Diálogos sobre la lengua (1)

Diálogos sobre la lengua (1). Manuel Díaz Castillo

La corrección inclusiva del lenguaje

« Quise escribir este discurso como un encomio de Helena y un juego de mi arte. »Así terminabaGorgias uno de sus discursos en que defendía a Helena,  la mujer raptada, quien para unos había sido causa de la primera gran guerra entre los imperios asiáticos y Europa, pero para otros había sido una víctima de la fuerza del deseo y la magia persuasiva de la palabra. Sirvan Helena y el sofista Gorgias, fundador de la retórica, como promesas abreviadas de los problemas que vamos a abordar. La lengua servía para convencer, seducir, disuadir, y era el material último que servía de cimiento a la democracia. Al fin y al cabo, la tradición occidental ha reflexionado con frecuencia sobre el poder del lenguaje para arrastrar al contrario lejos de su opinión primera, muchas veces con la fascinación de un discurso falseador.  En Occidente fueron los sofistas los primeros que meditaron profusamente acerca del lenguaje, de sus poderes, de su influjo en la sociedad. De ahí el recuerdo de Gorgias. 

Una certeza nos anima al comienzo de estas reflexiones, aunque proceda de las viejas tesis idealistas. La historia del lenguaje verbal no está muy distante de la historia de la cultura, es decir, de la naturaleza humana en cuanto creadora de cultura. Todo lo que el espíritu humano ha producido en su intercambio con la naturaleza es cultura: juego, vida familiar, ciencia y tecnología, arte, filosofía, literatura, etc.;  pero sobre todo el lenguaje, que incluye o al menos refleja la experiencia de la colectividad. En el fondo, quizá la historia es sobre todo la historia del corazón, de los sentimientos de las generaciones pasadas (K. Vossler, Filosofía del lenguaje, Losada, 1968, p. 49-51) y la querella actual sobre el lenguaje sea uno de los elementos que mejor caracterizan el tiempo que vivimos. 

Sin embargo, en las conversaciones que se oyen en el presente, cualquier persona encuentra una serie de temáticas que dan la impresión de esenciales, invitándonos a expresar nuestras opiniones en una dialéctica a veces agria, y quizá incitándonos a cierto desconsuelo. La lengua es uno de estos problemas, mucho antes de que la UNESCO, o el Consejo de Europa iniciaran una corriente de simpatía hacia el lenguaje inclusivo, o una destacada responsable del gobierno de España pidiera que la Constitución fuera reelaborada con lenguaje “inclusivo, correcto y verdadero a la realidad de una democracia que transita entre hombres y mujeres”(Carmen Calvo, intervención en el Congreso, 2018), o que Podemos instara al Poder Judicial a abandonar el lenguaje androcéntrico en sus escritos.  

Puede que el modelo de estos fuera aquella conocida iniciativa del gobierno venezolano, país que propone un curioso y creativo modelo de lenguaje jurídico(Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, 1999), al inicio del gobierno de Hugo Chávez, para rechazar la discriminación y favorecer la igualdad de género como fundamento de un nuevo orden social más justo e igualitario, al que pertenecen textos de prolija elaboración, para algunos sublime y para otros disparatada. Recordemos un texto ya desgraciadamente clásico: 

« Artículo 41.- Sólo los venezolanos y venezolanas por nacimiento y sin otra nacionalidad, podrán ejercer los cargos de Presidente o Presidenta de la República, Vicepresidente Ejecutivo o Vicepresidenta Ejecutiva, Presidente o Presidenta y Vicepresidentes o Vicepresidentas de la Asamblea Nacional, magistrados o magistradas del Tribunal Supremo de Justicia, Presidente o Presidenta del Consejo Nacional Electoral, Procurador o Procuradora General de la República, Contralor o Contralora General de la República, Fiscal o Fiscala General de la República, Defensor o Defensora del Pueblo, Ministros o Ministras de los despachos relacionados con la seguridad de la Nación, finanzas, energía y minas, educación; Gobernadores o Gobernadoras y Alcaldes o Alcaldesas de los Estados y Municipios fronterizos y aquellos contemplados en la ley orgánica de la Fuerza Armada Nacional. Para ejercer los cargos de diputados o diputadas a la Asamblea Nacional, Ministros o Ministras, Gobernadores o Gobernadoras y Alcaldes o Alcaldesas de Estados y Municipios no fronterizos, los venezolanos y venezolanas por naturalización… »

Creíamos que la lengua solo era un medio de comunicación entre los seres humanos, el más perfecto quizá. Nos formaron en la creencia de que usábamos esa herramienta como instrumento neutro de nombrar la realidad. Pero hoy son mayoría quienes incluyen entre sus poderes los de ahormar el mundo en que vivimos, de conformarlo según un orden imperceptible que venía predispuesto desde tiempo inmemorial y cuyas injusticias quedaban solidificadas por medio del lenguaje.  No es difícil aceptar esa posibilidad, pero conviene ser precavidos. 

