El caso del coreano Oli London

El caso del coreano Oli London. Duzan Ávila

El caso del coreano Oli London. Apuntes y cuestionamientos sobre la identidad.

La noción o idea de identidad se ha convertido en una categoría cuasi hegemónica dentro de algunas ciencias sociales como la Antropología, la Sociología y la Psicología. Su uso reiterado por parte de la ‘expertocracia’ le ha otorgado un halo de verdad que deja fuera cualquier duda metódica o cuestionamiento respecto de sus significados. Aunque no es mi objetivo profundizar demasiado en ello, vale decir que dicho término tiene una larguísima tradición en la Filosofía, y su uso está comúnmente ligado al de unidad y, en ocasiones, al de igualdad; reduciéndose, incluso, unos en otros indistintamente[1].

No debiera entenderse la identidad como una categoría unívoca, sino análoga; pues, verdaderamente, no se trata de una sola, sino de varias identidades que coexisten. Y cuando hablo de varias identidades no me refiero a las denominadas “identidad de género”, “identidad cultural”, “identidad étnica”, “identidad racial”, “identidad nacional”, “identidad personal”. La multiplicidad a la que hago referencia se halla en a la identidad misma, como término que da cuenta de ciertas relaciones entre las partes (no todas) de una totalidad. Así, habría identidades sintéticas, morfológicas, isológicas, referenciales, esenciales, entre otras[2]

Aquí me interesa resaltar dos cuestiones. La primera está relacionada con la pluralidad de las identidades, que sitúo frente a la univocidad con la que se emplea esta noción; la cual ha sido utilizada, sobre todo, por periodistas, tertulianos y sabedores de múltiples temas que hoy pululan en las redes y medios de “información”, tanto “oficiales” como “alternativos”. De ahí que, al hablar de cuestiones como las de “género”, utilicen denominaciones tales como “identidad de género”, sin especificar si esta identidad es isológica-como se identifican dos monedas acuñadas de manera similar-, referencial-como lo hacen dos libros escritos por un mismo autor-, sustancial-como se identifican dos objetos en una misma sustancia química- o esencial-tal y como se equiparan padre, hijo y espíritu santo en el misterio de la trinidad. Tampoco se define nada de esto cuando se habla de cultura, etnicidad o religiosidad, ni de ciertos hobbies, prácticas lúdicas, o de cualquiera de los modismos apellidados como “identitarios”. La segunda cuestión tiene que ver con la materialización social de la propia idea de identidad. O sea, con la manera en la que se manifiesta fuera del ámbito meramente teórico o dialéctico del ágora pública. Me refiero, en específico, al modo en que sobrepasa el ámbito de la discusión y el debate social, y se ubica en el de las conductas objetivas, tanto de actores (grupales o individuales) como de organizaciones privadas o públicas, que “institucionalizan” unas acciones sociales (y no otras) recubiertas ideológicamente con el sentido isológico[3]de la identidad. 

Son disímiles los tratamientos operativos que dan a la idea de idea de identidad por periodistas, políticos, organizaciones “cívicas” de diverso pelaje, operadores de opinión, legisladores y gente del común. En todos los casos, quienes las emplean lo hacen motivados por diversos turbosdialécticos -corrientes de opinión, ideologías, planes, programas- conectados con otros factores y fenómenos sociales donde estas denominaciones identitarias tienen un gran predicamento. Aquí destacan sobre el resto un gran número de académicos e investigadores del campo de las así llamadas ciencias sociales, humanas o del comportamiento. Los calificativos aquí empleados, a su vez, son replicados por terminales mediáticas y propagandísticas que responden a disimiles intereses, nos siempre armónicos ni de acuerdo entre sí. En todos estos se apoyarían políticas, legislaciones, campañas propagandísticas, etcétera; que incluyen, entre sus objetivos, la defensa de las identidades sociológicas con algunos de los apellidos al uso. 

En todo este maremágnum de entrecruzamientos ideológicos, no es extraño entonces que aparezcan confusiones y que muchas veces termine por tergiversarse -a veces con mala intención explicita- el sentido de los términos que creen emplearse con absoluta claridad. En no pocos casos, las consecuencias de tales embrollos exceden incluso el mero marco del rigor conceptual para aterrizar en zonas tan concretas como la piel y el cuerpo de personas operativas reales. Ejemplo de ello es el debatido caso del influencer y cantante británico Oli London[4],quien hace pocas semanas publicó en las redes sociales un video donde relata los avatares quirúrgicos del proceso que enfrentó para adoptar su nueva “identidad cultural”. El cantante anunciaba que era el momento de dejar de ser londinense y británico para convertirse en “coreane” (con -é- al final); y no un coreane como otro cualquiera, sino uno muy específico: “Jimin”. Este es un cantante de Kpop con quien, al parecer, Oli London se “identifica”. Según sus declaraciones, quien en lo adelante desee referirse a él deberá usar los pronombres «they/them, Korean/Jimin».

