Cuando se escriba la historia de las primeras dos décadas del siglo XXI, los cronistas futuros tendrán que analizar, sobre todo, las dos pandemias que hoy recorren el mundo. La primera es obvia: aquella generada por el virus SARS-CoV-2. La segunda, menos divulgada, aunque no menos extensa, es la de la polarización política extrema. Ambos fenómenos están modificando el mundo en que vivimos de formas aún impredecibles, tanto cada uno por su lado como en conjunto.
Si hace diez años alguien nos hubiera dicho que estaríamos respirando nuestro propio aire, encerrados tras un bozal sanitario, con un mundo parcialmente detenido, gracias a un virus del que poco se sabe y menos se adivina, simplemente no lo hubiéramos creído. Por otro lado, si nos hubieran dicho que a 10 años de la caída del muro de Berlín y a 55 de la rendición de la Alemania nazi, los fantasmas de Comunismo y del Fascismo recorrerían el mundo, más vivos que nunca, jamás lo hubiésemos aceptado. Sin embargo, llegada la fecha, éstas son las realidades a las que asistimos.
En los dos últimos años, hemos visto como si virus e ideologías extremas marchasen de la mano. Pareciera que los problemas respiratorios de la enfermedad exacerbaran los ánimos, al tiempo que se agudizaran las ideologías o filosofías políticas personales. Podría pensarse incluso que esta enfermedad es el producto, o el productor de múltiples expresiones de intransigencia y dogmatismos en los individuos, capaces de generar divisiones sociales en todos los niveles. Muchos son los que notan que han pasado los tiempos donde la gente tenía diferentes teorías y lógicas sobre un tema -incluso sobre temas políticos- y ello se aceptaba con naturalidad y sin mayores sobre saltos que el de una discusión extensa. Hoy, disputas de este tipo generan con frecuencia situaciones de incomunicación, distanciamiento y hasta de abierto antagonismo. Es como si ese palabro de moda, “identidad”, estuviese calando hasta zonas de la realidad que van más allá de los supuestos lindes de su definición conceptual, para aterrizar en cuestiones como las opiniones sobre un tema cualquiera. Es decir, si alguien está en contra de la idea que sostengo, esta persona me ataca a mí, porque yo me he identificado con esa idea. O sea, esa idea soy yo: me define, me constituye. Como si tener una idea fuera en parte pertenecer a ella. Yo soy mis ideas, o para ser modernos y quizá más exactos, la materialización de estas, casi siempre en forma de post, likes, trinos, fotos y otras expresiones digitales.
Ejemplos materiales y fácticos de todo lo que he apuntado los tenemos por decenas, desde la toma del Capitolio, la caída del gobierno de Myanmar, las guerras civiles en África, los cambios de gobiernos en Suramérica, hasta las sucesivas protestas, manifestaciones, revueltas populares y estallidos de todo pelaje que vienen poblando el panorama noticioso de los últimos meses. Ojo, que con estos ejemplos no estoy diciendo que estos cambios sociales tengan de fondo polarizaciones ideológicas, pues sé que hay causas materiales detrás; lo que sostengo es que las lecturas que se les han dado a estos eventos sociales entran en las categorizaciones reduccionistas, extremas y, francamente, simplonas, en las que se habla y piensa hoy en día, a la manera la culpa de todo es de Trump, los pueblos quieren libertad, o la naturaleza se venga del hombre y manda un virus a aniquilarnos
El último de los sucesos que ha venido a traer carne a las bestias de la “des” y de la “in”formación ha sido el hecho acontecido el pasado 11 de julio en la isla de Cuba, todavía en marcha mientras escribo esta nota. me parece estéril intentar siquiera susurrar una teoría ante la avalancha asfixiante de noticias, fotos, videos, post, artículos y críticas de opinión que se están vertiendo sobre el tema. En este sentido, hay que decir que es tanto lo que se produce que ya ni siquiera es sencillo emocionarse, pues no hay pausa entre una y otra visión de las cosas que permita un procesamiento medianamente mesurado de qué está ocurriendo realmente. Quizá, la razón detrás de esta imposibilidad para el análisis esté en que ni siquiera se intente que exista de antemano. Por lo que leemos hoy en las redes o medios de información, tal parece que la “verdad” estuviera en cada bando dicha de antemano, y que los hechos únicamente vienen a poner atrezo a una obra que ya venía produciéndose, a manera de ensayo hablado: tal y como discuten y practican un guión los actores, antes de la filmación.
