La misantropía me impide admirar a personalidades populares. Por lo general, si alguien sale en televisión, me suele caer gordo. Y al contrario: si alguien inspira aversión en las masas, pues algo interesante tendrá ese tío. Quiero conocerle. Simpatía por el diablo, lo confieso. Batman, el moro Otelo, Frodo Bolson, James Bond o cualquier agente del FBI, me resultan un coñazo. Me quedo de tertulia con Joker, Yago, Sauron,Ernst Stavro Blofeld y Hannibal Lecter ante el Gran Dragón Rojo.
Este villano de televisión y héroe de biblioteca no muerde, pero sí es dragón y puede llegar a bufar. La persona, al fondo derecha del personaje, permanece velada por un nombre de escarabajo namibio. Para los nacidos (como yo) en la década de los ochenta, Fernando Sánchez Dragó era el presentador de la televisión sui generis en la que no se hablaba de fútbol, cotilleos u otras frivolidades. Como alternativa, a horas vespertinas, los niños raros nos educamos con Fernando Arrabal borracho, Antonio Escohotado hablando de drogas duras, y Alejandro Jodorowsky echando las cartas de su tarot psicomágico. ¡Y no salimos tan mal! En aquella época, mientras la televisión ofertaba hipocresía, chabacanería, pornografía y estupefacientes, este tal Dragó se servía de ese invento del maligno para dar a conocer la cultura, la libertad, el tantra y la experiencia lisérgica. Era el único… y lo sigue siendo, eso mismo: único.
Si se sigue insistiendo en eso de las dos Españas, Dragó y los dragonianos seremos de la España Cero, de la paleolítica superior (¡superior! ni derecha ni izquierda), de la mágica de Gárgoris y Habidis. Esto suele irritar a los de siempre. A los unos les resulta inaceptable que un antifranquista del PCE que estuvo en la cárcel dedique un programa o un texto al fundador de Falange, José Antonio Primo de Rivera. A los otros les parece un escándalo que un intelectual que se supone defiende valores conservadores y tradicionales hable y escriba sobre Yoga, LSD, el Benarés jipi, sexo tántrico aplicado y sus consecuentes gestas eróticas con amantes treinta, cuarenta o cincuenta años más jóvenes. Reduzco la fratricida contienda española a una simulada tragedia representada por dos hordas de moralistas hipócritas que sólo consiguen unirse para odiar las pocas figuras libres que este país ha parido. Muy poquitas: Salvador Dalí, Miguel Hernández, Ramón del Valle-Inclán, Calderón de la Barca, el propio Cervantes… ¿Y vivas? Pues una: Fernando Sánchez Dragó. Te guste o no. Y cada vez que lo veas en la tele o en el twitter, te va a hervir la sangre al saber que, con ochenta y cuatro años, folla más y mejor que tú, piensa con lucidez mientras tú te hundes en el embotamiento zombi de 2021, y, en definitiva, él es más libre de lo que tú hayas concebido serlo alguna vez. ¿Te jode? Pues claro que te jode: por mucho que te identifiques como uno de sus haters, lo único que te mueve a estas alturas es la envidia. Dragó tiene lo que tú ya no tienes: vida. Viva vida y vida por ser vivida.
Un amigo en común me dijo que era el Keith Richards español. Yo le corregí: cuando él vaya a cumplir ochenta y cinco años con una novia plusmarquista orgásmica de veintiocho, Keith Richards será el Dragó británico. Aunque la verdad es que sus Encuentros Eleusinos tienen algo de gira de los Rolling Stones: siempre se anuncian como si estos fueran los últimos. Aunque no le guste el rock, él es roquero. Los ingredientes del elixir de la eterna juventud del sexo, las drogas y el rock n roll, se disuelven y se coagulan en el cuerpo de Fernando Sánchez Dragó, como sexo tántrico, plantas enteógenas y literatura. Para siempre, su literatura.