Críticas y crisis del Estado del Bienestar

Críticas y crisis del Estado del Bienestar. Daniel López Rodríguez

Críticas al Estado del Bienestar

El Estado del Bienestar es un modelo pensado contra el liberalismo (o capitalismo «puro» o fundamentalista) y el socialismo estatificador (es decir, el socialismo del comunismo soviético también fundamentalista o, según sus enemigos, «totalitario»). Sus defensores ven en él la máxima expresión política de la justicia y la libertad, pues se trata de un modelo que oscila entre la libertad sin justicia del capitalismo liberal y la justicia sin libertad del comunismo soviético. Es decir, las recetas keynesianas del Estado del Bienestar vendrían a suplir a la mano invisible y el laissez-faire de Adam Smith y a la mano dura de la dictadura del proletariado (de la vanguardia revolucionaria, esto es, del Partido) y su economía planificada. Desde el socialdemocratismo más escorado a la izquierda se pensaba que las reformas sucesivas del Estado del Bienestar, al ampliarse e ir ganando protagonismo, traerían la plenitud al Género Humano, lo que en política internacional significaría la paz perpetua.      

El Estado del Bienestar acabó con la revolución social tal y como ésta era entendida por anarquistas y comunistas. Con el Estado del Bienestar los partidos comunistas de Occidente vinieron a transformarse, en la práctica, en partidos socialdemócratas, y en su degeneración total en izquierdas indefinidas. E incluso -como pasa en el caso de España- en partidos pro-secesionistas. Hablamos ya de una degeneración extrema y repugnante, en la que precisamente se contribuye a destruir el Estado del Bienestar, con el que tanto se llenan la boca, al querer destruir el propio Estado que lo sustenta, porque el mismo no brota de una sacrosanta sociedad civil que se da a sí misma sus derechos sino de un Estado con su correspondiente dialéctica de clases y su involucración -ya de manera más velada o ya de modo más abierto- en la dialéctica de Estados

Asimismo, el Estado del Bienestar vendría a ser criticado por comunistas y anarquistas como un Estado que disimula la explotación del sistema capitalista. Es visto, desde tal perspectiva, como un sistema que sólo pone parches o tiritas al malestar de los obreros, y que sacaba a los obreros del marco de la lucha de clases y del conflicto industrial. El Estado del Bienestar apacigua, pues, los conflictos que por diversos motivos se van gestando en el sistema capitalista.  

Tal situación supone, pues, el compromiso social capital-trabajo, es decir, el reformismo y no la revolución. Dicho de otro modo (como también se ha interpretado): en tal situación se reconcilió la tensión entre la economía capitalista y la organización democrática, y de este modo se impuso el orden establecido que no era otra cosa que la pax de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial. De modo que el Estado del Bienestar vino a ser el Estado pacificador contra la revolucionaria subversión al equilibrar la asimetría hasta entonces existente entre el trabajo y el capital; así como vendría a regular entre el empleo y el desempleo y entre el gran capital y el pequeño capital. Trata de reconciliar el beneficio privado y el bien público, mercado y Estado; por eso es un Estado de economía mixta. De modo que el Estado del Bienestar, al fin y al cabo, no vino a abolir sino a prolongar la existencia del sistema capitalista, pues dejó intacto el poder de las clases poseedoras, e hizo posible el capitalismo democrático o el Estado de economía mixta, lo que le daba oxígeno al sistema capitalista. Se trataba de integrar al movimiento obrero en la vida democrática, esto es, de democratizar al proletariado (de pacificarlo) y desmontar su política subversiva y revolucionaria contra el orden capitalista establecido. Los partidos socialdemócratas fueron los que más contribuyeron a esta labor. 

Pero ni los anarquistas ni los comunistas de los países capitalistas movieron un dedo por desmantelar el Estado del Bienestar. Como se ha dicho, «El estado de bienestar, mal que pese a toda retórica, se ha convertido en una sólida parte integrante del capitalismo moderno y de la moderna vida económica. La seguridad social es objeto al mismo tiempo de amor y de odio, pero el amor es el que triunfa» (John Kenneth Galbraith,«El nacimiento del Estado de Bienestar», Editorial Ariel, http://www.mty.itesm.mx/dhcs/deptos/ri/ri95-801/lecturas/lec073.html, México 1989).

Sería con la llegada al poder de Margaret Thatcher en el Reino Unido y Ronald Reagan en Estados Unidos cuando las críticas al Estado del Bienestar y a toda técnica de planificación económica se hicieron más beligerantes. Y para más inri estaba a punto de caer la Unión Soviética (con su Secretario General, «Gorbi el Magnífico», contribuyendo a semejante labor).

La faceta de desmantelar el Estado del Bienestar es más propia de liberales y conservadores. Y no digamos de los llamados anarcocapitalistas, para los cuales el Estado del Bienestar es «más Estado y menos Bienestar»; pues, según creen, a mayor libertad de mercado, mayor será el bienestar. Creen que con el libre mercado puro, lo que sea que signifique eso, todo lo demás se nos dará por añadidura.

Los neoliberales ven al Estado del Bienestar como una amenaza para la democracia, ya que los partidos políticos (se sitúen a la izquierda o la derecha) hacen todo tipo de promesas en sus campañas electorales con el objetivo de alcanzar el poder, y si prometen lo cumplido (normalmente -como dijo un viejo profesor- los programas están para incumplirlos) esto podría llevar a la quiebra económica del Estado, pues los servicios sociales son un peso para el Estado. Pero los partidos temen perder el poder si toman medidas impopulares de recortes de derechos sociales. 

