El matrimonio en el siglo XXI

El matrimonio en el siglo XXI. Lomas Cendón

Me ha llegado esta viñeta que va a servir de ilustración y de esquema del presente artículo. ¿Qué diantres está pasando en el siglo XXI con el matrimonio?

matrimonio siglo xxi

Para entender qué sucede hoy con algo tenemos que examinar qué fue eso mismo en su origen. ¿Cuál era la función del matrimonio? De su etimología (matrem, “madre”; monium, “calidad de”) se extrae que se trata de una institución creada por y para la mujer, y no sin motivo es ella la que inicia la historia de la viñeta con “I want marriage”. El matrimonio era el sello que garantizaba la seguridad y el bienestar de las mujeres en cuanto madres. Una jaula, según el feminismo, pero jaula de oro en ocasiones, y cautiverio siempre muy deseado por las jovencitas, para protegerse de las campañas militares, las tareas peligrosas, las peleas, los riesgos empresariales, la inmolación heroica en incendios y naufragios, y la penosa costumbre de trabajar fuera del hogar propia de los varones. Eso era antes, sí, pero lo fue durante milenios: el casamiento es un tinglado creado por y para las mujeres que aspiraban a tener hijos (es decir, todas ellas), y que no tiene otro fin que asegurar la contratación vitalicia de un varón que proveyera estabilidad financiera y material. La boda es aquella ceremonia en la que la novia es la protagonista absoluta, foco de todas las miradas, exaltación de la belleza simbolizada por su vestido, centro metafísico de cualquier ritual nupcial. 

Oye… ¿Y el novio? Pues no importa. En ocasiones podía ser incluso un primo que pasaba por ahí. Me refiero a primo, tanto en su sentido familiar (era muy común casarse entre primos), como en su acepción coloquial de cretino.

De hecho, ante el matrimonio de la mujer (matrem monium) se contrapone en una complementariedad bastante asimétrica, el patrimonio (pater, monium; la calidad del padre). El varón se casaba para dar continuidad patrimonial a través de sus hijos. Hasta tal punto es así, que en tiempos del Imperio Romano los varones que no tenían patrimonio no estaban obligados a casarse ni aun engendrando hijos, y el matrimonio entre esclavos no tenía lugar. El equilibrio institucional de esta reciprocidad consistía en que, a mayor patrimonio del varón, mejor aptitud matrimonial de la mujer. En palabras más claras que disgustarán a damiselas y románticos: cuanta más riqueza, la novia será más bella; cuanto más rico era un señor, más rica estaba su señora; cuanto más dinero, más buena está la mujer. Esto se deja ver hasta el día de hoy en toda su crudeza con los matrimonios de los empresarios de éxito, los deportistas de élite, los actores de Hollywood… y también con los matrimonios de los parados y trabajadores precarios. La posmodernidad reservó una última desgracia para el pobre del S.XXI: además de casarse con una mujer fea y pagar por ello, después tendrá que divorciarse y finiquitar una deuda de por vida.

Y esto nos lleva al punto de la pregunta inicial: ¿Por qué continua todo este anacrónico circo del matrimonio en 2021? ¿Para qué se siguen casando las mujeres si hoy trabajan más y mejor que los hombres? ¿Por qué se siguen casando los hombres si la Agencia Tributaria esquilmó todo su patrimonio y cada ciudadano es un número rojo andante a heredar por sus hijos? ¿Para qué reivindicar para sí un rancio derecho obsoleto cuando históricamente algunos han permanecido libres de semejante lastre, como es el caso de los homosexuales? ¿Por qué la gente se sigue casando? Las feministas y yo concordamos sin fisuras en que eso del amor romántico es un invento reciente para enmascarar la dependencia: emocional y material en ellas; emocional y sexual en ellos. Cuando una persona se ve expuesto en su servidumbre y, por decoro, no puede reconocer su dependencia, suele decir: “Yo te quiero”. El amor romántico inspira poemas, odas, gestas épicas, boleros, actos de heroísmo, sonetos, conquistas, sinfonías, arreglos florales, rapsodias, primores de orfebrería… para todo esto, sí. Pero sólo dos descerebrados firmarían un contrato mercantil inspirados en tal sentimiento. A estos dos, para evitar llamarles así, se dice de ellos que están “enamorados”. En las novelas de Balzac, Flaubert o Galdós, los matrimonios por amor aparecen con la misma frecuencia que las abducciones extraterrestres. Y esto se debe a que ambas cosas son un producto del siglo XX, propagandeado por una literatura incomparablemente inferior a la del XIX y, sobre todo, por el cine norteamericano. Casarse por amor es una de las rarezas del siglo pasado, como los zepelines o el fax. Pero si ya no estamos en el siglo XX, sino en el XXI, ¿Por qué la gente se sigue casando? 

