La Democracia Cristiana o el fracaso del obrerismo católico en España (I): la llegada de la Rerum Novarum
Se cumple este año el 130 aniversario de una de las Encíclicas más importantes en la historia de la Iglesia: la Rerum Novarum de León XIII. Con ella se iniciaba el llamado corpus leonino sobre el magisterio de la Iglesia católica en temas sociales. La llamada cuestión social, en España y el resto de Europa, no fue patrimonio de las izquierdas y desde amplios sectores católicos, conservadores y tradicionalistas, se propusieron e impulsaron múltiples iniciativas obreristas. Pero no todas obtuvieron el mismo resultado, más bien entre ellas surgieron encontronazos que muchas veces esterilizaron los esfuerzos para mantener un obrerismo católico. No obstante, la cuestión social en el mundo católico ocultaba una realidad mucho más profunda: la lucha entre los sectores católicos liberales que habían decidido aceptar los regímenes surgidos de las revoluciones decimonónicas (todos ellos en mayor o menor grado anticlericales) y los católico tradicionalistas que aún aspiraban a reconstruir la Cristiandad.
Javier Tusell, en su Historia de la Democracia Cristiana en España, deja claro que tras la Rerum Novarum(1891) se escondía la problemática que el mismo Papa había intentado atajar con una Encíclica anterior y dedicada especialmente a los españoles: la Cum Multa(1882). Esta encíclica se escribió para contener la convulsión provocada por los enfrentamientos entre los católicos españoles, aunque no lo consiguió apagar el fuego. En España se había producido, con dolor de muchos católicos, la restauración de la dinastía de los tristes destinos. Tras un periodo convulso de la Revolución de 1868, el frustrado reinado de Amadeo de Saboya, la Guerra civil carlista, la convulsa I República, la Guerra de Cuba, España necesitaba paz y se acogió a la dinastía liberal que tanto había despreciado. La Constitución de 1876 fue una obra de ingeniería de Cánovas del Castillo para lograr un “consenso” nacional que a muy pocos contentó. Sólo las elites representadas por el Partido Conservador y el Liberal iban a estar a gusto en un régimen que controlaban manteniendo a republicanos y carlistas lejos del poder.
Una polémica perpetua
Ello no quita que las masas carlistas y de católicos intransigentes subsistieran en importancia tal que se les llegó a conocer como el “Partido católico”. El conservadurismo español, el llamado catolicismo liberal, transigentes, accidentalistas o “mestizos”, debían sufrir constantemente los ataques de los católicos tradicionalistas, “intransigentes” o “íntegros”. El Siglo Futuro sería el bastión de los católicos tradicionalistas y el periódico más leído entre el clero de España para gran disgusto de algunos obispos, cada vez más, que se acercaban al cobijo de la sombra de la Restauración borbónica y se convertían en “malmonoristas”. Todo ello a pesar de que esa constitución resquebrajaba la Unidad Católica, no garantizaba la libertad de la Iglesia e imponía el dogma liberal de la “soberanía nacional”. Ciertos obispos y Cánovas del Castillo aplaudieron la iniciativa de Alejandro Pidal y Mon y su “Unión Católica” (1881-1884). En un principio era una “movimiento social” católico, que llamaba a las masas católicas a movilizarse para realizar una acción social en el denostado régimen de la Restauración. Pidal y Mon prometió hasta el hartazgo que no se trataba de un partido político y que los tradicionalistas no debían desconfiar de su proyecto.
Pero los católicos intransigentes no cayeron en la trampa, pues rápidamente vieron que la “Unión Católica” se trataba de una ardid para arrastrar a las masas católicas a apoyar al Partido Liberal-Conservador de Cánovas. Finalmente, como no podía ser de otra forma, la “Unión Católica” se integró en el partido de Cánovas y, en agradecimiento, le regalaron el Ministerio de Fomento en 1884 (Pidal y Mon, había jurado y perjurado que nunca entraría en política). Desde entontes este arquetipo de estrategias conservadoras para disolver las masas integristas fue contante, como iremos viendo. Cuando años después vio la luz la Rerum Novarum (1891), levantó muchas suspicacias entre los sectores conservadores en concreto y liberales en general, pues vieron en ella un impedimento para aplicar las doctrinas liberales en lo económico.
Recordemos que, contra lo que se suele interpretar, la Rerum Novarum acusaba al liberalismo económico de ser el causante con sus desmanes de provocar las reacciones revolucionarias en el obrerismo incipiente. Por ello, incluso algunos radicales socialistas la aplaudieron. No es de extrañar que cuarenta años después, una Encíclica de Pío XI que celebraba el aniversario del escrito de León XIII, la Quadragesimo Anno, sentenciara: “No faltaron quienes mostraron cierta inquietud [por la aparición de la Rerum Novarum] … y fuera considerada sospechosa para algunos, incluso católicos, y otros la vieran hasta peligrosa. …[pues] Audazmente atacados por ella, en efecto los errores del liberalismo se vinieron abajo”. Tampoco podemos olvidar que Pablo VI, en el 80 aniversario de la Rerum Novarum-en su Encíclica Octogesimo adveniens-, afirmara que en cuestiones sociales un católico no puede ser ”ni liberal … ni marxista”. Hoy en día parece que esta doctrina ha quedado relativizada por el tiempo, pero es precisamente su olvido, la que con el tiempo impediría una verdadera acción católica en las cuestiones sociales y el desarrollo de un obrerismo o sindicalismo verdaderamente católico. Así, el campo sindical acabaría quedando bajo el monopolio de la izquierda hasta nuestros días.