Los neoliberales también les reprochan a los defensores del Estado del Bienestar que éste frena o destruye la «iniciativa privada», lo que hace a los ciudadanos «gentes adormecidas» e incluso «parásitos sociales». Los neoliberales no quieren que el Estado les eche una mano, sino que les quiten las dos de encima, porque cree que se asfixian. Los neoliberales llaman al Estado del Bienestar «Estado Paternalista» o «Estado Nodriza», porque con tal Estado los ciudadanos son tratados como niños. De ahí que suelan usar expresiones en tono despectivo como «Papá Estado». Ellos lo que quieren es negociar libremente, al margen del Estado, sin pagar impuestos, sin aranceles: piden un negocio sin fronteras; para que así, si es posible, sus negocios triunfen en el mundo de la globalización a la que pretenden llegar de manera aureolar (aunque muchos globalistas, al menos en lo ideológico, opten también por una tendencia socialdemocratizante, que a su vez los hace conectar con el Pensamiento Alicia). 

El Estado del Bienestar es un Estado intervencionista que viene a regular los beneficios de las empresas, los salarios y los precios. En cambio, los neoliberales proponen que la intervención estatal sólo debe garantizar la libre competencia. Si para los comunistas el Estado del Bienestar era insuficiente, para los neoliberales es excesivo. Por eso el neoliberalismo trataba de desmantelar el Estado del Bienestar a través de la privatización de servicios sociales, la liberación de las fuerzas del mercado y la liquidación del intervencionismo sindical en las políticas económicas del gobierno.   

El neoliberalismo ve en el Estado del Bienestar un peligro para los derechos del individualismo, pues, a juicio de estos señores, tal intervención del Estado imposibilita a la persona cumplir sus propios valores a su manera. Para los neoliberales el Estado del Bienestar es moralmente insolvente.   

Crisis del Estado del Bienestar

El envejecimiento de la población en Europa (y no digamos particularmente en España, que ya empieza a ser cosa grave) ha puesto en crisis los recursos del Estado del Bienestar. De ahí que se exija la revisión del Estado del Bienestar con bajadas de impuestos y a costa de reducir las prestaciones sociales. En España la desindustrialización también está suponiendo un inconveniente para el mantenimiento del Estado del Bienestar. Y de hecho tal desindustrialización es una de las causas, posiblemente la principal causa, del desempleo que padecemos (fundamentalmente entre los jóvenes). El tejido industrial empezó a desmantelarse en los años ochenta con los gobiernos de Felipe González. Que lo sepa la servidumbre que ha votado y sigue votando en masa a su partido, que además cínicamente se jacta de instaurar el Estado del Bienestar en España (obra del franquismo, porque así fue). Y por si fuera poco, también ha sido el PSOE, ahora en coalición gubernamental con Unidas Podemos, el que ha destruido la industria del turismo, que suponía un 20% del PIB anual, a causa de la nefasta, chapucera y surrealista gestión de la crisis sanitaria que ha generado el SARS-CoV-2. 

La caída del bloque soviético ha hecho que poco a poco se vaya laminando el Estado del Bienestar. Ya no existe la presión de un Imperio como referente del comunismo realmente existente de izquierda de quinta generación. El maoísmo es la sexta generación de izquierda, pero China se reestructuró como «un país, dos sistemas» y su repercusión en los países comunistas de Europa, a nivel de dialéctica de clases, ha sido ínfima, y su influencia en los partidos comunistas no ha sido ni mucho menos la que tuvo el comunismo soviético. Otra cosa es cómo China influya en la dialéctica de Estados, como ya lo está haciendo con fuerza, sobre todo a nivel comercial, en el poder federativo de su capa cortical. Y si la cosa se complica veremos si la solución se lleva a cabo desde el poder militar, donde ya no es una potencia tan poderosísima como las nuclearizadas Rusia y Estados Unidos (aunque los chinos están logrando grandes avances en la inteligencia artificial, con la que podrían conseguir en pocos años todo un ejército robotizado).

Asimismo, tras la caída de la URSS Estados Unidos se impondría como «gendarme internacional», interviniendo económica, política y militarmente allí donde sus intereses estuviesen en juego, aprovechando que ya no existía otra superpotencia. Estados Unidos y sus aliados pudieron intervenir militarmente en Yugoslavia (que la descuartizaron en siete repúblicas tras ocho años de guerra), en Afganistán, en Irak, Libia y en Siria.

Algunos hablan del fin del Estado del Bienestar por la cristalización, a raíz de la caía de la URSS, de la globalización neoliberal (la Globalización oficial). Globalización que, según dicen, ha de ser sustituida por otro modelo que satisface mejor «las aspiraciones humanas más auténticas: la sociedad mundial del Bienestar Global» (Juan Torres López, «Globalización y Estado de Bienestar», http://www.juantorreslopez.com/globalizacion-y-estado-de-bienestar/, 2008). 

Pero esto es algo tan metafísico, por no decir tan ridículo, como la ideología del Gobierno Mundial que patrocinan los globalistas financieros neoliberales o supuestos globócratas. Y todavía suena más ridículo en tiempos pandémicos del COVID-19, cuya repercusión mundial a buen seguro traerá un nuevo orden mundial, muy lejos del «Nuevo Orden Mundial» de los globalistas aureolares que aspiraban, y hay ingenuos que aún siguen aspirando a ello, ni más ni menos que a un Gobierno Mundial. Creer que una determinada forma de sociedad o de régimen político va a traer el Estado universal de la civilización es de gente ciega que -como decía Toynbee- está atrapada en «el espejismo de la inmortalidad».   

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