Si esta tesis es cierta, sería prácticamente imposible siquiera tratar de buscar ayuda en el razonamiento, o intentar conversar y preguntar con honestidad y calma lo que no se sabe. En estos entresijos dialecticos, casi siempre virtuales y pocas veces carnales, toda mayéutica está prohibida. A quien quiera entrar al ágora a señalar algo sobre X tema, únicamente le estará permitido encontrar el bando que le convenga y a él adherirse, sin medias tintas ni dudas al respecto. De lo contrario, deberá vagar como alma en pena en las nebulosas aguas de los ideológicamente indefinidos, de los “confundidos” o, cuándo no, de los tontos o los comunes. De aquellos que no pueden ser lo suficientemente originales para tener “su” opinión, la propia, para manifestarla en estas circunstancias.
El problema aquí es que cuando se habla de esta opinión, la supuestamente “nuestra”, no se está hablando de una especie de conclusión procesual a la que se llega de manera dialéctica, sino que constituye una especie de propiedad esencial que la persona siempre tiene en ‘lo profundo”, aunque no pueda verla. La voz individual sería algo así como la voz del alma, que únicamente seres iluminados, excepcionales, mejores han alcanzado por mandato divino desde el principio mismo de los días. Esta idea, típicamente protestante y anclada en la cultura anglosajona, es por desgracia muy dominante en la actualidad. De aquí que no es extraño ver artistas, actores, deportistas, Youtubers, influencersy otros personajes de éxito convertirse en opinadores profesionales, seguidos por masas “sin voz propia”, que creen que estos, por el sólo hecho de ser conocidos, famosos y millonarios, poseen una cierta gracia o aura santificante ante los ojos y el conocimiento de Dios, de la Pachamama, la naturaleza o de la madre de cristo.
De la misma manera, pero en sentido inverso, quienes hoy día quieran siquiera competir en la carrera de las “verdades” deberán hacer campaña (“democrática”, eso sí) para que los opinadores de turno la validen, la hagan suya, para que esta posición sea. Esto es, para que su “opinión”, una entre las posibles, siquiera alcance el rango de realidad. Lo que hoy ocurre en Cuba o, más bien, lo que entendemos de lo que realmente está ocurriendo, está precisamente inmerso en esta dialéctica de las verdades. Hemos visto en las redes un millón y más de imágenes, videos, audios, testimonios, consultas, escritos, etcétera; lanzados desde todos los ámbitos del espectro, que se arrojan el monopolio exclusivo de “lo ocurrido”. La manidísima, y oscura frase “una imagen dice más que mil palabras”supongo que es trending topicen Facebook, Twitter, Instagram y otras redes sociales. Lo curioso es que quienes exponen estas imágenes parlantes terminan siempre explicando aquello que ya la imagen diría. Si esto ocurre con las imágenes, encontramos el mismo fenómeno en el campo de los sonidos o de las palabras impresas. En este sentido, palabras como “Pueblo”, “Libertad”, “Democracia” “Justicia”, entre otras, vienen siendo trincheras tras las cuales están parapetados francotiradores de las más diversas posiciones, todos hablando y usando los mismos terminajos y pensando que los asisten las fuerzas telúricas de la Historia. Y ojo, digo de la Historia en singular y con mayúscula porque aquí también la historia, como el Pueblo, la Libertad y la Democracia es una: su sola mención ya se explica por sí sola.
Si se dice “el pueblo cubano marcha contra la dictadura” o el “el pueblo cubano marcha a favor de su revolución” quienes lo dicen dan por sentado que el Pueblo de Cuba es solo “uno”. Sin embargo, he ido a buscar, y resulta que en Cuba hay 16 provincias y alrededor de 168 municipios. En cada uno de estos municipios, a su vez, hay localidades a las que se las denomina poblados. O sea, espacios o territorios donde habita un pueblo.
