Adversus Haereses

Adversos Haereses. Lomas Cendón

El fulano de la imagen, con cara de pocos amigos, es Ireneo de Lyon, obispo católico del S.II, célebre por su obra contra los herejes, Adversus Haereses, literalmente, “Contra las Herejías”. Sólo desde esta pentalogía de Ireneo, la palabra “hereje” empieza a cobrar un significado peyorativo, sin duda, un insulto: en la sociedad medieval, hereje es el sambenito equivalente a nuestro contemporáneo “negacionista”, una acusación de la que todos huyen, y que te puede meter en serios apuros. Un cura con fama de hereje arriano, lo tenía tan crudo en la época, como un actual farmacéutico homeópata sospechoso de negacionismo. Mejor que no se les note a ambos si lo son. Y si no lo son, que no lo parezcan. 

Como ocurre con todas esas palabras usadas como arma arrojadiza, los que lanzan la ofensa ignoran su significado. “Hereje” viene del latín hereticus, que significa “opción”, y ésta del griego hairetikós, que es “quien decide”. El verbo griego haireîn significa “elegir libremente”, aceptando el pleonasmo de atribuir libertad a la elección. ¿Pues qué elección cabe sin libertad? Ninguna, sólo la coacción, la imposición, la aceptación del dogma. Con todo rigor, hereje es aquel que se decanta por una opción, el que elige un camino distinto al marcado, el que decide libremente discrepar con alguna forma de ortodoxia. ¿Alguien conoce el nombre completo de la obra Adversus Haereses, “Contra las Herejías”? Es este: “Desenmascarar y refutar la falsamente llamada ciencia”. No se trata de un eslogan de maldita.es u otro antro anapastoril de fact checking, sino el título de la obra dogmática de un Padre de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Eso de denunciar como “falsa ciencia” a todas las ciencias que no son la propia, y estigmatizar a sus defensores con una etiquetucha ridícula para así proclamarse único representante de la Verdadera Ciencia, es un método demasiado viejo y repetido como para no identificarlo ahora: Ireneo de Lyon y Anthony Fauci; Roma vaticana y Organización Mundial de la Salud; párrocos meapilas y médicos televisivos; monaguillos chupacirios y los periodistas sinvergüenzas que aterrorizan a los laicos con el infierno covidiano. 

Ocurre que esta estrategia de control social a través del dogma nunca se conforma con meras palabras. A Aversus Haereses le acompañó la satanización, marginación y aniquilación de los valentinianos, ofitas y cainitas, y la instauración de un ambiente de inflexibilidad teológica e histeria social, que cristalizó muchos siglos después en la Santa Inquisición. En este proceso, la palabra “hereje” dejó de significar “el que elige libremente”, y empezó a ser sinónimo de “inmoral”, “perverso” y, sobre todo, “negador de la verdadera fe”. Sí, con todo rigor, un hereje frente a la Inquisición era un “negacionista”, pues se le acusaba de negar la fe verdadera, y lo que tenía que hacer para salvar el pellejo era renegar (re-negar, renegare) de su error. En principio, bastaba con no negar, es decir, con reafirmar la fe en la Iglesia Católica, para librarse del ostracismo herético medieval. Desde tiempos de Lucio III y su bula Ad abolendam diversam haeresium pravitatem (Abolir diversas herejías malignas), se obligó por decreto a los herejes negacionistas a dimitir de sus cargos públicos, a abandonar la vida social, y a renunciar a su derecho a juicio, a herencia y a emitir testamento. La familia se distanciaba de ellos, los vecinos dejaban de saludarles, se les negaba el acceso a otras comarcas… ¿Les suena? Un poquito, ¿a que sí?

Pero tampoco se conformaron con la exclusión social. Pronto empezaron las encarcelaciones y las penas ejemplarizantes. Con la bula Ad extirpando de Inocencio IV se dio vía libre a la tortura física y psicológica para conseguir a cualquier precio que el hereje renegara. Pero como bajo tormento cualquiera afirma o reniega lo que sea necesario afirmar o renegar, la confesión dejó de tener valor exculpatorio y cualquier denunciado pasó a ser considerado relapso y pasto de hoguera. Al Santo Oficio le gustaba hacer pública la muerte de los negacionistas como consecuencia inevitable de su pertinaz error. De esta forma, con el cadáver del hereje expuesto en la plaza, se demostraba al pueblo llano que esa falsa ciencia fue incapaz de librarle de la muerte, que sólo la fe en la verdadera ciencia cura y salva. Además, moralizaba a los asistentes, aterrorizados ante la posibilidad de que su entorno les denunciara por animadversión o mero capricho. El aldeano vitoreaba y aplaudía la ejecución para que nadie en la sociedad dudara que, en aquel repugnante espectáculo, se hacía justicia con el que alteraba el orden y la salubridad de la comunidad. Los chavales arrojaban piedras a la pira. Las mujeres escupían al cadáver. Las beatas se santiguaban dos veces, tres, o las que hiciera falta.  El negacionista tenía, finalmente, su merecido.

Resulta sorprendente lo repetitivo y cíclico que resulta el comportamiento humano. Se puede decorar con elementos nuevos de película de ciencia-ficción… pero todo esto resulta ser lo de siempre, lo que hemos padecido durante milenios, y que se puede expresar con lucidez de una manera muy sencilla: el sometimiento de la mayor parte de la humanidad a manos de una escasísima minoría, a través de la mentira, el sufrimiento y el genocidio. La nueva era consiste tan solo en la sofisticación formal de este antiguo método. ¿Por qué sustituirlo si ha demostrado funcionar tan bien? Solo cambian algunas cosillas… Antes era una aspiración católica (katholikos, universal) y ahora es global (New World Order). Antiguamente la sede estaba en Roma, y hoy está en Davos; cambia Vaticano por World Economic Forum, y las mitras por los trajes caros de los altos funcionarios de la ONU. Antaño se buscaba el Reino de los Cielos; en la actualidad el objetivo es la Agenda 2030. Antes se sometía a la población con guerras religiosas contra pueblos extranjeros y matanzas en nombre de Dios y la Virgen; hoy las guerras son contra virus invisibles que nadie ha visto ni con microscopio, con las mismas carnicerías en nombre de la sostenibilidad y el control demográfico. Antes se adoctrinaba con una teología absurda que nadie en el pueblo entendía; hoy se imponen dogmas científicos contradictorios que van amoldándose a los intereses del Poder en su escalada de control. Antes se esclavizaba la mente humana con el miedo y la histeria de masas espoleada desde los púlpitos; hoy se esclaviza con propaganda, noticias y medios de información. Mañana se esclavizará con nanotecnología inoculada en nuestro organismo e Inteligencia Artificial. Y siempre, pasado, presente y futuro, marcados por esa constante del gobernante, tan interesado en hacer sufrir al gobernado hasta el extremo de que este se arrodille y suplique por su muerte.   

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