Por delante una confesión, antes que «El Campamento de los Santos» leí de Jean Raspail (Indre y Loira, 5 de julio de 1925 – París, 13 de junio de 2020), «El Anillo del pescador», una fascinante ficción sobre la posibilidad de una Iglesia oculta y legítima, en línea directa, de obispo en obispo, que llegase hasta hoy, y que no hubiera transigido ante las trasformaciones y adaptaciones fruto de los escondidos intereses políticos que mueven el mundo, tras el cisma de Occidente/Aviñón en nuestra Santa Madre Iglesia. Ficción. Escrita tras el Concilio Vaticano II. La Iglesia queda en pequeños núcleos ocultos y resistentes, rurales, fieles, escondidos.
El poder que todo lo corrompe ha deformado el rostro y la memoria de Raspail haciéndole autor de un solo libro, «El Desembarco»–editado en el original francés como «El Campamento de los Santos»- por más que este sea una profética denuncia de las amenazas que la inmigración masiva y descontrolada suponen para Europa y todo el occidente, pero Raspail era mucho más.
Raspail pertenecía a una fascinante estirpe, brillante y francesa, de autores unas veces olvidados y otras malditos -Barrès, Maurras, Céline, Drieu La Rochelle, Brasillach, Gionó…- con los que comparte una visión antisistema, radical –de raíz-, tradicional y europea, que denuncia desde hace al menos 75 años la deriva y decadencia de occidente. La suya más próxima al legitimismo católico y monárquico, nacionalista y reaccionario -que en España nos acerca al carlismo más que al fascismo-, pero que en Francia se suma a los proyectos de reconstrucción nacional que desde los años 60 lideró Jean Marie Le Pen, con el que le unía a Raspail una profunda amistad nacida del mar bretón compartido. Como a Jean Mabire.
Raspail nos habla del mundo rural de los valores, pre-moderno, aventurero, creyente, legítimo. Nos habla de un hombre que hubiera podido ser distinto, ajeno al poder del oro, caballero, honorable, leal, occidental. «Sire», «Los Siete Caballeros», «Septentrión», «Los reinos del Boreas», «Los Pikkendorff», son títulos más allá de «El Campamento de los Santos»que nos trazan un perfil de poeta y literato fuera de los dominios del mercado y del pensamiento políticamente correcto dominante.
Escritor y aventurero a partes iguales, en 1949, comenzó en el Canadá francófono una epopeya que le hizo embarcarse con un grupo de amigos en Montreal y descender en canoa por los Grandes Lagos y el Misisipí, siguiendo los pasos de los primeros exploradores franceses, escribiendo tras aquello el libro «En canoa por los caminos de agua del rey», un canto nostálgico a la América francesa que no pudo ser.
En América también, y a la inversa de un Ernesto Guevara, cruzó en automóvil el continente americano de Alaska a Tierra de Fuego, quedando fascinado por la Patagonia -que también conquistaría al montañero y aventurero Walter Bonatti- en un modo tal que le llevó a publicar una biografía de ficción de Orélie-Antoine de Tounens, el aventurero del Périgord que en 1860 se hizo proclamar rey de Patagonia, en «Yo, Antoine de Tounens, rey de Patagonia»con el que ganó en 1981 el gran premio de novela de la Academia Francesa.
Fiel hasta el final a la Iglesia y a Francia, Raspail jamás ocultó sus simpatías por la reconstrucción nacional francesa. Marine Le Pen recomendó a sus seguidores la lectura de «El campamento de los santos», e igualmente el norteamericano Steve Bannon hizo una referencia a su obra que le ganó millones de lectores entre los seguidores de Donald Trump. Otro devoto de Raspail es el escritor Renaud Camus, teórico de la Gran Sustitución, la denuncia –ahora que vivimos momentos de movilización antirracista- del movimiento que a los blancos amenaza en Europa y Norte América con su aniquilación. A mí me lo hizo conocer Joaquín Bochaca. El sueño de Raspail estaba en el regreso del Rey legítimo, en la vuelta a la tradición. Seguro que con quien más próximo se sintió fue con Marion Marechal.
“Toda civilización aguanta porque de siglo en siglo, de año en año y de día en día las cosas se transmiten intactas. Son los eslabones de la cadena. Si rompes el eslabón, todo se hunde”. Decía Raspail en una no demasiada lejana entrevista.
Raspail, que se llamaba a sí mismo, definiéndose, legitimista y hombre libre, nunca subordinado a un partido, admitió que se consideraba un «ultra reaccionario», «apegado a la identidad y a la tierra», y nos hace preguntarnos una vez más por la batalla cultural en nuestra España.
¿Tenemos hoy aquí, ahora, autores de su talla y su relevancia?