Claro que supongo que no se habla de estos pueblos (territorios, grupos sociales diversos) cuando se habla del “Pueblo” sin distinción. Lo equivoco aquí es que, si de “pueblos” se trata, sociológicamente hablando, encontraremos que la misma prensa y redes están llenas de pueblos cubanos “distintos”. Así, encontramos desde los muy variopintos “población LGBTQ+”, “población marginal”, “población campesina”, “población femenina”, y un etcétera que daría para tres libros. Entonces, cuando se habla del “Pueblo” al que “defienden”, “apoyan”, “reprimen”, “acompañan”, “cuidan”, “escuchan”, “dan voz”, “creen”, y demás, todos los que dicen que lo hacen, en realidad no están hablando de todo el pueblo, pues esta noción NO abarca la totalidad de los pueblos de Cuba; sino a una parte muy específica de este. En una palabra, que el “Pueblo cubano” parece ser algo más diverso, dialéctico, complejo y hasta contradictorio de lo que se plantea en el Ágora y no veo que se esté cribando demasiado en el uso de este término.
Otra de las palabras o términos que hemos visto, oído, leído y sufrido en estos días es “Libertad”. Al parecer, en muchas de las manifestaciones trasmitidas por las redes, ha sido coreada reiteradamente por la multitud -o una parte del pueblo- que marchó el pasado 11/07. Sobre ésta, el canal alemán DW en español dijo lo siguiente: “La palabra libertad se repite constantemente en la isla, pero nunca con este tono”[1]. La sola frase ya da mucho de sí, pues pocas cosas me gustarían ahora mismo más que hacer al periodista explicarme qué diantres quiso decir con esta frase. Y sin embargo, así se dice, sin más aclaración, en circunstancias tremendas, donde el máximo cuidado con las palabras sería poco. El análisis filosófico de este vocablo -libertad- nos remite a casi todos los sistemas filosóficos de la historia. Sobre este diremos que este es un término “sincategoremático”. O sea, y según Gustavo Bueno, que por sí mismo no dice nada, o lo que es lo mismo que la libertad tiene que ser siempre libertad para hacer algo, que hay que especificar en todo momento.
En los términos actuales de las religiones políticas de moda, Democracias, Socialismos, Liberalismos, etcétera, suponemos que cuando los neosacerdotes tertulianos de YouTube dicen “el pueblo quiere Libertad” o “el pueblo defiende su Libertad”[2]estarán hablando de las manidas “libertad de expresión”, de “elección” o de “pensamiento”. Lo que ocurre es que veo que estas son frases e ideas tan ambiguas que todos los implicados podrían usarlas como banderas de sus respectivos dogmas de fe, sin que la contraparte pudiera rasgarse ni una sola de las escamas de su coraza. Específicamente acerca de las marchas por la “libertad”, he podido ver testimonios de marchantes cubanos que decían querer libertad de expresión o de pensamiento, otros que querían defender la “libertad” que ya poseían en la Cuba revolucionaria o incluso quien al ver una tienda de alimentos vandalizada decía: “esto sí es la Libertad!”[3].
Ante estas evidencias, al menos a mí, me gustaría entender la cuestión de fondo, (porque importa, sí que importa). No termina de quedarme claro cuál es la libertad hegemónica en estos días, partiendo del “democratísimo” principio del 50%+1.
Mencionados estos ejemplos, se puede adivinar por dónde irían los análisis del resto de las consignas aquí expuestas (Democracia, Justicia, Derechos Humanos). Sin profundizar demasiado en ello, diré que, por ejemplo, sobre la idea de “Democracia” se habla tanto por parte de los gobernantes como por parte de los in-gobernados, sin que nadie especifique si se trata de democracia Liberal, Romana, Griega, Parlamentaria o la “popular” de los socialistas. Quienes acusan al gobierno de no ser una Democracia debería especificar si están hablando de “democracia” en el sentido nematológico(es decir, a la americana: división de poderes, elección directa y otros mantras) o si se están refiriendo a una democracia en el sentido tecnológicocomo conjunto de mecanismos participativos de la población en la forma de gobierno. Si suponemos que es el primero, pues tienen toda la razón. En Cuba no hay una democracia liberal homologable a la americana: ya que Cuba no intenta serlo. De hecho, estrictamente, Cuba es todo lo contrario a una democracia, ya desde su mismo nombre, pues se define como una “República”. Canónicamente, según Aristóteles al menos, no debería ser análogo a una democracia, de ninguna manera.