Más allá de lo bizarro de la situación –muy probablemente elaborada para atraer la atención mediática-, resulta llamativo que el joven London no solo haya hecho gala de “sus derechos” cambiando su género -de él (he) a ellos(they)-; sino que una vez trascendido el dimorfismo sexual biológico se plantee trascender el campo de otras dos identidades que, al parecer, también podrían ser removidas de sus cimientos. Me refiero a la identidad cultural e, incluso, a la identidad personal

Así, podría vislumbrarse un verdadero revolucionario woke que apuesta por seguir expandiendo los límites y las fronteras que contienen el yo, la voluntad personal, los sentimientos individuales, el derecho de elegir, de “ser lo que quiero ser”, y otros mantras del evangelio Baizou. De ahí que They/them, Korean/Jimin no se limite a sus anteriores “transformaciones” y continúe incluyendo otras identidades a su colección existente. Debo decir que “They/Jimin” tiene toda la razón cuando apunta que no hay impedimentos para este tipo de acciones. No obstante, -quienes conocen los ambientes digitales donde se propagan estas “historias” lo saben- nada pasa limpio de los polvos y las pajas de la crítica y la alabanza. El caso de Oli London no ha sido la excepción. El joven ha contado con tantos detractores como seguidores. Así, quedan al descubierto no solo los ideales de los que apoyan sus transformaciones, sino también las contrapartes dialécticas que antagonizan con ellos. 

En este sentido, llama poderosamente la atención que quienes critican a nuestro héroe utilizan, en no pocos casos, el curioso argumento de la “apropiación de identidad cultural” (la coreana) para denunciar la conducta de “They/Oli/Korean”; sin embargo, no hacen alusión a la suplantación de la identidad personal (la del cantante Jimin) que, incluso, estaría penalizada en múltiples legislaciones nacionales. El pecado real sería, pues, el haber suplantado o usurpado un trozo de una “cultura” que no es la asignada (por Dios, se supone) al “ex”británico (ahora coreano). Quienes lo censuran furibundamente aluden que él no tendría derecho alguno a rasgarse quirúrgicamente los ojos ni a hacerse otras intervenciones (más de cien según se dice)[5]; pues los rasgos físicos asiáticos han sido (al parecer) patentados por Corea (suponemos que la del sur) ante el celeste tribunal de las culturas universales, la Pachamama, el buda de la diversidad, la santa madre naturaleza de los arcoíris y otras deidades de turno. Se hace evidente en este caso, como en tantos otros, que seguidores y detractores apoyan o rechazan la causa sobre unas bases llenas de similitudes en cuanto a la ambigüedad de sus argumentaciones. Siguiendo la lógica conceptual que aquí se propone, diría que unos y otros presentan una “identidad sustancial” igualmente indefinida, pues en ningún caso se sabe muy bien qué atacan o qué defienden. 

Es más, me atrevería a afirmar que esta vez es Oli London quien tiene las razones más sólidas para comportarse como lo hace. Los que censuran su conducta remarcando la idea de la “usurpación identitario-cultural” o que piensan, incluso, que se le debe prohibir a alguien un comportamiento de tal naturaleza, primero habrán de definir los términos concretos de su acusación. Criticar sobre las bases ideológicas del progresismo al uso es sencillamente imposible. Oponerse al comportamiento de Oli, por muy desatinado que parezca, utilizando argumentos que vayan contra la posibilidad de trasplantar, usurpar, adoptar, diseñar, robar o comprar una “identidad” -cultural o personal- ajena; es, hoy día, poco más que hipócrita. Muchos de los que han censurado al cantante son sus seguidores en Twiter o Instagram. Allí él posee cuentas “certificadas”, razón por la que han apoyado sus anteriores transformaciones procesuales; esas donde el influencer dejaba de ser he(él) para convertirse en they(ellos); o sea, para devenir un no ser, en términos de lo que hoy se ha denominado “identidad de género”. 

