Despejando la ecuación de género

Despejando la ecuación de género. Lomas Cendón

¿Hay mujeres músicas instrumentistas geniales? ¡Qué pregunta idiota! ¡Pues claro que las hay! Yuja Wang, Esperanza Spalding, Cindy Blackman, Orianthi, Anoushka Shankar, Melissa Aldana… sólo por decir unas pocas en instrumentos y géneros diferentes. Ahora bien, el grueso de los músicos, no sólo los geniales sino también los del pelotón, trabajadores, transpiradores y mediocres, son (somos) en su mayoría, hombres. ¿Por qué? Pues por lo que sea; pero cualquiera que haya formado una orquesta o un grupo musical de cualquier estilo, sabe que le va a costar cumplir la impuesta cota de género. Recuerdo que una periodista feminista me censuró haber fundado un grupo presentado como “los mayores talentos locales del jazz fusion” sin haber incluido a alguna mujer. Yo le repliqué: “Bien, ¿a quién llamo?”. Tras titubear me dice: “¿No has pensado en contratar una vocalista? Conozco a fulanita, y además de ser buena, es muy guapa y va a dar buena imagen.” He aquí el quid de este problema matemático.

Volvamos a la lista inicial de mujeres geniales: todas ellas, además de talentosas en exceso, también son atractivas con la misma desmesura. ¿Tuvieron éxito por esto último? No. Rotundamente no: se trata de instrumentistas de primer nivel, compositoras de prestigio, intérpretes con la más exquisita formación musical. ¿Su belleza supuso algún obstáculo para esa realización artística? Tampoco: si consigues interpretar bien a Rachmaninoff, nadie va a decir “Estás demasiado buena para tocar el Preludio en Sol menor, Op. 23, No. 5”. ¿Su belleza les ayudó en su reconocimiento? Esta es la cuestión peliaguda: hay muchísimos talentos y la imagen sí que puede resultar el diferencial que haga a uno de ellos famoso y al otro, no. Por ejemplo, imaginen que cada una de esas artistas tuviera un clon en relación al talento, pero varón, calvo, peludo, narigudo y con kilos de más. Muy probablemente estaría en el anonimato o no sería tan famoso. Cuando hay exceso de talentos y cantidad de contenidos, la imagen cuenta, y la belleza de las formas, aún más.

Y esto que sucede con la música, ocurre en todas las áreas profesionales, pero especialmente aquellas que se deban al público, es decir, no sólo el medio artístico, sino el comercial, periodístico, servicios, corporativo en general, y hoy en día casi todos. Las mujeres guapas tienen más oportunidad para mostrar su capacidad profesional. Ante este hecho incontestable, el feminismo sólo consigue ver la injusticia de que las mujeres sin belleza no tengan ese mismo privilegio, y olvidan a la mitad de la población, nosotros, los hombres que, a efectos de marketing, tenemos el mismo valor que la más fea de todas ellas. Comparen diferentes personal brandings en las redes sociales: el hecho de ser mujer otorga varios cientos de clientes y seguidores automáticos. Si además es guapa, tendrá miles y llegará al millón con el mismo esfuerzo con el que el varón consigue treinta likes en Facebook. Nadie se atreve a decirlo porque dinamita el discurso feminista hegemónico: cualquier mujer es más escuchada, apreciada y valorada que su equivalente masculino en talento y merecimiento. Las mujeres tienen más atención, atraen más miradas; hoy tienen un camino muchísimo más fácil para llegar al reconocimiento profesional. El modelo masculino mejor pagado del mundo tiene un poder de convocatoria parecido al de Miss Albacete 2015. La chica más popular de cualquier instituto vende más como influencer, que el anónimo rostro masculino del anuncio de colonia más cara. Yo como guitarrista gano en un año, lo que amigas guitarristas no mejores que yo ganan en una semana en onlyfans.com. Si una actriz, política, presentadora de TV, periodista, vendedora, escritora, psicóloga, profesora, youtuber… hace bien su trabajo, y además es guapa, tiene el éxito asegurado, así como los clientes, los fans, los seguidores, los admiradores, las flores, los laureles y los paños calientes tras sus errores. Si un hombre hace bien su trabajo… Bueno, pues gracias por venir. Ya nos pondremos en contacto con usted.  

Vivimos en el mundo al revés; y si gobiernos y medios oficiales hablan de un “patriarcado”, es muy probable que en realidad estemos bajo una monstruosa tiranía ginocéntrica sin darnos cuenta. Yo así lo creo. Que haya un Ministerio de Igualdad que hable de visibilizar a las mujeres cuando sólo se ven mujeres por todos lados, ¿no les parece sospechoso? Que se quejen de los patrones de belleza impuestos por el “hetero-patriarcado” cuando la industria de la imagen que promueve esos patrones está compuesta en su totalidad por mujeres y homosexuales, ¿no les parece raro? Que se lloriquee la discriminación siempre que no beneficie a las mujeres mientras los varones se encogen de hombros ante su soledad, el menosprecio y la presunción de inocencia liquidada, ¿no les parece escandaloso?

Si lo que interesa es la igualdad, sólo conseguiremos expresarla a través de una ecuación. Los dos miembros de la ecuación sólo resultarán iguales si admitimos nuestros respectivos términos, y hay que reconocer que la mujer tiene un multiplicador de valor en su belleza, en su atractivo físico, en su poder erótico.  Siempre ha sido así; lo es hoy; siempre lo será. Las mujeres no agraciadas lo envidiarán, las mujeres guapas se aprovecharán con disimulo, y los hombres (guapos o feos) tendremos que aceptar las reglas del juego de la naturaleza para seguir muriendo en los andamios, las minas y los campos de batalla. La igualdad de género pasa por despejar la incógnita de que el activo más misterioso y poderoso del universo resulta ser la belleza de la mujer. Y la flor de la noche, para quien la merece.    

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