Según la nada lineal trayectoria que conecta 1968 con el nuevo Milenio, la izquierda encuentra ahora su tono, ya no en el rojo de la pasión utópica, sino en el fucsia de las reivindicaciones sectoriales en el terreno del capitalismo. Encuentra su símbolo de referencia, ya no en la “hoz y el martillo” del trabajo y su redención anticapitalista, sino en el arco iris de los caprichos de consumo individual para las clases privilegiadas, tras los cuales se esconde y legitima el gris de la cosificación capitalista.
Neoliberalismo. O del gobernar para los mercados
El fundamento del turbocapitalismo concuerda con la visión neoliberal que Foucault condensaba en la fórmula del gobierno no “de los mercados”, sino “para los mercados”. Con el lenguaje de Von Hayek, el gobierno y el Estado tienen propiamente un solo cometido, que no es el de «producir determinados servicios o bienes para el consumo de los ciudadanos, sino más bien el de controlar que el mecanismo que regula la producción de bienes y servicios se mantenga en funcionamiento».
Resiliencia, una palabra del Poder
Un fantasma recorre las ruinas de la civilización tecnomorfa y pantoclástica: es el nuevo espécimen del homo resiliens. Liberado de los remordimientos de la conciencia infeliz y satisfecho por la miseria del presente cosificado, el «último hombre» dedicado a la resiliencia no conoce nada grande por lo que luchar y en lo que creer, por lo que esforzarse y en lo que esperar.
¿El Cristianismo se ha evaporado en la civilización de consumo? La profecía de Pasolini
Pasolini, con su habitual mirada profética, fue de los primeros en descifrar con lucidez el alcance real del cambio telúrico que atravesaba la sociedad ab imis fundamentis. Señaladamente, al entender cómo la sociedad de consumo no sólo no estaba fundada sobre el cristianismo, sino que debía anularlo para poder imponerse ella misma como la única religión permitida.
Sobre la incompatibilidad entre lo sagrado y las finanzas
El relativismo consumista posmetafísico impide el reconocimiento de la figura veritativa de los límites (éticos, religiosos, filosóficos). Y, con movimiento sinérgico, potencia los infinitos gustos del consumo liberalizado y desligado de toda perspectiva de valor.
Más allá de la derecha y la izquierda. Contra la oligarquía financiera
Como Nietzsche tuvo el coraje de aventurarse jenseits von Gut und Böse, “más allá del bien y del mal”, así el desafío teórico-práctico de nuestro tiempo coincide con la voluntad y la capacidad de impulsarse “más allá de la derecha y de la izquierda”. Por encima de la agorafobia intelectual y política, y superando la fidelidad nostálgica a mapas conceptuales y símbolos identitarios incapaces de arrojar luz sobre el presente, deben prevalecer el coraje teórico y la pasión creativa, capaces de recategorizar la realidad sobre nuevas bases cognitivas y teorizar nuevos escenarios desde la filosofía política.
Defender lo que somos. Elogio de la identidad
La Unión Europea (UE) ha favorecido –en lugar de impedido- la irrupción de la mundialización mercadista en los espacios del Viejo Continente, todavía repletos de derechos sociales y limitaciones políticas, nacionales y constitucionales al libre mercado.
«Dios ha muerto»
La fenomenología nietzscheana de la muerte de Dios alude a la cancelación de todo el horizonte de sentido en torno al cual se orientaba la civilización occidental, ahora a merced de una «eterna caída» y una «nada infinita» que la lleva a la ruina sin referencias, sin valores y en un “espacio vacío”: “¿todavía existen un arriba y un abajo?” o, más en general, ¿un sólido punto de referencia para orientarse en los espacios de Babel del mundo desdivinizado y desprovisto de fundamentos?.
¿Por qué el turbocapitalismo quiere descristianizar occidente?
La globalización le pide al cristianismo, sic et simpliciter, continuar existiendo renunciando a su ser y deviniendo parte integrante del mismo proyecto de la globalización fundada sobre el fanatismo del libre mercado. Y cuando se dan tentativas de sustraerse a este destino, recuperando el espíritu de la trascendencia y de lo sagrado, de la tradición y de lo divino, como ocurrió en el breve pero heroico pontificado de Ratzinger, el desencuentro entre cristianismo y capitalismo se vuelve irreconciliable.