Colectivos LGBTQI+, fundamentalismos religiosos y derechos grupales. Apuntes para un debate en el panorama cubano actual.
Una de las muchas polémicas que hoy sobresalen -más en lo digital que en lo vegetal- en el panorama mediático en torno a temas cubanos, se centra en la posible inclusión, en el Código de Familia de la Isla, de “el derecho de personas de orientación homosexual a contraer matrimonio o unión legalmente reconocida”. Perdóneme el lector lo largo del entrecomillado, pero ha sido necesario para clarificar algunos puntos que en lo adelante abordaré. Primero me gustaría aconsejar a quien desee ahondar en este tema, que NO lo haga utilizando la terminología que acabo de emplear. Su indagación será menos accidentada si usa como criterio de búsqueda, combinaciones tales como matrimonio entre personas LGBT, comunidad LGBTIQ+, Comunidad LGBT o matrimonio igualitario, todo “en Cuba”.
Para quienes no estén al tanto del debate, les comento someramente que dicha cuestión ya fue abordada durante la modificación constitucional llevada a cabo entre los años 2018 y 2019. De hecho, pudiera decirse que, de las múltiples reformas discutidas, esta fue la que acaparó la atención de los medios de comunicación del país, tanto “alternativos” como “oficiales”. Adquiere, de tal manera, un paradójico protagonismo, en momentos en que se discutían cuestiones de tanta importancia como la estructura política del futuro gobierno o la propia morfología del “socialismo cubano” -todo ello frente a un paquete de medidas económicas, que teóricamente le son contradictorias.
En fin, que tras meses de polémicas y movilización social a favor y en contra, terminó por imponerse la opinión de una mayoría crítica opuesta a la medida. En un ejercicio catalogado de “democrático”, se suspendió la modificación y se pospuso el debate hasta el momento de diseñar el nuevo Código de Familia cubano, documento rector de las políticas en temas de familia, derechos de pareja, convivencia matrimonial, reproducción, etcétera.
Luego de más de un año de tensa calma, el tema vuelve a hacerse notorio pues ha llegado el momento de discutir y diseñar el citado código familiar. Es aquí donde los “ejércitos” se verán las caras otra vez, tras haberse tomado dos años para afilar las espadas y reclutar contendientes. Una búsqueda en los medios digitales sobre las características del debaterevela algunos aspectos de interés. En primer lugar, la aparente inclinación del Gobierno a tomar acciones en favor de la medida; lo cual podría dar un golpe de efecto político en temas de “derechos humanos”, de cara a la presión internacionalque padece el régimen actualmente. Esto ayudaría, quizás, a liberar partede las ayudas económicas que necesita en la actualidad, si es que quiere sobrevivir a la coyuntura imperante.
Por otra parte, es preciso señalar que, a pesar de la disposición gubernamental, el debate (tanto a favor como en contra) en verdad está liderado por organizaciones sociales que entran en lo que muy oscuramente hoy se conoce como “sociedad civil”. O sea, grupos, asociaciones, movimientos cívicos y medios de comunicación autotitulados “independientes” -aunque no se sepa muy bien de qué o de quiénes se han independizado, o quizás aún más importante, no se sabe de quiénes dependen efectivamente- que se caracterizan por moverse en las coordenadas “occidentales” de la discusión; es decir, forman parte de la corriente hegemónica dominante y hacen uso de los conglomerados ideológicos (nematologías, en palabras de Gustavo Bueno) más divulgados sobre este tema en la actualidad.
Con dicha ideología hegemónica me refiero a símbolos, teorías, nociones, concepciones, términos, etcétera; que conforman la que en ocasiones ha sido denominada teoría queer, plataforma en torno a la cual se vertebranlos llamados colectivos LGBTIQ+. Curiosamente, -y mal que le pese a nuestros “independientes” promotores-, para el caso de Cuba existe una versión oficial de tal ideología. Esta se encuentra estructurada dentro del CENSEX, organización dirigida por la hija del exmandatario Raúl Castro; desde la cual aboga por las mismas reivindicaciones en materia de derechos LGBTIQ+ que las demandadas por la mayoría de estos grupos de oposición al gobierno de la Isla.
Esto que acabo de referir podría ser tachado de blasfemia inaceptable por parte de alguno de los contendientes, estatalizados o cívico/sociales/ “independientes”. Los primeros, puesto que no admitirían ninguna ecualización con la “lacra social opuesta al gobierno”. Los segundos, porque el supuesto carácter antidemocrático y dictatorial de toda entidad gubernamental cubana, por el mero hecho de serlo, ya le impide comulgar con cualesquiera de las sacrosantas causas del evangelio woke.
Sin embargo, dejando de lado enfrentamientos y dialécticas políticas, debiera quedar claro que mi argumento no se remite estrictamente a los fines operis; sino más bien a los fines operandis. Lo coincidente, en este caso, no son los motivos finales de las supuestas causas de lucha, sino la manera de llevarlas a cabo, la estructura lógica y acaso teórica que sostiene a ambos “movimientos”. Y aquí es donde entra otra de las características destacables, que resulta distintiva en el debate “LGBTIQ+”, según sus eslóganes oficiales y extraoficiales en Cuba. Me refiero a la identificación de enemigos comunes.
Se conoce la máxima que reza “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”: los defensores LGBTQI+ opuestos al gobierno y los defensores LGBTQI+ insertos en él, son otra vez más cercanos de lo que les gustaría reconocer. Este hecho quedaría palpable en una polémica desatada el año pasado con Danay Suárez, una cantante medianamente conocida en la Isla y de talento indiscutible[1], quien se expresó en las redes sociales en contra del movimiento LGBTIQ+ (“no contra los homosexuales ni los travestis”, según sus propias palabras[2]).
Ante estas acciones, la respuesta tanto “oficial” como la “no-dependiente” no se hizo esperar, y la virulencia no fue menor en un bando que el otro. En ambos, los ataques se realizaron en los estrictos códigos dialécticos, establecidos por la catequesis global. Es decir, se hizo uso “indiscriminado” de los correspondientes adjetivos para el caso, tales como ‘ultraconservadora’ y ‘fundamentalista’. Laspartidas atacantes coinciden en señalar la práctica religiosa de la artista –cristiana en este caso- como el origen de su pensamiento. Con lo cual se hace uso de las categorías propagandísticas internacionalmente establecidas por esta ideología, que señala a las religiones en la órbita del Cristianismo -y, paradójicamente, no a otras como el Islam, de tolerancia cero frente a la homosexualidad- como sospechosos habituales,enemigos tanto “del género como de las personas LGBTIQ+”. Y es que, según un artículo publicado por el Foro de Davos[3], tanto las iglesias evangélicas como algunos sectores dentro de la Iglesia Católica serían los verdaderos artífices de la situación que hoy padecen los miembros de esta “comunidad”, al menos en Latinoamérica. En ese sentido, es de destacar que muchos de los artículos dedicados al tema califican a la cantante como fundamentalista evangélica; y lo hacen sin dar parámetros ni explicar los supuestos “fundamentos” sobre los que ella se apoyaría en sus tesis.
