeta” nacen en fases de sólidos lazos comunitarios y crecen en medio de un consenso sobre el orden social. Son los niños mimados de una era post-crisis, y entran en la madurez como los cruzados narcisistas de un “despertar” (Awakening). Este tipo de generación – según Strauss y Howe – se caracteriza por una mirada moral sobre el mundo. No es extraño, por tanto, que en su edad avanzada se postulen como los líderes y guías para nuevas épocas de crisis. Esto último es importante: la generación búmer es una generación dominante, como lo fue en su día la “gran generación” (asociada al arquetipo del “héroe”) y al contrario de la “generación silenciosa” y la “generación X”, ambas consideradas como “recesivas”.[14] ¿En qué momento nos encontramos ahora?
Si acompasamos nuestro análisis a esta teoría de las generaciones, nos encontraríamos ahora en el umbral de un cambio de ciclo. En este contexto acaece la crisis del “régimen de la Verdad” que ha regido las sociedades occidentales desde mediados del siglo XX. Esta crisis se conjuga en diferentes niveles – económico, demográfico, cultural, geopolítico – y marca el fin de un mundo. El sociólogo francés Enmanuel Todd la identifica con la “derrota de occidente”.[15] ¿Cómo reacciona el mundo búmer?
Según la conocida secuencia de las “fases del duelo”, tras la negación de la realidad llegan la rabia y la ira. Desafiado a todos los niveles y confrontado a su eclipse geopolítico, el régimen de la Verdad búmer oculta su lado Lennon y exhibe su lado Winston. Diríase que prefiere morir matando, como podría esperarse de una generación dominante. Pero se plantea aquí un problema (que veremos más adelante). Winston Churchill – la quintaesencia del héroe búmer – contaba con una sociedad no-búmer para defender sus objetivos. Es decir, el régimen de la Verdad búmer necesita para salvarse a gente no contaminada por el régimen de la Verdad búmer. De ahí que el mundo búmer tenga una querencia insuperable por los proxies, por gente sin desbastar que esté dispuesta a hacerle el trabajo sucio y que, a ser posible, no haya oído hablar de John Lennon. Los búmer son creyentes, pero no tontos.
Los extremos se soban
Entre los lugares comunes búmer destaca uno por encima de todos: los extremos se tocan. John Lennon y Winston Churchill – con Karl Popper como guinda doctrinal – son los vértices que componen el triángulo del “Centro”, y todo lo que queda fuera de él son extremos. ¿Y qué hacen los extremos en su tiempo libre? Se tocan, se soban, copulan en el lado oscuro de la historia. El búmer se ve asediado por una coyunda de populismos, de integrismos, de autocratismos, de islamo-fascismos y de roji-pardismos, todos al acecho del Centro y sus jardines. El búmer es el jardinero del Centro y todo lo demás es jungla. Sus contorsiones anímicas – por ejemplo, el tránsito de la juventud izquierdosa a la madurez derechosa – se resuelven en el Centro como síntesis hegeliana, como quintaesencia del alma búmer. El búmer es “centrista” por naturaleza, lo cual no significa que sea moderado. Todo lo contrario. El búmer es de extremo Centro y todo lo demás merece ser aplastado. Cualquier duda al respecto será denunciada como “síndrome de Múnich”. Lo que nos retrotrae al big bang búmer.
La Segunda Guerra Mundial es la historia ejemplarizante de derrota de los extremos y de la victoria del Centro. Una victoria solo que alcanzaría su plenitud cuarenta y tres años más tarde, cuando tras la caída del muro de Berlín se proclamó el fin de la historia. Pero algo falló. El tren descarriló. Y eso es algo que el mundo búmer no acaba de aceptar, y eso es lo que le hace peligroso.
El régimen de la Verdad búmer es un piélago de mitos y esperanzas, de ilusiones y de mentiras (el individuo es soberano, los sexos son constructos, las razas no existen, las fronteras son malas, las baladas de John Lennon, etcétera). Pero el mundo no funciona así, las mentiras no resisten el test de la realidad. Sostenido en el imperio feudal anglo-americano y sus prolongaciones planetarias, el mundo búmer se autoproclamaba el portavoz de la Humanidad y decía (probablemente pensaba) hablar por los otros. Pero en realidad solo hablaba de sí mismo. El mundo búmer creía en la conversión de las culturas rebeldes, creía en el Dominium mundi de su régimen de la Verdad, creía que la humanidad terminaría entrando – de buen grado o a bombazos– por las horcas caudinas de su globalización. Porque para el mundo búmer – en palabras del antropólogo francés Pierre Legendre – “las otras culturas no existen por ellas mismas, sino solo de forma condicional, en la medida en la que están convocadas a reenviar a occidente el discurso y las categorías de occidente”. Se desarrolla entonces “una capacidad estratégica de inclusión: a falta de destruir las otras culturas, occidente las incluye”.[16]
No tiene nada de extraño que la “inclusión” esté a la orden del día. Occidente debe ser inclusivo porque todo debe ser incluido en Occidente y su Vacío. El omnipresente culto al “Otro” – el ideal multicultural y diversitario – es una llamada a que el Otro se convierta en lo Mismo.