El paradigma francés
Mucho antes de la aparición de la Rerum Novarum, habían aparecido muchas iniciativas apostólicas en favor de los más desfavorecidos en la Europa fruto de la Revolución Francesa. Recordemos que, en Francia, la Ley Chapelier de 1791 había suprimido los gremios. Este tipo de legislaciones se fueron sucediendo por muchos países donde triunfaba el espíritu revolucionario. Los obreros, desposeídos de los gremios que les daban cobertura y protección, se acabaron convirtiendo en un proletariado desolado por múltiples injusticias de una voraz burguesía que se iba entronizando a lo largo del siglo XIX. En esas épocas de desamparo aparecieron figuras como el Marqués René de la Tour du Pin que, dolorido por la situación del nuevo proletariado, fundó los Círculos Católicos Obreros. Se fueron rápidamente extendiendo por Francia, llegando a tener 40.000 afiliados. Estos círculos, no tenían un carácter sindicalista, pues el concepto ni siquiera existía, sino más bien querían ser un lugar de encuentro y protección de los trabajadores más débiles que sustituyera a los desaparecidos gremios. De hecho, De la Tour du Pin, siempre creyó posible volver a restaurar el sistema gremial y la monarquía tradicional católica en Francia. Para él, la cuestión social y obrera era una parte más de una gran restauración que necesitaba Francia para enterrar definitivamente los males de la Revolución Francesa. Por desgracia, este tipo de personajes, han quedado olvidados y relegados por otras figuras.
Entre ellas cabe destacar, Frédéric Ozanam (1813-1853, actualmente beatificado) que fundó las famosas Conferencias de San Vicente Paúl. Realizó algún conato de organización política para luchar por la “justicia social” pero se frustró por el golpe de estado de Luis napoleón en 1851. Fue el llamado Partido de la Confianza, en el que estaban implicados católicos menos piadosos y liberales que ya aceptaban los principios de la Revolución francesa (siempre que no se llegara nuevamente a los excesos de El Terror). Entre ellos estaban Lacordaire, Montalembert y Tocqueville que ya habían aceptado la II República Francesa (1848-1852). Se puede decir que Ozanam es el primero que utilizó el concepto de “democracia cristiana”, aunque en un sentido muy diferente del actual. En esa época “democracia” era sinónimo de “revolucionario y anticlerical” y él quería expresar la posibilidad de evangelizar a esas incipientes masas de obreros que se estaban macerando en el caldo de cultivo del odio a la Iglesia.
Décadas después surgiría en Francia otro noble, el Conde Albert du Mun (1841-1914). Fue uno de los adalides de los Círculos Obreros Católicos. En principio se le podía considerar el continuador natural de Tour du Pin. Luchó contra la III República francesa iniciada en 1870 y salpicada por la revuelta de la Comuna de París en 1871. Se convirtió en el líder católico de los anti-republicanos y le repugnaba la idea del sufragio universal. Su aversión a la democracia (en su concepción moderna) no implicó que fuera un entusiasta de la acción social y obrera. Sin embargo, ante las tensiones entre la Iglesia Católica y la III República, León XIII tomaría una decisión de la que al final de sus días se arrepentiría. En 1884 publicó la Encíclica Nobilissima gallorum gens, por la que recomendaba la táctica del “ralliement” o aceptación de la República como régimen o poder constituido. Por ello legitimaba, con algunas condiciones, la lucha política de los católicos aceptando la República como un régimen “accidental” pero constituido y por lo tanto que debía ser obedecido.
León XIII creía que así se aparcarían los ánimos anticlericales de la III República, pero se engañaba. Entre 1903 y 1904, los republicanos enseñaron su verdadero rostro y desposeyeron a la iglesia de sus posesiones. En 1905 se decretaba la separación total de la Iglesia y del Estado y se dejaba de sustentar al clero. Aunque muchos católicos se rebelaron en contra y hubo muchos casos desobediencia civil, ya era tarde. Hombres como Albert du Mun ya habían asumido el “ralliement”. Ello causó una tragedia -inimaginable hoy en día- en el catolicismo francés. Había sido gracias a décadas y décadas de esfuerzos y sacrificios de los monárquicos franceses, por lo que se había conseguido detener muchas veces el avance de las revoluciones anticlericales decimonónicas y salvada la integridad de la Iglesia. Su postura radical, en la que se les hacía inimaginable deslindar su monarquismo de su catolicidad, los condenaba ahora, con la política vaticana de aceptación de la III República, al ostracismo o a comulgar con ruedas de molino.