Quien quiera conocer más sobre este asunto puede seguir las polémicas en una serie de trabajos[4]“periodísticos” publicados por uno de estos medios “independizados” cubanos. En ellos no sólo se recogen las “reprobables conductas” de la artista al expresarse como lo hizo, sino que se deja entrever la posición del medio (parcializada, claramente). La misma se hace notar en una interesantísima lista de “respuestas críticas” (ninguna favorable) que, según este rotativo, habrían sido dadas a la cantante, en sus propias redes sociales, por cubanos “ofendidos” ante su posición.
La lectura de dicha serie de artículos es muy recomendable pues se confirma las tesis que he venido exponiendo, en relación con las coordenadas que siguen los medios al servicio de esta causa. Por otra parte, en la selección de las “respuestas” citadas, encontraremos muy claramente cómo pueden materializarse en frases, comentarios e insultos, las dinámicas hegemónicas mencionadas. Vale mencionar que las referidas coincidencias, en torno al uso de la ideología LGBTIQ+ en Cuba como vía metódica para abordar las temáticas relacionadas con la homosexualidad y la transexualidad, no han sido percibidas únicamente por mí. Si así fuera, este trabajo entraría en el amplísimo campo de las opiniones personales más que en el de los hechos objetivos. Los propios mecanismos materiales que hacen posible la reproducción de estos movimientos ideológicos se habrían percatado, incluso antes que yo, de que las diferencias entre el LGBTIQ+istmo organizado y el independiente, son más de contenidos que de “formas”. De ahí que, según algunas fuentes[5], la financiación de estos sectores de lucha tenga en no pocos casos un mismo origen.
En este sentido, la Open Society y sus subsidiarias para América Latina, del magnate especulador George Soros; las diversas organizaciones europeas para la lucha por los derechos humanos; así como otras agencias asociadas al departamento de Estado de los EE.UU.[6]; no han tenido empacho alguno por apoyar monetariamente ambas estructuras. Ya sea por la vía directa, el acceso a fondos de las organizaciones, o a través de becas otorgadas a individuos particulares vinculados a ellas.
Dicho todo lo anterior, toca entonces entrar en materia y abordar el análisis de manera directa. En primer lugar, quisiera esclarecer que no es mi objetivo –mal que les pese a los muchos promotores y detractores que ven una simplicidad cuasi esencial en esto- abordar propiamente la “muy compleja” cuestión de la posibilidad, conveniencia, pertinencia o necesidad de la unión legal de parejas del mismo sexo. Lo aclaro por mera profilaxis metódica; pues sospecho que, al ser leído este escrito por alguna de las partes emocionalmente implicadas en la polémica, automáticamente se me calificará en uno de los polos maniqueos en los que se persiste ubicar el debate. Refiero de antemano que no es mi intención ser catalogado como negacionista, ni siquiera como promotor de esta “causa”, pero al mismo tiempo anuncio que honestamente me importa poco dónde se me coloque o cómo se me clasifique.
Dicho esto, hay varias cuestiones que me gustaría abordar. La primera es lo tocante a la terminología empleada en tales polémicas, pues las solas palabras revelan una problemática en la que podemos reparar. El lenguaje empleado dentro de la propaganda ideológica imperante tiene una larga esquela de teorías y teóricos tras de sí, sobre lo cual se ha publicado bastante. El análisis crítico de todas y cada una de dichas teorías no es la intención del presente trabajo, pero me gustaría apuntar que estas no son ni homólogas ni armónicas, y, en muchos casos, están en franca contradicción entre sí. Por tanto, las clasificaciones empleadas no remiten a asuntos sencillos, ni abordan cuestiones claras o distintamente delineadas; y esto lo deben conocer los que abordan el tema utilizando un tipo de vocabulario de “uso común”, principalmente en medios artísticos, propagandísticos y de prensa. Quien se adentre en estas cuestiones que hoy día son de debate mundial, y las aterrice en un contexto sociocultural, histórico y político determinado; lo primero que le salta a la vista es que, tanto los autodenominados defensores, como los que integran el bando contrario, muchas veces utilizan términos, vocablos y categorías que dan por sentadas. Es decir, los emplean como si estuvieran refiriéndose a fenómenos obvios, estructurados y universalmente discernibles. Pero la realidad es que, tanto actores como detractores, forman parte de “colectivos” -por usar el vocablo de moda- muy complejos, que por varias razones no terminan de estar tan distanciados en sus postulados como a veces se cree.
Un claro ejemplo de lo que he fundamentado aquí es la antes abordada polémica entre la cantante Danay Suarez y los grupos LGBTIQ+ tanto oficiales como independientes. Entre los muchos calificativos utilizados en contra de la artista, resultó abusivo el de fundamentalista religiosa[7]. Sobre este particular, un artículo refirió que “La rapera se convirtió al cristianismo hace unos años y desde entonces se está dedicando por completo a darle un giro a su forma de vida y al contenido que comparte en sus plataformas”[8].Llaman la atención, sin duda, expresiones tales como “fundamentalismo cristiano” y “se convirtió al cristianismo”, empleadas sin acompañamiento de información que las clarifique o explique; o sea, se da por sentado que el lector conoce de lo que se está hablando. De tal manera se homogeniza un fenómeno tan complejo como es el Cristianismo y sus numerosísimas variantes.
En el caso de Cuba, la problemática es aún más compleja puesto que, según distintas cifras oficiales[9], la cantidad de denominaciones religiosas protestantes ronda las 60, con más de 1000 templos para sus prácticas religiosas. Queda claro que, incluso para un país de mediano tamaño, la cuestión está lejos de ser sencilla u homogénea. Sin embargo, se recurre a una terminología supuestamente establecida y de común entendimiento. Con ello lo que en realidad se está haciendo es promover, dogmáticamente, un leguaje que se quiere sea el establecido para estos temas; se pretende categorizar tanto a hermanos de causa como a herejes, dentro de un esquema teológico de tipo secular. De esta manera, al decir fundamentalista (a veces también fascista o comunista) ya se han dicho todas las verdades -o más bien todas las ofensas. Pues aquí no estamos hablando de argumentos racionales contra los teológicos, sino de argumentos de tipo religiosos en ambas partes.
