Derecha azulina e Izquierda fucsia, las dos alas del águila neoliberal

Derecha azulina e Izquierda fucsia. Diego Fusaro

Según la nada lineal trayectoria que conecta 1968 con el nuevo Milenio, la izquierda encuentra ahora su tono, ya no en el rojo de la pasión utópica, sino en el fucsia de las reivindicaciones sectoriales en el terreno del capitalismo. Encuentra su símbolo de referencia, ya no en la “hoz y el martillo” del trabajo y su redención anticapitalista, sino en el arco iris de los caprichos de consumo individual para las clases privilegiadas, tras los cuales se esconde y legitima el gris de la cosificación capitalista. Indebidamente llamados «derechos civiles», los rainbow rights redefinen la moralidad pública sobre la base de referencias culturales y psicológicas coherentes con las estrategias de lucro de la industria del entertainment liberal-globalista.

El desplazamiento del tema de los derechos sociales y laborales hacia el de los caprichos consumistas y la protección del medio ambiente es una de las estrategias hegemónicas del turbocapitalismo y la izquierda neoliberal de complemento. Ya en 1995, en Sinistra senza classe (“Izquierda sin clase”), Leone De Castris reivindica –vox clamantis in deserto– la necesidad de reiniciar en la izquierda esa lucha de clases que ahora ha desaparecido del radar de los programas de la new left en todas sus gradaciones. El triunfo de los «derechos civiles» como monotema del cuadrante izquierdo representa, sin embargo, la apoteosis de la concepción antropológica liberal, que piensa al hombre como un átomo competitivo («El único y su propiedad«, se diría con Stirner) y la libertad humana como capricho del consumidor en el mercado. Subsumida bajo el capital, la izquierda se convierte en un lugar privilegiado de reproducción simbólica y justificación ideológica del capital mismo; y esto, en la forma de la elaboración, la organización, y la defensa del «pensamiento único» y del «nuevo orden mental» como complementos superestructurales del auténtico equilibrio de poder hegemónico. Así, PC, que una vez fue el noble acrónimo identificativo del Partido Comunista de Gramsci y Togliatti, hoy son sólo las siglas del código Políticamente Correcto del que se ha erigido en custodio el batiburrillo “sinistrash” arcoíris poscomunista.

Comprimida elásticamente entre 1968 y 1989, la fase de la subsunción formal de la derecha y la izquierda bajo el capital, se caracteriza por el hecho de que las dos partes de la dicotomía se han ido integrando gradualmente en el sistema neocapitalista. Se produce una suerte de “Yalta cultural”: en la izquierda, la cada vez más marcada adhesión al paradigma del liberalismo cultural del progresismo ético coexiste con algunas vagas insinuaciones de regulación económica, mientras que en la derecha, desvaídos vestigios de regulación cultural y moral conviven con la cada vez más patente adhesión al liberalismo económico.

A partir de 1989, con la subsunción real bajo el capital, derecha e izquierda se han integrado por entero en el paradigma turbo-capitalista. La izquierda se libera cada vez más de la regulación económica, celebrando las razones del mercado competitivo. Y la derecha se distancia cada vez más de la regulación moral y cultural, abrazando el progresismo neoliberal. La derecha tradicionalista y la izquierda comunista desaparecen, engullidas respectivamente por la neoderecha y la neoizquierda ultracapitalistas. A lo sumo, sobreviven como residuos folklóricos testimoniales o, las más de las veces, como entretenimiento y coartada ideológica del sistema neoliberal, haciéndole el juego para ser señaladas como prueba viva de la presencia siempre latente del fascismo y el comunismo, o lo que es lo mismo -sin distinción de ningún tipo-, como la ahora inútil derecha tradicionalista y como la ahora evaporada izquierda comunista. Si a la izquierda neoliberal de roja no le queda ni siquiera la sombra, a los grupos sectarios y folclóricos supervivientes de la «izquierda pura» sólo les resta una leve sombra roja. Y lo mismo podría decirse de la sombra negra en el cuadrante derecho.

Con la subsunción real, derecha e izquierda vienen a coincidir -parafraseando a Sartre- en la consideración del capitalismo como «el horizonte insuperable de nuestro tiempo». La derecha, salvo algunas excepciones muy dignas de reseñarse, muy tempranamente empezó a identificar en el status quo del mercado capitalista, lo existente a ser defendido y promovido, pretendiendo a menudo, al mismo tiempo -como destacó, entre otros, Giddens- luchar contra sus efectos. (homologación, disolución de los vínculos tradicionales y de las identidades, etc.). Su adhesión al mercado la empuja progresivamente a «disolverse» en el liberalismo integral.

Los tres pilares de lo que Robert Scruton ha identificado como “pensamiento conservador” – autoridad, lealtad y tradición- han resultado neutralizados por el mercado. Este último, sustituyendo la tradición por el progreso, reconoce la forma mercancía como única autoridad y el libre comercio como única lealtad. Desde este punto de vista, la visión thatcheriana es emblemática de la neoderecha liberal-atlantista: aspira a la regeneración moral de la familia, del individuo y de la nación, pero fundándola en el libre mercado, es decir, en la causa primera de su desintegración. Y, para no tener que admitir que es el libre mercado el que niega aquello que se quiere afirmar, los neoliberales thatcherianos deben inventarse, a modo de explicación de esta degeneración de los valores, la propaganda de los pérfidos socialistas intentando, en la oscuridad, socavar los cimientos de la sociedad.