Toda época tiene su afán y la preocupación sobre la lengua que hablamos es el que ahora nos interesa.  P. Ricoeur advirtió sobre cómo nuestro tiempo se veía inundado por la sospecha de que nuestra conciencia está oscurecida y falseada, bien por intereses económicos en Marx, por el poderío del inconsciente en el caso de Freud, o por el resentimiento de los desfavorecidos y de los débiles en el caso de Nietzsche.  

El lenguaje que usamos se vuelve también objeto de disputa y espacio privilegiado para la sospecha. Todo lo que logremos establecer acerca de sus propiedades y efectos puede convertirse en aumento de poder, tal como Nietzsche predicaba de todas las ideas y conocimientos humanos. No solo el lenguaje, los propios fundamentos de la realidad,quedan sometidos a vigilancia, son sospechosos de ser falsos y de simular un fondo oscuro e inquietante.  Pero algo más que una cuestión de lenguaje,  lo que importa es nuestra capacidad e incluso la necesidad de interpretar. Gadamer recordaba uno de los aforismos nietzscheanos de Más allá del bien y del mal: «No hay fenómenos morales, sino solo interpretaciones morales de fenómenos». Si la conciencia moral podría formularse como un acto de interpretación, es decir, de re-creación de aquella realidad a la que Husserl llamaba « las cosas mismas » , cuánto más no debería preocuparnos que el lenguaje que usamos se convirtiera en el principal sustento y guía de nuestras concepciones del mundo (se supone que incluso de las aberrantes), que las palabras que usamos, aparte de un ensamblaje esencialmente racional motivado por la experiencia, fueran una forma de encubrimiento, de colosal impostura al servicio de intereses y poderes cuya naturaleza se escaparía a nuestro control. 

El dato esencial de nuestro uso de la lengua es algo desmoralizador, porque no somos conscientes de este uso, en el ejercicio comunicativo olvidamos sistemáticamente la mayor parte de sus fundamentos, funciones, implicaciones y efectos. Por otra parte, ni decimos todo lo que está en nuestra conciencia, ni todo lo que está flotando en el contexto y en la situación es necesario reiterarlo, ni las expresiones que emitimos nos pertenecen por entero, puesto que en parte pertenecen a nuestro universo de textos conocidos, y en parte también pertenecen a nuestros interlocutores. La perplejidad se ahonda cuando tenemos la sensación de que muchas emisiones discursivas —ajenas y nuestras— no se fundan exclusivamente en el sistema de normas que la lengua propone. Tenemos la sensación de que ya ha comenzado una apocalíptica liberación de las cadenas de la razón y de la verdad, que Nietzsche había ligado al descreimiento sobre la estabilidad y fiabilidad del lenguaje, a la sospecha sobre la norma gramatical: « Temo que no no libraremos de Dios en tanto sigamos creyendo en la gramática ». (F. Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos). 

No obstante, es posible que el lenguaje no pueda del todo separarse de la gramática, —es decir, de la racionalidad del sistema que sirve como fundamento a la comunicación, a los consensos grupales, a la normatividad fluctuante en la que se basan los usos sociales—, y que el cambio en el lenguaje no baste para que nuestro pensamiento se desligue de un imperceptible orden fundacional y se dirija con nuevo impulso a la consecución de un mundo social más justo. 

Una esperanza permanece viva y nos invita a conformarnos: la de que es el intercambio discursivo, la función dialogal,la participación, la interpretación construida en común, son los elementos que yacen en los anhelos humanos más nobles.  Pero a nuestro alrededor sobrenada el temor de que esa esperanza esté vacía de realidad y sea poco más que un anhelo ingenuo.