Se pudiera decir, en pocas palabras, que se trata de una lucha entre deidades. Un Dios contra otro Dios, una catequesis contra su contraria. En este sentido, la ideología LGBT+ es tan religiosa (aunque secular, política si se quiere) o más que aquellas que se le oponen. Así pues, se desata una lucha por la ocupación de un mismo espacio ético, psicológico y sociológico; donde pugnan religiones “tradicionales” y estas nuevas religiosidades. De aquí la virulencia que vemos en los ataques; pues aquí no se trata de ideas sueltas, sino de credos radicalmente opuestos que intentan desplazar o coaptar el espacio de sus contrarios. Pero, como es conocido, “los contrarios en el círculo se unen”. De ahí que los argumentos teológicos de la artista hayan sido refutados con posturas no menos doctrinales del tipo «Sin conocer, entender y respetar la diversidad sexual va en contra de los principios de fe, esa fe es un fanatismo que no permite amarse realmente entre prójimos», o “amor es amor”, y otras expresiones de índole parecida. Así, se apela a resortes emocionales más que a los racionales para analizar fenómenos institucionales; es decir, se da por sentado que las religiones tradicionalesson instituciones relacionadas al amor, o, más exactamente, al amor de pareja, que en teoría debería ser librepara que fuera amor “verdadero”.
Argumentos de este tipo son comunes en este contexto, tanto para atacar al enemigo de fe, como para apoyar la causa propia. A la hora de defender el derecho igualitario al matrimonio, los vemos utilizados con mucha frecuencia. Aquí, la idea del “amor” o el derecho a una práctica sexual libre (“me caso para poder acostarme con quien quiero”) se asocian de manera esencial a la institución matrimonial; lo cual no se sostiene en lo absoluto ni histórica ni antropológicamente. En primer lugar, porque ese “amor” (amor romántico -tal y como lo entendemos en occidente-) tiene un muy reciente recorrido histórico, y, en lo absoluto, posee un alcance universal. El binomio amor-matrimonio, incluso, el de matrimonio-práctica sexual, no han coincidido siempre, ni espacial ni temporalmente, a lo largo de la historia. En la actualidad existen numerosísimas culturas en las que el amor o la práctica sexual -aunque se dé por sentada- no se contemplan en la institución matrimonial, pues, en principio, no tienen relación con esta. Dicho con otras palabras: para efectuar el casamiento no es requisito ni la existencia del amor, ni la ausencia de prácticas sexuales anteriores a él. Porque, si así fuera, hoy casi todos los matrimonios serían ilegales, por el hecho de que los conyugues no se hayan “amado” antes de la unión legal, o no se hayan abstenido de tener relaciones sexuales. La institución matrimonial, de tan antiguo calado histórico, está vinculada a otros factores. Entre estos estaría la estructura de la familia, el mantenimiento y ampliación demográfica de la población, el reparto de bienes económicos, etcétera.
En síntesis, tan irracional es creer que Dios ha creado al hombre para mantener relaciones sexuales exclusivamente con mujeres, y viceversa; como creer que un supuesto amor universal sería la justificación intrínseca de toda unión conyugal, incluso las homosexuales. Por la misma razón, es metafísica la creencia de que se tienen derechos (humanos) esenciales (a contraer matrimonio, ser libres, pensar) sin que medien entidades histórico-políticas, estatales que los garanticen. Tan fanático es creer que no hay derecho a uniones distintas a las dictadas por las leyes de Dios, como pensar que esta facultad ya se posee por la sola razón de ser “humanos”; como si las personas estuvieran flotando en el espacio sideral y no en sociedades históricas y políticas concretas.
Y he aquí, sus señorías, donde radica la santa madre del cordero, en la naturaleza política de los actores demandantes, ignorada por todos los ángulos de la discusión. Esta es la verdadera trampa a la “conciencia” que es necesario revelar. Si le damos algún crédito a Marx y asumimos que toda ideología esconde mucho de “falsa conciencia”, lo que se estaría buscando con la implantación “global” de la ideología LGBTQ+, no es la defensa de grupos sociales marginados y oprimidos; sino la anulación, por omisión, del Estado-Nación como realidad política capaz de resolver estos y otros problemas. Esta es la lectura real que están buscando imponer las diversas entidades del mundo de la cultura, la política, las ONGs y las finanzas, entre otras muchas. Tal imposición es el meollo del asunto, y en ella están volcados la mayoría de los verdaderos poderes fácticos (financiero-empresariales) en las sociedades occidentales, anglosajonas, fundamentalmente.
Así pues, se entiende que hay un modo hegemónico de pensar lo político que responde a intereses de sectores muy concretos (financieros, políticos, gremiales) que, aunque distintos entre sí – incluso a veces enfrentados-, ven al estado nación como su principal enemigo. Dichos sectores son los que promueven y se mueven dentro de este caldo de cultivo sociológico, que involucra tanto al LGBTQ+ismo,como a otros modismos de las llamadas izquierdas ligth, indefinidas o caviar; entre los más conocidos se encuentran los feminismos, ecologismos, indigenismos, animalismos. Entender la cuestión no es sencilla, pues no puede hacerse observando una sola de estas tendencias ideológicas de moda. Únicamente cuando se ecualizan es posible ir hilvanando similitudes en la diversidad. En el caso de la ideología LGBTIQ+, lo que sus impulsores globales buscan es reencauzar el debate desde lo político a categorías sociológicas muy vulgarmente reducidas. Es la razón por lo que se habla de “colectivos” y no de clases o grupos sociales.
La evidencia objetiva de que existen dichas “colectividades” no está dada por un debate racionalmente aceptado; sino por la repetición de un mantra que acrítica y reiteradamente reproducen los medios de comunicación. Mediante este ejercicio se busca imponer una especie de nuevos significados, a significantes “flotantes” (según los teóricos detrás de estos movimientos) que, a juicio de Ernesto Lacau (padre putativo de la versión hispanoamericana de estas ideologías progresistas o izquierdo/indefinidas), estarían vacíos en esencia. Significaciones como las asignadas al matrimonio, por ejemplo, responderán únicamente a convencionessociales implantadas y hegemonizadas por determinados grupos (hombres blancos, clérigos, políticos, entre otros). Una contraofensiva cultural (la contracultura gramsiana) podría bastar para desarticular dicho entramado, tan solo con negar vehementemente los sentidos atribuidos a los signos y símbolos que sostienen los discursos “hegemónicos”. De aquí los lenguajes “inclusivos” y otras entelequias social-ingenieriles.