Si aclaro esto es sobre todo pensando en los políticos y periodistas españoles que por estos días se rasgan las vestiduras y derraman lágrimas de sangre, mientras se flagelan frente a la Moncloa, porque Pedro Sánchez “no ha reconocido que en Cuba hay una democracia”[4]. ¡Imagínense!, tamaña injuria y mayor vileza del presidente español, que nos niega el maná del cielo que caería en Cuba, por el solo hecho de que un líder ungido mencione la santa palabra: “Democracia”. Si las cosas irán para mi patria tan bien como nos prometen los politicastros hispanos, pues yo le pediría a Sánchez que, ya que está en eso, le haga una oración a la Virgen del Pilar, a ver si de paso nos sube el PIB por encima de Singapur. Si el momento no fuera tan dramático sería casi cómico. ¿En serio estos se creen que los que marcharon el domingo, o a la otra parte que vive y sobre vive en la isla, le importa algo de lo que diga, crea, piense, reconozca o deje de reconocer tanto Sánchez como sus antagonistas castañueleros? Si es así, la “madre patria” está casi más perdida que la antigua provincia.
Sobre la idea de “Justicia” se podrían presentar ejemplos similares. La sola idea presenta a día de hoy tanta confusión que el solo pensar en ello embota. Sirva únicamente de ejemplo el siguiente post de un abogado cubano, visto en una de las redes sociales al uso. Según este: “la justicia no está en izquierdas ni derechas, no está en un bando ni en otro”-hasta aquí de acuerdo- está en la dignidad humana”. O sea, que un abogado, que ha estudiado derecho, cree que la Justicia está en la “dignidad humana” y no en las legislaciones nacionales de los Estados que las han establecido y que se encargan -o deberían- de hacerla cumplir. Aquí, lo único que se me ocurre es preguntar dónde está esta “dignidad humana”. En una palabra, ¿quién la determina? ¿La historia, Dios? ¿Acaso la Ley?
Cuando quienes deberían defender asuntos tales como “las justicias racionales” (una por cada organización política, social o religiosa que la establezca) manifiesta tan alegremente ideas de esta naturaleza, cabría preguntarnos si tendremos que necesariamente “creer” en lo que algunos de los grupos de presión exponen sin el mínimo ápice de crítica explicativa.
Ante la vorágine informativa que se está generando sobre los hechos materialmente acontecidos, un texto como este, que a lo sumo buscaría preguntar, querer saber, intentar cribar medianamente cuanto pasa, podría ser automáticamente calificado de tibio, ambiguo, poco claro. Algo de razón podrían tener quienes así lo expresen. Ello no quiere decir que me considere a mi mismo persona imparcial, centrista, indefinida o ambigua. Todo lo contrario. En el sistema en el que declaradamente me muevo, (el materialismo filosófico de Gustavo Bueno), al intentar comprender asuntos políticos no cabe la menor ambigüedad posible. Según G. Bueno, pensar es siempre pensar contra alguien o contra algo. Así mismo, también según este autor, las opiniones que no estén acompañadas de argumentos y pruebas, así como aquellas que se viertan sin una teoría o un sistema que las hilvane, serían algo así como espasmos del pensamiento, estornudos de la razón. Vamos, que es poco más que un sinsentido.