Aquí la pregunta que podría hacerse es ¿por qué una identidad de género con bases subjetivas es más auténtica que una cultural, planteada sobre los mismos principios? ¿Por qué se apoya la primera -incluso en legislaciones- y sobre qué bases se rechaza la segunda? Si They/Korean renunció a ser he fue ampliamente apoyado y hasta aplaudido, ¿por qué no debería recibir el mismo soporte cuando refiere que se “siente coreano”? Si, por un lado, no se sabe muy bien qué es la “identidad cultural o étnica” –a pesar del esfuerzo de numerosos dizques científicos sociales, empeñados en demostrar lo contrario, vía cuantiosos financiamientos-; por otro lado, tampoco queda claro y distintamente establecido qué es la identidad sexual, de género u otras por el estilo. Y ello es así, no solo porque los adjetivos ‘cultural’, ‘sexual’, ‘étnico’ sean categorías muy complejas y plurales; sino, sobre todo, porque nunca se aclara bien qué es por sí sola la Identidad. Esta es, claramente, la cuestión medular; tanto los defensores de los movimientos identitarios, como sus detractores, no se han detenido a definir la identidad de la que hablan cuando la apellidan sociológicamente para delimitar las causas de sus “colectivos”. 

De ahí que “They/Koran/Jimin” crea -con razón, hasta cierto punto- que basta con una intervención quirúrgica para poseer una determinada identidad cultural;pues la propia sociedad que lo acoge le asegura, repetidamente, que puede ser lo que quiera ser. El límite lo pone, entonces, solo su imaginación, la cual, por algún motivo, toma por verdadera y siempre acertada. Pero no se detiene a pensar que esa “imaginación, esos “sentimientos”, son controlados por un órgano concreto: el cerebro; que a veces -y no digo que este sea el caso- presenta trastornos y disfuncionalidad, que pueden ser atendidos y/o resueltos por un cuerpo profesional de psicólogos y psiquiatras.

“They/Jimin” ejercita, sin saberlo, una idea de identidad sinológica –la que se da en las monedas, por ejemplo- al creer que basta con transformar su rostro morfológicamente para alcanzar la identidad de los miembros de una determinada totalidad social, la de los habitantes de la península coreana. Algún detractor “avispado” podría argumentar, con cierta razón, que la “identidad cultural” va más allá de las meras similitudes fenotípicas; ante ello el coreano Jimin pudiera responder: “si la identidad cultural es “más” que unos rasgos faciales característicos, habría que definir, entonces, “cuánto más” es exactamente. Esto podría llevar la discusión hasta alturas tremendas, solo alcanzadas por otros importantísimos tópicos como el sexo de los ángeles o la posible inmortalidad de algunos crustáceos. 

Por muy absurdo que resulte todo esto, es aquí donde el caso muestra tintes de verdadera actualidad. La insustancialidad de la polémica -lo cual no la hace menos real o peligrosa, pues a Jimin lo siguen miles de personas: jóvenes, adolescentes, incluso niños- perfila, claramente, los rasgos de buena parte de los debates dados en el ágora pública contemporánea de Occidente; no solo por la temática que atiende, sino también por las coordenadas ideológicas, filosóficas, que se manejan en cada uno de lados del espectro. 

En toda esta falacia del ultraindividualismo identitario no hay límites objetivos ni fronteras permitidas que consigan frenar la “Libertad” de unos sujetos que dicen autodeterminarse. Esto viene a establecer, sin dudas, un irracionalismo feroz donde no hay nada que se le pueda negar a la conciencia, sean cuales sean sus caprichos; así dijera “soy un coreano”, “un cachorro de Dálmata[6]”o “un lagarto de Arizona[7]”, ha de concretarse lo que pide.  La ciencia desaparece como garantía de verdad objetiva y queda reducida a mero instrumento probatorio de ocurrencias subjetivas. La técnica viene a sustituir el pensamiento científico, pues proporcionaría los mecanismos fácticos para hacer material las ideaciones personales, a través de realidades virtuales aumentadas, medicación hormonal o cirugía plástica, como son los casos reales mencionados. En pocas palabras, se han roto los sellos de un ánfora cultural que está desatando miserias enterradas hace centurias, gracias a la racionalidad alcanzada tras los grandes esfuerzos y sacrificios de muchísimos hombres y mujeres, de sociedades y pueblos. 

Al eliminar la posibilidad de intervención “externa” en esta “libertad” de elegir y auto “identificarse” con lo que fuera, se rompe con la posibilidad de entender los procesos de formación de esas supuestas identidades. Y digo procesos porque toda identidad -del tipo que sea, social o personal- es ante todo procesual, y no debe verse al margen de los elementos dialécticos (políticos, culturales, psíquicos, biológicos, etcétera) por cuya interacción se producen sus diversas tipologías.