Esta idea, aparentemente sencilla, ha sido tomada al pie de la letra por buena parte de las élites culturales, abanderadas por sus amos financiero-globalistas, representantes de aquellas ideologías. Ante esta realidad, la pregunta que surge de inmediato es ¿por qué los mismos mecanismos que han sido los principales impulsores de la “hegemonía de la discriminación” existente (magantes de la economía y las finanzas, élites culturales occidentales, políticos de las grandes potencias) se han decidido cambiar de la noche a la mañana? ¿Dónde están las garantías de que el “cambio” será para mejor? Habrá quien piensen que la transformación se debe al “despertar de las conciencias”, a la presión popular, o a la era de Acuario; pero nada más lejos de la realidad. En los últimos años no se ha visto el tan cacareado “empoderamiento” de las grandes mayorías, sino todo lo contrario. Es más, si algo se puede advertir -sobre todo durante el último año, con la pandemia mundial-, es la implementación de un mecanismo nunca antes visto de control de las masas, se diga lo que se quiera respecto de las motivaciones detrás de estos encierros.
Una posible tesis frente al cambio de actitud de los poderes fácticos a nivel internacional se explicaría en las muchas posibilidades que ofrecen las nuevas ideologías globalizantes para poder lucrar. A través de ellas se hace, de maneras muy eficientes, lo que siempre se ha venido haciendo: sembrar el caos social para remover estructuras políticas. Estas, a su vez, reblandecen los sistemas de control sobre los recursos económicos, los cuales luego serán arrebatados a los Estados y a sus ciudadanos, con el fin de especular y comerciar con ellos a precios de saldo en las bolsas de valores de todo el planeta. Palabras más teorías menos, he aquí la esencia del debate.
Lo complejo verdaderamente estaría en determinar los nombres, organizaciones, sistemas, dialécticas múltiples; que rellenan los espacios en blanco de los contextos particulares. Este es el trabajo difícil de hacer. Aquí es a donde deberán volcarse pacientemente quienes se empeñen en la cada vez más difícil tarea de demostrar, a día de hoy, que el puto rey va desnudo. Es lo esencial y lo moralmente impostergable, aun cuando para llevarlo a buen curso se tenga que entrar al ágora con los oídos tapados, ante los gritos de liberticida, extremista, fascista, comunista, supremacista, patriarcal y otras vacuidades similares. Haría bien el amigo lector en prestar sumo cuidado cada vez que lea o escuche estos vocablos y sus melodías tan emotivas, pues podría estar frente a un vulgar intento de manipulación o intoxicación ideológica, o, como se le nombra hoy día, un intento de “informarle” acerca de algo.
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Una manera de hacer algo al respecto sería la de prestar atención a lo que pasa (o más bien nos pasan) mientras se entretiene al personal con causas y batallitas sociales de todo tipo; hacer ver que lo enjundioso en verdad no está en las portadas de los periódicos, sino escondido entre sus hojas y escrito con letra pequeña. Si se mira bien, quizás se comprenda por qué gigantes de la tecnología, la industria, las finanzas y el comercio se han montado en el carro de la “diversidad” con tanto entusiasmo. Habiendo conectado los hilos correctos, podría entenderse que el modelo de funcionamiento de las grandes empresas es, como no podría ser otra manera, un modelo de negocio. De ahí que sus campañas de marketing y relaciones públicas, vinculadas con entidades externas a lo puramente comercial o empresarial, también estén pautadas por la máxima de reducir costos y maximizar beneficios.
Si en Occidente, por sus características culturales, existe la posibilidad de explotar comercialmente una idea, sin dudas, se hará. Y si, por demás, esta comercialización contribuye a suprimir obstáculos institucionales (impuestos, regulaciones, normativas, etc.), que apuntan a su mismísima fuente (el Estado Nacional que las impone); los agentes corporativos involucrados quedan ante un favorecido escenario del tipo Win Win. Para ellos, la lucha por los derechos LGBTIQ+ no es, ni jamás ha sido una cuestión de principios, de ideas o de justicia social.
En el mes de junio, Mercedez Benz y BMW cambian sus logos e incorporan a sus diseños la bandera del arcoíris, lo mismo que Google y YouTube. Pero no se les ocurre hacerlo más allá de las estrictas fronteras del occidente cristiano, puesto que es únicamente allí donde estas ideologías tienen fuelle; o sea, es donde “venden”. Si en países islámicos o contrarios a la difusión de esas opiniones se consulta las páginas web de las citadas marcas, no se encontrará modificación alguna pues allí no hay “mercado” para productos de este tipo, aun cuando social y políticamente sean los espacios donde se pueda encontrar mayor discriminación por motivos de preferencias sexuales.
Algo similar ocurre con las compañías que han apoyado al movimiento Black Lives Matter(BLM). En Estados Unidos y otros países occidentales estas se rasgan las vestiduras para “defender” la “causa” de la igualdad racial, pero no desprecian los millones de dólares que reciben por la venta de sus productos, en regiones enteras donde hoy día todavía se comercia con esclavos negros. Lo cual dice mucho de los propios organizadores de BLM, que aceptan tranquila y alegremente el dinero que estas mismas compañías les dan (más de 90 millones de US dólares sólo el año pasado[10]) para lavar sus pecadillos mercantiles. ¡Que todo sea “por la causa y el movimiento”!
La primera sensación que se tiene al constatar estos hechos es que detrás de ellos se esconde la más desvergonzada hipocresía. Sí, hay mucho de ello; pero ese no es el origen, ni el factor fundamental de la cuestión. Lo importante es comprender los elementos objetivos que aúnan las individualidades diferenciadas y que permiten que estos factores tomen cuerpo, se materialicen, en una realidad social identificable.
La tesis que propongo -que no es la única posible- es que aquí están operando, como profundos resortes, ideas que conectan lo cultural, lo económico y lo político, a un tiempo. Esta postura apunta, pues, a entender el problema desde un punto de vista pluralista y no monista. Así, quienes ven “gato en cerrado” en muchas de las posturas buenistas de voceros, artistas y propagandistas; yerran el tiro. Pues aquí no hay uno, sino muchos felinos ronroneando tras bambalinas. La propia magnitud de calado y el andamiaje mediático, político, ideológico-cultural y hasta represivo, puesto al servicio de toda esta neocultura woke, es, precisamente, la prueba material de estos múltiples intereses.