Pero vivimos los tiempos de la “democracia” digital. Aquí todo el mundo ha de opinar algo, y si es de política y cuestiones sociales, pues más. Yo, que por profesión he estado estudiando hace más de 15 años la sociedad y sus vericuetos, y que cada día que pasa debo lidiar con la frustración de considerarme un verdadero neófito, asisto atónito al espectáculo de artistas plásticos, cantantes de reguetón, actores, periodistas, biólogos marinos, payasos de cumpleaños, vendedores de chicles, contadores de gasolineras, despachadores de globos, ingenieros siderúrgicos, plantadores de árboles, médicos, veterinarios y otros múltiples actores sociales tienen tan claro todo lo que ocurre, sus causas y sus soluciones. Más aún, me asombra la prontitud y la exactitud con la que se han realizado diversas investigaciones sociales multidisciplinares para determinar con tal grado de certeza que el origen de todo esto es el Comunismo, el Imperialismo, la Dictadura, el COVID-19, la Vacuna Soberana 2, o los cortes eléctricos. Al parecer, en términos sociológicos el asunto no es menos ambiguo, pues se sabe y se da por cierto y evidente que las protestas las han originado desde mercenarios pagados, agentes del imperio, delincuentes, revolucionarios confundidos, expertos informáticos hasta miembros del Buró Político, agentes de la Seguridad del Estado, el PCC, cubanos “anestesiados”[5]por la ideología comunista, la Policía, el Ejército o el presidente Diaz Canel después de habérsele practicado algún tipo de sexo forzado[6].
En mi experiencia profesional (que no, mi opinión) los fenómenos sociales, ocurran donde ocurran, son siempre muy complejos y, por lo general, responden a procesos más que a hechos particulares. Entender cualquier crisis, estallido o emergencia social, del tipo que sea, al margen de su contexto histórico, económico, sociocultural, político y geopolítico resulta simplemente imposible. Desgraciadamente, los análisis a pie de página y las conclusiones virtuales a velocidad crucero son la norma de las sociedades contemporáneas. Ante esto, el caso cubano resulta, si es que es posible, todavía más complicado, por lo ‘anómalo’ de su evolución y circunstancia. De aquí que mi asombro no haga más que crecer cuando veo tantos teóricos de medio pelo, ajustando categorías supuestamente “universales” a una realidad social tan particular como la cubana.
Si el gobierno cubano, se equivoca en no analizar este estallido de forma secuencial o procesual (estructural, digamos), el mismo error lo cometen quienes pretenden comprender qué significan muchos de los términos manejados en los acontecimientos producidos, al margen del contexto de los últimos meses en Cuba. Sin tener en cuenta las múltiples campañas, eslóganes, canciones, propagandas, filosofías y hasta religiones seculares que han circulado en la isla en los últimos años, no se pueden asignar significados a categoría alguna, por muy alto que se griten o por muy claro que pueda estar para muchos fuera de las fronteras antillanas. Muchas de estas categorías han aparecido y han sido asimiladas en el discurso nacional, sin tiempo suficiente para la crítica -en el sentido de criba, filtrado o clasificación- mesurada, por los múltiples sectores sociales que habían estado al margen de estos con anterioridad.
La apertura de Cuba al mundo, al el Siglo XXI, el uso de internet, el incremento del turismo, los viajes, la emigración, entre otros muchos factores: no sólo ha lanzado a los cubanos al mundo, sino que ha lanzado el mundo a la vida de los cubanos. Quienes viven en la isla y tienen más de 25 años han visto buena parte de los dos mundos, pero no todos tienen las piezas para armar críticamente el rompecabezas de la realidad contemporánea. Cuando no se especifican categorías como las que hoy gratuitamente se utilizan, cuando se deja en suspenso su definición en el contexto de todo cuanto hemos visto, se está actuando por pasión, por ignorancia o por mala fe. Cuando se habla de Libertad, máxime de libertad de individuos, hay que especificar siempre, pues la libertad de unos, bien podría significar la pérdida de las libertades de otros.
Todo esto no quiere decir que haya que asistir con cinismo a lo que sea que ocurra en primera instancia. Como cubano, soy el primero que padece emociones encontradas ante imágenes, textos, audios y testimonios a primera vista emotivos, duros, bizarros o violentos. Pero ello no quiere decir que mis sentimientos tengan la más mínima importancia políticamente, pues estos son siempre subjetivos y son tan sinceros como aquellos expresados en el sentido exactamente contrario a los míos. Desgraciadamente, vivimos en tiempos de emociones y sentimientos, donde lo que se siente es medidor de la realidad, y está muy por encima de lo que se sabe. El día de hoy, “creer” tiene más importancia que el “saber” y el “conocer”.
