El racionalismo represivo o la lógica del terror

Mucho se está hablando de «comunismo» en estos días de crisis sanitaria coronavírica y crisis económica de imprevisibles, por no decir pavorosas, consecuencias. Pero el comunismo realmente existente, ya desde hace unas décadas, empezó a ser más bien un asunto de investigaciones históricas y filosóficas y no de acciones de Realpolitik del presente en marcha. Aunque existan partidos comunistas eminentes y gigantescos como el Partido Comunista de China (con 90 millones de afiliados). Pero hablamos de una China que se solidarizó con Estados Unidos, el cual aprovechó la coyuntura del conflicto sino-soviético (que empezó en los años 60, aunque ya en los 50 los maoístas condenaron el «revisionismo» de Nikita Jruschov). Es decir, China también contribuyó a la caída del gigante con pies de barro (tanto como la Comisión Trilateral, en la que estaba incluido su eterno enemigo nipón, u otras instituciones capitalistas de tendencia e ideología progresista-globalista). 

El comunismo como tal, el marxismo-leninismo o quinta generación de izquierda (el maoísmo es la sexta generación) no actúa en el presente, y menos en la España del Régimen autonómico del 78 que se diseñó, entre otras cosas, precisamente contra el comunismo, pues se aupó a la socialdemocracia más procapitalista y globalista (Partido Socialista Obrero Español) y al secesionismo separatista (legalización de ERC, CiU, PNV, Herri Batasuna, Partido Andalucista), y el comunismo español, el heroico Partido de la oposición al franquismo, se diluyó como un azucarillo tras renunciar al leninismo en 1979 e integrarse en 1986 en una coalición de partidos socialdemocratizantes, ecologistas y de izquierda indefinida (Izquierda Unida). Después vinieron partidos capitalistas globalistas socialdemocratizantes con mucho de izquierdismo fundamentalista pero desde la demagogia más absoluta y ramplona, y por si fuera poco con constantes guiños al separatismo y extravagantes ideologías como las de género o el antitaurinismo o contra la Semana Santa pero no contra los musulmanes (Podemos). En España el comunismo está tan muerto como el franquismo. Pero, tras esta aclaración, veamos cómo funcionaba el comunismo real, en la Unión Soviética, como lo hemos hecho en otros artículos aquí en Posmodernia.

El Terror tiene su lógica   

Los bolcheviques condenaban el terrorismo procedimental de los populistas «por motivos de conveniencia». Pero ni mucho menos condenaban el terror de la Gran Revolución Francesa ni tampoco «el terror ejercido por un partido revolucionario victorioso» (Vladimir Lenin, La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismohttp://www.marx2mao.com/M2M%28SP%29/Lenin%28SP%29/LWC20s.html, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín 1975, pág.18). 

El «terror masivo» era un concepto esencial en Lenin que ya expresó en la primera revolución de 1905 y que resurgió con fuerza en los primeros meses de la guerra civil durante la primavera y el verano de 1918. En 1905 Lenin sabía muy bien que «Después de la victoria de la revolución sobre la contrarrevolución, ésta no desaparecerá, sino que, al contrario, empezará inevitablemente una nueva lucha todavía más desesperada. Al consagrar su resolución al examen de las tareas que nos asignaría la victoria de la revolución, tenemos el deber de dedicar una gran atención a las tareas destinadas a rechazar la acometida de la contrarrevolución (como se hace en la resolución del Congreso) y no ahogar estas tareas políticas inmediatas, esenciales, candentes del partido combativo, en razonamientos generales a propósito de lo que habrá después de la época revolucionaria actual, de lo que habrá cuando nos hallemos ya en presencia de la “sociedad políticamente emancipada”. Del mismo modo que los economistas cubrían su incomprensión de las tareas políticas candentes con alusiones a las verdades generales sobre la subordinación de la política a la economía, los neoiskristas, al remitirse a las verdades generales sobre la lucha en el interior de la sociedad políticamente emancipada, cubren su incomprensión de las tareas revolucionarias candentes de la emancipación política de dicha sociedad» (Vladimir Lenin, Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, Ediciones en Lengua Extranjera, http://www.marx2mao.com/M2M%28SP%29/Lenin%28SP%29/TT05s.html, Pekín 1976,pág. 28).

