Fui alumno en la UNED del profesor José Félix Tezanos, cuando él simultaneaba su cátedra de Sociología General con un puesto en la comisión ejecutiva del PSOE. En la Facultad de Ciencias Políticas estudié su manual «La explicación sociológica: una introducción a la sociología», obra memorable por no dejar resquicio alguno a la duda acerca de la militancia progre de su autor. Tiempo después, en julio de 2018, supe de su designación por Pedro Sánchez para regir los destinos del Centro de Investigaciones Sociológicas y allí continúa, servilmente fiel a la voz de su amo.
Una vez instalado en su despacho, decidió no perder ni un minuto y dispuso la potente maquinaria del CIS a pleno rendimiento y a mayor gloria del Partido Socialista. Inmediatamente, los periódicos estudios de opinión -los afamados «Barómetros», de merecidamente prestigiosa reputación- comenzaron a distanciarse de prospecciones similares realizadas por empresas privadas y, repetidamente, destacaron por erróneos. El Centro de Investigaciones Sociológicas comenzó a ser objeto de titulares de prensa por dos motivos distintos, pero relacionados entre sí. En primer lugar, porque sus predicciones manifestaban invariable y creciente optimismo en relación con las expectativas del partido de Tezanos y del Gobierno que le había puesto al frente del Centro. Adicionalmente, porque sus constantes cambios de metodología denotaban un criterio científico errático, en el mejor de los supuestos, criterio del que muy comprensiblemente se negó a dar explicaciones en el Congreso cuando en julio de 2019 fue requerido por la oposición. El propósito de maquillar con encuestas los dislates gubernamentales se convertía en indisimulable.
Y en 2020 nos llegó la epidemia del covid-19. Ya saben ustedes, aquélla que el Gobierno negó primero y minimizó después. Aquélla de la que Fernando Simón, coordinador de Emergencias Sanidad, afirmó el 31 de enero con sintaxis cuestionable que «España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado». Lo recuerdan, ¿verdad? Me refiero al virus que Sánchez y sus ministros -especialmente sus ministras y ministres- consideraron tan despreciable que rechazaron desautorizar las manifestaciones del ocho de marzo, aunque por aquel entonces ya habían prohibido la presencia de espectadores en las competiciones deportivas. Y sobrevino la catástrofe de la que ya había advertido la OMS, y el estado de alarma y su confinamiento exorbitante y anticonstitucional. Y Tezanos, consciente de sus deberes como militante progre, decidió dar un paso al frente y alistarse como voluntario incondicional en el cuerpo de comisarios políticos y chequistas de salón. El Barómetro del mes de abril incluía una pregunta, la sexta, que rezaba literalmente: «¿Cree Ud. que en estos momentos habría que prohibir la difusión de bulos e informaciones engañosas y poco fundamentadas por las redes y los medios de comunicación social, remitiendo toda la información sobre la pandemia a fuentes oficiales, o cree que hay que mantener libertad total para la difusión de noticias e informaciones?». Nunca supimos si el indisimulado afán represor que traslucía el cuestionario respondía a sugerencia gubernamental con vistas a próximas restricciones a las libertades de expresión y prensa, o a puro voluntarismo censor enmascarado de sociología. Cuando en mayo compareció en sede parlamentaria ante la Comisión Constitucional, se limitó a divagar y eludir las incómodas preguntas con la altanería y prepotencia que caracterizan al barbado profesor.
Ayer, a medida que avanzaba el escrutinio oficial tras las elecciones a la Asamblea de Madrid, Tezanos volvía a quedar en evidencia. A diferencia de la práctica totalidad de encuestas, el sondeo del CIS vaticinó un empate técnico entre los bloques progresista y conservador. La realidad era implacable: como todos preveían -menos el CIS- el crecimiento del voto conservador fue exponencial, hasta el punto de sumar solamente el Partido Popular más sufragios que los tres grandes partidos de la izquierda. Ridículo bochornoso de quien degrada la demoscopia y la estadística desde el rango de las ciencias sociales hasta el de los panfletos falaces. Porque una equivocación es comprensible, pero el error como sistema, el error siempre unidireccional y contra la inmensa mayoría de las encuestas, se convierte en intolerable. No creo ser excesivamente riguroso con mi antiguo profesor, sobre todo si tenemos presente un detalle diferenciador del CIS: que realiza sus estudios con muestras de población muy superiores a las que emplean sus competidores, lo cual precisamente lleva a presuponer mayor precisión en sus conclusiones. Como es obvio, cuanto mayor es la muestra de población mayor es el coste de elaboración de la encuesta, y este dato establece una segunda diferencia entre el CIS y los competidores en demoscopia: éstos sufragan los costes con la tesorería de cada empresa, mientras el CIS recurre a los impuestos que ustedes y yo tan trabajosamente pagamos.
Tezanos, patética caricatura de científico social, pasará; algún día dimitirá, o sus amos prescindirán de él cuando tanto ridículo acumulado termine por volverlo inservible. Sin embargo, temo -y lo temo creo que fundadamente- que lo que permanecerá es la instrumentalización del Estado y de sus servicios en favor de intereses estrictamente partidistas. Lo que no olvidaremos tan fácilmente es el encumbramiento de lacayos sin honor, que con dinero público dan cumplimiento a los caprichos del cacique de turno. Tampoco perderemos de vista en la administración pública a los ineptos de «cuoto» e ineptas de cuota, sin cualificación ni aptitudes para el cometido que se les encomienda, cuya única justificación estriba en satisfacer repartos de poder y de pillaje del erario. Porque esta práctica de remunerar al inútil, desperdiciar recursos y malograr servicios forma parte consustancial de la partitocracia. Y me temo que ustedes y yo lo sabemos sobradamente, pero parecemos triste y bovinamente resignados.