El Estado gerencial neoliberal y las Organizaciones No Gubernamentales (ONG)

El Estado gerencial neoliberal y las Organizaciones No Gubernamentales (ONG). Diego Fusaro

La «managerialization” del Estado, impuesta con prepotencia después de 1989, de hecho se corresponde con su neutralización o, más exactamente, con su subsunción bajo el momento económico que condujo a materializar la profecía de Foucault: «se deberá gobernar para el mercado, en lugar de gobernar a causa del mercado».

La inversión de la relación de poder tradicional acabó provocando la transición desde el mercado bajo soberanía del Estado, al Estado bajo soberanía del mercado: en el cosmopolitismo liberal completo, el Estado es hoy mero ejecutor de la soberanía del mercado.

Celebrada ceremonialmente por la nueva izquierda posgramsciana y por su programa (cada vez más claramente coincidente con el de la élite liberal), la abolición de la primacía del Estado ha contribuido a liberar no a las clases dominadas, sino a la «bestia salvaje» del mercado.

En la época del Estado con soberanía limitada o disuelta, la prerrogativa de superiorem non recognoscens es adquirida de manera estable y directa por la élite mundialista del Señor neofeudal, que la ejerce a través de organismos que reflejan sus intereses –desde el BCE al FMI-. Lo económico planetario ha conquistado el estatus de potencia que no reconoce nada como superior.

Las entidades privadas y supranacionales antes mencionadas, aniquilan cualquier posibilidad de abordar con recursos públicos las dramáticas y apremiantes cuestiones sociales vinculadas al trabajo, al desempleo, a la creciente miseria y a la erosión de los derechos sociales.

En ausencia del poder eticizante del Estado, las élites plutocráticas liberal-libertarias predican abiertamente y practican tranquilamente, en su propio interés, las moderaciones salariales, el control de las cuentas públicas y, naturalmente, la sanción de eventuales incumplimientos. Al mismo tiempo, pueden recuperar todo lo que habían perdido a través de los conflictos de clases, id est todo lo positivo que en el Novecento -el siglo del trabajo y las conquistas sociales, y no sólo de las «tragedias políticas» y los totalitarismos genocidas- el movimiento obrero había conseguido alcanzar: desde la entrada del Derecho en el lugar de trabajo hasta la formación de sindicatos, desde la educación libre y gratuita para todos hasta los fundamentos del Estado de bienestar.

Además, el fanatismo económico clasista puede utilizar fácilmente las ideologías del pasado, vinculadas a proyectos políticos ignominiosamente fallidos, como recurso simbólico negativo para legitimarse a sí mismo. Ahora puede presentarse como preferible respecto a toda experiencia política anterior, o liquidar a priori cualquier proyecto de regeneración del mundo y toda pasión utópica-transformadora, de inmediato asimilada con las tragedias del siglo XX.

La proclamación del End of History se planteó, desde 1992, como el compendio ideológico del mundo hoy enteramente subsumido bajo el capital. Emblema de la filosofía destinalista del progreso capitalista de la historia, mediante ella logró instalar en la mentalidad general la necesidad de adaptarse a las nuevas relaciones de poder. Y todo esto, además, con la conciencia -cínica o eufórica, según los casos- de haber llegado al final de la aventura histórica occidental, completada con la universal libertad del mercado planetario y con la humanidad reducida a la condición de solitarios átomos consumidores, con voluntad de poder abstractamente ilimitada y concretamente coextensiva respecto al valor de cambio disponible.

Funcional para el alineamiento general con el imperativo del ne varietur, la desmitificación posmoderna de los grandes metarrelatos procedió de consuno con la imposición de un único gran relato permitido e ideológicamente naturalizado en una sola perspectiva admitida como verdadera: el desgastado storytelling y la abusiva vulgata liberal del destinalista Fin de la Historia en el marco posburgués, posproletario y ultracapitalista, inaugurado con la caída del Muro y con la cosmopolitización real del nexo de fuerza capitalista.

Baste recordar aquí, a modo de ejemplo concreto recabado de nuestro presente, el papel de las denominadas «Organizaciones No Gubernamentales». Estas, junto con las empresas multinacionales y desterritorializadas, han puesto en discusión el predominio de los Estados. Detrás de la filantropía con la que las citadas organizaciones declaran actuar (derechos humanos, democracia, salvamento de vidas, etc.) se oculta el desnudo interés privado del capital transnacional.

Las Organizaciones No Gubernamentales, en realidad, reclaman desde abajo y desde la «sociedad civil» las «conquistas de la civilización», los «derechos» y los «valores» establecidos desde arriba por los Señores del mundialismo nivelador que «per sé fuoro» (Inferno, III, v. 39), los nuevos conquistadores financieros y los custodios del gran business del mercado supranacional bajo la hegemonía de la especulación capitalista privada.

Tales conquistas, derechos y valores son, en consecuencia, siempre y sólo los de la global class competitiva, ideológicamente contrabandeados como “universales”: demolición de las fronteras, derrocamiento de los Estados canallas (o sea de todos los gobiernos no alineados con el Nuevo Orden Mundial unipolar y americano-céntrico), fomento de los flujos migratorios en beneficio del cosmopolitismo empresarial, desoberanización, deconstrucción de los pilares de la eticidad burguesa y proletaria (familia, sindicatos, protección del trabajo, etc.).

Desde esta perspectiva, bajo el barniz humanitario de las ONG descubrimos el caballo de Troya del capitalismo global, el tableau de bord de la élite cosmopolita, con su despiadada norma fundamental (business is business) y su asalto contra la soberanía de los Estados.

Si no se analizan según el esquema que la hegemonía de la aristocracia financiera impone, las Organizaciones No Gubernamentales se revelan como un poderoso medio para eludir y socavar la soberanía de los Estados, y para implementar punto por punto el plan globalista de la clase dominante, en busca de la liberalización definitiva de la regulación política de los Estados nacionales soberanos como últimas fortalezas de las democracias.

El choque entre las Organizaciones No Gubernamentales y las leyes de los Estados nacionales no esconde, como no paran de repetir los amos del discurso, la lucha entre la filantropía del «amor a la humanidad» y el autoritarismo inhumano; por el contrario, encontramos la guerra entre la dimensión privada del beneficio de los grupos transnacionales y la dimensión pública de los Estados soberanos sometidos a su asedio.

Específicamente, para quienes se aventuran más allá del vidrioso teatro de las ideologías y hacen valer la volonté de savoir de foucaultiana memoria, en el horizonte de la globalización como nuevo escenario del conflicto cosmopolitizado entre Señor y Siervo, las Organizaciones No Gubernamentales se presentan como los instrumentos ideales para la imposición de una agenda política madurada al margen de cualquier proceso democrático y protectora exclusivamente de los intereses concretos de la clase hegemónica.

Esta última, por lo demás, valiéndose del diligente trabajo de los anestesistas del espectáculo, difama como «soberanista» -la enésima categoría fraudulenta acuñada por la neolengua de los mercados- a todo aquel que no se despida definitivamente del concepto de Soberanía nacional. Baluarte de la defensa de las democracias desarrolladas en el seno de los espacios estatales todavía resistentes al Nuevo Orden Mundial (que es posdemocrático en la misma medida que es posnacional), el objetivo es que la noción misma de Soberanía nacional quede ideológicamente degradada a instrumento de agresión y de opresión, de intolerancia y de xenofobia.

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