Como todo buen agente de inteligencia sabe, ninguna operación de gran envergadura se realiza teniendo un solo objetivo en la mira, pues su consecución sería muy costosa. El pago de las operaciones nunca correrá a cargo de una agencia en particular, sino de muchas a la vez. Al mismo tiempo, estas agencias se acompañan de múltiples actores, que no siempre estarán al tanto de los diversos objetivos reales en juego. De la misma manera, no todos los participantes – me atrevería a decir ni siquiera la mayoría- estarán al servicio de los intereses profundos que los impulsan. De hecho, lo hermosamente macabro de la manipulación social es que mueve grandes grupos humanos, manejando resortes que no tienen por qué ser siempre económicos; o sea, que no implica, necesariamente, el acceso a recursos monetarios, servicios o bienes de consumo. Tampoco serán objetivos delirantes o quiméricos en principio. Recordemos, en este sentido, que la seducción pertenece siempre al campo de lo posible.
Para encontrar ejemplos de ello, bastaría dar una mirada somera a la historia universal, en la que déspotas, tiranos, mesías, santos y dictadores han convencido a multitudes de llevar a cabo las más cruentas atrocidades, empezando por la denuncia de marginados, apóstatas y perseguidos. En su mayoría, las inversiones económicas empleadas para la disuasión de las masas han sido relativamente menores, en comparación con los resultados obtenidos. Tales actos le son inherentes a la actividad política como género y no sólo a algunas de sus subespecies. Pues, parafraseando a Jesús G. Maestro, tanto en democracia como en dictadura, no es el Estado quien mayoritariamente censura, reprime y lapida; sino el vecino, el compañero de trabajo, el conciudadano. El mismo pueblo es quien muchas veces hace el trabajo sucio.
Las redes sociales contemporáneas son una excelente muestra de esta cruda realidad. El mencionado caso de la cantante cubana es solo uno, menor incluso, dentro de la infinita multitud de ejemplos posibles. Las redes virtuales fungen como los modernos tribunales de la moral y las virtudes públicas, donde se juzgan y evalúan las conductas humanas bajo el democratísimo criterio cuantitativo de los likes y los dislikes. Así, la sapiencia de un “pueblo” cada vez más “abierto” a la información y más cerrado al conocimiento puede expresarse, mediante algoritmos capaces de dar a conocer sus inclinaciones mucho antes de que los mismos votantes sepan siquiera en qué mantra de turno querrán creer, qué túnicas querrán vestir o a qué infiel querrán lapidar.
Estos mecanismos “participativos” tienen la ventaja añadida de esconder, a la vista de todos, sus metodologías internas. Y no me refiero a los 0 y 1 de los algoritmos; sino a las motivaciones pedestres que propulsan las piedras virtuales (y minerales) que nos arrojamos unos a otros. De la misma manera que quienes crucifican sin piedad en las ciber webs cambian de un avatar a otro, para seguir bregando con la ira y el odio al prójimo; en la actividad vegetal (animal) “mecánica” de la historia social, cuando entre los actores pasa la euforia de un linchamiento colectivo, los supervivientes (vencidos o vencedores) buscarán razones materiales (dinero, tortura, represión etc.) que justifiquen la actitud desmedida e inexcusable de los ejecutantes. Este ocultamiento favorece que de cierta manera se sostenga la continuidad y la cohesión social. Sin embargo, presenta el agravante de que el “trauma colectivo” se oculta, encubriendo con ello el mecanismo real que ha generado el comportamiento en primer lugar.
Si a lo largo de la historia este tipo de conductas evasivo-colectivas han sido relativamente comunes, por otro lado, en el contexto contemporáneo el asunto toma cuerpo de maneras muy extremas y particulares. Toda vez que el paradigma político hegemónico (en Occidente) es la democracia, específicamente la democracia liberal norteamericana, es imperativo que “el pueblo”, mediante su “voz”, siempre tenga la razón. En el presente “Fundamentalismo Democrático” todos los problemas sociales pueden y han de ser solucionados con “más democracia”. Es decir, se ha de creer a pie juntilla que el pueblo es poseedor de una sapiencia que no puede ser menos que infundida a priori por la divinidad, y que si no la expresa es porque no se le permite. De hecho, si algo caracteriza a las modernas “democracias” contemporáneas es tener a la voz del pueblo como la encarnación social del Espíritu Santo. Gustavo Bueno denominó inversión teológica a este fenómeno, en el que se atribuyen cualidades extraterrenales, acaso místicas, a procesos sociales seculares. La mejor manera de entender esto es asumir que Occidente y Cristianismo son dos realidades históricas inseparables; si esta verdad se niega (como pasa tantas veces), pues no se ha comprendido la esencia del asunto.
Relacionar esta idea teológico/secular y enlazarla con aquella de que “el pueblo no podrá jamás equivocarse”, a menos que se le engañe, se le fuerce, o se le compre; hace considerar inadmisible que eso que llaman ‘las masas’ o ‘la gente’ actúen de forma estúpida y hasta cruel, movidos por resortes que no estén vinculados al dinero (que lo corrompe todo), la represión (que lo convertiría en victima) o el engaño y la desinformación (que enceguece los pueblos). De ahí la insistencia de las democracias occidentales en que los llamados “regímenes totalitarios” permitan que el pueblo “se exprese” en elecciones “libres”, que “su voz” no sea “reprimida”. Si ello ocurre, se da por hecho que esas mayorías votarán las ideas “correctas”, los “líderes correctos”, los sistemas de gobierno “correctos”. Es decir, votarán, pensarán y actuarán como “nosotros los demócratas liberales queremos que lo hagan”. Este mantra ha sido repetido una y otra vez hasta hacerse parte del sentido común de muchas sociedades contemporáneas. Es lo que repiten opositores de todo pelaje a esos dizques “regímenes totalitarios”. Para tales demócratas devotos el tirano se sostiene en el poder porque no permite que el pueblo se exprese correctamente. Sin embargo, a ninguno de estos beliversse les ocurre preguntarse ¿qué pasaría si mañana en Rusia se hacen elecciones “libres” y la mayoría de los electores, en ejercicio libre de su derecho al voto, termina votando a Putin?; o ¿si el 50% +1 de los cubanos ratifica a Diaz Canel en el cargo, o los venezolanos a Maduro?;¿qué ocurrirá si se demuestra que, efectivamente, son Lukachenco y Xi Jin Pin a quienes los bielorrusos y los chinos quieren al frente de sus respectivos países? Pues ocurriría que todo el andamiaje metafísico, de tintes anglo-protestantes, se derrumbaría sin miramientos.
Muchos de estos “pueblos oprimidos” continúan, persistentemente, votando en mayoría a sus sátrapas favoritos. En tal sentido, puede que estemos asistiendo a un reajuste del mantra democrático repetido hasta ahora. Quizá los ideólogos globales de la ‘american democracy exportable’se estén replanteando sus hipótesis y conciben una estrategia que se mueva de lo macrosocial (el estado) a lo mesosocial (el grupo, el colectivo, la comunidad). Si no funciona exportar la democracia liberal homologable a los Estado-Nación (Afganistán es un buen ejemplo), pues habrá que exportarla a partes determinadas de estas poblaciones, los colectivos sociales, las minorías étnicas, las organizaciones civiles, etcétera.
