El Rollo Maniqueo

El Rollo Maniqueo. Lomas Cendón

El profeta iranio Mani no inventó nada nuevo desde Partia hacia el Mundo. Él se limitó a identificar la contradictoria corrupción que habita en el corazón de los hombres, y adaptó el viejo camino de perfeccionamiento ascético a una nueva religión, otra más, que en aquella época crecían como setas en Asia Central. La religión maniquea supuso una reformulación del mazdeísmo adecuado al contexto de ebullición gnóstica de aquel siglo y al sincretismo greco-búdico de la región de la Ruta de la Seda. Su éxito relativo en los dominios arsácidos se topó con dos rivales de talla universal: el primero, el emperador sasánida Bahram I lo venció en el terreno político; el segundo, Agustín de Hipona, lo venció en el tablero de la doctrina teológica. El Catolicismo primero y el Islam siglos después, sepultaron la religión maniquea como una herejía más ideada por los hombres. Hace más de 1700 años que Mani dejó este tenebroso mundo material y hoy ya nadie se acuerda de él, a pesar de que el mismo problema sigue sin respuesta en 2021: ¿Cuál es el origen del Mal?

Resulta muy tentador conceder al Mal una naturaleza propia, interpretar el cosmos como una partida de ajedrez en la que eternamente seremos blancas y siempre vamos a ganar. Por un lado, con el dualismo ontológico nos aseguramos pertenecer a las huestes luminosas con el mero hecho de identificar al enemigo con lo ajeno, lo extranjero, lo que no soy yo ni pertenece al nosotros. Por otro lado, el maniqueísmo nos permite pasar de puntillas ante problemones filosóficos que los seguidores frikis de Star Wars prefieren no responder. ¿Quién es, en verdad, el padre de Darth Vader? ¿Cuál es la naturaleza de Palpatine? Para los cristianos, el Mal es sólo un abuso de la libertad del hombre, ilustrada con el mito de la rebeldía luciferina. Sin embargo, aunque el Mal para la teoría doctrinal católica no pasa de ser una elección errónea de origen humano, a efectos prácticos, la Iglesia nunca ha dudado en recurrir a una demonología e incluso a una técnica exorcista que contradice este punto. Si el Mal fuera sólo un error humano, ¿Qué rayos haría el Padre Karras? Si creemos que el Mal es sólo consecuencia ilusoria de la ignorancia de los hombres, es porque no has visto lo que ha hecho la cochina de tu hija.               

El Neoplatonismo aborda el problema del origen del Mal de una manera más audaz, a través de la inmanencia de la Causa Primera y de la teoría cosmológica de la Emanación. El Mal, para ellos, carecería de existencia substancial, y se definiría a través de la ausencia del Bien, de la negación de la Voluntad Divina, de la lejanía con Dios, no sin conflictivas réplicas por parte de maniqueos y otras escuelas gnósticas. Esta polémica sobre el Origen del Mal la acaba por zanjar, siglos después, la teología musulmana: la tesis maniquea y la antítesis neoplatónica-cristiana son sintetizadas por un Islam que tiene que reconocer a Dios (Allah) como creador incluso del artífice del Mal, Iblis, criatura cuya naturaleza el Corán no deja clara, pero que la tradición musulmana relaciona con los djinns, seres no humanos que participarían sin quererlo y de forma indirecta con el plan divino. Porque para el musulmán, incluso el Mal tendría su función subordinada a la voluntad de Allah. La novedosa respuesta islámica al problema del Mal evita caer en el dualismo maniqueo al mismo tiempo que se libra de un monismo teológico irreconciliable con la vida real experimentada por el ser humano. Estas son algunas de las interpretaciones del génesis de la maldad, según el pensamiento del hombre tradicional.

Para el hombre moderno (más aún para el posmoderno que somos), sólo una simplificación maniquea aplicada a la política logra satisfacernos. Nuestras pasiones exigen un Yaldabaoth de etnia distinta a la nuestra que comande las tinieblas, y un Dios en el que “nosotros confiemos” para inmolar nuestros genocidios como daños colaterales inevitables. Para el hombre contemporáneo, el origen del Mal se explica como el medio que justifica el fin maquiavélico de la perpetuación del poder.  Necesitamos dos bandos bien definidos, aunque ellos sean idénticos y en posición refleja como las piezas del ajedrez. Durante prácticamente todo el siglo XX, ese dualismo lo ejerció la Derecha y la Izquierda. Para unos, el Princeps Huius Mundiera el Capital; para los otros, el Comunismo Internacional. Este comecocos funcionó muy bien a nivel europeo desde los años treinta, como ejemplifica nuestra Guerra Civil.  Esta cosmovisión neomaniquea llegó a su endgameajedrecístico con la Guerra Fría, y aunque contienda tan absurda solo puede acabar en las tablas de una guerra termonuclear, el siglo XXI ofreció reformular el juego para facilitar el Novus Ordo Seclorum. Tras los atentados del 11 de Septiembre, parecía que el universo se fuera a dividir entre democracias y dictaduras, ingenua polarización al modo de los tigres y los leones de Torrebruno. El camelo del Mundo Libre contra los Terroristas, duró lo que ha durado la fantasmagórica resistencia de Osama Bin Laden y Al-Qaeda: poco más de una década de estúpidas guerras en Afganistán e Iraq, tierras otrora de Mani.        

El último acto del teatro maniqueo antes de que caiga el telón es el de Globalistas versus Patriotas, y eso es lo que se lleva escenificando durante el último lustro. Frente a los George Soros, Clinton, Gates, Obamas, ideologías de género, eutanasias y abortos, transhumanismo, Silicon Valley, Foro de Davos, Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial de la Salud y sus pandemias, una disidencia arremolinada alrededor del anaranjado rostro de Donald Trump ejerce su papel de negras para recibir mate en tres movimientos. El último cajón de sastre: republicanos norteamericanos, WASP, libertarios, pastores evangélicos, teóricos de la conspiración, anarco-capitalistas, nacionalistas europeos, brasileños bolsonaristas, conservadores rusos, húngaros de Orbán, franceses del Frente Nacional, españoles de Vox, católicos próvida, italianos salvinianos, británicos pro-Brexit, europeos anti-europeístas… el último frente maniqueo, más heterodoxo imposible, para contener el avance final de la agenda globalista. O si no contenerlo, al menos ejercer el necesario papel de Sauron para que la Comunidad del Anillo del New World Order justifique su periplo. Así de desesperada es la situación: los ridículos trumpistas que carnavalizaron el Capitolio el pasado 6 de Enero es la avanzadilla de los últimos trescientos espartanos que resisten al triunfo persa de la Lux Mundi de Mani. Aunque en verdad, el único Maní que a mí me interesa es el que pregonaba Antonio Machín. Que esta noche no voy a poder dormir sin comerme un cucuruchito de maní. 

El manisero se va… Me voy. 

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