La izquierda, por su parte, como señaló Michéa, critica -al menos hasta la caída del Muro de Berlín- el equilibrio de poder capitalista y la idea misma del libre mercado capitalista, aunque se adhiere con entusiasmo a esas «ilusiones de progreso» que se encuentran entre sus principales éxitos (degradar los valores y las tradiciones, rechazar las soberanías y las fronteras materiales e inmateriales, lograr la fluidificación integral del mundo de la vida). Su aceptación del progresismo cultural la lleva a reconciliarse paulatinamente con el mercado, que lo genera a su imagen y semejanza, siguiendo un proceso que ya empezó en los años Noventa del “siglo breve”.

Sólo así se explica, por ejemplo, el programa socialista francés de 1992, titulado Un nouvel horizon: projet socialiste pour la France (“Un nuevo horizonte: proyecto socialista para Francia”). Este programa declara textualmente lo siguiente: oui, nous pensons que l´économie de marché constitue le moyen de production et d´échange le plus efficace. Non, nous ne croyons plus à une rupture avec le capitalisme (“Sí, nosotros pensamos que la economía de mercado constituye el medio de producción y de cambio más eficaz. No, nosotros ya no creemos más en una ruptura con el capitalismo”). Ya en 1985, Hollande -futuro Presidente de la República francesa, de declarada orientación gauchiste– publicó, bajo seudónimo, un manifiesto liberal de izquierda titulado La gauche bouge (La izquierda se mueve); uno de los capítulos principales se titula «¡La competencia es de izquierda!». Tenemos, en los dos casos que acabamos de mencionar, el rasgo más específico de la neoizquierda glamour liberal-libertaria post-1989.

Las relaciones político-sociales y su dialéctica conflictual quedan permanentemente fuera del radar. Y la imagen del mundo hegemónico, bajo la forma de un pensamiento único que no admite desviaciones, va repitiendo que estamos todos en el mismo barco, movilizados en la empresa común de nuestro éxito emprendedor individual. Se puede obtener una confirmación adicional, entre otras tantas, en el libro de Aldo Schiavone, Sinistra! Un manifesto (2023), en cuyas páginas, además de defender la necesidad de dejar de lado a Marx y todo lo que remita aún vagamente a la historia roja (in primis, la lucha de clases), el autor propone una idea de la izquierda que la hace, de hecho, indistinguible del neoliberalismo, del cual se convierte en el ala más progresista y más radical. Con esto se cumple la profecía de Del Noce sobre el nihilismo como lugar de aterrizaje necesario para el pensamiento de izquierda.

En la conciencia fin de siècle, la reconversión a la razón neoliberal del mundo puede considerarse completada. La izquierda se decolora y se vuelve «descafeinada». Del anticapitalismo pasa al «alter-capitalismo», comenzando a luchar, no contra el fanatismo del libre mercado, sino contra aquellos vínculos tradicionales que todavía ralentizan su desarrollo. Deviene abiertamente anticomunista y antimarxista, adhiriéndose, entre otras cosas, a la doble visión neoliberal según la cual: a) criticar el capitalismo conduce a la miseria y a la negación de la dignidad humana (a las que, paradójicamente, está conduciendo con eficacia el propio capitalismo); y b) hay que dejar en paz al mercado (laissez faire!), ya que las ganancias de hoy crearán los empleos de mañana.

En resumen, en la fase de subsunción formal, la derecha critica los efectos y cultiva las causas, mientras que la izquierda celebra los efectos y combate las causas. Con la subsunción real, derecha e izquierda acabarán por glorificar tanto los efectos como las causas, santificando el modo de producción turbocapitalista tanto a nivel simbólico como real. Dado que ahora coinciden, su oposición política se basa esencialmente en reprocharse el pasado rojo o negro, y en disputarse la primacía de representar en el gobierno los intereses y la visión del bloque oligárquico neoliberal. Con la sintaxis de De Benoist, la derecha del dinero ha contribuido más que la izquierda a destruir los valores que pretendía preservar; mientras que la izquierda del traje ha contribuido más que la derecha a impedir el advenimiento de la sociedad redimida, a cuyo proyecto se declaraba formalmente fiel. Naturalmente, esta situación nunca se presenta en la realidad histórica de manera «pura», sin grietas y contradicciones. Lo cierto, sin embargo, es que gradualmente el liberalismo económico de derecha satura cada vez más también el campo de la izquierda, al igual que el liberalismo cultural de izquierda coloniza de modo cada vez más intenso la esfera de la derecha: y las lleva, en última instancia, a volverse indistinguibles. La izquierda se adhiere al liberalismo económico, ya que asumió el liberalismo cultural; y la derecha se rinde al liberalismo cultural, ya que ha abrazado el liberalismo económico. En un juego de espejos sin precedentes, cada una ve ahora en el lado opuesto sólo una imagen reflejada de sí misma.

 

Top