El terror masivo se asimiló a la «justicia revolucionaria de clase». Incluso tras el giro económico de la NEP, en abril de 1921, el terror masivo y la justicia revolucionaria se hacían presente para afrontar los espinosos problemas de la política real. Ya Robespierre había dejado dicho: «Si el atributo del gobierno popular en época de paz es la virtud, sus atributos en tiempo de revolución son a la vez la virtudy el terror: la virtud sin la cual el terror es funesto; el terror sin el cual la virtud es impotente. El terror no es sino justicia rápida, severa, inflexible; es por tanto emanación de la virtud» (citado por Edward H. Carr,La revolución bolchevique (1917-1923), Vol. 1, Traducción de Soledad Ortega, Alianza Editorial, Madrid 1972, pág. 172). Y en el otoño de 1848 Marx afirmó que la mejor respuesta al «canibalismo de la contrarrevolución» era el terror revolucionario.

Kamenev y sus partidarios advirtieron que las consecuencias de tomar el poder por la fuerza implicaría perseverarlo igualmente por la fuerza a través del Terror, y como el Segundo Congreso de los Soviets aprobó la propuesta del mismo Kamenev de abolir la ejecución capital Lenin montó en cólera y protestó: «Qué estupidez. ¿Cómo se puede hacer una revolución sin pelotones de ejecución? ¿Esperáis dominar a vuestros enemigos desarmándoos? ¿Qué otros medios de represión hay? ¿Cárceles? ¿A quién le importa durante una guerra civil?» (Citado por Orlando Figes, La revolución rusa (1891-1924), Traducción de César Vidal, Edhasa, Barcelona 2000, pág.690). Trotski también lo tenía muy claro: «Los saboteadores del sóviet tienen que ser juzgados con la misma severidad que los burgueses» (citado por Robert Service, Trotski. Una biografía, Traducción de Francesc Reyes Camps, Ediciones B, Barcelona 2010, pág.315).

El terror rojo era respondido con el terror blanco y viceversa. El general blanco Piotr Wrangel había dejado dicho: «No hemos traído el perdón y la paz con nosotros, sino sólo la cruel espada de la venganza» (citado por Orlando Figes, La revolución rusa, pág. 620). Pero, como han subrayado la mayoría de los historiadores que han estudiado el terror rojo y el terror blanco durante la guerra civil rusa, los dos terrores no pueden ser colocados a la misma altura. La política de terror bolchevique fue más sistemática, más organizada, pensada y puesta en funcionamiento como tal mucho antes de la guerra y establecida teóricamente contra grupos enteros de la sociedad. El terror blanco, en cambio, nunca fue erigido en sistema y casi siempre fue la acción de destacamentos incontrolados que escapaban a la autoridad de un comandante militar que intentaba, sin gran éxito, cumplir las funciones de gobierno. Si se exceptúan los progromos, condenados por Denikin, el terror blanco por regla general se limitó a ser una represión policial al estilo de un servicio de contraespionaje militar. Frente al contraespionaje de las unidades blancas, la Cheka y las tropas de defensa interna de la República constituían un instrumento de represión mucho más estructurado y poderoso, que se beneficiaba de todas las prioridades del régimen bolchevique» (Nikolas Werth,«Un Estado contra su pueblo. Violencias, temores y represiones en la Unión Soviética», en El libro negro del comunismo, Traducción de César Vidal, Ediciones B, Barcelona 2010116, corchetes míos). Por lo tanto, según Werth -en tan aclamado libro por tantos liberales y amigos de la democracia y la libertad-, la represión roja fue más racional que la blanca, porque la roja era «más sistemática, más organizada», y por tanto fue entonces una represión «pensada» «antes de la guerra»; en cambio, la represión blanca nunca fue pensada como sistema, y casi siempre se debía a «destacamentos incontrolados» por las autoridades blancas; luego, según esto, el terror blanco fue irracional por improvisado, y el rojo racional por ser prevenido.  

Decía el comunista-poumista español y antiestalinista Andreu Nin que sin dictadura no se ha realizado en el mundo ninguna revolución profunda. Pero antes y mejor que Nin eso lo sabía perfectamente Feliks Dzerzhinsky, el fundador y jefe de la Cheka. Antes de la fundación de la Cheka, el organismo que llevó a cabo la revolución fue el Comité Militar Revolucionario de Petrogrado (CMRP), el cual, en palabras del susodicho, se trataba de «Una estructura ligera, flexible, inmediatamente operativa, sin un juridicismo puntilloso». Y concluye con contundencia: «Ninguna restricción para tratar, para golpear a los enemigos con el brazo armado de la dictadura del proletariado… [Por lo tanto] la tarea actual es destrozar el orden natural. Nosotros, los bolcheviques, no somos bastante numerosos para realizar esa tarea histórica. Hay que dejar, por lo tanto, que actúe la espontaneidad revolucionaria de las masas que luchan por su emancipación. En un segundo momento, nosotros, los bolcheviques, mostraremos a las masas el camino que deben seguir. A través del CMRP, son las masas las que hablan, las que actúan contra su enemigo de clase, contra el enemigo del pueblo. Nosotros no estamos ahí más que para canalizar y dirigir el odio y el deseo legítimo de venganza de los oprimidos contra los opresores» (citado por Nikolas Werth, págs. 79-80, corchetes míos). Es decir, los bolcheviques trataban de organizar (racionalizar) el caos que se le había venido encima a Rusia tras el estallido de la revolución contra el zarismo y el consecuente Segundo período de desórdenes que convulsionaría el antiguo Imperio Ruso. Los bolcheviques intentaron con éxito imponer la eutaxiaante una gran conflagración que amenazaba con arruinar al país al ponerlo al servicio de las potencias imperialistas. 