En lo personal, no soy de los que piensa que esto es por una suerte de vagancia generalizada de las sociedades. A mi juicio, este fenómeno responde a múltiples causas, entre las que se podrían mencionar las temporalidades actuales, la premura de la vida, la ausencia de estructuras críticas de pensamiento, así como la multiplicación de las técnicas e instrumentos del empaquetado informativo express. Es decir, que no hay tiempo para pensar, para dudar, para someter a prueba varias teorías y menos para cambiar de idea. Una vez que se ha expuesto alguna como propia, nos hemos declarado “idénticos” a ella.
En Cuba pareciera, no lo sé, que el gobierno ha renunciado a la dialéctica como método de comprensión de los problemas de la realidad social. No veo a muchos marxistas, materialistas y dialécticos -que allí deben superar los siete por metro cuadrado- ofreciendo explicaciones coherentes, ni tratando de que los gobernantes trabajen por la eutaxiade la Nación ni del Estado. Por el contrario, si veo un ejército de empleados del clic, asalariados de Instagram y Youtubers emergidos que están “haciendo el pan”, con todo un circo de dolor, preocupaciones y ansiedades reales del Pueblo (ahora sí con mayúscula) cubano. Para estos, como para muchos de aquellos, al final del día no importa mucho el sentido de la disputa, pues en lo virtual, como en la Bolsa, el sentido en el que se muevan las emociones no tiene la menor importancia. Lo importante es que estén, que muevan clics y contenidos, porque eso vende. Por debajo de todo esto, grupos varios de cubanos, desiguales siempre y por distintas razones, plantean, demandan, publican, exigen o gritan. Para ello, harán uso de las herramientas que tengan a mano, una canción, una consigna, una foto, un video, una piedra, un bastón un cuchillo o una flor.
Quienes marcharon el domingo 11/07 NO querían ser escuchados: ni democracia, ni comida, ni libertad, ni comunismo, ni vacunas, ni viajes, ni compras, ni encierros, ni libertades. Quienes ese día salieron, gritaron, marcharon, abrazaron o agredieron, en principio (y esto sí es posible establecerlo con certeza) querían salir, gritar, marchar, abrazar o agredir y así lo hicieron. Todo ello sin que libertarios, demócratas o gobernantes se lo exigieran o autorizaran. Simplemente fueron: eso es lo innegable y quizá, lo asombroso.
Conocer las causas últimas, de segundo orden, así como establecer conclusiones acerca de las motivaciones particulares por las cuales quienes marcharon en todas direcciones, incluso los unos contra los otros, lo hicieron, exige un análisis profundo que sólo el tiempo será capaz de ofrecer. De momento sólo tenemos verdades a medias o medias verdades que poco o nada dicen de la realidad. Que hay dolor personal y social en todo esto, sin duda, quien podría negarlo. Pero no está claro que una media verdad justificada por el sufrimiento sea más constructiva que una verdad entresacada de la reflexión y el análisis mesurado. Y casi con seguridad, podría decir que la primera no tiene garantía alguna de evitar otra vez las penas que la han generado. Ojalá, en los próximos días, podamos reescribir la historia para quienes, en el futuro, deberán aprender algo de nuestro presente en marcha. Para su bien, solo espero que su pasado sea más claro y aleccionador que el que le hemos estado escribiendo en los días. Por su bien y el nuestro, eso espero.
[1]https://www.youtube.com/watch?v=hkYS9Z4aS4w
[2]https://www.youtube.com/watch?v=VwV9awpw8f4&t=7s
[3]https://www.facebook.com/yamil.diaz.98499/videos/501956554423230
[4]https://www.elespanol.com/espana/politica/20210713/sanchez-calificar-dictadura-cuba-represion-no-democracia/596191814_0.html
[5]https://www.youtube.com/watch?v=Hp2r-Koo_Dk&t=7354s
[6]https://elamerican.com/diaz-canel-is-a-singao-cuban-dictator/