Brahma, Vishnú, Shiva y la guerra de Ucrania

Brahma, Vishnú, Shiva y la guerra de Ucrania. Fernando Sánchez Dragó

La cosmogonía del hinduismo se codificó en el Rig Veda, texto que suele fecharse a mediados del segundo milenio antes de Cristo, y en esa jerarquía de dioses creadores, conservadores, transformadores y destructores  podemos encontrar la explicación mitológica de lo que está pasando en Ucrania.

¿Mitológica?

Contengan los lectores el impulso de llevarse las manos a la cabeza tras leer tan abrasiva y extemporánea afirmación, que choca de frente con el reduccionismo materialista, cientifista y economicista de la modernidad, pero sin los mitos, estadio del pensamiento anterior al logos, éste no existiría o sería ininteligible y, por ello, invisible. La extensa obra de Jung, Mircea Eliade y Joseph Campbell, entre otros, lo demuestra. Su lectura debería ser preceptiva en los claustros y abrumadora su presencia en los expositores y escaparates de las librerías. Los tres pensadores citados son los genuinos herederos de Platón.  

No por mítico y, en último término, místico es lo mitológico menos lógico. Y aún lo es más en lo concerniente al hinduismo, que es, a mi falible juicio,  la más racional de cuantas explicaciones ha dado el hombre al origen del mundo, a su desarrollo y a su desenlace. Las teologías no dejan de ser cuentos para niños si no van acompañadas por la teleología. No importan sólo el qué y el por qué, sino también el para qué. Sin éste no hay manera de indagar en la génesis del bien y del mal ‒tan similares en su no por sorpresiva menos evidente presencia a la del dinosaurio en el célebre microrrelato de Monterroso‒ ni en la alternancia de ese par de fuerzas complementarias que son el Orden y el Caos o, mejor dicho, el Caos y el Orden, porque éste vino después de aquél. El filósofo, y otras cosas, Antonio Escohotado, recientemente fallecido, dedicó uno de sus libros a tal asunto.

Conciencia o pensamiento (Brahma), inercia, reposo o sedimentación (Vishnú) energía, libido, movimiento o destrucción (Shiva), y vuelta a empezar o Parusía. Ese es el sentido, el contenido y la trayectoria de la Trimurti, que se coló, subrepticiamente, en el cristianismo bajo la forma de Santísima Trinidad. Las religiones tienden a correr paralelas, aunque éstas sean de geometría antieuclidiana y sólo converjan en el infinito, al que Anaximandro llamó ápeiron o primer elemento del que surgió cuanto el universo almacena.

Decía el historiador Michelet que el drama íntimo, por contradictorio, de la religión cristiana era que había nacido para ser un sistema de creencias y certidumbres oriental y había terminado por serlo occidental. Incontables son las disputas doctrinales, los cismas religiosos y las tragedias bélicas que se derivaron de ese equívoco.

Dios Padre: Brahma. Dios Hijo: Shiva (se atribuye a Jesús la frase de que no había venido para traer la paz, sino la guerra). Espíritu Santo: Vishnú, el Paráclito (o el consolador, el defensor, el intercesor, que, curiosamente, sólo se menciona en el evangelio de Juan, el apóstol gnóstico al que se le reveló, y nos reveló, el Apocalipsis).

Recapitulemos… 

Brahma, solitaria y unívoca deidad creadora del universo, genera éste ex nihilo o tras sus sucesivas extincionescada vez que respira. «En el principio era el Verbo», dirá el evangelista Juan en la linde de Occidente con Oriente. El motor que acciona la respiración de Brahma es el pensamiento. Lo mismo hacía Yavé: «Hágase la luz». Y la luz se hizo. Juan ‒ya dije‒ era un gnóstico, como los esenios, los alejandrinos y los cátaros. Éstos, al Verbo, a la materia primordial, la llamaban Pneuma, en griego clásico ‘respiración’, ‘hálito’ y, por extensión, ‘espírítu’, ‘alma’… Todo cuadra: Brahma crea, Vishnú conserva, Shiva destruye para que Brahma vuelva a intervenir. Las guerras son el motor y el catalizador de la historia. ¿Dolorosas? Sí. ¿Inevitables? También.

 Ahora, según el cómputo cosmogónico del hinduismo, cuyo calendario está sujeto al lentísimo tictac del reloj de la respiración de Brahma y en el que todo transcurre ateniéndose al compás de los grandes ciclos cósmicos, estamos en el kaliyuga, cuarta y última era de este kalpao fase de la historia del universo. Cada kalpa, según los Vedas, equivale a 4.320 millones de años o lo que es lo mismo: a un único día de Brahma. Son cifras que dan vértigo y que sólo por el cauce de la iluminación o de la memoria del inconsciente colectivo cabe calibrar. La diosa Kali, que da nombre al kaliyuga, es el paredro, las manifestación femenina y terrorífica, aunque justiciera, de Shiva, que pese a su apabullante virilidad ‒simbólicamente representada por el lingamo icono fálico plantado en todos sus templos‒ es una deidad andrógina. 

El kaliyuga, que en las tradiciones gnósticas del mundo occidental se designa como Edad de Hierro, «constituye la etapa más siniestra y negativa de la evolución del hombre y se caracteriza por el dominio de la mezquindad, por la ausencia de espiritualidad y por la presencia ‒abrumadora, avasalladora‒ de todos los pecados capitales. Es el período de la degradación generalizada que precede a la disolución del universo o, como mínimo, de la especie humana y a su posterior refundación y regeneración. Cunde en dicha etapa por doquier la idolatría del Becerro de Oro y es en ella, efectivamente, un furibundo lobo el hombre para el hombre. Todo se le vuelve ‒se nos vuelve‒ violencia, rapiña, beligerancia, competitividad, despropósito, sucedáneo, vicio, satiricón y economía. Lo virtual sustituye a lo real, la discordia a la concordia, la materia al espíritu. Prolifera y ejerce el mando en ese ciclo la casta de los shûdra, generadora y responsable de todas las ideologías perversas (…) y abundan a su socaire las guerras, la penuria, el hambre, la explotación, la morbidez, la locura y las catástrofes de origen natural o artificial».

El largo párrafo entrecomillado procede de la introducción a mi libro El sendero de la mano izquierda (Martínez Roca y Booket), que apareció en 2002. Estábamos entonces en el kaliyuga y en él, más que nunca, seguimos. Quizá convenga rescatarlo y tratar de entender a la luz de las consideraciones que en este artículo he ido deslizando lo que sucede en Ucrania y el efecto dominó que de esa guerra shivaíta se derivará. La casta de los shûdra surgió de los pies de Brahma y se ha hecho con el poder mediante la oclocracia. Día llegará en que la casta de los brahmines, surgida de la cabeza del Dios Hacedor, empuñará otra vez el gobernalle del destino de la humanidad. Pero nosotros no lo veremos. Mañana, cuando yo despierte, y usted, lector, también, Zelenski, Putin y Shiva seguirán ahí. 

Kaliyuga. 

Ha llegado el talpa de Shiva y de una de sus manifestaciones femeninas

Estaba escrito. Que entienda quien quiera entender.

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