Diálogos sobre la lengua (IV)

Diálogos sobre la lengua (IV). Manuel Díaz Castillo

Los caprichos del género gramatical.

Hemos defendido que el género gramatical es esencialmente una función de redundancia que relaciona en muchas lenguas a sustantivos con adjetivos, pronombres, determinantes, y en ocasiones, con formas verbales determinadas. El masculino o el femenino no exigen que los conceptos a que se refieren los sustantivos tengan el rasgo o noción de ‘animado’, aunque el neutro (quizá deberíamos rescatar el concepto de « neutral » que usa Vendryes)suele albergar el rasgo ‘inanimado’, también puede aplicarse a una noción globalizadora, y por último, suele aplicarse en especial a aspectos de la realidad cuyo sexo (aun teniéndolo biológicamente) no interesa al hablante.

Los dos principios que venimos manteniendo son, por un lado, que el género gramatical no tiene en general relación con el sexo, salvo en un número limitado de seres sexuados, y por otro, que tampoco se apoya en ningún análisis racional de la realidad: la consecuencia es que el género de muchas palabras posee una fragilidad que facilita los cambios a lo largo de la historia de la lengua.

Las descripciones de la evolución del latín a las lenguas romances son generosas en ejemplos y curiosidades sobre el carácter aleatorio de la distribución del género en las diferentes nociones: en latín pirus (femenino) significa ‘peral’, pero pirum (neutro) es ‘pera’ (Iorgu Jordan y María Manoliu, Manual de lingüística románica, I, 1972, p. 211). Este dato se integraría en la regla de que los nombres de árboles en -us eran femeninos en latín clásico, pero ya en latín vulgar tendían a adoptar el masculino, porque la mayor parte de los sustantivos en -us eran masculinos (populus ‘pueblo’).

Por su parte, Vendryes recuerda que el sexo (género natural para el autor) no tuvo en indoeuropeo una expresión morfológica asignada, es decir, un morfema característico, como podría ser, la distinción sin excepciones de -o para masculino y -a para femenino): ninguna palabra indoeuropea diferenciaba masculino y femenino por su forma exterior: toga y scriba, por un lado, aesculus (‘roble’) y famulus por otro, arbor y dolor finalmente, son pares de vocablos con la misma flexión en latín, y sin embargo, en cada pareja citada la primera palabra es femenina y la segunda masculina. Lo que hace que πατήρ (patér) sea vocablo masculino en griego es que se dice ό πατήρ αγαθóσ «o patér agathós» artículo y adjetivo en masculino; del mismo modo, el que μήτερ (méter) se adjudique al femenino, es que se dice η μήτερ αγαθή (e meter agathé), artículo y adjetivo en femenino (Vendryes, El lenguaje. Introducción lingüística a la historia, 1958, p. 148, s.)

El mismo autor aporta un conjunto de ejemplos que ilustran sobre cómo las distinciones genéricas (aun cuando el vocablo suene lo mismo y lo que cambie sea el artículo) pueden llevar consigo cambios de significado: en francés le poids/ la poix (peso/ ‘pez, resina’), le livre/la livre (‘libro/libra’), le poêle/ la poêle (‘estufa/sartén’); en alemán die Kiefer/ der Kiefer (‘pino/mandíbula’), etc. Entre lenguas, aun cercanas, las diferencias son curiosas:

sangre », femenino en español, tiene en francés género masculino (sang), como lo tenía en latín (sanguis), pero es neutro en alemán (Blut).

Si hubiera un fundamento natural o racional para la distinción de género en realidades inanimadas, deberíamos preocuparnos por nuestra lengua, pues elementos domésticos como mesa, casa, pared son femeninos sin más apoyo racional que el que tienen mostrador, césped, edificio y muro para ser masculinos. Esa falta de fundamento racional mueve aextrañeza cuando consideramos los diferentes criterios de las lenguas para asignar género gramatical a los elementos de la naturaleza: «en latín, el sol es masculino y la luna femenina, mientras que en alemán ocurre exactamente lo contrario, igual que en árabe » (M. Pei, La maravillosa historia del lenguaje, 1965, p. 85)

En otras ocasiones, no hay medio de diferenciar los sexos en la lengua hablada por medio de una terminación gramatical, como ocurre en francés, donde professeur (que asume para el femenino una forma escrita professeure sin distinción fónica con el masculino), o médecin (‘médico’), que no acepta médecine por tener este vocablo ya en la lengua el sentido de ‘medicina’. Esta dificultad obliga a usar la femme professeur y la femme médecin. (J. Vendryes, op. cit., p. 148)

Cuando las lenguas no poseen distinción de morfemas de género, a veces usan un sistema alternativo, como es el caso del inglés, que habilita como morfemas para la distinción de sexus los dos pronombres he o she (así he-goat, ‘macho cabrío’, o she-goat ‘cabra’), y el irlandés usa como prefijo el elemento ban (deducido de ben ‘mujer’): ban-dia ‘diosa’; ban-file ‘poetisa’, etc. (J. Vendryes, op. cit., p. 147.)