Si Oli London hoy cree que puede ser coreano, no es porque mágicamente la voluntad “individual” así se lo dicte -como quien escucha una voz interior que dialoga con un yo distinto del que escucha. La verdadera razón, la objetiva, es que este joven se mueve en un ámbito social donde discursos de esta naturaleza tienen predicamento; un espacio en el que hay un caldo social donde se han normalizado categorías e ideas cuya vacuidad e indefinición, incluso, no les impiden tomar –desafortunadamente sucede cada vez con más frecuencia -cuerpo legal e institucional. Solo en las actuales circunstancias un comportamiento anómico de este tipo puede alcanzar el estatus de debate público medianamente “serio”. En otras circunstancias epocales, no muy lejanas, por cierto, estos hechos no habrían pasado de una extravagancia mediática sin mayor relevancia. 

Es escalofriante pensar que casos como el de Oli puedan constituir, sobre todo, una especie de emulación para atraer la atención mediática; haciendo uso de cánones culturales que van ganando cada vez más apoyo institucional, pero cuyos resultados son completamente impredecibles. Hoy por hoy abundan este tipo de historias y, presumiblemente, su número puede ir en aumento y hacerse cada vez más extrañas y extravagantes, si buscan audiencia noticiosa. 

A los que piensan que quizás haya algo en todo esto que no anda bien y que vamos por un camino lo menos incierto, he de decirles que no se perfilan soluciones a corto plazo. Ante esas historias de vida, que se nos venden como verdaderas “soluciones” frente a los avatares de existir en el mundo de hoy, no hay otra respuesta que la crítica -en sentido clasificatorio- de cada una de las ideas que se hallen flotando en torno suyo. Habiendo debilitado estos pilares se podría empezar a resquebrajar los sustentos “lógicos” que dan “sentido” a esos “hombres de paja”. Para lograrlo, es esencial empezar por hacer las preguntas correctas a quienes intentan vendernos esos misales de la libertad personal y la aceptación. En lugar de cuestionar si es posible o no decidir sobre la “identidad social” (cultural, étnica, racial, sexual) de manera individual o autónoma; habría que preguntarles ¿qué es para ellos la identidad? o, quizás más importante, ¿qué es la cultura?, ¿qué se entiende por sexual?, ¿qué significa “étnico” ?, ¿qué es el “género” y sus variantes?, ¿qué o quién es verdaderamente “fluido” y por qué? Invítese al interlocutor a definir cada término y, si se atreve, pues analícese la respuesta entrecruzando las alternativas posibles para cada una de esas categorías. 

Los resultados pudieran ser muy interesantes, pues conseguiría que más de un defensor ferviente de los derechos de las “minorías” definiera las características materiales y objetivas de sus “autoidentificados” miembros. Así, un catalanista tendría que revelar quién tiene derecho -o no- a llamarse así y por qué; o un miembro de Black Lives Matter habría de definir qué tan negro se ha de ser para entrar en sus pseudocategorías racistoides y cuál es la razón; y, en relación con el caso que nos ocupa, tendría que precisarse qué tiene un “género fluido” que lo hace tan distinto de sus conciudadanos con quienes comparte cultura, historia y biografía.

Todos estos casos no podrían ofrecernos otros argumentos de peso que los biológicos; pues habrán de recurrir a lo genético, fenotípico o a lo pigmentario/cromático para sustentarlos. Pero ello es sumamente peligroso, porque de ahí a empezar a medir el tamaño de los cráneos para determinar quién es quién, moral y culturalmente, no hay mucha distancia. Hasta no hace tanto parecía que habíamos superado estas conductas vergonzantes, y hoy las vemos vigentes en mucha de esas ideologías basura. 


[1]https://www.youtube.com/watch?v=EHX46_5aFTc

[2]  Quienes quieran profundizar en sus diferencias los remito al siguiente enlace[2], donde se ofrece información actualizada sobre los usos ideológicos del término  https://www.filosofia.org/filomat/df211.htm

[3]Liso, plano, sin relieves, matices ni diferenciaciones.

[4]https://mobile.twitter.com/OliLondonTV

[5]https://www.nzherald.co.nz/lifestyle/british-influencer-identifies-as-korean-after-18-surgeries/ZLPAHQDT5LGWPMEY5AQTAI6S7I/?utm_medium=Social&utm_campaign=nzh_fb&utm_source=Facebook#Echobox=1625088714

[6]https://www.lavanguardia.com/television/20190605/462698076310/perro-cachorro-dalmata-hombre-transespecie-entrevista-television.html

[7]https://www.elliberal.com.ar/noticia/mundo/570024/patota-mato-golpes-gay-toda-espana-salio-calle-para-reclamar-justicia?utm_campaign=ScrollInfinitoDesktop&utm_medium=scroll&utm_source=nota

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