El 13 (20) de noviembre de 1917 Dzherzhinski definía a los enemigos del pueblo, esto es, los enemigos de la Revolución de Octubre: «Los altos funcionarios de la Administración del Estado, de los bancos, del tesoro, de los ferrocarriles,de correos y el telégrafo, sabotean las medidas de gobierno bolchevique. Por tanto, esas personas sondeclaradas enemigos del pueblo. Sus nombres serán publicados en todos los periódicos y las listas deenemigos del pueblo serán colocadas en todos los lugares públicos» (Federico Jiménez Losantos, Memoria del comunismo, La esfera de los libros, Madrid 2018, págs. 260-261).

Pocos días antes de la reunión de la que surgiría la Cheka, Lenin le envío una nota a Dzerzhinski en la que decía: «Concerniente a vuestro informe de hoy, ¿no sería posible hacer un decreto con un preámbulo delgénero: la burguesía se apresta a cometer los crímenes más abominables, reclutando a la hez de lasociedad para organizar altercados. Los cómplices de la burguesía, especialmente los altosfuncionarios, los cuadros de los bancos, etc., sabotean y organizan huelgas para minar las resoluciones del gobierno destinadas a poner en marcha la transformación socialista de la sociedad. La burguesíano retrocede ante el sabotaje del abastecimiento, condenando así al hambre a millones de hombres. Deben tomarse medidas excepcionales para luchar contra los saboteadores y contrarrevolucionarios.En consecuencia, el Consejo de Comisarios del Pueblo decreta…?» (Citado por Losantos, págs. 261-262).

Luego está claro que la dictadura del proletariado es la etapa que, una vez conquistados los resortes del Estado, consiste en la liquidación inmisericorde del adversario político (inmisericorde pero no alocada, sino controlada y bien pensada, racional); por eso la finalidad de la dictadura del proletariado no consistía en igualar a los miembros individuales de las clases burguesas y trabajadoras sino en destruir a la burguesía en tanto que clase (lo que no era sinónimo del exterminio de los burgueses en tanto sujetos operatorios). «Seguridad más Terror» era la fórmula que resumía muy bien las circunstancias. Decía Vladimir Kursky, Comisario del Pueblo para la Justicia de 1918 a 1922, que los tribunales revolucionarios no eran tribunales en el sentido «burgués», sino tribunales de la dictadura del proletariado, tribunales ad hocno ya para juzgar a los contrarrevolucionarios sino para erradicarlos. Pero, como decía el mismo Marx, «¡Mejor un final terrible, que un terror sin fin» (Karl Marx, El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, Traducción de Elisa Chuliá, Alianza Editorial, Madrid 2003, pág.144).

Mucho se ha especulado con que si Stalin estaba detrás del asesinato en 1934 de Serguei Kírov, hombre fuerte del Partido en Leningrado, para tener así un causis belli a fin de poner en marcha el Terror. Pero -como bien se ha argumentado- «Resulta extraño que Stalin optase por deshacerse de Kírov mediante un asesinato, haciendo creer de ese modo al pueblo que  un líder del Partido, y por tanto él mismo, no era vulnerable. Cuando Stalin deseaba eliminar a un rival, primero lo acusaba de ser un traidor, luego lo mandaba arrestar; entonces se le juzgaba y después se le fusilaba. También podía informar de que había contraído una enfermedad y se le envenenaba, o aparecía muerto en un supuesto accidente de tráfico. La forma en la que se llevó a cabo el asesinato no era realmente “su estilo”. Stalin era un gran manipulador e intrigante, pero era también un hombre cauto, y un asesinato como ese podía ser fácilmente descubierto» (Álvaro Lozano, Stalin. El tirano rojo, Ediciones Nowtilus, Madrid 2012, pág.130).