El paradigma español
En la citada Encíclica Cum Multa(1882) ya se encuentran argumentos que preceden la política del “ralliement”. A los católicos españoles más intransigentes, carlistas e integristas que aún entonces iban a la una, se les recordaba la teoría de aceptar el poder constituido. Y se les alentaba, si no a participar en el Régimen que aborrecían, por lo menos a no atacar a los católicos que sí lo aceptaban (los católico liberales). Cuando llegó la Rerum Novarum (1891), el catolicismo tradicionalista ya había sufrido la escisión integrista (1888), pero mantenía aún su firme oposición especialmente contra los conservadores de Cánovas del Castillo. Este, al publicarse la Encíclica, primero dudó si apoyarla o ignorarla. Pero daba la casualidad que en el Senado se estaban debatiendo ciertas leyes sociales, especialmente sobre la regulación del trabajo de la mujer. Entonces vio la ocasión de atraerse a las masas católicas que aún le repudiaban si se convertía en el abanderado de la Rerum Novarum. Soñaba que lo que no había conseguido la “Unión Católica”, a lo mejor lo conseguiría enarbolando el pendón de la justicia social que reclamaba la Iglesia.
Encontramos aquí una sustanciosa paradoja. Castelar, dirigente del Partido Liberal-Fusionista, rechazó la Encíclica porque (aparte de ser anticlerical) esta defendía la intervención del Estado para regular cuestiones de justicia social. No olvidemos que los liberales progresistas, eran en su mayoría librecambistas y no estaban dispuestos a que nadie pisoteara sus principios liberales. De hecho, León XIII fue acusado por muchos liberales europeos de ser “socialista” por reivindicar la intervención del Estado. Por el contrario, Cánovas deseaba (paradójicamente) que su gobierno conservador fuera intervencionista. Y quiso justificarlo afirmando que seguía las enseñanzas del Papa. Este hecho provocó la ira de los católicos tradicionalistas que enseguida apercibieron lo farisaico de la postura de Cánovas del Castillo. El portavoz del tradicionalismo para esta cuestión fue el intelectual y periodista Ortí y Lara. Acusó a Cánovas de querer construir un “Estado-caridad” o un “Estado-Patrón” (léase en términos modernos, un Estado de Bienestar).
Al igual que en Francia hizo De la Tour du Pin, Ortí y Lara defendió que la cuestión social y obrera debía integrarse en la restauración del reinado social del cristianismo y no en una mera política de un gobierno paternalista. De hecho, en una época en la que las palabras y los matices importaban y mucho, los católicos intransigentes acusaban a Cánovas de usar la expresión “descanso semanal” y de que se avergonzara que en su proyecto de ley se evitara la expresión “descanso dominical”. El debate entre los dos sectores del catolicismo, se recrudecieron. Cánovas puso encima de la mesa como argumento propiamente conservador e intervencionista, que el Estado actuaba en materia social ya que la “Iglesia estaba debilitada” para ocuparse de ella. Evidentemente callaba que quien había debilitado hasta el extremo la iglesia era el propio liberalismo decimonónico. Nocedal, desde El Siglo Futuro,y Sardá y Salvany, desde la Revista Popular, no cejaron en lanzar sus andanadas tanto contra el liberalismo económico como contra el socialismo.
Ante estos embates, la jerarquía católica pro-alfonsina, iban a salir al rescate del Partido Conservador e iban a intentar frenar al díscolo catolicismo tradicionalista. El obispo Sancha (en aquel momento obispo de Madrid-Alcalá) y el Cardenal Rampolla (Secretario de Estado de León XIII, que a la postre resultó siempre sospechoso de masón) promovieron los Congresos Católicos Nacionales de España (de 1889 a 1902). Estos congresos pretendían, al igual que en su momento lo intentó la “Unión Católica”, aunar a los católicos en torno a la cuestión social. Pero a los católicos intransigentes no se les escaba que era una nueva treta de desmovilización del tradicionalismo y de legitimación del Régimen de la Restauración borbónica. Estos Congresos y su “agenda” oculta fracasaron. No obstante, una semilla envenenada quedó. Un joven carlista, Severino Aznar, organizaría a partir de 1906, las Semanas Sociales para tratar de la cuestión social y obrera. También por ese tiempo, ya reinando San Pío X, con el documento Il firmo Proposito(1905) se fundaría la Acción Católica.
La intención era mantener la cuestión social lejos de los intereses partidistas de los católico-liberales y conservadores. Pero con el tiempo, como veremos más adelante, Severino Aznar abandonó su militancia tradicionalista y acabó cayendo en el democristianismo, así como buena parte de la Acción Católica que acabaría pasando de estar controlada por católicos tradicionalistas a ser entregada a los católicos liberales. Estos, en vez de atender a la vocación social y obrerista, utilizaron la energía de las organizaciones católicas para intentar consolidar una alternativa política conservadora, pero laica (se acercaba el nacimiento de la Democracia cristiana). Poco a poco, la posibilidad de un campo de actuación de obrerismo católico se iría desvaneciendo por las veleidades políticas de este conservadurismo católico liberal que, como veremos, poco le importó el sindicalismo católico y mucho llegar al poder.