Para ello se tendrá que fragmentar la noción de pueblo, y así, con la suma de sus partes, quizás se logre controlar el todo. La intención sería, pues, “colectivizar” el debate, hacer que deje de ser social, para convertirse en grupal, en minoritario. Habrá que esconder de la mirada de los “tontos útiles” no solo los mecanismos reales de la manipulación y los muchos intereses ocultos de los verdaderos beneficiaros; sino también una verdad más cruda y tangible: la suma de todas las minorías constituye, nada más y nada menos, que Las Grandes Mayorías.
Coordinadas por agendas aparentemente distintas, el control de cada una de las fracciones (LGBTIQ+, Feminismos, Ecologismos, Indigenísmos, animalismos, etcétera) asegura el dominio de la totalidad de lo social. De aquí las combinaciones observadas -contrateóricas en muchos casos- feminismos/teoría queer, feminismos/ecologismos (ecofeminismos), indigenismos/ecologismos, entre muchas otras. En las esperanzas de sus impulsores, alcanzar un amalgamiento entre todas ellas permitiría congeniar los múltiples intereses existentes; pero también -y aun con las diferencias entre estas- homogenizar, por fin, las sociedades occidentales bajo una misma bandera multicolor. En ella cada tono significaría un “colectivo” distinto; así, cada grupo con sus intereses particulares, tendrían la posibilidad de manifestar su “identidad” en armónica convivencia.
Hay que decir que dicha identidad a manifestar estaría dada de manera metafísica, en sentido literal; o sea, que le ha sido asignada al colectivo y a sus integrantes antes de su configuración como colectividad grupal y corporeidad física humana. En palabras de Herder, diríamos que los colectivos, como los pueblos, poseen un espíritu propio insuflado desde el principio de los tiempos, que habrá sido dado por la creación o el creador, tenga este el nombre que tenga (Jehová, Krishna, Alá, Pachamama o la Madre Tierra). De ahí que los miembros de estas comunidades particulares tengan algo por lo que identificarse, pues la existencia de este “espíritu de pueblo” (el folkgeistde los nazis) les precede en el tiempo. La caracterización de la ideología LGBTIQ+ dentro del campo de las religiones políticas y seculares, responde, precisamente, a tal comportamiento; es decir, se politizan las supuestas características “espirituales” de un grupo determinado que les permite formar un colectivo, una comunidad y en última instancia, un pueblo.
En uno de los periódicos “independientes” sobre temas cubanos que circula en las redes, fue publicado, el pasado 16 de junio, un artículo titulado La población LGBTI cubana ‘no está pidiendo un regalo, sino derechos que le pertenecen’. Allí, un activista LGBTIQ+ refiere lo siguiente:«Ser miembro de esta población me impulsa a conocer y defender los derechos que nos ha arrebatado un sistema homofóbico y dictatorial como el que lamentablemente tenemos actualmente en Cuba«.
Allí aparecen dos ideas que evidencian, precisamente, lo que he venido apuntando. El activista da por hecho que existe, no ya un grupo social de determinadas características, discriminado por algún motivo; sino una “población” que per setiene derechos asignados, aunque aún no materializados. Al atribuirse la condición de pueblo con derechos, quiere decir que habría algo así como una nación étnica sin Estado. Con ello asciende a los pobladores y pobladoras del pueblo LGBTIQ+ al rango de nación errante, equiparándolo (sin proponérselo, suponemos) con los kurdos en el medio oriente contemporáneo o con los judíos anteriores al estado de Israel.
Ideas como estas son las que llevan a los colectivos denominados LGBTIQ+ a celebrar un día de su “orgullo” y NO un día por la defensa de sus derechos como ciudadanos de un estado particular. Lo que se les reprime, verdaderamente, no es la posibilidad de practicar sus preferencias sexuales -cuestión innegablemente justa y necesaria-, sino toda una cultura, el espíritu profundo de una comunidad (de un pueblo) a cuyos miembr@s se les habría impedido “identificarse” en cuanto tal hasta ahora. En otras palabras, lo que demandan no son reivindicaciones sociales y legales, sino identitario-culturales; derechos tales como el de expresar “su cultura” (cultura LGBTIQ+), el de practicar sus religiones (religión del amor), de exponer sus símbolos (el arcoíris), de venerar sus mártires y, por qué no, de ocupar sus puestos en los altares de los centros comerciales y alzar su voz en el coro de las naciones libres de la Humanidad.
Ante estas reivindicaciones, el unicornio de la democracia occidental no puede más que comulgar derramando lágrimas de éxtasis con cada demanda libertario-identitaria. Aquí he de detenerme un instante y lanzarle, como un cable a la tierra, la siguiente pregunta. ¿Qué les hace pensar, ideólogos de la armonía global minoritaria, que el nuevo tipo de “micro libertarismo democrático” no reproducirá los mismos defectos encontrados a su versión estatal/ciudadana? Para esta interrogante, sus señorías, no se hallará respuesta. La falta de argumentos lógicos que respondan a ella es, precisamente, lo que revela cuan neurótica y tóxica es la propia existencia de un proyecto ideológico de esta magnitud. Si no fuera tan dramática la posibilidad que nos ofrece, sería cuasi hilarante. No cabe duda de que la misma pregunta, antes realizada a los demócratas macrosociales (los demócratas fundamentalistas de los Estados), perfectamente puede ser planteada a aquellos seudoestadistas meso-sociológicos del colectivo-pueblo.
En tal caso, también cabría cuestionarse ¿qué pasaría si un número elevado de personas que prefieren tener relaciones sexuales con otras de su mismo sexo, o que quieren trasformar su cuerpo y empezar a comportase como un miembro del sexo biológico opuesto, no se llegaran “identificar” con estos colectivos? ¿Qué ocurriría si antes que homosexual o transexual, estas personas se sienten cubanos, argentinos, venezolanos, españoles o rusos? ¿Qué sucedería si algunos supuestos miembros y miembras de estas minorías estuvieran tan cansados de que se les exijan conductas “socialmente aceptadas”, que terminasen por rechazar esa nueva moral artificialmente construida, por considerarla una imposición más a sus personas humanas? ¿Cuál sería el resultado si alguien dentro de estos colectivos rechazara la “defensa de sus derechos como personas LGBTIQ+”, por entender que sus preferencias sexuales no le otorgan facultades políticas o sociales particulares? ¿Qué pasaría si esta persona entendiera que sólo un estado político, el suyo, es capaz de garantizar y acaso otorgar estos derechos y que estos quizá vengan acompañados de deberes también sociales? ¿Qué tal si un gay hispanoamericano encuentra que tiene mucho más en común con un heterosexual de sus misma región y cultura, que con un homosexual de un país anglosajón o asiático? ¿Y si un miembro o miembra de este colectivo se opusiera a clasificaciones del tipo personas LGBTIQ+, por considerarlas etiquetarias, oscuras, dogmáticas y sin fundamento de racionalidad? ¿Qué pasaría si rechazara estas siglas clasificatorias, y les preguntase a quienes las defienden por qué utilizar siglas y no un código QR o de barras?; ¿no sería acaso más eficiente, cool y tecnológico que un grupo de letras?