El caso del inglés nos ilustra hasta qué punto el género es solo una cuestión de concordancia de sustantivos con adjetivos y artículos. En inglés antiguo hubo para el artículo singular tres géneros (sé, séos, daet), a lo que se añadía una flexión de cuatro casos y también formas de plural. La evolución simplificadora (primero a dé, déo, daet) y luego solo la forma dé, con supresión del neutro y abandono de las formas del plural. Esta evolución también se realiza en danés, aunque con menor alcance. Como los adjetivos en inglés habían perdido también la flexión y permanecían invariables en cuanto a género, los sustantivos se quedaron sin apoyo para expresar diferencias de género (J. Vendryes, op. cit. 149, s.)

Esto no impide que en la propia lengua inglesa haya restos de antiguas distinciones de género gramatical basadas no en la concordancia con adjetivos o artículos sino en la distribución con diferentes pronombres. Hay lingüistas que observan hasta siete géneros en vez de tres. Así, la base de clasificación está condicionada por el uso de he, she, it, (‘él, ella, ello-eso’) o por más de uno de esos pronombres en correlación. Hockett lo explica así:

solo aceptan he: John, boy, man

solo she: Mary, girl, woman

solo it: road, street, paper

he o she: citizen, dean (‘decano’)

he o it: billy-goat (‘macho cabrío’), ram (‘carnero’)

she o it: nanny-goat (‘cabra’), car (auto), ship, boat (‘barco’).

he, she, o it: baby, child (‘chico, hijo’), cat.

Así, baby puede ser sustituido por he, she si se conoce el sexo del bebé, pero cuando no se conoce —o este detalle es secundario—, se sustituye por it; de otra parte, boat (‘embarcación’) será sustituida por she si es grande y tiene nombre (generalmente son bautizadas con nombres de la clase she), pero si es pequeña y no tiene nombre, se sustituye por it. (Charles F. Hockett, Curso de lingüística moderna, 1972, p. 236.)

Por otra parte, el cambio de género de muchas palabras a lo largo de la historia en la misma lengua, es muy común. El español ofrece una amplia panorámica de esta evolución, que puede reducirse con algunas dificultades a la ley de que los nombres suelen asimilar su género a la terminación.

En español las palabras que terminan en -a son femeninas, excepto día o los helenismos en -ma (tema, problema, dilema, fantasma, etc.). Siguiendo esa regla que opera en la conciencia lingüística, la lengua común tendió a hacer femeninos incluso a sustantivos masculinos (la profeta, la patriarca, la fantasma). También ocurre lo contrario: la lengua actual ha hecho masculinos por el sentido a antiguos femeninos (el cura, el patriarca, el guarda, el centinela eran antiguos vocablos de género femenino). Por otra parte, los nombres en -or fueron femeninos en castellano medieval (la temor, la dulzor), pero hoy tienden a ser masculinos, exceptuando casos como la labor, y en estratos dialectales o arcaizantes la calor, la color. A veces, los sustantivos han continuado con el género ambiguo latino, como margine, que ha dado en español margen, marcen y márcena; el Diccionario de la Real Academia Española de 1970 (Decimonovena edición) todavía registraba margen como palabra de género ambiguo. La reciente edición de 2014 (Edición del Tricentenario, Vigésimotercera edición) prefiere prescindir del término « ambiguo » y señala que margen es vocablo tanto masculino como femenino.

Para completar el esquema de curiosidades, recordemos que en español la palabra doblez queda como femenina en la acepción abstracta y masculina en la concreta. La palabra trípede, que era masculina en su origen latino, ha dado en español la trébede, pero también el trípode. (V. García de Diego, Gramática histórica española, 1970, 207, s.). Aunque se tenga libertad de uso en palabras del género ambiguo, la lengua puede introducir preferencias: Las márgenes del río puede ser un uso frecuente, pero la lengua prefiere los márgenes comerciales, el margen de error.

El género gramatical, por todo ello, no solo es un lujo del lenguaje, sino en cierto modo una herramienta evolutiva que presenta un laberinto de posibilidades que no se someten a criterios del todo racionales, tanto en el pasado como en el presente de las lenguas, y que se resisten a aceptar normas rígidas.

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