El algoritmo de la inercia

El algoritmo de la inercia. Lomas Cendón

A decir verdad, nosotros nunca fuimos muy espabilados. Nuestra historia se muestra como la repetitiva constatación de lo fácil que resulta mantenernos en el redil del Poder. Cuatro consignas vacías, tres mentiras sagradas, un par de amenazas y un exacerbado miedo a la muerte bastan para pastorear a los seres humanos a lo largo de los siglos, dirigirnos como reses, llevarnos por dónde se quiere. En definitiva, la ciencia política no es más que ganadería sofisticada; y así se muestra el dios rey de una de las primeras civilizaciones humanas, la del Indo, con más de cinco milenios de antigüedad, como Pashupati, literalmente, el “Señor del Ganado”. Siempre fuimos animales estabulados: aunque luzcamos majestuosos cuernos o nos creamos revolucionarios lobos, aunque digamos ser conservadores o progresistas, nuestro género es el lanar. ¡Gente ovejuna, todos a una! 

Y aunque el fundamento de la ciencia de manipular a los seres humanos se remonte a finales del Neolítico, algunas cosas sí que han cambiado a lo largo de los siglos. Ya no resulta necesaria una élite sacerdotal que realice sacrificios en el templo para el sometimiento de las conciencias; hoy tenemos propagandistas y medios de comunicación. Ya no hay que obligar a los jóvenes a que se marchen durante años a morir y a matar en una tierra desconocida, pues con Facebook y Twitter se monta una revolución pimpolluda en un fin de semana. Ya no hace falta imponer la teocracia de Amón-Rá a latigazos, cuando vivimos en una democracia plena. O al menos eso nos dicen y nosotros lo creemos. 

Algo se ha perfeccionado en los últimos veinte años en cuanto a manipulación del comportamiento humano se refiere. La misma explosividad de masas la encuentras ante la final de un mundial de fútbol, la manifestación feminista o el lanzamiento del nuevo iPhone. ¿Hoy toca encerrarse en casa y ponerse mascarilla? Pues nos encerramos en casa y nos ponemos mascarilla. ¿Mañana toca salir de casa a quemar contenedores y destruir la ciudad? Pues a quemar contenedores y a quemar la ciudad. ¡A mandar! En 2021 el control del comportamiento de los gobernados ha llegado a cotas de dominio con las que ni Akenatón soñó: Big data de miles de millones de personas alrededor del mundo, análisis de información de masas realizados por computadores cuánticos, poderosos think-tanks con presupuestos multimillonarios, smart cities donde cada actividad es registrada a través de Internet de las Cosas, Inteligencia Artificial aplicada al control poblacional… Si comparas Mebaragesi con Bill Gates, el sumerio es un mero estudiante de primero de zootecnia. Si comparas Nabucodonosor con George Soros, el rey acadio es un panoli que no se llegó a enterar que para esclavizar más y mejor, lo que hay que asegurarse es que el esclavizado crea elegir su esclavitud. Entre castigar la desobediencia o premiar la servidumbre, tratándose de bestias como somos, el Poder entendió que lo segundo resulta más eficiente. El rebaño nunca dio tanta carne y tanta lana. ¿Y quién es nuestro perro pastor que ya no ladra?  

El algoritmo pastorea todos los aspectos de la vida aunque prefiramos pensar que no es así. Se nos da a elegir entre lo que se supone ya hemos elegido previamente. Youtube nos direcciona videos con contenido que él impone que nos va a interesar. Facebook nos presenta gente que ya conocimos en el pasado. Twitter nos propone debates sobre ideas que ya hemos repetido como loritos. Netflix nos hace ver el cine como un remake en forma de eterno bucle. Instagram nos muestra la misma imagen una y otra vez. Tinder nos direcciona a que volvamos con nuestra ex a través de sus bots clónicos. Amazon nos vende lo que su base de datos dice que necesitamos. Google nos muestra solo las noticias que, por nuestro bien, conviene que sepamos. Elegimos entre lo que el algoritmo considera que vamos a elegir. No da lugar a que nos topemos con una idea desafiante, una película indigesta, un libro subyugante, una música inquietante, una persona diferente, una belleza incómoda, un amor incomprensible. Lo que identificamos como capacidad de elección no es más que un mero formulario de política de cookies. Llamamos libertad a lo que no pasa de ser la gestión de nuestra inercia.       

Cuenta la leyenda que el sabio japonés Jigoro Kano fundó el Judo al ver unos cuantos árboles tras una copiosa nevada. Mientras las ramas de los árboles más robustos y resistentes acababan rompiéndose por el peso de la nieve, las ramas de los árboles más flexibles se doblaban para que la nieva cayera al suelo. Es decir, que el poeta Persio, Camilo José Cela, el Dúo Dinámico y los imbéciles de los balcones se equivocaron en su estrategia occidental hacia la victoria: la resistencia no te va a hacer ganar. Por mucho que soportes el peso, más tarde o más temprano, te vas a romper. La sabiduría extremoriental dice exactamente lo contrario: sólo vencerás aprovechando a tu favor el peso inerte de tu rival. Esta premisa del Kodokan japonés tiene su origen en El Arte de la Guerra de Sun-Tzu, y este a su vez, en el Tao-Te-King de Lao-Tsé y el taoísmo chino. Y si se trata de inteligencia, estrategia y guerra, ellos siempre nos vencerán.        

A decir verdad, nosotros nunca fuimos muy espabilados; los chinos, sí. 

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