Para tales preguntas no se tienen respuestas lógicas en el discurso imperante. Siempre que el LGBTIQ+ismose mueva en los mismos resortes que el fundamentalismo democrático, se hace imposible que alguien que se sienta verdaderamente gay, trans, multi o lo que fuera, no comulgue con el evangelio oficial de su ideología. Si no estuviera de acuerdo se le calificaría como un ser enajenado que habrá que reconvertir al credo a como dé lugar, o, sencillamente, silenciarlo por constituir un apóstata de la causa.
Las interrogantes enunciadas podrían formularse en cada una de las minorías “oprimidas” de turno, o a cada uno de los ideólogos que direcciona la lucha por su “defensa” en las plataformas hegemónicas socialmente aceptadas por los poderes fácticos. La pertinencia de atender esta problemática es vital, pues muchas de las causas tras las que se esconden estas nematologías en el fondo son justas, y sí responden a necesidades y sufrimientos de multitud de actores particulares. A quienes respondan ante los planteamientos aquí realizados con la manida frase “los homosexuales, negros, indígenas y mujeres han sufrido y sufren discriminación”, les diré que es rigurosamente cierto y que, precisamente, por ello es urgente encontrar las vías adecuadas para enfrentar estas lacras en sus sociedades “particulares”. La respuesta al problema está, precisamente, en lo “particular” de cada espacio social. No son “Los Homosexuales” o las “Personas LGBTIQ+” los que han sido marginados, discriminados o reprimidos; sino las personas políticas concretas que poseen orientaciones sexuales de otro tipo, en las sociedades políticas e históricas en que se desarrollan. Son cubanos, argentinos, norteamericanos o rusos, los que en sus sociedades particulares han sido privados de derechos; y no miembros y miembras de un colectivo global, desperdigados accidentalmente en sociedades políticas concretas.
En esta temática, como en otros aspectos de la vida, el fin NO justifica los medios. Y aquí de lo que se trata, realmente, no es de la imposición de unos fines -que no dudo que muchos sean justos- sino, sobre todo, de hacer hegemónicos unos “medios” particulares. Es en las formas donde reside el verdadero paquete envenenado del referido movimiento, la razón real de su impulso y de la metodología ideológica que difunde. Lo más preocupante no es que se hayan secuestrado problemas reales que, sin lugar a dudas, hay que atender; lo alarmante es que, a través de la llamada de atención de esos problemas, se nos intenta imponer, más que una idea del mundo, una dialéctica, una forma de pensar, tanto a favor como en contra, de un determinado tópico. Dentro de esta lógica hegemónica el verdadero enemigo no es el piensa en contra, sino el que se aleja de los esquemas duales y maniqueos establecidos.
En Cuba, el asunto no es menos complejo –y, acaso, peligroso- que en otras partes del mundo. Si bien la Isla no corre –todavía- los peligros de balcanización que vemos en otros países (España, por ejemplo), lo cierto es que atraviesa una situación económicamente muy delicada, de consecuencias aun impredecibles. A ello se le suma que, al parecer, el proceso de polarización política extrema que observamos en Occidente se ha empezado a manifestar en algunos grupos y sectores sociales del país; fundamentalmente entre los que tienen algún acceso a redes sociales e Internet. Aunque estos no constituyen mayorías por sus características sociológicas (artistas, intelectuales, insipiente clase media), pudieran movilizar algunas partes de la opinión pública nacional, en favor de reivindicaciones políticas que se hallan en la cuerda de los paquetes ideológicos en cuestión. De hecho, parte de esta “discidencia” encuentra un buen nicho de financiamiento en organizaciones tipo Open Society, tan entregada a la construcción de “las nuevas normalidades” y de los “mundos de felices” donde no se comerán vacas ni perdices.
Dadas las características sociohistóricas de Cuba, un conflicto estructurado desde semejantes plataformas financieras e ideológicas, más sociológicas que políticas; no puede terminar en nada positivo. La idiosincrasia cubana está muy lejos de parecerse a la de los EEUU, donde se han gestado muchas de estas corrientes de pensamiento. De ahí que la imposición de unas recetas muy mal pensadas -y acaso mal intencionadas-, para resolver unos problemas sociales que en la Isla tienen sus propias características, ha de derivar, necesariamente, en la pérdida del norte cultural y político que hoy vemos en cada vez más sociedades hispanoamericanas.
Por su herencia cultural católica y lo particular de su composición poblacional, la existencia de “comunidades” étnica, racial o culturalmente discernibles en Cuba es imposible de demostrar, a pesar de los esfuerzos de muchos dizques “investigadores”, financiados desde el extranjero. La introducción, justo ahora, de esas ideas “minoritarias, colectivistas e identitarias”, solo traerá como consecuencia el autoapuñalamiento de un cuerpo social, ya de por sí muy agobiado por las diversas crisis existentes en el país. Una nueva fuente de discusiones, división y posibles conflictos lo que conseguiría es sumar otro ítem a la larga lista de motivos que tiene la población para autoatacarse y acusarse mutuamente, en medio de las difíciles circunstancias que atraviesa.
Con todo lo que he venido apuntando, queda claro que mi propósito ha sido denostar las causas que en principio utilizan como parapeto estas nematologías; y cuestionar la forma en que se llevan a cabo, sobre todo, esclarecer la confusión tan común entre las formas y los contenidos o ideas medulares de la lucha. No considero que hoy por hoy, objetivamente, haya demasiadas personas que apoyen la discriminación de grupos humanos por su orientación sexual, color de piel, origen étnico, peso corporal o sexo biológico. Una postura de este tipo encontraría, al menos en las sociedades occidentales, un rechazo ahora sí mayoritario.