En el caso de las mujeres es perfectamente comprensible. El matrimonio, aunque como institución decadente, sigue sirviendo a sus intereses. Además de satisfacer el anhelo innato del paripé nupcial (bodorrio, vestido, luna de miel exótica, fiesta, fotos, regalos, dar envidia a las amigas…), casarse viene muy bien a una mujer que planea ser madre. Cero riesgos. Recordar que el artículo 39 de la Constitución Española explicita en el punto 2, la protección integral de las madres por parte de los poderes públicos (la protección de los padres no aparece). La mujer se casa porque no tiene absolutamente nada que perder con el matrimonio. Al contrario: para ellas hay una condición aún mejor que el estado civil de casadas, que es el de divorciadas. Estar divorciada es como estar casada (prioridad en la guardia de los hijos, protección integral institucional, pensión…) pero sin tener que aguantar al primo del que antes hablábamos. De hecho, si yo fuera mujer, pensaría en casarme sólo para poder divorciarme. Sonados fueron los divorcios de las esposas del empresario Jeff Bezos, el magnate Rupert Murdoch, el deportista Tiger Woods, o el actor Mel Gibson. Cuatro de las muchas mujeres que se convierten cada año en millonarias sin crear ni producir nada.

Que las mujeres quieran casarse y se casen en 2021 resulta consecuencia natural de su superior pragmatismo y amor propio. Es más, si alguien expone el verdadero rostro del matrimonio del S. XXI (como se está haciendo aquí), las feministas se apresurarán a censurar a quien lo hace como “machista” y a defender la libertad de casarse “si le da la gana”, como pretexto para mantener este privilegio exclusivo para mujeres. Esta hipocresía se delata con el matrimonio lésbico, unánimemente defendido por el feminismo a capa y espada, pues argumentan que resulta una injusticia que parejas de lesbianas no gocen de los derechos civiles que estaban reservados para mujeres heterosexuales casadas (viudedad, protección de la maternidad, permisos, pensiones, exenciones…). ¿En qué quedamos? ¿Sopláis o chupáis? ¡Las dos cosas a la vez no se puede! En definitiva, para las feministas, el matrimonio es una institución de opresión sólo cuando hay un imbécil hetero peludo por medio. Cuando se trata de parejas homosexuales, el matrimonio es un refugio de paz y amor, protegido y garantizado por papá estado, al que no van a renunciar jamás. Desde el punto de vista de la mujer, todo matrimonio resulta ser de conveniencia. 

El único misterio en esta cuestión reside en la insistencia del varón por casarse en 2021. ¿Por qué nos seguimos casando? Teniendo todo que perder y sabiéndolo, hay hombres que eligen el destino del monigote de la viñeta. Parece que dentro de nuestra cultura sólo se permite a los hombres concebir la monogamia en contraposición a la agamia, y que la sexualidad masculina tiene que ceñirse al aburridísimo sistema binario de casarse o no casarse. Y aun con todo, muchos varones aceptan este régimen de indignidad y sometimiento gustosamente. ¿A qué se debe? La complejidad del alma masculina no permite una respuesta única. ¿A la inercia ancestral de no concebir otro proyecto vital que el matrimonial? ¿Por respeto a las convenciones sociales? ¿Por un abismal terror a la soledad? ¿Por satisfacer expectativas de los familiares? ¿Por el sórdido placer de la esclavitud? ¿Cómo pretexto para la desidia espiritual y abandonarse así a la pereza emocional y sexual? Los novios no se complican y suelen evadir todas estas cuestiones diciendo que se casan por amor. Vale, por amor. ¿Pero por amor a qué o quién? Porque por amor a ellos mismos, me temo que no.   

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