El lenguaje como campo de batalla para un mundo mejor

Cuando el estado de cosas que padecemos resulta molesto, el enfrentamiento se traslada en muchas ocasiones al lenguaje, y este presta un escenario de discusión quizá menos áspero que la cruel realidad, pero que obedece al mar de fondo reinante. A veces se concede al lenguaje un poder creador, taumatúrgico, de mundos mejores. Según esto, no solo se desplaza la disputa, sino que se adjudica al lenguaje la misión de crear un nuevo mundo. Esta cuestión no es una bagatela.  

El comienzo de todo puede ser también la caricaturización grotesca del lenguaje oficial, que apunta tanto al descrédito de los usos dominantes como al anhelo de un mundo mejor. La carnavalización de los lenguajes que practica Rabelais o el sarcasmo de Quevedo sobre las jergas oficiales nos sirven de referencia como intentos de desestabilización del sistema imperante quizá de una actitud proclive a crear una sociedad más justa y un mundo mejor. Pantagruel advierte a los ingenuos: « Si les signes vous faschent, ô quant vous fascheront las choses signifiées! ».  Las palabras, las « terribles palabras » que mencionaba Cernuda, han servido para señalar mediante la sátira la degeneración del mundo, aunque también para crearlo con la irisación virginal de todos los ideales.

En el viejo diálogo Crátilode Platón se ofrece una secuencia del amanecer de la querella del lenguaje. O los nombres ofrecen con exactitud la naturaleza de las cosas, imitan profundamente el mundo y lo desvelan a nuestro conocimiento, o son convencionales y se rigen por sus propios fueros y por acuerdo social. La pretensión de la orthoépeiaentendida como adecuación natural de los nombres a las cosas nombradas queda severamente en entredicho, si no en público fracaso.

Los ejemplos que podemos leer en el Crátilopara mostrar la primera tesis son sugerentes y nos hacen sonreír porque implican, junto a su interés argumentativo, un ejercicio de filología deliciosamente naïf, si es que estos ejemplos no consisten tan solo en una serie de bromas divertidas, como sostiene Friedländer entre otros (W.K.C Guthrie analiza este aspecto en Historia de la filosofía griega, vol.V, 2000, p. 11, ss). En esta obra, ánthropos,que significa ‘ser humano’, el homolatino, es una palabra que descubre la naturaleza humana, pues por boca de Sócrates, este vocablo se formaría con « anathrón a opôpe » (‘examina lo que ha visto’) y con ello se evidencia desde el mismo nombre ánthroposla diferencia con los animales, que pasan por entre las cosas sin observarlas atentamente, sin reflexionar sobre ellas. En medio de una maraña de etimologías erráticas, un consejo sobrevuela en el diálogo platónico: quien quiera saber algo del mundo debe investigar sobre las cosas, no sobre los nombres de las cosas.

Como réplica a las viejas posturas sobre el lenguaje, hay entre nosotros quienes creen,religiosamente podría decirse, en que el lenguaje es el manto enigmático que oculta púdica o desvergonzadamente las iniquidades de la cruel realidad bajo un secular acuerdo social, hecho de convencionalismos, pero también de intereses y de fingimientos hipócritas: ¡lenguaje, culpable! Mientras tanto, otros parten del principio de que el lenguaje debería señalar, aunque fuera indirectamente con quiebros y fintas de buen esgrimidor, la consistencia última de las cosas. 

Donde se sitúan quienes comparten la creencia de que el lenguaje crea sigilosamente la realidad y por tanto contribuye a sus injusticias, es en los herederos del cratilismo, en donde muchos se han situado con mayor o menor conciencia de ello. El R. Barthes que defiende que el lenguaje preexiste a los hechos, a la daticidadque diría H.G. Gadamer, se incluye en esta nutrida secta. G. Genette con su propuesta del carácter mimético del lenguaje y el poder de la connotación como contrapeso de la arbitrariedad del lenguaje no estaría muy lejos. 

Dando un paso más, J.S. Bruner da nuevo vigor  esta opción del lenguaje como creador del mundo y de la conciencia sugiriendo la analogía entre los procesos cognitivos, el desarrollo de la mente en general y del lenguaje en particular como un desenvolvimiento paralelo en el que mente, conocimiento del mundo y lenguaje dependen de la experiencia social compartida. 

El lenguaje podría haber contribuido decisivamente a la conformación de nuestra conciencia y aun a la creación del mundo en el que nos desenvolvemos. Un lema secreto y misterioso parece inundar muchas conciencias: quien domine las pautas que organizan el lenguaje, quien cree tipos de lenguaje que sean aceptados sin condiciones, triunfará.

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