Sin embargo, reiteramos, esta no es la cuestión fundamental. Lo importante es el método que se viene utilizando para encausar la defensa de tales reivindicaciones. La ideología LGBTIQ+ es una corriente ideológica más, y confundirla con las personas que se adscriben a sus postulados, es confundir el Todo con la Parte. El LGBTIQ+ismo es otro de los componentes de ese edificio “ecofrendly, feminista, +” donde se pretende que vivan todas las “razas, espíritus, pueblos” del planeta. La propia pluralidad dialéctica de la realidad nos muestra que dicha pretensión no pasa de ser un eslogan, más o menos delirante, pero siempre imposible. Y no estamos hablando de ideas sueltas de dos antropólogos neoyorquinos de clase media-alta, recién salidos de Yale; lo peligroso aquí es que esas opiniones constituyen moneda de cambio en la real politk de la vida de nuestras naciones contemporáneas. Para ello se cuenta, tal y como hemos apuntado, con muy poderosos aliados en el mundo de la economía, las finanzas, la política y la cultura. De ahí la verdadera potencia corrosiva y disolvente del movimiento en cuestión y de sus homólogos.
A primera vista, las alternativas posibles frente a este panorama son muy complicadas de plantear. La tarea de desmontar una estructura de semejantes dimensiones resulta agotadora y cuasi imposible; pero ha de hacerse. Esta arquitectura no es sostenible en el tiempo y hay decenas de ejemplos históricos que lo prueban. Las revoluciones culturales nunca terminan bien, y suelen traer sangrientas consecuencias, casi siempre opuestas a los objetivos que las generaron en principio. Las sociedades, lo mismo que los grupos sociales que las componen, no pueden homologarse (aplanarse, simplificarse) basados en unas pocas características comunes; máxime, si están establecidos ad hoc por la vía de “la voluntad individual” o la “identificación”, coincidente con una determinada causa, idea, partido político o hobby. Los verdaderos elementos cohesivos de la sociedad son las instituciones sociales de larga data y estas no se cambian de la noche a la mañana, puesto que son, precisamente, instituciones, NO “convenciones”.
Las instituciones son la armadura (estructural) que sostiene, para bien o para mal, los diferentes niveles de una casa común, el Estado Nación. Es cierto que estas estructuras no han de ser inamovibles, es más, resulta imprescindible reconducirlas de vez en cuando para garantizar el sostén del edificio en su totalidad. Pero ello no quiere decir que el desmontaje ha de hacerse con nosotros dentro, ni de manera radical. Cambiar todo lo que deba ser cambiado no significa cambiarlo todo,como parecieran proponer e impulsar algunos irresponsables o egoístas mal intencionados. Y en este punto podría acusarme de conspiranóico el amigo lector. Pero sucede que estoy casi seguro de que muchos de los que al final de la cadena de mando se están beneficiando de toda esta remodelación, conocen, en parte, lo que aquí planteo; es más, me atrevería a decir que cuentan con el daño y caos que a la larga podrían producir con sus ideologías a la carta. Recuérdese que hay mucho de financiero tras estas bambalinas y que no es raro, en el mundo de las inversiones, que quien financie una obra, sea el dueño de los seguros que la cubrirán y, en no pocos casos, los que pagan los pirómanos o terroristas que las derrumban.
Para concluir, y siguiendo con la metáfora arquitectónica, permítaseme una última reflexión y sugerencia final. Por muy gigantesco y poderoso que se muestre la estructura mediática, cultural y política construida alrededor de estas ideologías, en esencia su contenido no es capaz de sostenerla por sí misma, por la sola fuerza de sus dizques que “ideas y causas”. Quizá precisamente ese sea el motivo por el cual demanda tanto combustible mediático y tanta fanfarria en torno suyo. Por el bien, ahora sí, de todos, todas y hasta todes –si se quiere-, quizás sea mejor que de a poco empecemos nosotros mismos a propiciar su desmonte, aunque tengamos que hacerlo despacio, ladrillo a ladrillo.
Quizá, si tenemos éxito, una vez desmontada toda la estructura interna tal vez podamos utilizar algo del material restante. Hay muchas buenas intenciones, indudablemente, en una parte de los implicados en estos colectivos y entre quienes creen con fe verdadera en las doctrinas de este evangelio. De esta, se benefician indolentemente quienes mueven los hilos de esta trama. La crítica a toda esta basura ideológica bien puede ir acompañada de una reflexión honesta y objetiva en torno a los problemas reales de fondo, que empujan a mucha gente a las soluciones rápidas y fáciles que proponen los sacerdotes globales de las identidades múltiples y fluidas. La defensa de nuestros derechos como ciudadanos libres e iguales ante la ley nunca será un camino sencillo ni exento de contradicciones. De la misma manera, tampoco la reestructuración de los mecanismos existentes para que todos podamos gozar de la seguridad que -al menos en teoría- estas legislaciones deberían ofrecernos. Sin embargo, tanto en estos, como en otros problemas que enfrentamos como miembros de sociedades particulares siempre imperfectas, el único camino -y acaso viable a largo plazo- es el reforzamiento de lo ya alcanzado en materia de derechos cívicos, legal y racionalmente estructurados mediante la ley común del estado. Anuncio desde ahora que esta tarea es siempre difícil, nadie lo dude, pero hoy más que nunca es urgente que creamos y luchemos porque no sea imposible.
[1]https://www.youtube.com/watch?v=38XDjAb5q3Q
[2]https://www.cibercuba.com/noticias/2020-06-13-u200807-e200807-s27061-polemica-cantante-danay-suarez-equipara-pedofilia
[3]https://es.weforum.org/agenda/2017/11/los-enemigos-del-genero-en-america-latina
[4]https://diariodecuba.com/etiquetas/danay-suarez.html
[5]https://www.cuballama.com/blog/mariela-castro-cenesex-dinero-george-soros/
[6]https://www.cibercuba.com/noticias/2021-01-03-u1-e208049-s27068-quien-paga-manda-gobierno-cubano-cenesex-reciben-fondos-soros
[7]“Pedofilia o derechos LGBTQ: La rapera Danay Suárez trae a Cuba un debate inspirado por el fundamentalismo cristiano” Los Angeles Blade. By Maykel Gonzalez Viver. June 22, 2020
[8]https://cubanosporelmundo.com/2020/06/15/danay-suarez-enfurece-cubanos-publicaciones-religiosas-fotos/
[9]https://core.ac.uk/download/pdf/39002114.pdf; https://data.miraquetemiro.org/sites/default/files/documentos/La%20Religi%C3%B3n%20en%20Cuba.pdf; http://biblioteca.clacso.edu.ar/ar/libros/cuba/cips/caudales05/Caudales/ARTICULOS/ArticulosPDF/15B133.pdf
[10]https://nypost.com/2021/02/24/black-lives-matter-received-over-90m-in-donations-last-year/