Por eso el auténtico “Otro” – el que se encuentra fuera del Centro y fuera del mundo búmer – ha de ser combatido, eliminado, aplastado. El recurso retórico para ello es la proyección anacrónica de la Segunda Guerra Mundial sobre todas las realidades presentes y futuras. Aquí los búmer se ponen las botas y la careta de Winston Churchill.[17]
[1] Aparte de su producción académica sobre Shakespeare, Neema Parvini es autor de los siguientes ensayos políticos: The Defenders of Liberty. Human Nature, Individualism and Property Rights, Palgrave 2020; The Populist Delusion (Imperium Press 2022) y The Prophets of Doom (Societas 2023). Neema Parvini mantiene el canal de Youtube “Academic Agent” y prepara un libro sobre “El Régimen de la Verdad búmer”.
[2] Neema Parvini, “The Boomer Truth Regime”
https://www.youtube.com/watch?v=KsNg9rpEHtw&t=5555s
[3] Michel Foucault: Vigilar y Castigar, Siglo XXI, Madrid 1992, pp. 203-205. Citado en Remo Bodei: La Filosofía del Siglo XX (y más allá), Alianza Editorial 2024, p. 227.
[4] https://www.youtube.com/watch?v=e4zCMxGGuxY
[5] Neema Parvini, “Winston Churchill, Why So Important?” The Academic Agent, Youtube
https://www.youtube.com/watch?v=IpFcpwxH1HY&t=629s
[6] John Gray, The New Leviathans. Thoughts after Liberalism. Allan Lane 2023, p.69.
[7] Samuel Moyn, Liberalism against itself. Cold war intellectuals and the making of our times. Yale University Press, 2023.
[8] Sobre los usos y abusos del “judeocristianismo” como vehículo ideológico, conviene destacar el libro de la historiadora francesa Sophie Bessis: La Civilisation Judéo-Chrétienne. Anatomie d´une imposture. Les Liens qui Libèrent 2025.
[9] John Gray, Obra citada, pp. 102 y 108.
Sobre el carácter utópico del liberalismo: la estrategia metapolítica de Friedrich Hayek y su iniciativa de la sociedad Mont-Pelerin pasaba por arrebatar a los socialistas el concepto de “utopía”, con el objetivo de movilizar las energías utópicas y ponerlas al servicio de la “Gran Sociedad”, su modelo liberal a largo plazo (in the long run). A partir de los años 1970 la utopía liberal terminó desplazando a la utopía marxista, hasta conformar una hegemonía ideológica que ha durado hasta el siglo XXI. Michel Bourdeau: La Fin de L´Utopie Libérale. Introduction critique à la pensé de Friedrich Hayek, Hermann Éditeurs, 2023.
[10] Adriano Erriguel, “Para acabar con el siglo XX”. Prólogo a: R.R. Reno, El Retorno de los Dioses Fuertes. Homo Legens 2020, p. 18.
[11] Patrick J. Deneen, Regime Change. Toward a Postliberal Future. Forum 2023 (Introduction, xi-xi).
[12] Jean-Claude Michéa: “contrariamente a las ilusiones positivistas que todavía mantienen la mayor parte de los economistas de derecha y de los sociólogos de izquierda, las “ciencias sociales” se distinguen sobre todo de las llamadas ciencias exactas (matemáticas, física, geología, etcétera) por el hecho de que son estructuralmente indisociables de un cierto número de posiciones de partida filosóficas y políticas previas (lo que basta para invalidar de una vez por todas el mito del “experto” mediático neutro e imparcial)”. Jean-Claude Michéa, Notre ennemi le Capital, Climats Flammarion 2027, p. 259-260.
[13] Esta idea de la “huella” de las generaciones tiene sus raíces en el ensayo “el problema de las generaciones” (1928) del sociólogo judeo-húngaro Karl Mannheim (1893-1947).
[14] William Strauss, Neil Howe: Generations. The History of America´s future. 1584 to 2069. Morrow, 1992. The Fourth Turning. An American Prophecy. Crown, 1997.
Según Strauss y Howe, existe en Estados Unidos un sistema de “grandes ciclos” con cuatro fases o “estaciones” cada uno: fases “Alta” (primavera), “Despertar” (verano), “Desenvolvimiento” (otoño); y “Crisis” (invierno). Los años 1940-50 son los de la primera generación del “gran ciclo”: movilización de la población, optimismo, solidaridad y valores fuertes. El segundo ciclo son los años 1960-70 (“Despertar”) donde todo se centra en el mundo interior: hippies, psicotrópicos, búsquedas espirituales, individualismo espiritual y corrosión de la solidaridad social. Luego llegan las fases de la descomposición gradual: años 80-90 (“Desenvolvimiento”) de individualismo cotidiano y materialista, y los años 2000-2020 (“Crisis”): terrorismo, pandemia, guerras. En esta fase el tejido social se desintegra, el optimismo se desvanece y gobernantes incompetentes o abiertamente imbéciles llegan al poder. Es la época del wokismo, de las políticas de género, del posthumanismo y de la ecología profunda. Se aproxima un nuevo “gran ciclo”.
[15] Emmanuel Todd, La Défaite de l´Occident. Gallimard 2024.
[16] Pierre Legendre, Ce que l´Occident ne voit pas de l´Occident. Conférences au Japon. Mille et Une Nuits 2008, p. 60.
[17] Para un desarrollo sobre el “extremo centro” como régimen occidental: Tariq Ali, Heiner Flassbeck, Rainer Mausfeld, Wolfgang Streeck, Peter Wahl: Die Extreme Mitte. Wer die Westliche Welt Beherrscht. Eine Warnunng. Promedia 2020.