Contra la interpretación psicologista del Terror

El Terror no era fruto de una «lógica ilógica» de Stalin, como si éste pensase en solucionar los problemas dándola con un chivo expiatorio y castigándolo. Tampoco es cierto que «la furia que se desató contra los herejes simbolizaba la mejor estrategia psicopolítica para justificar el terror a gran escala. En otras palabras, el Terror no fue la consecuencia de la existencia de herejes; los herejes surgieron para justificar el terror que necesitaba Stalin» (Moshe Lewin,El siglo soviético, Traducción de Ferrán Esteve, Crítica, Barcelona 2005, pág. 53). Como si Stalin necesitase el Terror por capricho y como si tuviese la necesidad de inventarse enemigos, cuando éstos realmente le sobraban en el interior y el exterior (y a diestro y siniestro). 

El historiador Moshe Lewin se refiere a la «memoria rencorosa» y al «resentimiento de Stalin», y sostiene que «los vaivenes en la tensión política y en el terror recogían asimismo el humor cambiante de Stalin» (Lewin, págs. 70-71). «La “paranoia sistemática”, a nivel político, cristalizó con la aparición de tendencias paranoicas, a nivel psíquico, en un individuo. Rencor, malicia, artería, furia… Todos estos componentes pasaron a formar parte del modus operandidel sistema» (Lewin, pág. 110). «En definitiva, el trabajo de Stalin asumió unas proporciones patológicas: buscaba el control personal de un universo complejo que jamás nadie había logrado dominar y sobre el que nadie había conseguido imponer su voluntad. ¿Acaso se tomaba por un genio? Podemos afirmar que le fascinaban los grandes talentos. ¿Colmaba su apetito el saber que podía destruirlos en cuanto se lo propusiera? ¿O no era lo que le colmaba sino el placer de que podía detectar errores y brindarles consejo lo que le satisfacía? Cuesta dar con una respuesta, pero sin lugar a dudas se trata de una cuestión pertinente para el tema de la patología política» (Lewin, pág. 119). 

No hay duda de que estamos ante un análisis psicologista que, sin duda, bloquea el entendimiento para comprender tales acontecimientos (lo que desde el materialismo filosófico llamamos formalismo segundogenérico). El Terror no se manifestaba por impulsos psicológicos (segundogenéricos) de un supuesto psicópata, sino por condiciones objetivas (terciogenéricas) por las que Rusia atravesaba en su reestructuración política que iba desarrollándose en el Segundo período de desórdenes (sobre el cual aquí mismo hemos comentado algo:https://posmodernia.com/la-revolucion-de-octubre-en-el-segundo-periodo-de-desordenes/).

Pero la lógica del Terror, sin negar sus atropellos e irracionalidades coyunturales, no era ilógica sino estructuralmente racional y por ello mismo prudente a fin de preservar la eutaxia del Estado soviético. Dicho de otro modo: se trataba de la batalla en la dialéctica de clases (se puede decir que era una guerra civil) de cara a preparar el escenario en la dialéctica de Estadosde la próxima gran guerra. 

Así explicaba Molotov las purgas contra varios sectores del ejército, por poner un ejemplo: «El año 1937 fue necesario. […] Debemos al 37 la ventaja de no haber tenido una quinta columna durante la guerra. […] Difícilmente habría sido espías, pero estaban vinculados a los servicios de inteligencia y, lo más importante, en el momento decisivo no se podía confiar en ellos. A mi modo de ver Stalin siguió una línea muy adecuada: mejor que caiga una cabeza de más pero que se eviten titubeos en el curso de la futura guerra y después de ella» (citado por Lozano, 2012: 155). Y Stalin llegaría a decir: «Más vale una cabeza inocente menos que encontrarnos con vacilaciones durante la guerra» (citado por Álvaro Lozano, pág. 170).

Final

Como el lector puede apreciar esto es pura historia y no presente en marcha (es obvio pero no de Perogrullo porque parece que muchos todavía no se han enterado de que el muro cayó hace algo más de tres décadas). Los actuales partidos que son señalados por otros partidos y por medios de comunicación afines como «comunistas» están a mil millas de lo que era actuar con inmisericorde y lógico Terror en el Segundo período de desórdenes en Rusia y en la Segunda Guerra de los Treinta Años en el mundo. Hacia lo que vayamos, si bien las prolepsis se basan en las anamnesis y nada sale de la nada, dada la enorme convulsión social que se espera de cara a la crisis económica, sea como sea, no será el comunismo ni el fascismo (viejas glorias) sino nuevas circunstancias y nuevos acontecimientos que traerán nuevas formas políticas de pensar y actuar: al vino nuevo odres nuevos.  

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