“Es bueno, y además va innato que las autonomías puedan ejercer su autonomía fiscal y desarrollar su sistema fiscal, pero sin que se produzcan injusticias. No se pueden producir situaciones en las que los ciudadanos de un territorio, porque tienen menos renta que los del territorio de al lado, se vean a obligados a subir el tipo mucho más, con lo que eso conlleva de mayor aportación de aquellos que menos tienen.” Así se explicaba la ministra Montero hace pocos días. Le preguntaban por la posible situación de dumping de la que se acusa a la Comunidad de Madrid. Montero lo negó -técnicamente hablando, matizó-. Para Gabriel Rufián, experto en esta materia– la de enfrentar territorios-, Madrid es un auténtico paraíso fiscal. Toda una revelación.
¿Qué decir de aquello de que es bueno, y además va innato que las autonomías puedan ejercer su autonomía fiscal y desarrollar su sistema fiscal? Lo primero, pongo en duda toda la afirmación. Siento expresarlo así, pero corren tiempos en que dudar de todo lo comunicado desde el mundo de la política es lo único que nos une. Que desde lo más alto del Ministerio de Hacienda se valore como bueno cumplir este mandato constitucional es equivalente a que desde el Congreso se diga que es bueno promulgar leyes; democracia rescatada. Que la Constitución Española prevea la autonomía financiera de la Comunidades Autónomas no es ni bueno, ni malo, ni mediopensionista, simplemente es. Esto marca el nivel y es punto de partida para seguir el análisis de esta intervención cuyo punto álgido no tarda en aparecer, “sin que se produzcan injusticias”. Tengo reconocer que cada vez que veo a un político en el poder, con independencia del signo, hablar de corregir o evitar injusticias, se me espesa la sangre y en la boca se me concentra un intenso sabor a metal oxidado. Cuando hablan de injusticia en el ámbito de lo fiscal, directamente colapso. ¡Qué valor! ¡Qué necesidad! ¿En qué momento un ministro, Montero o Montoro o el que sea, se permiten el lujo de hablar de injusticia fiscal? Es algo que no puedo comprender y creo, además, que no quiero intentar comprender.
Hace algún tiempo, publiqué en este mismo medio un artículo que titulé Sobre si somos iguales ante el Fisco y otras preguntas básicas en que, apoyado en un discurso técnico y comparativo, concluí que es rotundamente cierto que no somos iguales ante el fisco. Apunté algunas preguntas que dejé para la reflexión del lector. Sobre alguna de ellas hay que volver, la actualidad manda. ¿Somos realmente conscientes de la desigualdad, o es un problema de andaluces y extremeños que con la crisis han empezado a ser conscientes –ahora incluiríamos a los catalanes que han abierto los ojos y han comprobado la existencia de un paraíso fiscal en Madrid; quizá quitemos a los andaluces que han respirado con las últimas reformas en materia de Impuestos de Sucesiones y Donaciones-? ¿Hay españoles de primera y de segunda en el ámbito de lo fiscal? ¿Realmente los desajustes presupuestarios de las Comunidades Autónomas justifican las desigualdades? ¿La política fiscal se abstrae de la ideología de los gobiernos de turno? ¿No hay mecanismos constitucionales para armonizar las legislaciones autonómicas? ¿Pondrán las autoridades en marcha las herramientas para homogeneizar la fiscalidad en España? ¿Qué ocurre con la concierto Vasco y Navarro, da igual lo que diga Europa? ¿De mitigar la diversidad se haría por el rasero más alto o por el más bajo?
No tengo duda de que las respuestas que se puedan dar serán muy diferente según quien se plantee los interrogantes. Menos duda tengo de que el componente ideológico marcará el signo de las respuestas, como cierto es que la coyuntura que vivimos impone en cada partido del arco parlamentario una posición de desencuentro en las posibles respuestas. En lo único en que convendremos todos, salvo el loco de la colina, es en que el hachazo que se está preparando será de Padre y muy Señor mío. No hay atisbo de esperanza. Pocos o nadie hablarán de los valores que califican la buena gestión, pero todos afirmarán que alguien tendrá que pagar esta fiesta. ¿Quién? ¿Los de siempre? Y, ¿quiénes son los de siempre? ¿Los de siempre o los de siempre? Pues serán los de siempre, como siempre, ello salvo mejor opinión basada en retórica parlamentaria o mitinera a la que, la duda ofende, me pliego.
Nos inundan con discursos complejos con recetas añejas actualizadas para las nuevas generaciones en que se mezclan la lucha abierta contra injusticias, la necesidad de redistribuir las rentas, la obligación de soportar el gasto público, o la máxima de someter todo al interés general -todos clásicos básicos-. Y se le añaden aderezos variados: la decencia, la lucha de ricos (¿y ricas?) y pobres-personas, territorios, comunidades, ciudades… ricos y pobres, luego el ricas parece que sobra según cualquier estándar ideológico y gramatical-, el ser verdaderos patriotas, la integración con las distintas perspectivas-que no reproduciré porque ya no sé, ni quiero saber, cómo encajarlas, pero que nos llevarán a la transversalidad interdisciplinaria inclusiva propia de la Federación Interestelar de Planetas de Kirk y Spock- o, la perra chica o perre chique -que significa lo mismo y además otra cosa, pero para eso les remito a Pío Baroja-, las leyes de herederos del franquismo, del tardofranquismo, de nuestro estado fallido, del régimen que desde Bildu vienen a tumbar, de los legisladores dinosaurios fascistas padres de la Constitución -Peces-Barba y Solé Tura también, lo siento, solo soy el mensajero- y otras calificaciones que, sin duda, son absolutamente necesarias para valorar el sistema de financiación autonómico (?).
Nos hablan de dumping. Madrid ens roba. Nuestro James Carville ibérico desde el centro de operaciones conjuntas nos dirá: ¡Es Madrid, estúpido! Pero, no preocuparse -soy andaluz, me permito la licencia, pero la apunto de forma expresa porque yo-no-soy-un-ca-te-to-. Desde una de las más altas tribunas, la Cartera que habilita para decidir sobre nuestros millones, nos dirán que no pasará ninguna injusticia. Que Madrid gasta poco, pues que gaste más y que suba los impuestos. Que no gasta y hay superávit, pues cogeremos sus millones y os los repartiremos a todos que para eso están los fondos interterritoriales de compensación, de convergencia o cómo narices quiera que se llamen ahora o lleguen a llamarse. Esto es el gasta o muerte, pero en vez de llamando a las puertas en una idílica urbanización de las afueras de una ciudad del medio oeste americano y tras una máscara, blandiendo el BOE como la afiladísima trapera de Toledo en que se ha convertido y, por supuesto, haya transparencia total, a careta quitada.
Que no nos engañen, es lo que viene y no es nuevo. Ahí está la FEMP y los remanentes municipales. Siendo una triste realidad, más triste es negarla, pero lo más grave es abstraerse de ella y culpar de dumping a los que gestionan mejor y necesitan recaudar menos. Hoy es la Comunidad de Madrid, pero pronto interesará atacar a los municipios que tengan bonificados sus impuestos locales o que acudan a herramientas fiscales para atraer inversión empresarial e industrial. ¡Indecentes! A ese grito se unirán los que creen que el hachazo es la herramienta para erradicar la injusticia. Pero perpetrarán una aún mayor e indiscutible, subir los impuestos a todos. Entonces, la célebre frase de mercadotecnia política ya parafraseada se contraerá y cualquiera de los que avisaron con tiempo nos la podrá espetar: ¡Estúpido!